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IMITACIÓN/VERSIÓN/HIBRIDACIÓN:
HISTÓRICO-CULTURALES
Francisco
Javier Vargas Gómez
(Universidad de Alicante)
Lo cierto es que cada escritor “crea” sus
propios precursores. Su obra
modifica nuestra noción del pasado, a la vez que
modificará el futuro.
Ya desde ahora cabe plantear que este
trabajo se presenta como un estudio de carácter preliminar sobre el fenómeno
de la traducción, en cuanto a su función, en contextos históricos diferentes.
Con mayor exactitud, lo que se pretende es abordar las características funcionales
de la traducción en el marco de la cultura latina clásica del siglo I a.C.
en comparación con las características funcionales de la traducción literaria
en contextos histórico-literarios contemporáneos, como lo son
La inquietud que da origen a los
planteamientos que aquí se van a desarrollar surge de la posibilidad de que las
características funcionales de la traducción, tal y como se concibió en el
mundo latino de Cicerón y Quintiliano, se hubiesen “reproducido” en mayor o
menor medida en contextos mucho más recientes. Por tal motivo, será
imprescindible hurgar en las especificidades contextuales en las que tales
características, en apariencia similares, se han generado.
Abordar tales cuestiones supondrá
emprender también, aunque solamente de forma hipotética por el momento, el
estudio de cómo se establecen las interrelaciones entre los contextos
culturales y la traducción (como práctica) en cuanto a su función. En otras
palabras, este trabajo intenta arrojar luz (por más tenue que sea) sobre la
cuestión de cómo contextos histórico-literarios concretos se relacionan de
formas específicas con la función que la traducción cumple en momentos y
lugares determinados.
Presupuestos,
objetivos y otros planteamientos
Además
de las diferentes funciones que la traducción ha tenido (el cómo), y debido al
carácter comparativo de este trabajo, será indispensable establecer los
contextos (el cuándo y el dónde) histórico-literarios en que se presentan tales
funciones. Todo esto con el fin de facilitar una aproximación lo más amplia
posible a las razones (el por qué) por las cuales se pudieron haber generado
las, a este punto todavía aparentes, similitudes entre unas y otras
concepciones y prácticas de la traducción en diferentes episodios de la
historia.
Así,
partiendo de la noción de que la función de las traducciones y de la traducción
(como práctica) en un determinado contexto cultural está determinada
precisamente por las especificidades y necesidades del contexto en que se da
(Toury, 1995, p.4-26), se puede llegar a postular que, bajo circunstancias
contextuales similares, en este caso representadas por los contextos latino clásico,
modernista latinoamericano y poscolonial, la traducción (como práctica)
adoptará características también similares en cuanto a su función[ii].
En
consecuencia con lo anteriormente planteado, el objetivo principal de este
trabajo será el de describir las características de la traducción dentro del
los marcos de la cultura latina, del modernismo latinoamericano y del proyecto
poscolonial, con el propósito fundamental de dar cuenta, primero, de posibles
puntos de convergencia entre las concepciones latina clásica, modernista latinoamericana
y poscolonial de la traducción principalmente en cuanto a su función y,
segundo, de las causas contextuales que pudieron propiciar tales similitudes en
tres momentos históricos diferentes[iii].
El hecho de que se hayan elegido el movimiento
modernista latinoamericano y el proyecto poscolonial como los contextos
culturales a comparar con la antigüedad clásica latina en lo que respecta a la
traducción desde luego que no es un hecho fortuito. Tal selección obedece a dos
criterios: 1) el interés específico detrás de este trabajo por contrastar las
especificidades de la traducción tal y como se concebía en el contexto de
Cabe
mencionar que dichas situaciones y especificidades ya antes han sido estudiadas
y delineadas por teóricos e investigadores de la traducción. Tal es el caso de
Francisco Chico Rico (2001, 2002), quien ha descrito la función de la
traducción dentro del marco de
Por último, y antes de dar paso al
desarrollo del trabajo, cabe mencionar que el mismo está dividido en cuatro
secciones principales. Un primer apartado en donde se exponen las
características del contexto histórico-literario latino clásico en cuestión y
de la función de la traducción dentro de aquel contexto, tanto en el nivel
intralingüístico como interlingüístico. Posteriormente, en el segundo apartado,
se tratan las especificidades histórico-literarias y de la traducción en el
contexto del Modernismo latinoamericano. El proyecto poscolonialista, sus
objetivos y el lugar que la traducción ocupa en el interior de algunos de sus
colectivos constituyen el tercer apartado. Finalmente se presenta un cuarto
apartado en el que en primer lugar se recapitula en cuanto a la función de la
traducción en los tres contextos estudiados; luego se sintetizan y generalizan
los rasgos comunes a tales funciones; posteriormente se fusionan (en un intento
de abstracción) las generalizaciones para dar forma a un concepto de traducción
ajustable a los tres contextos; y se concluye con una interpretación de las
causas contextuales, desde un punto de vista histórico-cultural, que produjeron
las similitudes en cuanto a la función de la traducción en
Antes
de abordar la cuestión de la traducción dentro del contexto latino clásico,
será necesario esbozar brevemente lo que en el plano cultural sucedía por aquel
entonces. Así se podrán comprender las singularidades que adopta la actividad
traductora en aquel lugar y momento.
Para
mayores referencias, habrá que ubicar la práctica traductora latina que se
estudia en este trabajo alrededor del siglo I a.C. Actualmente se suele
denominar a dicho período como el Siglo de Augusto, ya que durante aquellos
años se gestó y se alcanzó lo que posiblemente fuese la cúspide de la cultura
romana en muchos aspectos.
En
aquellos momentos Roma se encontraba en una transición que culminaría con la
fundación de un sistema imperial que vería en Augusto a su primer emperador.
Sin embargo, lo que interesa de momento es lo que sucedió justo antes. Lo
cierto es que los romanos se encontraban sumidos en una guerra interna que los
había llevado al borde de la división de “sus dos mitades heterogéneas:
Occidente y Oriente” (Grimal, 1955, p. 14).
Al
finalizar tal pugna, en tales circunstancias de división, surgiría de manos de
Augusto un proyecto político romano que trascendería a la esfera cultural e
histórica en busca de la unidad e identidad del ahora imperio. Así, como apunta
Pierre Grimal, “la revolución
política de Augusto no fue simplemente la conquista brutal del poder por una
facción de ambiciosos, sino la vuelta al orden y una especie de redescubrimiento de ciertos valores
espirituales esenciales del alma romana”
(1955, p. 76; cursivas añadidas).
En
este contexto de “renacimiento de [una] religión nacional” (Grimal, 1955, p. 114),
las manifestaciones culturales, y principalmente la literatura, serán
herramientas indispensables para configurar, no el proyecto personal de un
emperador, sino ese espíritu de nación tan necesario en un imperio dividido.
Tal
y como expresa Grimal,
[…] la obra política de Augusto, por genial que fuese,
no sabría por sí misma escapar a la ley común; estaría llamada a perecer si no
enlazara su fortuna a las únicas creaciones humanas capaces de atravesar los
siglos. Por eso, después de todo, resulta bastante indiferente que los poetas
se nieguen a cantar al mismísimo Augusto en sus versos, si en ellos encontramos
[…] el espíritu de la «revolución» augustal que […] recibe su inspiración del
sentimiento casi religioso de la grandeza y de la misión de Roma (1955, p. 82-83).
No
es sorprendente entonces que Augusto, por intercesión de Mecenas, se rodease, o
más bien rodease su proyecto político de la élite cultural y literaria romana,
élite que a su vez acoge el mismo ideal nacional. De hecho, advierte Grimal,
Mecenas tuvo no sólo la habilidad de atraer hacia sí a
los escritores más brillantes de su siglo, sino que también supo dirigir sus
genios poniéndolos al servicio de esa revolución espiritual, indispensable para que triunfara
plenamente la revolución política en la que trabajaba Octavio (Grimal, 1955, p.
74; cursivas añadidas).
Pero
esta revolución cultural también requería una r-evolución de las letras
romanas. En este sentido, el mundo latino clásico todavía se encontraba ligado
a la tradición griega. De manera que, si la literatura iba a impulsar un
proyecto cultural instaurador del espíritu nacional romano, tal literatura
debía también expresarse por medio de formas netamente romanas, y así buscar
independencia de las griegas. Es justamente en ese proceso de búsqueda de
formas de expresión que ayuden a modelar el sentimiento renovado del ser romano
donde la traducción, dentro del contexto latino clásico, tiene un papel
decisivo.
No
obstante, y como preámbulo al inicio de la exposición sobre la función de la
traducción en el contexto latino clásico, será necesario aclarar que, tal y
como apunta Francisco Chico Rico, “[l]a retórica clásica y tradicional nunca
teorizó explícitamente sobre el acto de traducir” (Chico Rico, 2002, p. 26; 2008,
p. 71; vid. también Copeland, 1995, p. 10-11). Así, las observaciones que se
hagan en este apartado en cuanto a la concepción y a la función de la
traducción en el mundo latino clásico (y que se presentarán en los siguientes
subapartados) deben visualizarse como extraídas de una teoría y práctica
retórica que buscaba, por ese medio entre otros, la definición de unos rasgos
expresivos propios que le permitieran hacer frente a la hegemonía de las formas
griegas. Como bien es conocido, aunque colonizadora en muchos sentidos, la
cultura latina se concebía como colonizada, culturalmente hablando, por los
griegos.
Según
comenta Chico Rico, “la teoría retórica latina –y, por extensión,
En
este sentido, en el mundo latino clásico se veía la traducción como una
actividad por medio de la cual se buscaba un estilo literario y cultural
propio, aun y cuando se partiera de un texto escrito en una lengua extranjera,
que en aquel contexto era el griego. En tales circunstancias, el texto griego
era un punto de partida (el mejor elaborado y más bello, en opinión de los
romanos) desde el cual abordar la creación de lo propio. Así, “[e]n definitiva,
para la teoría retórica latina, al traducir textos griegos al latín se
ejercita[ba] y se afina[ba] el sentido lingüístico del idioma, ya que la
extraordinaria riqueza temático-conceptual y expresivo-elocutiva del griego
constitu[ía] un estímulo para la expresión latina” (Chico Rico, 2002, p. 28; vid.
también Lausberg, 1960, § 1092).
Por
otro lado, hay que destacar que tal imitación/traducción se veía condicionada,
o más bien guiada, por un aparato retórico que dictaba las reglas de construcción
de textos. Así lo afirma Chico Rico al señalar que la traducción fue un
ejercicio “sometido […] a un conjunto de instrucciones o reglas similares a las
que permiten la construcción del discurso desde el punto de vista general de la
producción textual pero diferenciables de éstas desde la perspectiva particular
de las peculiaridades específicas del acto de traducir”[iv] (2002, p. 31). Esto se
debe precisamente al hecho de que lo que se buscaba era ejercitar al orador en
la construcción del discurso propio.
Así
pues, en el marco del universo latino clásico, “la traducción siempre estuvo
ligada a la teoría y la práctica de la imitación literaria, esto es, a la
imitación de modelos literarios” (Chico Rico, 2002, p. 34). Ahora bien, dicha
práctica imitativa/traductora adoptó dos variantes según se diera en un
contexto intralingüístico o en uno extralingüístico (Chico Rico, 2002, p. 34).
Haciendo
referencia a los planteamientos de Rita Copeland (1995), Chico Rico manifiesta
que dentro del contexto intralingüístico, la imitación/traducción “se concibe
en términos de «desarrollo orgánico» de una generación a otra y de «renovación»
del genus dicendi de una época en las
siguientes” (2002, p. 34).
Por
ende, en este contexto intralingüístico, como la misma palabra lo indica, los
latinos concebían la traducción dentro de la misma lengua como una
modernización o renovación de la obra literaria. En todo caso, se atestigua en
dicho proceso una trasformación de la obra que se renueva/traduce, y por lo
tanto una sustitución, hasta cierto punto, de la misma. Así lo expone Chico
Rico al referirse nuevamente al trabajo de Copeland de la siguiente manera:
Desde esta perspectiva, la imitación se mueve
hermenéuticamente de la exégesis a la apropiación y a la reformulación modernizadora de los modelos literarios antiguos en
el marco de la misma lengua y de la misma cultura, asegurando así los
fundamentos del consenso interpretativo (2002, p. 34; cursivas añadidas).
A
pesar de que, como deja en claro Chico Rico, “[l]as imitaciones[/traducciones]
están unidas a sus modelos por relaciones metonímicas de contigüidad –y de
continuidad y parentesco” (2002, p. 34)–, en definitiva, dentro del contexto
intralingüístico, lo que se percibe como función de la traducción es en sí una
actualización del texto (ya antes traducido), y en consecuencia de las formas
expresivas en el interior de la lengua, de acuerdo con las nuevas exigencias de
un contexto comunicativo y cultural diferente. En todo caso, este proceso
traductor intralingüístico implica siempre una transformación de la forma de
los textos literarios dentro de la misma lengua (Chico Rico, 2002, p. 28-29),
pero sobre todo una renovación de las letras romanas, lo cual supondría también
una renovación de la lengua y de la propia cultura latina. En este sentido, al
renovar una tradición literaria hasta cierto punto atada a los modelos griegos,
la traducción intralingüística, al igual que la interlingüística (tal y como se
apreciará en el siguiente subapartado), tendería a buscar la independencia de
lo propio latino frente a su tradicional referente y modelo: lo griego.
Una
nota final al respecto la ofrece el mismo Quintiliano, quien parece optar por
tal renovación de la literatura latina y, con ella, por extensión, de su
cultura: al expresar su “esperanza de poder hallar algo mejor de lo que se ha
dicho” (Quintiliano, X,V,5) parece expresar el deseo de otorgarle a su propia
lengua un espíritu renovador a través de la traducción intralingüística.
Por
otra parte, situándola dentro del contexto interlingüístico, la
imitación/traducción dentro del universo latino clásico parece visualizarse más
directamente como un enfrentamiento tanto con la cultura literaria dentro de la
cual se genera el texto de lengua de partida (la cultura griega, en el caso de
los latinos) como con el modelo literario en sí (Chico Rico, 2002, p. 34). Al respecto, Copeland indica
que “interlingual imitation can hardly be theorized without reference to
conquest as a component of contestation, or aggressive supremacy as a factor in
the challenge to Greek hegemony” (1995, p. 28). Por
ende, la imitación/traducción en este caso no parece guardar ninguna relación
de
continuidad lineal o parentesco, ya que el acto de
traducir es [un acto] de sustitución
y, en última instancia, de desplazamiento del modelo literario del que se
parte. Desde esta perspectiva, la traducción se mueve hermenéuticamente de la
exégesis a la apropiación y a la reformulación
sustituidora de los modelos literarios antiguos [y ajenos] en el marco de
lenguas y culturas diferentes (Chico Rico, 2002, p. 34; vid. también Copeland,
1995, p. 28-30, 35-36; cursivas añadidas).
En
este contexto, parece ser que la forma en que la imitación/traducción se
aproxima a los modelos literarios y culturales ajenos (por medio de relaciones
“de sustitución y, en última instancia, de desplazamiento”) prácticamente
aseguraba que el modelo literario desde el cual se partía fuera remplazado por
las traducciones (Chico Rico, 2002, p. 35; cf. Copeland, 1995, p. 28-30, 35-36).
De tal forma, la traducción dentro del contexto interlingüístico se concebía
como sustitución, desplazamiento y reinvención.
De
los anteriores planteamientos se desprende entonces el objetivo de la
imitación/traducción en el marco de la teoría retórica y de la cultura latina.
Dicho objetivo lo esboza Chico Rico (partiendo de lo propuesto por Copeland) con
total claridad y contundencia de la siguiente manera:
[…]
el objetivo de la traducción es la diferencia con respecto al modelo literario
del que se parte y el acto de traducir es comparable al acto de inventar
argumentos a partir de los argumentos dados en el texto que se recibe o
interpreta, gracias a la fuerza heurística de la inventio[v] retórica. Dicho de
otro modo, el objetivo de la traducción es el reinventar el modelo literario
del que se parte, centrando la atención en la producción o construcción de un
discurso de lengua terminal adecuado a las circunstancias históricas
particulares de la recepción o interpretación del discurso de lengua original y
dotado de sus poderes afectivos propios (Chico Rico, 2002, p. 35; vid. también
Copeland, 1995, 30, 35-36).
Al
respecto de la cita anterior, es necesario aclarar que el término “diferencia”
debe visualizarse en términos ciceronianos,
es decir, debe asumirse en términos de “desplazamiento” y “sustitución” (Chico
Rico, 2002, p. 36). La importancia de esta aclaración recae en el alcance y en
el carácter multidimensional en el ámbito textual de la operación
imitadora/traductora, así como en el grado de agresividad que alcanza. También
hay que aclarar que las apreciaciones de Copeland se han tomado aquí como
válidas para englobar el objetivo general de la imitación/traducción de la
práctica traductora latina esbozada en los dos subapartados anteriores, esto
es, tanto en el contexto interlingüístico como en el intralingüístico. Este
hecho se justifica porque, tal y como se sugirió anteriormente, el proceso de
renovación o modernización del texto traducido incluso dentro de la misma
lengua (traducción en el contexto intralingüístico) supondría la transformación
y, por consiguiente, la sustitución de modelos literarios y de formas de
expresión, dadas las exigencias del contexto histórico-cultural en el que toman
lugar tales operaciones.
En
síntesis, y para ratificar lo ya expuesto en este y en los dos subapartados
anteriores, cabe sólo decir que la imitación/traducción, tal y como la concibió
la teoría retórica latina “constituye un ejercicio inigualable para la exercitatio […] inventiva y heurística” (Chico Rico, 2008, p. 78; cursivas
añadidas), que “se mueve de la agresión hermenéutica a un proceso de absorción
[…] y, finalmente, a la apropiación heurística o a la reinvención de la
influencia informante” (Chico Rico, 2002, p. 37), movimiento que “reinvents […]
generates new models [and] displaces its […] sources” (Copeland, 1995, p. 34).
Es entonces la función de la traducción dentro del contexto latino clásico y
desde los dos contextos lingüísticos en que toma lugar, la de sustituir y
re-inventar modelos literarios en busca de autonomía cultural. Dentro del
contexto comunicativo y del marco histórico-cultural en que esta actividad toma
tales características, la traducción no tiene más función que la de servir de
plataforma para la reinvención de las formas expresivo-elocutivas romanas, lo
cual a su vez se enmarca dentro de un proyecto que desplaza lo griego como
referente cultural frente a lo romano y que simultáneamente busca la unidad de
un pueblo y la redefinición de la identidad latina.
Finalmente,
no se puede dejar de mencionar en este apartado, como un claro ejemplo de lo
recién expuesto, la traducción que Livio Andrónico realizara de
Aun
y cuando pueda haber diferentes opiniones, el título de “Modernismo
latinoamericano” suele aplicarse al período de finales del siglo XIX y
principios del XX que va desde 1882 hasta 1920, aproximadamente (cf. Barrantes,
1997, p. 54-55). En todo caso, debe entenderse que el Modernismo no representó
solamente un estilo o vertiente literaria; más bien, el Modernismo fue un
movimiento epocal que representa un
intento de renovación de la cultura latinoamericana, y por ende adquiere las
dimensiones de un proyecto cultural, que es a la vez continental y nacional. Al
respecto, Enrique Díez Canedo explica:
Quizás la palabra escuela no sea la más apropiada para
calificar a las tendencias literarias que bajo aquella denominación
[modernistas] se agruparon. El Modernismo es más que una escuela: es una época, y su influjo sale del
campo literario para ejercerse en todos los aspectos de la vida (1943, p. 145-151).
Visión con la cual concuerda
Federico de Onís, quien señala que
[e]l Modernismo es la forma hispánica de la crisis
universal de las letras y del espíritu que se inicia hacia 1885, la disolución
del siglo XIX, y que se había de manifestar en el arte, la ciencia, la
religión, la política y gradualmente en los demás aspectos de la vida entera,
con todos los caracteres, por tanto, de un hondo cambio histórico cuyo proceso
continúa hoy (1934, p. XV).
Esta
concepción del Modernismo como movimiento que abarca todo un contexto cultural
e histórico surgido del agotamiento de paradigmas y de ansias de renovación
será fundamental para poder visualizar la función que tanto la literatura como
la traducción tuvieron dentro de tal proyecto, no como actividades aisladas,
sino como instrumentos a su servicio. Por ahora, será necesario acotar los
objetivos que guiaban a los modernistas latinoamericanos de la época, ya que
estos a su vez condicionarán la función y las formas que adopte la producción
textual modernista latinoamericana.
Así
pues, en palabras de Luis Sáinz de Medrano, el Modernismo era “un modo […] de
encontrar la propia identidad o, lo que es lo mismo, la propia originalidad”
(1989, p. 22). Y eso es justamente lo que los modernistas buscaban: una
renovación de la cultura, de la literatura, del lenguaje, y durante el proceso,
una re-definición de la propia identidad, frente a la que visualizaban como una
desgastada tradición europea, a la cual les parecía habían estado anclados para
entonces por demasiado tiempo. Para el Modernismo pues, lo importante es,
primero, la ruptura con el pasado y con la cultura hegemónica y, segundo, la
reconstrucción y renovación de lo propio (Vid. Polo García, 1987, p. 19).
En
este contexto, la literatura se yergue como un instrumento más que adecuado
para abordar el proyecto modernista latinoamericano, que además estaba en manos
principalmente de poetas, literatos e intelectuales, proyecto que
verdaderamente se centra en la definición de una identidad nacional por medio
de literaturas también nacionales. Ciertamente, los modernistas se lanzaron a
la búsqueda de un discurso literario nuevo a través de una práctica poética que
se proponía como opuesta a las prácticas hasta entonces tradicionales, y por medio
de la cual eran capaces de producir lo original (lo propio) (cf. Barrantes,
1997, p. 51).
En
esta búsqueda de la identidad literaria hay que destacar tanto las fuentes de
donde parten como el método que utilizan. Con respecto al primer aspecto (las fuentes),
cabe decir que los modernistas vuelven sus ojos a Francia como fuente de
inspiración. Pero, con respecto al segundo aspecto (el método), no lo hacen
para copiar, sino para conocer, asimilar modelos e “inventar” sus propias
manifestaciones. Por tanto, tales modelos son su punto de partida para la
re-creación de lo propio. De Onís retrata este movimiento modernista latinoamericano
hacia lo propio a partir de lo ajeno afirmando que ciertamente hubo una
gran influencia extranjera, de la que Francia fue para
muchos impulso y vehículo, pero cuyo resultado fue tanto para América como para
España el descubrimiento de la propia originalidad, de tal modo que el
extranjerismo característico de esta época se convirtió en conciencia profunda
de la casta y la tradición propias (1934, p. XV).
Volviendo a la estrategia que
utilizaron para dar forma a esos modelos literarios propios, Sonia Mattalía
aclarará:
El logro más concluyente de los modernistas, de su
producción en la evolución del sistema literario hispanoamericano, es su
preocupación, auténticamente moderna, sobre el «efecto» de lo literario, en el
sentido de que los modernistas son los primeros en preguntarse por el método de inventar. Y su respuesta está
en consonancia con la excentricidad de los países desde los cuales producen: el método de inventar en la modernidad de
las culturas periféricas es yuxtaponer, desjerarquizar y sintetizar (1990,
p. 64; cursivas añadidas).
Y más precisamente, tal invención,
en consecuencia con su propósito re-creador de identidad, toma la forma de
innovaciones en el ritmo poético y en el sistema silábico y prosódico del verso
hispano, de creación y una mayor libertad de formas métricas, de utilización de
medios estilísticos exigentes, de búsqueda de palabras rebuscadas o de
introducción de neologismos, así como de galicismos y anglicismos, y de
innovaciones estructurales, entre otros (Aparicio, 1991, p. 30). Así, “la poética (en el sentido de poiesis) modernista latinoamericana apareció
como reacción a la pobreza de la expresión estética, el lenguaje chato,
fosilizado y vacío de ideas” (Barrantes, 1997, p. 32), y por ello los
modernistas latinoamericanos “se proponían [no] solamente hacer poemas sino
afirmar, a través de sus poemas, su capacidad para producir lo «nuevo», término
que se podía traducir como lo «original»” (Barrantes, 1997, p. 51).
Es
así que el resultado de toda esta experimentación será una especie de comunión temática
e incluso de contenidos entre lo extranjero y lo local, una universalización y
actualización de la cultura latinoamericana (Barrantes, 1997, p. 30) que se
manifiesta en la búsqueda del ritmo universal (Barrantes, 1997, p. 15; cf.
Aparicio, 1993, p. 30), pero que sin duda tomará la forma de una literatura en
la que se da una reelaboración de lo extranjero y de lo universal “en términos
y circunstancias nacionales” (Campos 1981, p. XXXIX).
En
síntesis, la identidad y originalidad que perseguía el movimiento modernista latinoamericano
viene a plasmarse en la búsqueda primero y en el posterior surgimiento de una
literatura modernista en América Latina, de carácter “mixto” si se quiere, por
medio de la cual se reinventa el ser latinoamericano a partir de lo extranjero
y lo local. Así se evidencia de nuevo la función de la literatura dentro de un
proyecto de proporciones culturales que busca establecer su especificidad
frente a paradigmas culturales que le son anticuados y ajenos.
En
esta búsqueda de lo propio, de la identidad nacional de los pueblos modernistas
latinoamericanos por medio de la invención de una literatura nacional, se puede
afirmar que “sin la traducción de la literatura europea en un ámbito nuevo, el
americano, no podríamos hablar hoy de una literatura hispanoamericana”
(Aparicio, 1991, p. 28). Sirva pues esta sentencia para comenzar a delinear las
características funcionales que tuvo la traducción en el proceso de creación
literaria y por ende de re-definición de una identidad cultural en el contexto
del Modernismo latinoamericano.
Si
los modernistas latinoamericanos buscaban su identidad al realizar un doble
movimiento, que suponía primero la absorción de los modelos literarios
extranjeros y luego la re-invención de tales modelos en el contexto de las
experiencias propias, la traducción vendrá a ser el medio por el cual puedan
realizar tal movimiento. Así, los traductores modernistas en Latinoamérica utilizan
la traducción para absorber y asimilar lo ajeno, y luego transformarlo y
dotarlo de la originalidad que caracterizaría a un producto literario renovado,
nuevo y propio, que finalmente tendría su contribución en esa búsqueda de la
identidad latinoamericana (objetivo principal del Modernismo). En otras
palabras, mientras tomaba lugar todo aquel proceso de traducción/experimentación,
los modernistas encontraban sus propias formas expresivas y así su propia
identidad. Al respecto, Frances Aparicio plantea que
[e]l modernismo es la época de máxima apropiación del otro, del mundo –el sincretismo– y en
consecuencia, desemboca en un nuevo
lenguaje poético propiamente americano, liberado de las cadenas de la
caduca retórica peninsular. Como tal, necesita
de la traducción literaria para canalizar los experimentos estilísticos y esa
apertura al otro. El momento histórico modernista representa la cima colectiva de esas exploraciones e intentos de definición del
ser hispanoamericano mediante el otro, Europa, los Estados Unidos y el
mundo (1991, p. 30; cursivas añadidas).
Por
otro lado, también queda claro a la luz de tales observaciones que si bien se
busca una literatura e identidad nacionales, estas se conseguirían, no por
medio del rechazo de lo ajeno y la vuelta a los orígenes[viii], sino más bien por
medio del contacto y de la mezcla con el otro, del mestizaje, algo ya de por sí
intrínseco a la cultura latinoamericana. Aquel mestizaje cultural y literario
fue posible también sólo por medio de la traducción. Tal y como propone
Aparicio,
[a]l igual que la cultura de la cual surge, la
literatura hispanoamericana se ha caracterizado principalmente por una búsqueda
de sí misma a través del conocimiento y de la imitación de modelos extranjeros.
[Así pues] podemos concluir que la traducción se ha concebido y realizado [en no
pocos casos] como un acto literario en que se reconcilia esa necesidad de ser
original mediante el encuentro con un otro […]. La búsqueda del ser mediante el
acercamiento al otro se ha llevado a cabo con éxito gracias a este ejercicio
poético y literario (1991, p. 24).
Dicho
esto, la traducción modernista latinoamericana queda definida como proceso de
asimilación, experimentación y transformación, como acto creador y fenómeno
estético (Aparicio, 1991, p. 36), acepciones que recoge y aglomera el concepto
modernista de traducción como “versión”, el cual “da énfasis al significado del
proceso de cambio en sí” (Aparicio, 1991, p. 35). Tales
experimentaciones/transformaciones/traducciones, como ya se ha sugerido, se
darán en los niveles lingüístico y formal sobre todo, en los que se experimenta
con las posibilidades rítmicas, musicales y expresivas del español, y donde se
introducen todas las innovaciones mencionadas en el subapartado anterior. A la
vez, con el concepto de versión se resta toda importancia a criterios
evaluadores y a la hegemonía de la autoría o autoridad, ya que se acentúa la
fuerza creadora del acto de traducir.
Así
pues, la función de la versión/traducción en el contexto del proyecto cultural
modernista latinoamericano, con respecto a su doble objetivo de distanciarse de
la tradición y de re-definir una identidad propia, queda claramente
establecida, y será la de fusionar los modelos literarios extranjeros con lo
local mediante un proceso de continua experimentación, durante el cual se
moldea aquella mezcla para transformarla y culminar en una nueva versión dotada
de identidad literaria y nacional propia, actualizada, moderna, que sustituya
los viejos y añejos cánones. De nuevo Aparicio lo expone de manera categórica:
El acto de traducir se puede proponer en
Hispanoamérica [durante el Modernismo] como metáfora de la búsqueda de una
literatura nacional, mediante la cual los autores leen y transforman los textos
extranjeros en sus propias creaciones literarias, bajo cada una de sus
improntas singularidades (1991, p. 27).
III. El proyecto
poscolonial y la traducción
A
partir de los procesos de colonización llevados a cabo por las potencias
occidentales en diferentes momentos históricos, tuvo lugar una “primera”
re-definición de las identidades culturales de los pueblos colonizados. Tales
identidades se definieron a partir de la imagen que occidente construyó del
sujeto colonizado. Este fenómeno de construcción de la identidad del sujeto
colonizado a partir de la imagen que occidente creó de él es explicado por
Ovidi Carbonell i Cortés de la siguiente manera:
Una consecuencia de la hegemonía occidental es la influencia inversa que sus textos
esenciales han tenido sobre las culturas de los territorios colonizados. Los textos modernos y posmodernos que tratan
de aspectos exóticos han vuelto hacia el Otro y han influido considerablemente
en la imagen que las culturas coloniales tenían de sí mismas. Del mismo
modo que la imagen romántica del mundo árabe o del Sur europeo ha condicionado
la propia concepción de los países representados (y no sólo en la esfera
popular), el desarrollo del arte étnico, primero en las colonias y luego en los
países del llamado «tercer mundo», ha estado fuertemente condicionado por su
concepción en el contexto artístico de Occidente (1997, p. 27-28; cursivas
añadidas).
Recapitulando,
ha sido por medio de los textos canónicos de las culturas hegemónicas que
fueron insertados dentro de los pueblos y colectivos colonizados como el
proceso de “influencia inversa” delineado por Carbonell i Cortés pudo tener
lugar. Más importante aún, dicho proceso se llevó a cabo, en buena medida, por
medio de las traducciones de los textos occidentales que retrataban la visión
que el colonizador tenía de los pueblos colonizados, y que luego se imponían
como textos canónicos también dentro de los territorios colonizados. De ahí la
relevancia que la traducción tuvo dentro de los procesos colonizadores en la
dirección cultura hegemónica → cultura colonizada. A este respecto, Carbonell i
Cortés indica que la traducción ha sido un “vehículo de la imposición
hegemónica” (1997, p. 28), mediante el cual, como señala Edwin Gentzler, “the
image of the indigenous peoples of America [entre otros pueblos e imágenes] largely
has been constructed” (2002, p. 216).
Esta
“primera” re-definición cultural de los pueblos colonizados provocó que sus
identidades se construyeran siempre en relación (de subalternidad[ix])
al sujeto colonizador, de manera que su identidad, en todo caso, no resultó
nunca ser autónoma (si cabe el término). Así pues, al iniciarse los procesos
descolonizadores, se hizo necesario una “segunda” re-definición del sujeto,
ahora poscolonial. Dicho proceso no podía tener como punto de partida la
(oposición a la) cultura occidental, ya que eso hubiese resultado en la
reafirmación de los viejos patrones coloniales (blanco-negro, amo-esclavo,
yo-el otro) propios del pensamiento binario tradicional. Pero por otro lado,
tampoco se podía ya volver, o tratar de volver, al momento precolonial, a la
cultura “original” de los antepasados. En efecto, del contacto de las culturas
colonizadoras con las colonizadas había surgido una nueva situación y un nuevo
sujeto. Era justo en ese nuevo contexto poscolonial –de mezcla de rasgos
culturales que en mayor o menor medida estaba siempre presente– en donde se
debía buscar esa segunda re-definición de las identidades de los pueblos
poscoloniales. Es en ese contexto también donde la traducción, una vez más, se
plantea como una de las formas para propiciar y dar forma positiva a esa mezcla
de rasgos.
Como
recién se ha sugerido, el proyecto poscolonial no debe concebirse en términos
de una oposición o supresión a ultranza de todo rasgo proveniente o heredado de
las culturas hegemónicas (lo cual supondría pensarlo en términos de una especie
de colonialismo inverso con intereses igualmente colonizadores e impositivos),
sino como una afirmación y un reconocimiento de la identidad y las formas del “Otro”
(Carbonell i Cortés, 1997, p. 20), como “Ella” o “Él” específicos, a partir de
un proceso de hibridación cultural (cf. Carbonell i Cortés, 1997, p. 30-35). Es
justamente esa afirmación de lo propio desde y por medio de la hibridación, y
siempre desde la posición poscolonial, lo que persiguen las propuestas
poscoloniales que se estudian en este trabajo. Para alcanzar tal objetivo, hace
falta primero, tal y como lo plantea Robert Young, “descolonizar el pensamiento
europeo” (1992, p. 243).
Al
respecto hay que puntualizar que el proceso de descolonización debe darse en
primera instancia y sobre todo en el interior de los mismísimos territorios
antes colonizados (ahora poscoloniales), para que luego se dé desde tales territorios
hacia occidente. Tal y como lo indica Carbonell i Cortés, “[e]l discurso
poscolonial aspira a reconstruir un espacio de afirmación que contrarreste los
efectos negadores del colonialismo” (1997, p. 20-21). Este sería un espacio en
el que la identidad de los pueblos antes colonizados se reafirme, para luego
buscar su reconocimiento no sólo dentro de sí mismos sino también fuera de su
entorno. Así pues, se trata primero de “descolonizar el pensamiento europeo”
arraigado en las excolonias, y tan importante como ese proceso será que al
mismo tiempo se logre auto-re-definir la identidad de los pueblos
poscoloniales.
En
tales circunstancias, uno de los propósitos u objetivos primordiales del
poscolonialismo ha sido la re-construcción de la imagen o identidad del sujeto
poscolonial, del “Otro” (cf. Carbonell y Cortés, 1997), pero no con un
movimiento que le lleve de vuelta a su estado pre-colonial u “original” (que de
todas formas se presenta indeterminado e inalcanzable), sino más bien mediante
el reconocimiento del Sí Mismo poscolonizado: no a partir de la negación de la
experiencia colonial, sino del propio reconocimiento a partir de dicha
experiencia y en su nuevo contexto poscolonial. Gentzler, al referirse al
trabajo de Gayatri Spivak (pensadora, escritora, teórica, traductora y figura
icónica del poscolonialismo y del posestructuralismo), lo explica de la
siguiente manera:
The attempt is less an
uncovering of the “true” or “essential” or “original” subaltern consciousness,
which she [Spivak] would argue is impossible, and more a coming to the
understanding of the effects of the
colonization of the subaltern consciousness in specific historical situations (2002, p. 207).
Especial atención habrá que poner a
esos effects que se sugieren como
rasgos nuevos en el sujeto poscolonial resultantes del contacto specific con la cultura colonizadora.
Es
justamente a partir de tales consideraciones como la idea de una “hibridez”
cultural se vuelve fundamental dentro del proyecto poscolonial tal y como lo
concibe Carbonell i Cortés, para quien el término hace referencia precisamente
a la producción de nuevos rasgos, valores o funciones a partir de la
interacción de rasgos culturales propios y ajenos, aun y cuando esto implique
subrayar la diferencia entre unos y otros rasgos (Carbonell i Cortés, 1997, p. 35).
Es mediante la búsqueda de tal hibridez y a partir de ella –y no abogando por
esencialismos u origenismos– como el sujeto poscolonial podrá redefinirse y
reafirmarse a sí mismo, porque vive en un contexto ya de por sí híbrido: ni
precolonial, ni colonial, sino poscolonial.
Por
otro lado, el proyecto poscolonial, al igual que el modernista latinoamericano,
parece apuntar a la literatura como uno de los principales medios por los
cuales alcanzar esa hibridez reafirmadora de su nueva identidad poscolonial.
Desde este punto de vista, habría que conceptualizar las narrativas de los
colectivos poscoloniales “en tanto construcciones culturales de la nacionalidad
[como] formas de afiliación social y textual” (Rodríguez Cascante, 2004). En este
sentido, parte de la vertiente literaria poscolonial se ha abocado a la
reescritura/traducción de aquellos textos que son canónicos para occidente pero
desde un punto de vista autóctono (Carbonell i Cortés, 1997, p. 29) con el propósito
de crear un espacio subversivo e híbrido desde el cual el sujeto poscolonial
pueda reafirmar su identidad.
En
esta búsqueda de reafirmación de identidad, de mezcla y producción de nuevos
rasgos para reafirmar lo propio, “la traducción como paradigma de hibridación”
(Carbonell i Cortés, 1997, p. 36) tiene un lugar significativo para el proyecto
poscolonial. Ya que la traducción, desde el punto de vista del
posestructuralismo, es un “espacio entre (in-between),
o tercer espacio en el diálogo entre
culturas” (Carbonell i Cortés, 1997, p. 23), esta se encuentra ubicada
justamente “en el lugar [de] la hibridación” (Carbonell i Cortés, 1997, p. 23);
la traducción, por lo tanto, se trasforma en el mecanismo apropiado para
alcanzar el objetivo poscolonial de re-construcción de la imagen del sujeto
poscolonial en y desde su propia situación poscolonial, que, para totalizar el
postulado de Gentzler, si durante el colonialismo había sido “constructed
through translation […] now needs to be recosntructed
again through [the process of] translation” (2002, p. 216; cursivas
añadidas).
III.3. El poscolonialismo
y la traducción: una herramienta de re-definición e hibridación
Este
proceso de re-definición de la identidad cultural y de mezcla de rasgos para
definir lo propio poscolonial por medio de la hibridación/traducción se puede
evidenciar en las estrategias de las traductoras feministas canadienses y en
las propuestas y prácticas traductológicas de los hermanos Haroldo y Augusto de
Campos en Brasil.
Al
incluir las propuestas de las traductoras feministas canadienses en este
contexto poscolonial, se debe entender a los diferentes colectivos de mujeres
como sujetos coloniales y poscoloniales; esto es, como un colectivo que a pesar
de poder ser mayoría numérica en determinados casos y pertenecer a las culturas
hegemónicas occidentales en otros, históricamente ha sido minoría cuando de
posiciones de poder se trata. Por tal razón, se puede decir que las mujeres han
ocupado la posición del Otro, ya que su identidad, al igual que ocurrió con la
de los pueblos colonizados, fue definida en relación con, desde y por un grupo
dominante.
Así
pues, la redefinición de la imagen de la mujer por la mujer ha sido una de las
causas adoptadas por los movimientos feministas, y en la que la traducción
tiene una función determinante. De nuevo, tal y como establece Carbonell i
Cortés, no se trata de reaccionar en contra del discurso colonial/patriarcal,
sino de crear un nuevo discurso a partir de la experiencia colonial en el
contexto poscolonial. En este sentido, Gentzler expone que en las prácticas de ciertas
escritoras/traductoras canadienses, como Nicole Brossard, Barbara Godard y
Susanne de Lotbinière-Hardwood, “[r]ather than to fall into the trap of gains
and losses, fluent or foreign, within their translations, there is
deconstructions and construction of something
else… something that is not characterized by binary oppositions (2002, p. 213;
cursivas añadidas) propias del discurso occidental hegemónico.
De nuevo, en esta búsqueda de lo que se ha denominado écriture féminin (Gentzler, 2002, p. 213),
se rechazan los esencialismos o vueltas atrás en busca de algo que se ha
perdido. La traductora brasileña Rosmary Arrojo, por ejemplo, critica
determinadas posiciones dentro de la práctica y de la crítica traductora y
traductológica de algunas feministas que tratan de recuperar, por medio de la
traducción, un algo femenino que supuestamente se ha perdido, una especie de
lenguaje femenino esencial (Gentzler, 2002, p. 214). En su lugar, se debería
optar (parece decirnos Gentzler en consonancia con Carbonell i Cortés) por una
especie de selective essentialism
(2002, p. 213) propio del trabajo de las tres traductoras canadienses antes
citadas, que les permite partir de sus situaciones actuales para pensar acerca
de la escritura de las mujeres de una forma afirmativa por medio de la cual
redefinir su propia identidad.
Las
posiciones recién expuestas en cuanto a la práctica traductora les han permitido
a las traductoras canadienses optar por técnicas retóricas de carácter derridiano, tales como el juego de
palabras, los cambios gramaticales y sintácticos, la “feminización” de las
palabras, los neologismos, las notas a pie de página y la polisemia (Flotow,
1997; Gentzler, 2002, p. 213), técnicas todas que buscan seguir la fórmula de
la invención y la fantasía, permitiéndose a sí mismas alcanzar, por medio de la
imaginación, nuevas asociaciones y significados (Gentzler, 2002, p. 213). El
triple carácter deconstructor/subversivo, constructor/afirmador y
experimental/descubridor de las técnicas recién descritas parece sugerir, entre
otras cosas, que las traducciones en este caso buscan una absorción y posterior
desmantelamiento del discurso colonial/patriarcal, para luego re-construir
desde la perspectiva feminista/poscolonial un lenguaje/identidad propio y
positivo.
Así,
la traducción se presenta claramente como una herramienta, dentro del proyecto
feminista de las traductoras canadienses, por medio de la cual buscar un
lenguaje femenino afirmativo, al tiempo que se lleva a cabo el proceso
traductor, siempre desde la posición en que se encuentran –la de mujeres
poscoloniales– que por extensión es también inevitablemente una posición de
hibridez.
Por
su parte, los hermanos de Campos han optado por una forma de hibridación a
través de la traducción que se ofrece no sólo tan propia del poscolonialismo
como la de las traductoras canadienses, sino incluso más agresiva. Su visión
traductora se desprende a la vez de su visión de lo que debe ser una creación
poética “basada en el diálogo
transcultural, en la interrelación entre diferentes tradiciones literarias, las
cuales sirven de alimento a la propia creación poética, en la cual convergen”
(Quiroga, 2007). Al respecto de tal creación de textos literarios, Haroldo de
Campos lanza el término transcreación:
[Proceso que] supone la reinvención de
los textos literarios creados en una determinada lengua; reinvención que no supone, por lo mismo, repetición, pero que [ya
en el terreno de la traducción] tampoco consiste en la simple modificación de
los textos originales sino más bien la re-formulación del texto…[y que]
por lo tanto, supondrá además, la apropiación interpretativa de la tradición
cultural a la cual la obra literaria pertenece. Por lo tanto, lo que se buscará
será no sólo la traducción de la obra literaria, sino la traducción de la obra con
su contexto y tradición (Quiroga, 2007; cursivas añadidas).
Esta
propuesta traductora, que nuevamente presenta procesos de apropiación,
transformación, reinvención y sustitución de modelos literarios ajenos y
propios, se entiende mejor cuando se visualiza la obra de los hermanos de
Campos a partir de la concepción de antropofagia (la cual adoptan) elaborada a
principios del siglo pasado por el poeta modernista Oswald de Andrade.
Aun
y cuando Andrade no parece referirse directamente a la traducción, sus
propuestas, como ya se mencionó, son fundamentales para la obra traductora de
los de Campos y para la referencia que aquí se hace a ellos dentro del contexto
poscolonial. Así, al referirse al término tal y como lo planteó en su momento
Andrade, Haroldo de Campos dice:
Se trataba [la antropofagia] de una comilona crítica.
De una forma de reducción estético-sociológica, a través de la cual la
experiencia europea importada sería deglutida y transformada, y puesta desde
luego al servicio de la cultura brasileña de invención (productiva), así como
los primeros salvajes devoraban al colonizador portugués (1981, p. XII).
Habrá que insistir en que ese
“salvaje” tampoco permanece en estado puro, sino que por el contrario, en el
acto antropófago, absorbe lo que es ajeno a él y lo incorpora como parte de su
experiencia, pero lo hace siempre desde su perspectiva. Roger Bastide lo
explica al referirse a Andrade en los siguientes términos:
Mais bien vite, le caractère international occidental,
moderne de São Paulo passe dans cet indianisme renouvelé, le colore de
freudisme ou de marxisme suivant les époques. Oswald dévore les théories
étrangères, comme sa ville dèvore les immigrants, pour en faire de la chair et
du sang brésiliens” (1957, p. 281).
Se deja
ver así el mismo movimiento hacia la hibridez que se busca en el proyecto
poscolonial de Carbonell i Cortés, y que Gentzler a su vez resalta dentro de
las propuestas traductoras de los hermanos de Campos, de quienes dice “seem to combine positive aspects of both
European texts and indigenous ideas and forms” (2002, p. 215). En ese sentido,
y respondiendo a las preguntas planteadas por Carbonell i Cortés acerca de qué
de lo ajeno es aceptable y cómo aceptarlo (1997, p. 34), de Campos afirma:
“[sólo se devora] a los enemigos […] valientes, para extraer de ellos la
proteína y la médula necesarias para el robustecimiento y la renovación de sus
propias fuerzas naturales” (1980, p. 13).
Es
este particular enfoque hacia la literatura lo que les lleva a las invenciones
y yuxtaposiciones, a la creación de nuevos términos y neologismos y a la
experimentación con la forma y el entrecruzamiento de voces con tal de, en
términos de Haroldo de Campos, re-crear,
transcrear, re-imaginar, transiluminar
y mefistofélicamente transluciferar
(1981, p. 179; 1987, p. 150 en Gentzler, 2002, p. 215; mi adaptación) los
textos que traducen, en un movimiento que busca, basado en la mezcla de modelos
literarios, la definición de lo propio en el entorno actual en que se esté.
Concebidas en tales términos, las prácticas literaria y traductora recién
descritas parecen tan propias del proyecto de hibridación poscolonial como las
propuestas teóricas y metateóricas de Carbonell i Cortés.
Al
finalizar este apartado, parece quedar claro que la traducción, dentro de las
prácticas poscoloniales recién descritas, es un mecanismo por medio del cual
alcanzar la redefinición de la identidad propia, desde y a través de la
hibridación. Como tal, es también un ejercicio de búsqueda de la identidad
cultural por medio de la mezcla experimental de estilos literarios propios a
partir de la incorporación de modelos literarios ajenos. La traducción
entonces, vista desde y dentro de las prácticas poscoloniales estudiadas, tiene
la doble función de descolonizar la imagen de los colectivos colonizados y de
re-construir dicha imagen mediante un proceso de absorción, deconstrucción y
re-construcción (discursiva y/o culturalmente hablando) de las formas artísticas
hegemónicas, ya de por sí presentes en el sujeto poscolonial, desde la
particular posición poscolonial e híbrida del traductor.
Antes
de extraer una serie de generalizaciones en cuanto a la traducción a partir de
lo expuesto hasta el momento, no estaría de más acotar –a manera de síntesis–
la función que la traducción ha cumplido en los tres contextos en los que se
centra este trabajo.
a) La imitación
latina clásica: En el contexto latino clásico, la traducción se concibe en
todos los casos como un ejercicio por medio del cual se busca el
perfeccionamiento y enriquecimiento de lo propio (lo latino) y como un
mecanismo para primero apropiarse y
luego reinventar modelos literarios
ajenos o ya caducos en un movimiento que, partiendo de lo extranjero (lo
griego), siempre lo desplaza y lo sustituye como punto de referencia
cultural, colocando en su lugar lo romano (Chico Rico, 2002, p. 37; vid.
también Copeland, 1995, p. 28, 35-36) actualizado y transformado.
b) La versión
modernista latinoamericana: La traducción modernista en Latinoamérica constituye
“un camino alterno a la creación poética y […] una oportunidad de experimentar con nuevas formas
expresivas y rítmicas en la poesía” (Aparicio, 1991, p. 21; cursivas añadidas)
del momento, “utilizando como punto de partida los modelos extranjeros que a su
vez […] ayudarán a forjar una literatura propiamente americana” (Aparicio, 1991,
p. 21), lo cual, dentro del marco del proyecto cultural modernista
latinoamericano, busca la creación de una imagen nacional de los pueblos
latinoamericanos.
c) La hibridación
poscolonial: De la misma forma que la traducción tuvo una función de primer
orden durante los procesos de colonización al ser un medio de construcción (a
partir de la visión de Occidente) de la imagen que los sujetos coloniales
tenían de sí mismos, la traducción en el contexto poscolonial tiene la función
de re-transformar (deconstruir/reconstruir/redefinir) la imagen occidentalizada
que los sujetos poscoloniales tienen de sí mismos, a partir de su situación
actual como culturas híbridas y en una práctica que se constituya a la vez en
un espacio de hibridación y afirmación. Tal y
De
las funciones específicas de la traducción dentro de cada proyecto y contexto
(latino clásico, modernista latinoamericano y poscolonial) es posible derivar
un conjunto de generalizaciones[x], con lo cual se pretende
establecer puntos de convergencia entre las funciones de la traducción en los
contextos ya mencionados. Tales generalizaciones se presentan a continuación:
1) En todos los casos la traducción posee una doble
función: primero de apropiación y luego de transformación sustituidora.
2) La traducción funciona como un espacio de
experimentación y descubrimiento, como un ejercicio positivo de búsqueda o
re-descubrimiento de las formas propias, en el que el proceso parece ser tanto o
más valioso que el producto debido a las posibilidades de autodescubrimiento
que proporciona.
3) Aunado al postulado anterior se
puede decir que el valor de la traducción está más allá del texto (ya sea el texto
en lengua de partida o el texto en lengua de llegada) y en este sentido se
puede afirmar que la traducción, en tanto que proceso, es un medio más que un
fin en sí misma (lo cual no resta valor propio a los productos de tal proceso).
4) La traducción en todos los casos
resulta una práctica agresiva e invasiva de apropiación, pero que a la vez
posee un carácter positivo, afirmador y creador, donde las valorizaciones a
ultranza y la tradicionales oposiciones binarias “fiel-libre” y “forma-contenido”
carecen de la preeminencia que gozan en otros contextos.
5) Debido a lo anterior, hasta
cierto punto los traductores no parecen mostrar mayor preocupación por los
estilos o formas propias del texto de lengua de partida; como tampoco parece
insistirse en la perpetuación o ratificación per se de los estilos y formas tradicionales de la lengua de
llegada, sino que por el contrario la traducción es fuente de actualización,
experimentación, renovación, cambio e innovación también dentro de la propia
lengua.
6) La labor innovadora parece
centrarse sobre todo en lo que Antonio García Berrio identifica como ámbito
sintáctico-semiótico de descripción lingüística[xi], influyendo en el
subnivel fono-fonológico (a partir de las modificaciones e invenciones en los
patrones de ritmos y rimas), en el subnivel morfosintáctico (a partir de
modificaciones e innovaciones en las estructuras gramaticales de la lengua) y
en el subnivel léxico-semántico (al introducir modificaciones e innovaciones de
carácter léxico y en lo referente a las figuras).
7) En consonancia con los tres
postulados anteriores, está el hecho de que en ninguno de los casos estudiados
parece manifestarse la búsqueda de un significado “original” como una
preocupación de primer orden para el traductor, sino que más bien se parte de
la situación comunicativo-cultural propia y actual desde la que se traduce para
generar significado.
8) La traducción en todos los casos
cumple una función manipuladora de los textos de lengua de partida, de la cual
se es plenamente consciente dentro de los tres contextos descritos y que está
en armonía con las aspiraciones culturales de la situación comunicativa e
histórica de quien traduce.
A
partir de las anteriores generalizaciones se puede ahora aumentar el grado de
generalización y así intentar abstraer una concepción –tentativa, debido al
carácter preliminar de este trabajo– de la función que la traducción ha
cumplido en los casos que se han descrito en este trabajo.
En
este sentido, y sintetizando los ocho enunciados anteriores, es posible
proponer que la práctica traductora propia de los tres contextos descritos en
este estudio tiene como función el ser un recurso 1) de entrecruzamiento y/o
reevaluación de rasgos ajenos y propios, y 2) de experimentación lingüística.
Como tal, dicha práctica traductora permite, por una parte, el distanciamiento
y la diferenciación de la cultura de llegada con respecto a las formas y
modelos literarios de la cultura de partida (aun y cuando se inspire en esta
última) y su sustitución, y, por otra parte y a la vez, la renovación y la
re-generación interna de las formas y modelos literarios de la lengua de
llegada. Esto último mediante la invención (imitación/versión/hibridación)
propia de quien o quienes realicen la traducción y acorde con su contexto. Tal
práctica se realiza además con la expresa intención y con la plena consciencia
de proyectarse de igual manera (entrecruzadora, reevaluadora, experimentadora, distanciadora,
diferenciadora, sustituidora, renovadora, regeneradora) a ámbitos más extensos
que el textual (literario, cultural, ideológico) e influir en ellos.
Lo
que se ha buscado con la formulación anterior es postular (en un nivel
abstracto) una única definición de la función de la traducción con la cual se
pueda describir indistintamente la práctica traductora latina clásica,
modernista latinoamericana y poscolonial (siempre y cuando se haga referencia a
los casos estudiados en este trabajo) y que sea aplicable y esté en consonancia
con cada una de ellas y con sus contextos histórico-literarios.
Aceptando
que la concepción de la traducción recién delineada engloba las generalidades
funcionales de la práctica traductora latina clásica, modernista
latinoamericana y poscolonial (de acuerdo y siempre en referencia a los casos
descritos en estas páginas), y que por tanto se puede utilizar para describir
la función de la práctica traductora en los tres contextos mencionados, resta
entonces establecer las relaciones contextuales específicas que posibilitan que
la traducción, dentro de tres contextos histórico-culturales diferentes y
relativamente lejanos, tenga unos rasgos tan similares en cuanto a su función.
Tales
relaciones se establecen entre los distintos segmentos (destacados en cursiva)
que caracterizan la abstracción antes elaborada y un conjunto de
generalizaciones en torno a los tres contextos en cuestión, y que se enuncian
de la siguiente forma:
1) El que la traducción funcione como un medio o recurso y no sea un fin en sí
misma se explica porque, dentro de cada contexto, resulta ser una actividad que
se aborda desde esferas más amplias en el plano cultural y político de la vida
de los colectivos en que se da, y con propósitos específicos dentro de
proyectos culturales y literarios nacionales o colectivos. Así, la traducción
se transforma en un recurso más que en un fin, en el que el objetivo no es
hacer llegar determinadas obras de una cultura a otra per se, sino más bien construir una plataforma para lanzar una
actividad creadora y a la vez construir una identidad propias.
2) En cuanto al rasgo de que mediante la traducción se
entrecruzan y reevalúan rasgos ajenos
pero también propios, este tendría su explicación en el hecho de que tanto
en el contexto del proyecto cultural latino clásico como en el modernista latinoamericano
y en el poscolonial se tiende a una afirmación positiva y constructiva en el
proceso de búsqueda de lo propio, que conduzca a la creación de nuevos rasgos a
partir de lo positivo del contacto con la otra cultura, y a la reinvención –y
en consecuencia a la previa reevaluación– de la identidad propia. En otras
palabras, no se busca una identidad ni en el origenismo ni en los
esencialismos, sino en el sincretismo.
3) Con respecto a la función experimental en lo lingüístico, esta se explicaría gracias a que en los tres proyectos culturales se es consciente,
por un lado, de que todo proceso de definición implica prueba y error, y, por ende, la experimentación antes
de obtener un producto final, pulido y refinado (en este caso unas formas
expresivas propias) y, por otro lado, del estrecho vínculo entre el lenguaje y
la identidad y unidad nacionales. Una redefinición cultural requería entonces
de una reinvención lingüística y de una literatura renovada que diera forma a
la idea de pueblo, lo cual explicaría a su vez la función transformadora de las formas y modelos literarios de la propia lengua
de llegada.
4) En lo que se refiere a la función distanciadora, diferenciadora y sustituidora
con respecto a las formas y modelos literarios de la cultura de partida, se
puede relacionar con el hecho de que los tres casos representan proyectos
culturales que apuntan, por sus situaciones históricas con respecto a la otra
cultura, hacia la búsqueda de lo propio. En todos los casos se trata de pueblos
o colectivos que se encuentran en una situación culturalmente “desventajosa” y
de cierta dependencia con respecto a otra cultura, pero con capacidad y
necesidades emancipadoras en lo cultural, esto es, alcanzando la cúspide de un
proceso de maduración cultural que reclama autonomía en el mismo sentido.
5) El que no se optara por una ruptura o por la
negación de la otra cultura –ante la cual se está en “desventaja”– y la búsqueda
del aprovechamiento precisamente de esa situación de contacto y del vínculo ya
establecido entre las dos culturas explicaría el hecho de que se adopten o se
sigan utilizando modelos ajenos como
puntos de partida y de inspiración.
6) Por su parte, el carácter renovador y re-generador que toman las traducciones se debe al hecho de que los pueblos y
colectivos en cuestión están en un punto histórico de inflexión en el cual ven
los modelos que han sostenido tradicionalmente como agotados, caducos, incapacitados
para expresar sus realidades, perfectibles o inadecuados. A la vez, como ya se
mencionó en el punto 4), este punto de inflexión parece coincidir con el
pináculo de un proceso de maduración cultural.
7) El que la
invención o innovación se conciba como uno de los principales métodos a los
que se recurre en las prácticas traductoras descritas en este trabajo podría
explicarse al notar que se da en contextos en donde hay ciertos vacíos
(expresivos, conceptuales, culturales, de identidad). Sin embargo, y a esto se
debería más directamente ese carácter innovador, tales vacíos deben llenarse
desde la situación propia y actual (no desde el otro hegemónico ni desde el yo
esencialista u “originario”). Así, hay plena consciencia en todos los casos de
la relación existente entre la incapacidad para comprender, asimilar, generar y
expresar ideas nuevas si no se tienen los medios lingüísticos para hacerlo,
entre la creación de nuevos términos, formas expresivas y figuras, y la
actualización y expansión del pensamiento. Así pues, se utiliza la invención
como método de renovación de la lengua, que a su vez conducirá a la renovación
del pensamiento y de la identidad.
8) Finalmente, el que la función de la traducción
implique que se realice con la expresa
intención de proyectarse de igual manera (renovadora, re-generadora,
innovadora) a ámbitos más extensos que el textual e influir en ellos parece
explicarse si se precisa que en cada
caso el momento histórico-cultural, que demanda la aparición de nuevas formas
de expresión (literaria) que conduzcan a la generación de un sentimiento de
unidad, hace de la traducción un acto político que a su vez demanda del
traductor plena consciencia de lo que persigue al traducir, de su papel dentro
de ese proyecto y, por ende, de su subordinación (más que voluntaria) a los
intereses de la colectividad.
Por
último, sobra decir que las afirmaciones anteriores surgieron, como es evidente,
del análisis e interpretación realizados a partir de la información extraída de
las fuentes citadas, y quedan así confinadas a tales límites. En otras
palabras, habrá siempre espacio para posteriores discusiones sobre el tema a
partir de la presentación de nuevos datos. No obstante, lo que a todas luces
queda comprobado una vez más es la relevancia que ha tenido la traducción
histórica y culturalmente hablando en el devenir de diferentes pueblos y en
momentos cruciales para la evolución de las lenguas y por ende del pensamiento,
el arte y la cultura.
Bibliografía
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i Será necesario reconocer
desde ya que tanto las posiciones en cuanto a la función de la traducción
que se estudian en este trabajo como los casos específicos que se utilizan
para ilustrar cada posición conviven con otras concepciones y funciones
dentro de sus propios contextos históricos específicos. De tal manera, ni
los planteamientos ni las generalizaciones que se postulan al final de este
trabajo deben hacerse extensivos a la totalidad de la cultura latina clásica
o latinoamericana o a los colectivos que se autodenominan poscoloniales
en su conjunto, sino que solamente tendrán validez sobre los casos específicos
que se abordan en estas páginas.
[ii] En este caso, las características formales
pasarían a un segundo plano, ya que, además de inabarcables dentro de este
trabajo, responderían a condicionantes culturales y lingüísticos muy
específicos del contexto comunicativo en que se dan las traducciones y fijados
por el encargo de traducción, así como a las singularidades estilísticas de la
poética dominante e idiolécticas del traductor.
[iii] Nuevamente hay que resaltar el carácter preliminar
de este estudio, lo cual, lejos de representar una excusa por el carácter
también preliminar de los resultados, generalizaciones y conclusiones que se
alcancen, representa la consciencia y aceptación de la necesidad de estudios
empíricos posteriores más profundos 1) que describan con mayor detalle las
particularidades históricas, literarias y traductoras de los contextos
estudiados y 2) que comprueben a partir de estudios descriptivos más profundos
que vayan en la línea de las corrientes polisistémicas y que apliquen sus
premisas de una forma más sistemática (si se quiere) sobre un corpus extenso no
sólo de traducciones, sino también de traductores y de textos en lengua de
partida.
[iv] Sobre las especificidades del conjunto de
operaciones pertenecientes al aparato retórico que regula la producción tanto
de textos en lengua de partida como de lengua terminal vid. Chico Rico, 2001 y
2002. Por otro lado, vale la pena mencionar que la visualización de la
producción de traducciones a partir de operaciones de carácter retórico, esto
es, de un proceso sistematizado y hasta cierto punto secuenciado y bien
definido es un aspecto que diferirá en gran medida de la práctica traductora en
los contextos modernista y poscolonial, en los cuales pareciera que no se
presta tanta atención a la sistematización o normalización del proceso de
“decodificación” y “re/codificación”, sino que se muestra como un movimiento de
carácter mucho más subjetivo e incluso intuitivo (en el caso de los traductores
modernistas y antropófagos), tal y como se verá posteriormente.
[v] Para una exposición detallada sobre las
características de esta operación retórica en el marco de
[vi] Para una exposición detallada y ejemplificada de
las características de la traducción de
[vii] Hay que tomar en cuenta que las traducciones
llevadas a cabo por Livio Andrónico se ubican en un período temporal anterior
(siglos III y II a. C.) al delimitado para realizar este estudio. También hay
que destacar la insistencia de Ortega Carmona en la primigenia de las
traducciones andrónicas en el mundo
romano. Sin embargo, el ejemplo parece muy a tono con las propuestas planteadas
en estas páginas porque, lejos de representar otro horizonte temporal o
cultural, la traducción de
[viii] Tal era la proclama de otros movimientos
contemporáneos al Modernismo, como los nacionalismos o los costumbrismos. Para
un ejemplo vid. Barrantes, 1997:67-89; Quesada, 1986; Ovares, 1995, obras en
las que se describen las relaciones y pugnas entre las posturas
nacionalistas-costumbristas y las modernistas en el contexto costarricense y su
impacto en el surgimiento de una literatura nacional.
[ix] Para una definición del término y una exposición
amplia de las implicaciones que su utilización conlleva vid. Spivak, 1988.
[x] En este
sentido hay que insistir primero en el carácter general de tales proposiciones
y segundo en el hecho de que se hacen solamente en cuanto al ámbito funcional,
y nunca intentan describir o representar las particularidades formales de la
traducción como práctica en cada uno de los contextos histórico-culturales
estudiados.
[xi] Para una
exposición detallada acerca de los niveles de descripción lingüística y de los
denominados subniveles a que se hace referencia vid. García Berrio, 1979.
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