Mahmoud Ahmadinejad se aferra al respaldo del ayatollah Jamenei y el Consejo Supremo de la Revolución. De espaldas a la presión de la comunidad internacional, ha cerrado su puño de hierro sobre la oleada de protestas y trata de quitar todo el oxígeno a la movilización social de los seguidores de Musavi. Pero el conflicto es el síntoma de las grietas en la cúpula de la teocracia iraní, donde los ayatollahs disidentes ganan peso y el reformismo es más incontenible
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