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Susana Brignoni. Psicóloga. Psicoanalista. Coordinadora del SAR
Jaime Claro.
Psiquiatra
Graciela Esebbag.
Psicóloga. Psicoanalista
Judith Martín.
Psicóloga. Psicoanalista

(Extracto del artículo. El texto completo se encuentra en la edición impresa)

 

 

Que la adolescencia es un periodo complejo para el sujeto es una creencia ampliamente compartida. Es un momento de cambios fundamentales donde lo que está en juego es la elección de una posición subjetiva, que implica un modo de gozar y también un modo de desear. Las maneras y los medios que los adolescentes utilizan para poder cernir esta posición son múltiples y variados. Una de las características que marca este tiempo es el de la búsqueda a veces silenciosa y otras no tanto de nuevos puntos de anclaje que permitan anudar de un modo novedoso aquello de lo real, simbólico e imaginario que ya no responde a los paradigmas de la infancia ni a las normas familiares. Es por eso que podemos pensar este momento como de un cierto desamparo subjetivo en el cual no está claro a qué Otro puede dirigirse el adolescente en cuestión.

En este artículo queremos presentar el trabajo con adolescentes marcados por situaciones de precariedad y exclusión social. Nos interesa investigar cómo incide esta precariedad social en el trabajo subjetivo que todo adolescente ha de realizar para decidir su posición. Estos adolescentes son sujetos vinculados al sistema de protección a la infancia y la adolescencia en riesgo[2]. Iniciamos un estudio alrededor de los que están en el límite que el Otro social impone para la salida del sistema de protección. Nuestro interés es ver cómo se sitúan frente a un Otro que a los 18 años les preanuncia la salida. Hay una superposición: por un lado sujetos en un campo social precario y por otro lo que el psicoanálisis puede considerar como precario a partir del funcionamiento del sujeto y de la formalización o no de su síntoma.

Trataremos de dilucidar si la precariedad simbólica coincide con la precariedad social.

Lo que nos planteamos es que cada sujeto tiene su tiempo para concluir, diferente al tiempo social de la mayoría de edad y no tener en cuenta este decalage entre el tiempo del sujeto y el tiempo social los aboca a una repetición sin freno: se trata de la reproducción de lo que en su momento fue una ruptura. Entrar al sistema de protección es un corte, una quiebre casi instantáneo con todo lo que se tenía (familia, escuela, maltratadores y abusadores). Es decir que es un corte que implica una pérdida que va más allá de las relaciones, es una pérdida a nivel del ser, de lo que conforma las identificaciones y de lo que determina sus modos de goce. El sujeto tiene al menos dos opciones después de ese corte: repetir la escena que lo ha llevado allí, es decir convocar con su posición esa escena en otro escenario o hacer un trabajo subjetivo que le permita salir de la misma. Es en relación a esto último que hacemos nuestra oferta: por un lado el trabajo analítico con los niños y adolescentes y por otro lado un espacio periódico de conversación con los educadores.

Distintas preguntas ordenan nuestro recorrido ¿qué provocó que el sujeto entrara en el circuito de protección? ¿Cómo ha sido su recorrido: tiempo de repetición, tiempo de elaboración? ¿Cómo el análisis le ayuda a sintomatizar la marca que traía y hace posible una salida que lo separe de su destino?

Una primera constatación es que no se puede anticipar el final pero todos los chicos tutelados saben que los 18 años están presentes como un límite desde que entran. El modo en que cada uno incluye eso en su vida no es evidente, pero es recurrente que a partir de los 16 años se producen distintas crisis, manifestaciones que podemos relacionar con lo se presenta como “un agujero negro”. Los 18 años en los adolescentes tutelados no representan necesariamente un momento de liberación sino más bien un momento de desorganización, en el que el significante desamparo vuelve a ponerse en movimiento.

Hemos trabajado sobre algunas declinaciones del desamparo: siempre aparece como un retorno de lo que estaba en la entrada.

 

 

La clínica nos aporta perspectivas para pensar la relación entre separación y precariedad. Nos enseña que eso que pensamos de entrada como estructural en realidad es contingente. Operamos sobre las contingencias de los encuentros producidos tanto al nivel del sujeto que atendemos como al nivel de la conversación que mantenemos con sus referentes en el sistema de protección. He aquí el pragmatismo tal como lo plantea Miller. Para estos sujetos se trata de poder “arreglárselas con”:

  1. La precariedad simbólica en la familia entendida como la ausencia de regulación del goce que apunta directamente sobre los hijos. El sistema de protección actúa sobre esa desregulación.
  2. La precariedad en la clínica que se presenta en sus pasajes al acto. Estos revelan la dificultad de los sujetos para sintomatizar y una relación precaria con el inconsciente.
  3. La precariedad del sujeto frente a la pulsión: el sujeto pone freno al goce familiar pero no puede frenar la pulsión que lo lleva, por la vía del síntoma, a repetir algunas escenas de goce.
  4. La precariedad simbólica en la psicosis implica la dificultad que el sujeto tiene de velar a ese Otro del que desconfía: se sirve del dispositivo analítico para construir este velo.

La clínica nos ha permitido verificar, en un working progress, que la estructura del servicio que mantiene abiertos y anudados dos campos de intervención –clínico y de conversación con los educadores- posibilita la emergencia de la realidad psíquica diferenciada de la realidad social. Reintroducimos en lo social lo que el psicoanálisis enseña cuando por un lado mantenemos abierto un lugar donde los sujetos puedan construir nuevos modos de funcionamiento y por el otro, demostramos con la lógica del caso en la conversación, la existencia de un más allá de lo educable, la ineludible presencia del inconsciente. En la medida que abrimos espacios para dar lugar a la sintomatización damos lugar también a los modos particulares de goce de los sujetos que atendemos bajo la premisa de que ello hará posible nuevas conexiones que los separen del desamparo estructural del que partían.

Notas

[1] Este artículo refleja el trabajo que realiza un equipo de psicoanalistas en la Fundación Nou Barris para la Salud Mental. Esta fundación tiene concertados sus servicios con el Servei Catalá de la Salut. El servicio en el que se realiza esta investigación es el Servicio de Atención a Residencias (SAR) que atiende niños y adolescentes en situación de desamparo.

[2] El sistema de protección a la infancia y adolescencia en riesgo tutela a aquellos niños y adolescentes de 0 a 18 años que son considerados como desamparados debido a que viven situaciones de malos tratos.

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