Luz y sombra en la poesía de Luis Cernuda

Luis Miguel Vicente García

Universidad Autónoma de Madrid

   

    Luis Cernuda experimentó con la luz y la sombra constantemente en su poesía, aún más que con la realidad y el deseo, pues tanto la realidad como el deseo son vivenciados como luz o como sombra. El deseo se expresa como algo luminoso en algunos poemas o como algo oscuro en otros. Y la realidad también es vivenciada en su aspecto de luz y de sombra, según la enfoque la mente del poeta. Al fin y al cabo estamos en un planeta donde se vive constantemente la experiencia de luz y de sombra.

    Conocer la sombra por experiencia es un camino posible pero duro y difícil y el resultado es el testimonio de melancolía y callejón sin salida que a veces comunican sus versos. Hecha la oscuridad el poeta busca alguna luz para alumbrar su entendimiento. Una y otra vez a lo largo de los años y de los poemas nos brinda Cernuda la lucha de la luz y de la sombra en su interior.

    El poeta es capaz de embellecer con la palabra incluso los estados indeseables de la mente. Las plumas del estar cansado pueden seducir a los demás o calmar de momento la necesidad de comunicación.

    Ningún iluminado ha dicho que el entendimiento fuera obra del intelecto o del pensamiento. Siempre que el entendimiento quiere convertirse en discurso aconsejan los iluminados enmudecer. El poeta entiende la existencia cuando se funde con ella en el presente, sin distinciones, sin clasificaciones, sin memoria y sin palabras, cuando no se siente separado de la vida por la tiranía del pensamiento que clasifica y divide o por el deseo de ser lo que no se es y de tener lo que no se tiene en constante huida de sí mismo. La soledad es luminosa o sombría en Cernuda según el estado mental con que la vive. Es unión con la vida o desolación de la Quimera según se enfoque desde la luz o desde la sombra. Lo que ocurre es que durante mucho tiempo el poeta ha encontrado seductora la sombra y más seductor aún el embellecimiento poético de la sombra, la complacencia en la melancolía o la indolencia.

    Cuando se da tal poder a la sombra la existencia parece perder su sentido y el dyabolon, el ser separado de todo y de todos, escribe bellas justificaciones para su tormento. Luis Cernuda experimenta los caminos de la sombra muchas veces, una y otra vez, y una y otra vez también encuentra en ellos una oportunidad para entender qué le causa ese profundo sufrimiento. Solo que algunos poemas se limitan a embellecer ese sufrimiento y otros muestran otros movimientos que sanan lo que de otro modo sería insufrible.

    La soledad vivenciada bajo el aspecto de sombra lleva al poeta al punto opuesto a «soliloquio del farero», en vez de amar a la humanidad toda como en ese poema, se lanzan pensamientos de una fuerte negatividad como en «Birds in the night» y tantos otros poemas presentes en cualquiera de los poemarios que componen la RD puesto que la experiencia de luz y sombra en Cernuda no suele responder a una evolución sino a una oscilación de su ánimo. A una opción más o menos consciente de su mente para recrear pensamientos luminosos u oscuros. Se permite abrir o cerrar los párpados, se permite transitar los caminos de la luz y de la sombra y lo que sucede es simplemente consecuente, aunque en apariencia puede parecer cruel. La mente de Cernuda a veces es arrastrada hacia la sombra u orientada hacia la luz en un constante vaivén.

    Bajo los pensamientos de sombra la negatividad se refuerza con más pensamientos: la falta de sol en los países no solares en donde le ha tocado vivir, la extrañeza de todo, incluida la lengua, la familia, las costumbres, todo es convocado para vivenciar la sombra y de algún modo, al convertirla en poema, embellecerla. Mas embellecer la sombra es parte de la trampa con que el poeta se mortifica para luego no tener más remedio que buscar otra vez la luz interior con que mirar de nuevo la vida en busca de entendimiento con que hacerla de nuevo digna, y amable. Son los poemas nacidos a la tierra, a un árbol, (ese gran poema que es «El Chopo») a la dignidad de la pobreza, son los poemas donde el pensamiento expresa luz y la soledad del poeta deja de ser cárcel y amargura para expresar la unión con la vida sin diferencias, sin etiquetas, sin exilios, con la vida que se capta más allá de las palabras, con el entendimiento. La lucidez que le permite dejar de ser un dyabolon para fundirse con toda la existencia.

    La alternancia de luz y de sombra en Cernuda afecta a lo que sugiere bajo las palabras realidad y deseo también. La realidad vivenciada con luz es una y con sombra otra. El deseo con luz sugiere impulso para vivir y no ahogo mientras que enfocado bajo la sombra de la esclavitud a un apego, arranca los poemas más dolorosos, aquellos donde sólo se ansía el olvido como una especie de muerte, de suicidio del sentimiento, con el que superar una separación como la primera y más traumática con Serafín Ferro.

    Bajo el aspecto de luz hay vivencia presente y plena de la existencia. Bajo pensamientos de sombra viene la palinodia de la esperanza, la sensación de que las cosas, la vida misma, ha perdido su sabor como en «Lázaro». Mas en la oscuridad de la muerte de Lázaro-Cernuda, en lo más profundo de esa oscuridad prende una luz que deja a la oscuridad con luz. El poeta lo expresó en versos que le nacieron del alma porque decían con renovado sentir su experiencia sobre el poder del amor, aún en medio del nubarrón más negro, la luz que se alcanza por la fuerza de la intención pura. El Lázaro que recibe esa luz es efectivamente un resucitado del mundo de las sombras que él mismo ha creado en su interior, con la fuerza de su mente. Y desde el sabor de la sombra, la luz que alcanza el hombre no puede ni quiere ser expresada con grandilocuencia sino con la intención pura del amor:

 

Una rápida sombra sobrevino.

Entonces, hondos bajo una frente, vi unos ojos

Llenos de compasión, y hallé temblando un alma

Donde mi alma se copiaba inmensa,

Por el amor dueña del mundo.

Vi unos pies que marcaban la linde de la vida,

El borde de una túnica incolora

Plegada, resbalando

Hasta rozar la fosa, como un ala

Cuando a subir tras de la luz incita.

Sentí de nuevo el sueño, la locura

y el error de estar vivo,

Siendo carne doliente día a día.

Pero él me había llamado

y en mí no estaba ya sino seguirle.

Por eso, puesto en pie, anduve silencioso (...)

Todos le rodearon en la mesa.

Encontré el pan amargo, sin sabor las frutas,

El agua sin frescor, los cuerpos sin deseo;

La palabra hermandad sonaba falsa,

y de la imagen del amor quedaban

Sólo recuerdos vagos bajo el viento.

Él conocía que todo estaba muerto

En mí, que yo era un muerto

Andando entre los muertos.

Sentado a su derecha me veía

Como aquel que festejan al retorno.

La mano suya descansaba cerca

Y recliné la frente sobre ella

Con asco de mi cuerpo y de mi alma.

Así pedí en silencio, como se pide

A Dios, porque su nombre,

Más vasto que los templos, los mares, las estrellas,

Cabe en el desconsuelo del hombre que está solo,

Fuerza para llevar la vida nuevamente.

Así rogué, con lágrimas,

Fuerza de soportar mi ignorancia resignado,

Trabajando, no por mi vida ni mi espíritu,

Mas por una verdad en aquellos ojos entrevista

Ahora. La hermosura es paciencia.

Sé que el lirio del campo,

Tras de su humilde oscuridad en tantas noches

Con larga espera bajo tierra,

Del tallo verde erguido a la corola alba

Irrumpe un día en gloria triunfante.

    No encuentro ningún otro poema donde la experiencia de sombra y luz sea más honda en Cernuda. La sombra lo ha invadido todo, el pensamiento se ha rendido a ella con toda su energía y al hacerlo ha vivido la muerte y la sombra plenamente. Mas por ello mismo, por el insufrible dolor que comporta experimentar la sombra absoluta, el poeta ha dirigido toda su intención a la luz y la luz ha respondido y ha sido expresada en forma de arquetipo: el Cristo, el Buda, el ser iluminado, con su túnica y sus ojos llenos de compasión ha encendido una luz en la oscuridad. El poeta ha doblegado su orgullo y ha entendido la luz en una experiencia límite, ha entendido que la luz como el amor vibra sobre todo lo que existe y es recibida allí donde quiere ser recibida.

    El poeta ha elegido experimentar la sombra –un camino que efectivamente siempre es duro y difícil– porque al cerrar los ojos para captar solo la sombra se vivencian las consecuencias de la sombra. Una y otra vez, tantas como el pensamiento dialogue y se identifique con la sombra.

    La oferta de luz y sombra en esta vida puede ser vivenciada por la experiencia o por el entendimiento. Entre los poetas malditos la experiencia de la sombra ha dejado huellas de profundo sufrimiento. Incluso entre los poemas pasionales, donde el amor es expresado como esclavitud hacia otro ser, la sombra, aunque embellecida, produce un dolor insoportable. Así le ocurre a Cernuda cuando tras una ruptura dolorosa trae con el pensamiento los versos pasionales de Shakespeare. La belleza de la expresión no mitiga el dolor, antes lo acrecienta, pues el arte se ha dedicado a embellecer la sombra haciendo así su poder más efectivo. Bajo el impulso de la energía del deseo los sonetos de Shakespeare eran luminosos, hablaban de esa intensa urgencia de poseer otro cuerpo bello y sentirse trastornado por el dulzor de la posesión, pero bajo el peso de la experiencia de la desilusión y el duelo que trae un fracaso amoroso y el apego enajenante que sobrevive durante un tiempo, el recuerdo de esos mismos poemas de Shakespeare se hace insufrible y aparece en cambio en el pensamiento del poeta la evocación de San Juan de la Cruz, la evocación del entendimiento de la sombra.

    Por dolorosa experiencia sabe el poeta que en esos momentos no cabe recrearse en la grandilocuencia ni en el poder del arte para disfrazar lo oscuro de luminoso, sino que solo cabe como en Lázaro un movimiento puro de la intención hacia la luz auténtica.

    Tras un nuevo fracaso amoroso le escribe a una amiga:

    No leo nada, excepto recordar tal o cual verso o fragmento poético que concuerde con mi estado espiritual. Y aun así hay poesía, como ciertos sonetos de Shakespeare, que no quiero recordar porque me duelen casi físicamente: tanto y tan bien presentan para mí mi propia vida. En cambio, San Juan de la Cruz me acompaña y me consuela. Qué error magnífico, en medio de un mundo ocupado en destruirse ensañadamente, querer rescatar la vida individual por medio del amor. Las gentes pueden resistirlo todo: guerras, hambres, miserias; sólo el amor no pueden resistirlo: o huyen de él o quedan vencidos por él, como yo ahora. (Martínez Nadal, págs. 129-130).

    A veces se justifica y se vuelve a arrojar la culpa hacia un orden moral que sólo contempla las uniones conyugales en las que el poeta no cabe tampoco. El callejón sin salida articula el arquetipo del dyabolon, encerrado en sí mismo, un espléndido personaje poético, pero un terrible sufrimiento humano. De modo que tanto para el poeta como para el lector es justa la catarsis, es justa la desidentificación con el dyabolon, es necesario volver a la vida y comunicarse con los demás, administrar el deseo de forma que no prepondere y destruya del todo y hacer posible el entendimiento de la existencia en uno mismo, de uno mismo con uno mismo sin movimientos exaltados que no miren de frente la existencia. En Cernuda entonces sobreviene la mirada a lo eterno, a la naturaleza, playa, jardines, árboles, luz del sur. Es necesario romper la torre en que se ha encerrado el dyabolon y volver a la intuición más profunda, la que encuentra consuelo en San Juan por ejemplo, porque el poeta no resiste el suicidio espiritual tampoco, y eso es lo que asoma en «Birds in the night» cuando la propia amargura se mezcla con una mirada de odio hacia el mundo que le lleva a desear aplastarlo como si fuera una cucaracha. Tocado ese punto de máxima oscuridad, si no aconteciera una catarsis en quien escribe, un verdadero entendimiento, lo consecuente sería el suicidio. Mas Cernuda sabe volverse a tiempo. Si el dolor es insoportable asoma su fondo espiritual, desde la calma, desde el centro del ser, no desde ningún personaje, ni siquiera desde ninguna pretensión poética, sino desde la urgencia absoluta de sanar un dolor al entender por qué se duele y no de qué se duele.

    Es el propio poeta quien se resucita en Lázaro, al buscar de nuevo su pureza innata, la inocencia y la espontaneidad con que ha venido al mundo y que el hombre ha perdido hasta sentirse muerto en vida. Es verdad que la maldad del mundo ha echado a perder esa inocencia pero también la actitud interior ha errado al inmolarse en deseos ilusorios y perder la brújula de la existencia. Ese errar es parte del camino del poeta cuyo arquetipo en este caso no es el del Sabio ni el del Santo sino el del Andariego o El loco que se busca a sí mismo, arriesgando incluso su vida para comprenderse, y deseando al fin un olvido que extinga los dolorosos monólogos de la conciencia. Mas el sufrimiento del dyabolon no es el punto de llegada, a menos que así se desee, sino el fondo en que el espíritu se da cuenta de la trampa que ha creado para sí mismo y retorna a la humildad esencial. La que simboliza ese árbol, que Cernuda contempla después de un desastre amoroso, ese imponente árbol tan ajeno a la locura humana de los deseos. Porque la paz y la codicia son incompatibles. Y es sólo la ambición bajo cualquier forma la que mata la existencia, la que mata la luz. Desasistir lo que se tiene por lo que se desea tener causa dolor. Desear al otro como dueño de uno mismo es forzosamente un movimiento ilusorio que ofrece desilusión, y desilusión es el movimiento continúo expresado en la RD.

    Parece que la realidad es la sombra y el deseo la luz, cuando en verdad realidad debería querer decir existencia, y ésta lo abarca todo. Hay solo que entenderla y ese es el desafío del ser humano y de los poetas. Entenderla nos dicen los iluminados no se hace por el camino del pensamiento que pone plazos al entendimiento. La existencia late en el ahora y no hay disciplina ni carrera ni curso ni fórmula que cumplir para entenderla. Cernuda a veces se acerca y experimenta esa cura de luz que le sana de todos los movimientos de evocación o recreación del pasado o del futuro. Hay versos luminosos que hablan de ese darse cuenta de que el trabajo del hombre ha de hacerse desdialogando con la letra muerta, con los conocimientos muertos llenos de memorias de curiosidades que nada dicen sobre la vida. Creo que Cernuda en sus vaivenes de luz y de sombra capta que la vida está más allá de las palabras y que éstas a menudo sólo sirven para embotar y embrutecer el entendimiento que es pura sensibilidad, pura captación, exenta de la ambición de poseer o dominar. Cualquier tentación de usar el entendimiento para dominar, presumir o deslumbrar acaba con el entendimiento y sólo deja viva la apariencia.

    Una y otra vez nos los dicen los iluminados de todos los tiempos y latitudes pero sólo uno mismo puede entenderlo con uno mismo. Repetirlo simplemente no es entenderlo. Y el camino de la sombra y de la luz ofrecen oportunidad para hacerlo mas no sirven las recetas ni las fórmulas, porque en el mundo interior cada uno está con cada uno y ninguna receta mágica funciona sino es el entendimiento propio. La poesía cuando no busca deslumbrar renueva ese mensaje para los hombres. Por eso la filosofía perenne es perenne y no distingue naciones ni credos ni colores ni diferencias, ni menos aún escuelas o tendencias. La poesía que expresa el entendimiento de la vida es una como la vida.

    El poeta ha hundido sus raíces en el infierno –la separación– y quiere como Lázaro, como el humilde lirio, resurgir un día en gloria. El malditismo de Cernuda no borra nunca, en contexto, su intención de entendimiento. Es sólo que transita como tantos otros amantes, todas las luces y sombras del deseo y de la duda. Y el lector, como Lorca viera en su brindis por la Realidad y el Deseo, lucha con sus versos hasta rendirse a su tremenda humanidad. La propia lucha con los versos de Cernuda señala la necesidad de catarsis que suscitan. Hay siempre ese poso de luz herida.

    Entre los obstáculos que se pone el poeta a sí mismo a veces está la poesía cuando se emplea en alimentar más la sombra. Es entonces ocasión para que la poesía se sienta como un don soberbio que le hace mejor que los demás hombres, mejor sobre todo que los demás poetas. Son sus famosos poemas de resentimiento contra otros poetas, contra otros gigantes imaginarios con los que se pelea haciendo gala de todo su poder para atraer al lector a su lado, usando la palabra como arma arrojadiza que busca destruir a cualquier precio para mostrar la superioridad de su don, ya que este don le ha costado más sufrimiento que a los demás. Ese es el oscuro mensaje de «Desolación de la Quimera». Soy el mejor poeta porque he sido el más iluso, el que más vida ha dado a la ilusión de la poesía. El hombre, el poeta, la poesía, los demás poetas todos son inmolados por la furia del escorpión herido que pretende en su desesperación arrastrar a todos en su caída. La que fuera su Señora, la poesía, se ha mudado en ilusoria Quimera que mata a sus seguidores. Los amigos y mentores en idiotas o mezquinos funcionarios o padres, el poeta se recrea en la sombra olvidándose completamente de la luz otra vez. Y lo hace con tal habilidad que logra asombrar y obtener partícipes de su desesperación. Porque la sombra embellecida por el arte es seductora al acoger todas las quejas y todas las culpas que el mundo parece merecer. Y probablemente, además, Cernuda tenía poderosísimas razones para lamentarse. No es un odio gratuito lo que aparece en esos poemas en que se queja tanto, es su derecho a lamentarse de una vida muy difícil y de unas situaciones sociales muy desventajosas para él, incluso en el mundo académico. No dudo que como ser humano Cernuda tuviera más que derecho a lamentarse de lo desaprovechado que había sido en ciertos círculos, y de las migajas con que le habían obsequiado en otros. Pero no es en conjunto un poeta de lo oscuro sino todo lo contrario, es un poeta que escucha la voz porque siente la luz.

    Ser existencialista es culpar a la existencia. Ser víctima da derecho a ello. En su obcecación el ser humano se complace en esos movimientos y se justifica. Los poetas también caen en ello y arropados ya por su mito su fama o su grandilocuencia, pueden regodearse en lo oscuro y hacerlo aparecer sutil. Mas lo sutil es otra cosa.

    El poeta que desenmascara el mundo de las apariencias sociales cae a veces en sombrías luchas consigo mismo y con los demás. Cuando escribe para el mundo académico se reviste a veces de la misma vanidad que quiere atacar, se olvida de que la poesía exprese la profundidad de la captación para expresar la profundidad de la amargura.

    Momentáneamente eso debía proporcionarle el dulzor de una cierta venganza, el dulzor de una sensación de dominio en un espacio en que se había hecho fuerte.

    Y son versos que comunican esa fuerza desasosegante que atrae la empatía de otros pensamientos doloridos en los lectores y que causan esa honda sensación de desesperanza que Lorca viera, y aún viéndola, se rindiera a ella por su belleza y por la hondura con que la lamentación le sale del alma.

    De igual modo que los sonetos de amor de Shakespeare le producen un dolor casi físico a Cernuda cuando los lee después de una separación dolorosa, los propios poemas amargos del poeta producen en el lector que los sensibiliza un dolor casi físico también. La técnica del distanciamiento tan aludida no sólo no atempera el efecto emocional sino que lo intensifica por el carácter de mito o arquetipo en que se convierten. Producen dolor, adhesión o rechazo según la receptividad del lector, y son difíciles de objetivar por la gran carga emocional en que suelen situarse tanto el poeta como el lector. Así experiencia y reflexión van de la mano en gran parte de la poesía cernudiana, aunque la reflexión, sobre todo en los poemas malditos, como «Desolación de la Quimera» o «Birds in the night» es sólo aparente, pues sólo justifica la amargura del corazón, y de nuevo culpa al mundo por ello.

    La intuición del misterio de la vida vuelve a traer el consuelo y la mirada más profunda y compasiva del poeta. Y eso siempre sucede cuando se toca fondo como en «Lázaro». Entonces el poeta simplemente fluye con el presente y la mente vuelve a serenarse. A veces se desespera tanto que busca en los versos su propio desahogo, y también una verdad más firme que no está en las palabras sino en la mirada sin la tiranía del intelecto. La mirada en la conciencia universal. Creo que esa es una aspiración constante en la poesía de Cernuda a pesar de los momentos de desolación y rabia, a pesar de la larga experiencia con la sombra y el más que humano derecho a la lamentación ante el dolor.

    Han de ser los versos de Shakespere los que suenen en Cernuda en los momentos tanto de máxima exaltación como de máxima desolación de la pasión. Y ya le oímos en tono confidencial recurrir al antídoto de San Juan cuando la pasión está a punto de aniquilarle. Ya al borde de los sesenta años, el viejo solitario vuelve a acordarse de Shakespeare. De nuevo sus pensamientos dialogan con la sombra. Ahora el poeta se vuelve contra los que hacen una poesía de salón, sin que nazca de la pasión extrema que él, como el inglés, ha saboreado y llevado a las últimas consecuencias. Otra vez la sombra de algún modo se vuelve grandilocuente y presume de su propia belleza. Si no acudiera alguna forma de antídoto, el corazón no resistiría más la decadencia. Y los antídotos aparecen en ese mismo poemario, dejando que la luz vuelva a sanar al obstinado dyabolon. Poemas que miran a los niños aunque no sean suyos, a la naturaleza, a la existencia que ya está dada y que no hay que conquistar sino captar.

    Cernuda renovó la poesía desde el sentir, mas ese sentir fue intensamente vivido desde la sombra y desde la luz. Al dialogar con su poesía revivimos su propio vaivén y podemos identificarnos fuertemente con sus pensamientos. Un libro puede cambiar el estado energético de la persona. Lo importante es que reconozcamos cuáles pensamientos son ilusorios porque causan desilusión y cuáles inspiran un entendimiento luminoso de las capacidades del ser humano. Es verdad que no estamos desasistidos sino desaprovechados y es importante darse cuenta de qué pensamientos nos cargan de negatividad y cuáles nos abren la captación más sutil y luminosa de la existencia.

    El poeta no siempre se expresa desde la luz, a menudo escribe para echar fuera la experiencia de sombra, con intenciones diversas. Cuanto más pura es la intención más luminoso es el resultado del decir, cuanto más oscura más demoledor es su impacto sobre quien lo lee con empatía. Es muy habitual el considerar poético el lado oscuro del ser humano. La melancolía se exalta como si fuera una herramienta de la sensibilidad, mas la melancolía tiene que ver con el principio oscuro, mira hacia atrás y se mata el presente, surge el sufrimiento, y el deseo de ser lo que no se es y de tener lo que no se tiene. Entonces el tópico de la esclavitud de amor puede embellecerse por el arte poético.

    Hacia el final de su vida está cansado de nuevas exaltaciones del deseo que producen nuevas desilusiones. Va sintiendo más imperiosa la necesidad de silencio, el motor de su poesía, la lucha de la sombra y de la luz, va integrándose en una experiencia nueva que ya no cabe en la Realidad y el Deseo. Las soberbias embestidas que se permite contra el mundo solo precipitan la urgencia de terminarlas para siempre, cansado del espectáculo de la sombra. Ahora es consciente de hasta qué punto un carácter hace un destino, hasta qué punto ha perdido sentido el afán de hacerse digno que hizo de la poesía un arma con que afirmarse en el mundo académico. Los excesos son comprendidos. Se abandona el mundo académico americano, y se busca la reconciliación con la vida en el riesgo de romper con la costumbre y buscar en México, en otro país solar como España, entre amigos predestinados que habían constituido su familia una forma de vida más sencilla, menos ansiosa del aplauso de los poetas, más liberada de la urgencia de destacar. No había sido Cernuda un Hölderlin que abandonara el gusto del mundo y su apariencia para vivir su locura divina. Ni lo llegó a ser del todo nunca, sin vaivenes. Su ambición poética incluía el triunfo, el medirse con Juan Ramón, con Salinas con Guillén y con cualquiera. Se mide en la poesía y en la crítica y aunque recoja reconocimiento por ello el lado luminoso del poeta se resiente. Creo que Cernuda se da cuenta de sus excesos, que hasta los poemas que otros llaman coloquiales él sabe que están sobrados de grandilocuencia, que ha sacrificado a la apariencia del decir, a ser el mejor diciendo, lo más puro de su luminosidad interna, que no necesita de la palabra, y menos aún de exhibirse. Aborrece el ingenio y cuando mira atrás a los poemas ya publicados todavía siente que les sobra pretensión, amaneramiento. Que son en cierta medida el fruto de su lucha por hacerse digno entre los demás, de ser reconocido. Y en la vida ha aprendido como el poema de «Lázaro» que la verdadera poesía prescinde también del afán de brillar, que no hay poesía pura mientras hay astucia y cálculo para deslumbrar. Todos los movimientos del pensamiento o del arte para presumir son falsos. Sabe que muchos de sus poemas han nacido de esos movimientos y los mira sin amor. Le han traído fama, preocupación por lo que digan de él, pero sobre todo el darse cuenta de que muchos de ellos no son lo que parecen. Que ya no le valen, que los desecharía como se desechan pensamientos desgastados a cambio de un movimiento de entendimiento no ilusorio de su existencia. La realidad no es ya la enemiga del deseo, lo que ocurre no es cruel, es consecuente, mas se ha usado para complacerse en exaltar la sombra una y otra vez. Tantas veces como se ha dado a sí mismo ocasión de sentirla. Mas otra vez no es una desgracia, es otra oportunidad. Si la intención de comprender es pura, la luz vuelve a iluminar los centros superiores y lo sutil vuelve a sanar la luz herida. Así creo que fue su caminar.

    En estados ideales se evoca el país solar, España y Andalucía-Sansueña especialmente. Más tarde México. El exilio se desarrolla en tierras frías, donde la vivencia de la sombra se hace especialmente intensa: «La primavera nórdica, como el amor, es falsa» dirá el poeta cuando además del amor falte el sol en la tierra donde mora.

    El poemario está ordenado y titulado de forma que predomine la impresión de sombra, que culmina con «desolación de la Quimera» cuando hasta la misma poesía, Señora de luz en tantas ocasiones, se haya trasformado en despiadada quimera que se ríe de sus servidores y los destroza. Mas ni siquiera en este último poemario falta la luz. Es quizá en éste donde la luz se insinúa más trascendente y lo hace en poemas aparentemente sencillos como «Hablando con Manona».

    También sus firmes amistades son recordadas en Desolación de la Quimera. En el poema «Amigos: Víctor Cortezo» rememora los tiempos de la guerra y aquella estrecha vigilancia que pesaba sobre ellos también desde el lado republicano. Rememora el buen humor de Cortezo en medio del miedo, recuerdos que Cernuda venera en lo más hondo y que deja aflorar en estos últimos poemas que escribe. La amistad como el más alto valor aparece en este poemario en apariencia tan cargado de enemigos. El poema «1936» pone en este sentido el contrapunto de luz a «A sus paisanos». El altruismo del brigadista americano que había ido a defender la República española, reencontrado por el poeta en un recital que daba en San Francisco en 1961 (vid. Morris, Otero), le devuelve la fe en la nobleza primigenia del ser humano. Amigos y menos amigos son todos evocados con intensidad en Desolación de la Quimera. Tal vez incluso una evocación intensa y sutil al tiempo de la propia familia aparece en el poema canción, «Hablando a Manona» que supone una mezcla de juego con el lenguaje infantil, necesidad de ser niño él mismo. Y en ese delirio infantil que al tiempo lleva consigo la lucidez del casi anciano, vuelven a brotar las añoranzas del exilio y acaso la cara de esa familia perdida que volvía a evocar días antes de su muerte:

Y luego una mañana,

Despertando, hallaremos

Sonrientes las caras

De los que estaban lejos.

Y al fin

No estaremos así:

Tú ahí, yo aquí

    La nostalgia de Cernuda por los seres queridos asoma en ese monólogo con la pequeña nieta de los Altolaguirre. Como el poema dedicado a su hermanito, «Animula, vagula, blandula» nos transmite el estímulo que provoca en él la comunicación con los niños. Concha le ve por la ventana jugando con ellos, pero el solterón no sabe ser demasiado demostrativo con su cariño. Necesita tanta confianza como un felino para acercarse con las barreras bajadas. Y con los niños vuelve a jugar, incluso con el lenguaje.

    La pérdida de seres queridos marca junto con la edad ese tono evocador de Desolación de la Quimera. Habían muerto sus hermanas también de problemas cardiacos, Asúnsolo, Manolo Altolaguirre, y Prados también desaparecen por esos años aunque éste último ya se había mudado en enemigo en el corazón del poeta . Como en la cancioncita a Manona el «aquí» y el «allí» estaba ya separado por la sutil frontera de la muerte. Incluso Salinas que parece tan vivo en «Malentendu» había muerto en 1951 en Boston. Cernuda, como otro mexicano salido del mundo de Rulfo, continuaba hablando con los muertos, cruzando del «aquí» al «allí» como si ya viera el velo sutil que separa la ilusión de la vida de la ilusión de la muerte.

    Cernuda siguió escribiendo desde el planeta de la luz y la sombra hasta el final. Experimentando la sombra en tantas ocasiones no había olvidado nunca la maravilla de la luz contemplada desde la más profunda oscuridad de la tumba de Lázaro. Su carácter hizo que el vaivén entre uno y otro sentimiento se plasmase en aparente lucha entre contrarios, que quiso mantener bajo el título de los antagónicos Realidad y Deseo.

    Creo sin embargo que Cernuda sintió el amor que vibra sobre todo lo que existe y que permite entender sin dividir la maravilla de la vida más allá de todas las frases.

    La lucidez de Cernuda se manifestó contra el mundo de las apariencias. El escenario de la guerra civil le hizo consciente del peligro de cualquier totalitarismo en el nombre de la izquierda o la derecha, el peligro siempre de la prepotencia de unos sobre otros. Es luz lo que arroja sobre la dignidad de la pobreza frente a la explotación de los mercaderes, frente a las mafias, y las retóricas de la apariencia. A veces exclama desalentado qué pude un hombre solo contra la locura del mundo. Pero un hombre solo es la condición necesaria para dilucidar qué es engaño y qué no lo es. Sólo uno mismo puede posicionarse con lo que entiende sin ser arrastrado por los demás en movimientos de locura y de odio. Cernuda se sintió exiliado de la política por experiencia muy pronto y no cayó en la grandilocuencia de los bandos. De nuevo fue sólo la voz interior la que predominó, el desenmascaramiento de la ambición de dominar unos sobre otros, de matar la vida y la inocencia para satisfacer ambiciones egoístas encubiertas bajo el nombre de los más diversos ideales. Cernuda como Lorca en Nueva York estuvo sin dudarlo del lado de la vida inocente. Y fue ese sentir puro lo que sobre todas las cosas le hizo poeta hasta el final. Fue esa captación de la vida sin máscaras lo que mantuvo siempre encendida una luz en su quehacer poético. Su poesía despierta la sensibilidad y la sensibilidad es pura espiritualidad. Si sigue llegando a los hombres es porque la fuerza de los pensamientos puros sí tiene un gran poder contra la locura del mundo. El que dice lo que siente desde la luz de su alma –lucidez puede llamarse- sin interés ni miedo a las consecuencias puede decirse que mantiene luz sobre el mundo. Los seres liberados se han posicionado en su verdad interior en momentos en que la ceguera del mundo ha desencadenado los mayores desastres y peligros para la existencia del ser humano y del planeta. Cernuda, al margen de dolores y defectos personales, es un defensor de la libertad absoluta del ser humano, y un fustigador de todo tipo de actos destinados a esclavizar a unos en beneficio de otros.

    Toda ambición mata la existencia y los seres sensibles de entonces como los de ahora sentían muy hondo el peligro de la ambición humana. Cernuda señaló las diversas clases de prepotencia instaladas en las sociedades y los corazones. No perdonó tampoco la prepotencia y el lenguaje de las apariencias en el mundo académico, de ahí sus ataques también a la indigencia mental de la clase profesoril, a los que se instalan plácidamente en movimientos de difamación y adulación a cambio de prebendas y reconocimientos, embruteciéndose y embruteciendo a los demás bajo la apariencia de educación. El que tuvo que sobrevivir del trabajo en el mundo académico denunció la farsa que se esconde bajo los aparentes estudios de humanidades. Y su denuncia, que no nace del rencor sino de la visión clara, sigue siendo válida hoy en día. Quizás hoy más aún pues el mercado ha degradado la investigación sobre la existencia en las instituciones a límites que cualquier observador profundo puede detectar. Se persigue más que nunca la apariencia, se desaprovecha a los que tienen lucidez y se encumbra a los astutos y a los políticos. En un mundo donde existe la civilización más informada que existió nunca en este planeta, el entendimiento de la existencia está siendo impedido por el constante ejercicio de calcular la existencia para sacar más rendimiento. Pero el cálculo se entiende con el interés y se desentiende del amor. No hay que calcular la existencia ni alcanzarla porque ya está dada y alcanzada, hay que entenderla. Las humanidades presas de la fiebre del mercado y de las apariencias también han fijado plazos al entendimiento de la existencia. Plazo en años, en títulos, en vacuas retóricas sobre vacuas excelencias, en fin, cómo conseguir más apariencia. El resultado es la ceguera a pesar de Internet, el embrutecimiento y el poder cada vez más descontrolado del uso del dinero y de la prioridad de conseguirlo a cualquier precio. Siempre serán necesarios los seres que desnuden el mundo de las apariencias ante quienes son arrastrados por su fuerza. La poesía de Cernuda tiene en su conjunto ese ánimo y es por ello que ayuda a profundizar en el sentido de la existencia.

    Apariencias externas e internas a las que el poeta se enfrenta con intención pura una y otra vez y por ello los poemas van siendo su alimento en momentos de soledad y de desgracia.

    Las elegías por la guerra española, escritas cuando casi nadie piensa en escribir poesía desde la voz interior, en un París donde no le queda ni dinero ni idea de lo que será de su vida, poesías que huyen de la grandilocuencia y de los bandos para conectar con la esencia divina escondida en la naturaleza del ser humano, con lo luminoso en medio de una oscuridad tan atroz, dicen de su necesidad de una verdad con que vivir más necesaria aún que el alimento y el trabajo.

    Luis Cernuda volvió a la voz interior como refugio y desde ella siguió brotando su poesía. Cuando perdió la luz por los propios movimientos de sombra interiores, siempre volvió a recuperarla pues la conocía y sabía que no podía poner en duda aquello que entendía, pues hacerlo era dar la existencia a los perros de la destrucción que luchaban por destruir la humanidad. Eso que entendía era su luz esencial, la que le mantuvo vivo, y la que prende en quienes lo leemos y dialogamos con él, captando su luz, luz herida o luz plena, pero nunca solo sombra, solo palinodia de la esperanza. La luz estaba dentro. Es donde hay que permitirla porque es donde permanece indestructible.

    Si en algún momento vencido de la desesperación puso en duda lo que entendía fue solo para entrar como Lázaro en la oscuridad total y desde allí tener la visión incorruptible que deseaba su alma sobre toda otra forma de deseo ilusorio: entender la vida como le había sido regalada, enamorada de la luz siempre. Oscurecida sólo por los movimientos opcionales de ceguera que la ignorancia se permite con su desproporcionado orgullo.

Las intenciones puras, recordémoslo en el mundo de las dobles intenciones, traen siempre una luz por oscuro que sea el nubarrón en que nos sintamos. Y no es una luz hecha de palabras, porque hay amor más para sentir que para decir.