Pedro Martínez Montávez
Las rebeliones en los países árabes
Notas de Manuel Llusia.
(Página Abierta,  214, mayo-junio de 2011).

           

  La crisis abierta en el mundo árabe ha llevado a Pedro Martínez Montávez a aceptar las peticiones de muy diversos lugares, organizaciones e instituciones, para exponer sus ideas al respecto. De una de esas charlas, del pasado 25 de marzo, recogemos aquí un amplio resumen.

            En una charla que impartió Martínez Montávez, ya jubilado de la docencia universitaria, pero no de su labor como pensador y analista de la historia y realidad del mundo árabe actual, este arabista comenzó sus reflexiones, en relación con las revueltas en algunos países árabes, recordando las palabras del historiador francés Fernand Braudel sobre los límites del análisis histórico: «El historiador ve con mayor facilidad los cómos que los porqués, y mejor las consecuencias que los orígenes de los grandes problemas, razón de más, claro está, para que le apasione aún más el descubrimiento de estos orígenes que, con toda seguridad, se le escapan y se mofan de él». Introducción que le permitía anunciar los objetivos de su intervención: una combinación de “cómos” y “porqués”, en la que iba a primar más lo segundo que lo primero.

            El primer punto que entró a considerar fue el de la “sorpresa” surgida –y ampliamente comentada– ante los acontecimientos de los meses que van de enero a marzo en algunos países del Magreb. Para él, más allá de entender que haya sido fruto de una visión determinada sobre el carácter de los pueblos árabes, la sorpresa es relativa: «Aunque, evidentemente, en muchos aspectos han sido sorprendentes los hechos que se han ido produciendo, no ha sido para tanto. De alguna manera, eso se podía ver, temer, pensar que iba a suceder, desde hace ya algún tiempo. Especialmente cuando ese mundo árabe se interpreta desde dentro de él y no desde fuera».

            Y para fundamentar esa opinión echó mano de sus análisis de hace años y de las apreciaciones formuladas por otros analistas, polítólogos y articulistas árabes que en cierto modo anunciaban lo que ahora ha estallado o reflexionaban sobre lo relativo de la sorpresa.

            En un artículo publicado en un diario de la prensa española el 8 de abril del año 2004, titulado “Certezas e incertidumbres de Oriente Próximo”, Montávez adelantaba: «Es también innegable el viento general reformista que sacude el mundo árabe en estos últimos tiempos. Sin embargo […] son también numerosos quienes consideran que no se trata sino de una nueva trampa-conjura. Son legión quienes piensan que las únicas reformas posibles serán aquellas que sus propios dirigentes, incompetentes y serviles, promuevan. Y serán, naturalmente, para mantenerse en el poder, aparentemente legitimados. En tal circunstancia no faltan quienes propugnan la revuelta civil […] En tal situación, la posición de Egipto es dificilísima y quizá insostenible».

            Leído este párrafo de su artículo, continuaba insistiendo en que «cualquiera que siguiera, en esos momentos, los sucesos que se iban produciendo en diversos países, cualquiera que leyera la prensa u oyera los medios de comunicación, sabía que, desde hacía algún tiempo, había dos términos que se repetían con frecuencia. Uno era al-isián al-madani, la revuelta civil, y otro al-shari al-arabi, es decir, la calle árabe. Para conocer lo que estaba pasando en el mundo árabe se decía que no había que fijarse en los círculos políticos, en los medios gubernamentales, en las áreas de decisión política, sino en la calle árabe».

            El primer ejemplo de apreciaciones similares que partían de analistas árabes que nos ofreció Montávez fue el de, en sus palabras, una mujer muy competente, egipcia, llamada Huwaida Taha, buena conocedora de la situación social y política de su país. El pasado 16 de noviembre de 2010, publicaba en el periódico Al-Quds al-arabi lo siguiente: «Hablar sobre una revuelta civil como medio para derribar un régimen tiránico no es algo nuevo ni moderno. Todos tenemos el mal presentimiento y estamos expectantes ante el hecho de que ese formidable acontecimiento colectivo se produzca. ¿Y por qué ese mal presentimiento? Porque todos, en lo más profundo de nosotros mismos, tememos que fracase».

            Ese temor, nos explicaba Montávez, se basaba, sobre todo, en lo que se considera habitualmente una característica fundamental o principal del pueblo egipcio que es la abulia, la pasividad, la incapacidad de reacción. Ella recordaba, muy acertadamente, que eso no es cierto; que a lo largo de la historia egipcia, que es una de las historias más antiguas de la humanidad, el pueblo egipcio no ha sido siempre abúlico, ni ha sido siempre servil, ni ha aceptado con facilidad y pasivamente los conflictos y las situaciones dramáticas en que se encontraba. No hace falta más que referirse al siglo XX.

            «Las grandes revoluciones del mundo árabe –añadía por su parte nuestro charlista– se han producido en Egipto: 1919, la primera gran revolución popular; 1952, el golpe de Estado de los coroneles, de los oficiales libres, que inicialmente se planteó como una revolución que no llegó a ser tal y que, posiblemente, ese hecho de que dejara de ser una revolución para transformarse en otra cosa ha contribuido en gran parte a todo lo que se ha venido produciendo desde ese año en el mundo árabe».

            Reflexión a la que añade un detalle de interés: «La escenografía urbana de 1952 fue prácticamente la misma que la de ahora: la Plaza de la Liberación, Midán al-Tahrir».

            El siguiente ejemplo traído a colación sobre lo relativo de la sorpresa fue el del analista árabe jordano Ibrahim Garaiba, quien, ya en marzo de 2011, decía en un artículo de prensa: «Lo ocurrido en los Estados árabes no tiene nada de sorprendente, sino que se esperaba. Quizá la única sorpresa está en que se retrasó demasiado».

            Llegados aquí, Montávez insiste en que, sin duda, lo sucedido contiene muchos elementos sorprendentes. «Pero la sorpresa ha venido más desde el exterior que desde el interior, como suele ocurrir con todo lo que pasa en el mundo árabe. Porque en el exterior se tiene un desconocimiento profundo de los antecedentes y de los posibles orígenes de esos hechos, y justamente desde el interior se conoce eso bastante mejor». De ahí su afirmación de que sorpresa absoluta en lo que se ha producido no ha habido, sorpresa relativa sí.

            A esa conclusión añade una apostilla que no desarrolló del todo: «La sorpresa no ha estribado en que se hayan producido los hechos, pero sí en la extensión, en la intención que han adquirido y quizá en la concatenación; quizá en la sucesión y en la concatenación». La pregunta que surge sobre esa concatenación quedó en el aire.

            Se preguntaba Montávez por el origen de las revueltas actuales: ¿cómo empezaron estas crisis? Y para dar una respuesta recuerda lo que apuntaba un artículo publicado en La Vanguardia, en el mes febrero de este año: «Las crisis empezaron con las protestas contra la escalada del coste de vida, pero el desafío político llegó por el desprecio con el que los gobernantes han tratado a su poblaciones».

            Para nuestro arabista este es otro punto fundamental: «El desprecio, la práctica del despotismo mantenido, la falta de atención a las peticiones de las poblaciones; la forma en que esos gobernantes, déspotas, dictadores –unos dentro de un régimen monárquico, otros dentro de un régimen republicano–, se han comportado; cómo han desatendido las peticiones que les solicitaban sus ciudadanos».

            Una opinión que corrobora –siempre atento a las propias voces árabes– leyendo un breve párrafo de un artículo de un analista argelino, en este caso Israch Omar, exiliado en Londres desde hace algún tiempo.  El artículo se titulaba, muy irónicamente, “Estos son los grandes triunfos de los regímenes árabes”, haciendo referencia a cinco o seis puntos concretos. En uno dice: «Los regímenes gobernantes en nuestros países han elaborado tan solo una cultura, la cultura de la fidelidad al gobernante, transformando a los gobernados en simples vasallos marginados y apartados por entero de la vida política. El apartamiento decretado desde las esferas del poder, desde los altos gobernantes, desde los altos niveles de dirección política, de que esos señores, esos teóricamente conciudadanos, de hecho vasallos, no tenían absolutamente nada que ver, ni qué decidir, ni plantearse en relación con la política que se llevaba en sus respectivos países».

            Y en este punto encontraba Montávez el móvil fundamental de todas estas “revueltas, movilizaciones, intentos de cambio, protestas producidas”. Y preguntándose por cuál puede ser la característica fundamental que define al mundo árabe contemporáneo desde una perspectiva, político-social, con su repercusión en la cultura, responde: «Un enorme vacío de ejercicio de la libertad, no de la libertad a secas, sino de las libertades, un espacio vacío del ejercicio de todas las libertades». Pero enseguida nos advierte que eso no quiere decir que se trate de un vacío cultural. Ni un vacío cultural en el sentido de la cultura tradicional, ni vacío cultural en el sentido de la cultura contemporánea, de las manifestaciones culturales contemporáneas.

            «Imagínense ustedes –continúa– el tremendo reto, el enorme desafío que para cualquier ciudadano, desde el más simple al más intelectual, supone producir, expresarse, tratar de manifestar quién es… crear, si es posible crear en un marco en donde el ejercicio de la libertad es absolutamente imposible. Eso explica, entre otras razones, por qué la mayor parte de los y las intelectuales árabes de nuestro tiempo viven fuera del mundo árabe, y principalmente en grandes ciudades occidentales».

            Siguiendo con la vía escogida de hacernos llegar la opinión propia del mundo árabe, primero evoca fragmentos de un texto de un gran pensador marroquí árabe, recientemente fallecido, Muhammad Abid al-Yabri,  referidos a la democracia: «La democracia es el poder del pueblo expresado a través de las instituciones que él elige libremente. Y se sabe que esto es algo –es decir, lo de poder elegir libremente– que perdimos y que seguimos teniendo perdido. Yo prefiero llegar a la democracia por medios democráticos, ya que solo esto es lo que le proporciona hegemonía legítima. Porque los otros caminos no conducen, en nuestra situación árabe actual, sino a la vana repetición del despotismo con nocturnidad o a pleno día».

            Y después, Montávez recurre a Adonis: uno de los intelectuales árabes –en sus palabras–  más representativos de nuestro tiempo, un grandísimo poeta. En un artículo publicado el pasado 3 de marzo en un importante periódico, bajo el título “Hacia un frente árabe civil”, Adonis escribe: «La primera esfera a revisar del organismo árabe radica en la posición que adopta ante la realidad de las libertades, hoy, en los países árabes, dentro de la órbita de la cultura a la que pertenecen y en la lengua en la que se expresan. La libertad ha sido el alto grito unánime en todo lo ocurrido hasta hora, entre todos aquellos seres que bajaron a plazas y calles entre clamores y cánticos. La libertad política en particular, porque es la más necesaria e importante. Pero esto será solo una libertad parcial, semiformal y semiaplazada si no va orgánicamente acompañada de todas las libertades civiles, sin excepción. El ser humano es primeramente, y antes que cualquier otra cosa, libertad».

            Esta es la situación en la que nos encontramos ahora, afirma Montávez. «Aparentemente, se está en la senda de conseguir, a esa petición que se había hecho, una respuesta en lo que hace al contexto político. Se están adoptando medidas, indudablemente, más o menos avanzadas; y en algún país parece que relativamente avanzadas. Cuando digo esto me estoy refiriendo, concretamente, a Egipto». Aunque enseguida advierte de que tampoco tenemos la seguridad de que eso suceda así.

            Pero Montávez va más lejos, advierte de la insuficiencia del logro de las libertades políticas si no van acompañadas de las muchas otras libertades, como, por ejemplo, la libertad de creencias, la libertad de expresión de la creencia, entre otras muchas, o la posibilidad de que tengan lugar matrimonios civiles, algo que en algún país del mundo árabe está ya relativamente tratado, ese es el caso del Líbano.

            Ciertamente, los cambios políticos –nos hace entender– se pueden producir mucho más rápidamente que los cambios sociales. «Un cambio en política es, en gran medida, el resultado de una decisión personal o mínima, reducida a pocos individuos. Un cambio social toma mucho más tiempo, es mucho más complicado, intervienen muchos más factores. No es una cuestión de uno, ni de cinco, ni de diez; es cuestión de todas las personas que constituyen la ciudadanía de un Estado, de una nación, de un país. Digo esto porque habitualmente pensamos que los grandes cambios sociales pueden ir al ritmo de los grandes cambios políticos, y no, no es así».

            En su opinión, no valen, por lo tanto, en los momentos actuales, las simples reformas, aquellas que, evidentemente, empezaron a acometerse a comienzos de esta década, a comienzos del siglo XXI, y en algunos sitios desde finales del siglo XX.  Y recuerda que desde hace bastantes años se ha hablado una y otra vez de al-islah, de la reforma. E insiste en que no valen ya las simples reformas porque, además, las reformas han venido y seguirán viniendo siempre de los propios aparatos del poder, de los propios estrechos círculos de gobierno. Lo que hace falta son cambios profundos, cambios radicales, no solamente en el plano político, sino en el contexto de la expresión y de la existencia de las sociedades: «El cambio más profundo que se tiene que producir es el del ejercicio de las libertades públicas». Con fórmulas, añade, que tengan elementos comunes, válidos para todos los países árabes, y de inmensa mayoría musulmana, y elementos diferenciadores según las distintas sociedades que componen cada uno de esos países.

            Llegados a este punto, dedica unos minutos a un aspecto de la realidad del mundo árabe sobre el que suele llamar mucho la atención a quienes le van a leer o escuchar: las profundas convergencias y divergencias entre unos países y otros.

            «El mundo árabe es un resultado tanto de profundas convergencias como no de menos profundas y radicales divergencias. Una combinación complicadísima, genuina, originalísima de cosas comunes y cosas diferentes, de unidad y de pluralidad. Las sociedades árabes coinciden en muchas cosas y se diferencian en otras. Me dirán ustedes: eso pasa en todo el mundo. De acuerdo. Pero ni los elementos de unidad son tantos ni tan importantes en otras muchas partes del mundo, ni los elementos de diferencia; ni los elementos de convergencia actúan de la manera tan importante como actúan en el mundo árabe, ni tampoco los elementos de divergencia. Y entre ellos hay uno que es característico y principalísimo: la lengua. Podemos tener la visión desde fuera de que la lengua árabe es única, en teoría, y plural en su manifestación diaria. De acuerdo. La lengua árabe tiene una riqueza dialectal verdaderamente sorprendente. Y no solamente sorprendente, sino, cómo diría, terrible para los que tratamos de entender ese mundo y expresarnos en esa lengua cuando nos toca, porque nunca llegamos a dominarla por completo, ni siquiera en un porcentaje suficiente».

            Enlazando de nuevo con el origen y desarrollo de las revueltas, Martínez Montávez extrae otra conclusión:  lo que se conocía como “movimientos de protesta” –en la terminología mayoritaria que se empleaba en los medios de comunicación árabes hace unos años– se ha convertido en rebeliones de carácter político. «Rebeliones de carácter político que plantean ya unas exigencias ineludibles de proyección, de repercusión social, lo más rápido que sea posible». Punto de vista en el que coincide el análisis sobre los procesos seguidos hasta hace poco tiempo por cuatro países árabes (Egipto, Marruecos, Líbano y Bahrein), con diferencias en un aspecto o en otro, expresado en Los movimientos estratégicos en la patria árabe; libro publicado hace unos pocos meses por el Centro de Estudios de la Unidad Árabe en Beirut, una institución que, para Montávez, está desarrollando una labor importante en el campo de las publicaciones.

            Las siguientes preguntas que plantea nuestro arabista se refieren al lugar geográfico de las revueltas y al tiempo o época en las que se producen. Lo que le lleva a escarbar en las visiones geoestratégicas occidentales del mundo árabe.

            Lo primero que le interesa señalar es que, para la mayoría de los geoestratregas norteamericanos, la concepción del Magreb y del Maxreq se diferencian profundamente. Y pone un ejemplo para ello, la definición geoestratégica de esos territorios del estadounidense Samuel Cohen: «El Maxreq [Próximo Oriente] es un cinturón de quiebra, es decir, una región internamente fragmentada y cogida entre las presiones de potencias exteriores; es un área de conflictos estratégicos... El Magreb, en cambio, forma parte de una misma y extensísima región con la Europa marítima».

            Esa visión que diferencia el Magreb del Maxrek le lleva a Montávez, primero, a decir con humor que, según esa definición, los países del Magreb,  si no pertenecen todavía a la OTAN, es porque no se han dado cuenta, pero con relativa facilidad podían incorporarse a ella. En segundo lugar, a precisar que existe una tercera región que cada vez va teniendo una importancia política –no solamente económica– mayor, se trata de los países del Golfo. Tres grandes áreas, pues, en las que se planteará un problema de posible vertebración o desvertebración.

            Y en tercer lugar, a lanzar una pregunta dirigida a esos geoestrategas que, dividiendo el mundo árabe en dos áreas, así las diferencian y olvidan ese tercer conjunto: «¿Acaso, el Golfo –al-Jalich– (*)  no forma parte del Maxreq?  Sería interesante conocer la respuesta».

            Toca el turno, tras sus comentarios sobre el espacio de las rebeliones, al tiempo histórico en el que están ocurriendo, al análisis de algunos fenómenos que le definen.

            Para él es el tiempo de confluencia, de actuación, de dos grandes corrientes: el neocolonialismo occidental, en el plano político, y el neoliberalismo capitalista o neocapitalismo liberal, en el plano económico. «Es decir, de la injerencia occidental en todo ese vasto espacio, y no solamente en ese vasto espacio, sino prolongándose hasta Asia Central. Es lo que los geoestrategas americanos conocen también como la teoría del pasillo. El mundo árabe es un pasillo que lleva desde el Atlántico hasta el Asia Central... Junto a eso, naturalmente, se están produciendo también diversos movimientos de respuesta que inciden directamente en el mundo árabe. Movimientos que pueden ser de resistencia, en algunos casos de insurgencia, y en otros de terrorismo internacional».

            ¿Y el futuro, que se está jugando ahora? «Hay dos perspectivas principales: una, la perspectiva que podemos llamar esperanzada, la de decir “los árabes ya han terminado su largo invierno”, como dijo hace muchos años un importante pensador marroquí, Abdall Laroui. El mundo árabe ha iniciado un camino, y no se puede permitir pasos atrás. En ese sentido, se vuelven a utilizar expresiones que ya empezaron a tener curso a comienzos del siglo XX y que se han ido repitiendo a lo largo de él, y que vuelven a resurgir ahora: la primavera árabe».

            “Los árabes vuelven finalmente a la historia” o “El pueblo quiere por fin un nuevo orden árabe”, son expresiones de los propios analistas árabes, títulos de artículos aparecidos recientemente que Montávez recoge. Para él es la perspectiva esperanzadora, la perspectiva solidaria, la que debemos apoyar por todos los medios, con la convicción, además, de que una numerosa población árabe está decidida a que eso sea realidad. «También es  la perspectiva desde la cual, e intencionadamente, desde Occidente se dice: “El único camino que queda para llegar a esa situación es la adopción de la democracia”. Esto plantea otro problema, porque depende de qué tipo de democracia se trate, quién lleva adelante la democracia y si se puede instalar no existiendo suficiente número de demócratas... y si la adopción de la democracia en todas las sociedades tiene que ajustarse al mismo modelo, al mismo ritmo y a las mismas pautas».

            Pero esa mirada y actitud esperanzadora no debe impedir, avisa este agudo pensador, indagar y observar también cuáles son los riesgos y las posibles amenazas que se van configurando. Como, por ejemplo, la agudización de las confrontaciones internas, de los conflictos entre los propios ciudadanos. «Habría que advertir aquí de que en el ajedrez de los países árabes hay algunos países que socialmente son bastante homogéneos y hay otros que son extraordinariamente heterogéneos. Y como divisoria general, les diría que, aunque a nosotros nos pueda parecer que las sociedades magrebíes son heterogéneas, lo son muchísimo menos que las sociedades del Próximo Oriente».

            Otro riesgo que considera es el del posible aumento de la fragmentación, el desarrollo de lo que denomina las desmembraciones nacionales. «¿Y cómo desde una situación de desmembración y de fragmentación se va a poner dique, resistencia, a la imposición de los grandes bloques exteriores, cómo?».

            Y añade un tercer peligro: la mayor desvertebración del hipotético bloque árabe. «El mundo árabe nunca se ha distinguido por su capacidad de vertebración interna, y menos en las relaciones políticas. Pero es que corre el grave riesgo de que esa desvertebración existente aumente y vaya incrementándose de cara al futuro y desde el futuro inmediato. Es decir, que se produzca un doble proceso, una dinámica de doble erosión que lleve a la cada vez menor cohesión interna y al mismo tiempo a la cada vez mayor injerencia internacional». El mundo árabe –pone por ejemplo– carece prácticamente de instituciones interárabes o son inoperantes, como la Liga Árabe, que no es más que un “club”, un organismo fundamentalmente consultivo, sin capacidad ejecutiva. No es como la OTAN, apostilla.

            [Después, en el coloquio, pondría un ejemplo de gran trascendencia en relación con esos riesgos apuntados: Siria. «Siria es un pieza estratégica. Y si en ese tablero, se convulsiona…»].

            Finaliza su intervención examinando la influencia de lo que está sucediendo, y puede suceder, en el devenir de sus vecinos inmediatos: uno es el cercano Occidente, otro el África subsahariana (donde, por ejemplo, Libia tiene un papel estratégico fundamental). «Como el mundo árabe es justamente la charnela de todo eso, como lo es también con el Asia Central, al Occidente le interesa profundamente lo que ocurra en el mundo árabe, donde ha ejercido desde siempre un papel que al menos yo calificaría de vigilante y controlador».

            Y ahora, considera Montávez, trata también de vigilar el proceso abierto con las revueltas, influir en ellas, determinar de alguna manera su futuro. «Porque Occidente sabe que desde hace siglos el mundo árabe es la primera trinchera defensiva y de seguridad que tiene desde el sur y desde el este. Es un papel que ha cumplido a lo largo de la historia y que seguirá cumpliendo».

____________
(*) Montávez suele recalcar que el golfo llamado Pérsico es denominado también golfo Arábigo en el mundo árabe, por lo que, en buena ley, debería conocerse como el golfo Arábigo-Pérsico o Pérsico-Arábigo. 

Pedro Martínez Montávez, con una importante trayectoria dedicada a la docencia de la historia, la lengua y literatura árabe (universidades de El Cairo, Complutense de Madrid, Sevilla y Autónoma de Madrid), ha realizado una labor ingente como traductor (muy especialmente de la poesía árabe) y ensayista. Su último libro Significado y símbolo de Al-Ándalus, obra coeditada por la Fundación Ibn Tufayl de Estudios Árabes y la editorial Cantarabia, es una recopilación de muchas de sus reflexiones sobre el pensamiento y la literatura árabes. A pesar de su mayor interés por la cultura, su espíritu crítico y comprometido le ha llevado, entre otras cosas, a una amplia labor de pensamiento sobre la realidad política y social contemporánea. De ello da muestra sus obras publicadas, como Pensando en la historia de los árabes, Mundo Árabe y cambio de siglo o Pretensiones occidentales, carencias árabes.