Todo es posible en Cannes. Se va cabizbajo y se vuelve eufórico. Se llega deprimido y se regresa animado. Se va con la materia aprendida con alfileres y se saca un sobresaliente. Se va, en fin, esperando un recibimiento distante y se retorna con la sensación de ser los mejores y con el arma inconfundible del éxito, de las palmas, de la ovación y del orgullo personal satisfecho. Una vez más, España ha descollado sobre el resto. El año pasado por obtener el gran premio, el segundo en la historia del festival, y doce leones; en esta ocasión, por ocupar el primer puesto junto al Reino Unido, pero con un leon de oro más para nuestro país, y por delante de Estados Unidos. La publicidad española ha dejado de ser la tercera en discordia y se ha empinado al olimpo de los divinos. Cannes, ¡qué ciudad tan maravillosa!
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