Partiendo de la hipótesis de que, a partir del último tercio del siglo XIX, el desarraigo se ha convertido en condición necesaria para la formulación artística, este texto aborda el empeño de muchos artistas por inventar nuevas cartografías del mundo, la tensión entre los esfuerzos por disolver las fronteras y la pugna por reafirmar las identidades, entre la creación de un arte global y el sentimiento de pérdida que ello produce.
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