Antonio Linage Conde. Universidad de San Pablo, CEU. Madrid
El día 28 de diciembre de 2005, desde su Universidad de Alcalá de Henares1, Carlos Sáez escribía a Carmen Juan Lovera, a la Biblioteca Pública Municipal de Alcalá la Real. Le comunicaba que su enfermedad seguía avanzando, después de una segunda operación, y que el mes anterior le habían aconsejado los médicos «abandonar todo tratamiento molesto2. […] Por ello —seguía— estoy haciendo inventario de mis papeles, intentando que lleguen a quien más puedan interesar. Por mi parte ya no podré siquiera abordar algunos de los temas que tenía pendientes, entre ellos el del Arcipreste de Hita», y en consecuencia le anunciaba el envío a ella de toda cuanta documentación tenía sobre él3. «[…] Espero que alguien pueda aprovechar en Alcalá este material».
Habían pasado más de treinta y dos años desde el lanzamiento al gran público4 culto por Emilio Sáez, el padre de Carlos, de la hipótesis del nacimiento del Arcipreste en Alcalá la Real. Concretamente, el artículo publicado en ABC, el 11 de septiembre de 1973: Juan Ruiz de Cisneros (1295/1296–1353), autor del «Buen amor»5. La vida cotidiana estaba ya cambiando mucho en esa fecha. Los comentarios a la actualidad local y las mismas tertulias se iban haciendo menos densas, aunque no había llegado la omnipresencia abrumadora de la televisión dándoles el golpe de gracia. Ello quiere decir que, novedades tales como algunos artículos de la tercera plana del diario madrileño6, iban dejando de ser materia de conversación insistente y común. Pero naturalmente que en la ciudad abacial y fronteriza lo fue en aquel caso. El cronista Domingo Murcia me ha recordado hace poco el entusiasmo inquieto con que él se fue a ver a Carmen Juan nada más abierto el periódico. Fallecido ya Emilio, en el Congreso de Abadía celebrado en Alcalá en 1998, Carlos dio cuenta del estado de sus fondos sobre el tema7, recuperados en 19988.
En su citado artículo9, Sáez padre empezaba aludiendo al «misterio insoluble y obsesión de los eruditos» que venía siendo la identificación del autor del Libro del buen amor. Y a las sugerencias del profesor Manuel Criado de Val, desde que el mismo Sáez inició la exploración en Italia de los fondos relativos al cardenal Gil de Albornoz, «para estar atentos por si, oculto bajo el nombre inexpresivo de alguno de los familiares de don Gil, se encuentra ese personaje que conocemos bajo el nombre, todavía literario, de Arcipreste de Hita, el cual en ningún caso pudo ser, ni un desconocido para sus contemporáneos ni un hombre insignificante para quien como don Gil de Albornoz debió tenerle de un modo o de otro a su servicio». Basado en los documentos encontrados en el Archivo Secreto Vaticano, el del Colegio Español de Bolonia y algunos otros archivos eclesiásticos españoles10, Emilio Sáez creía haber resuelto el enigma.
Según su hipótesis, Juan Ruiz o Rodríguez de Cisneros, el arcipreste poeta, fue engendrado y nació en la Alcalá la Real11 musulmana, hijo ilegítimo del ricohombre palentino Arias González12, señor del pueblo de Cisneros y otros lugares. «El nacimiento del autor de Buen amor podrá parecernos novelesco ahora, pero en nuestra Edad Media cristiano-islámica debió ser un hecho relativamente frecuente, que tiene su reflejo en el Romancero y en otras manifestaciones literarias de la época y posteriores».
Arias González cayó prisionero de los musulmanes, en la guerra de Al-Ándalus donde murieron su padre Rodrigo González y su hermano Juan Ruiz, permaneciendo allí veinticinco años. «Como era soltero, el soberano13 musulmán le entregó una cristiana, soltera virgen, con la condición de que los hijos varones que procrease de ella gozarían de libertad, mientras que las hijas permanecerían en cautiverio». Los hijos fueron seis varones. Además del Arcipreste, que fue el segundo, nacido en 1295 o 1296, consta el nombre del primero, Fernando o Alfonso Arias14, un año mayor, y del tercero y el cuarto, con una diferencia de un año también cada uno, Simón Rodríguez15 y Rodrigo González o Gonzalo Rodríguez16. Todo lo cual sabemos, no por una fuente literaria, sino jurídica, la dispensa pontificia de su nacimiento ilegítimo para hacerles canónigo de Sigüenza.
Juan Ruiz habría permanecido en la España musulmana aproximadamente los diez primeros años de su vida. En 1305 ya libre, su padre se casó con doña Mencía de Manzanedo, de la que tuvo tres hijos también varones, Juan17, Simón y Gonzalo18 Rodríguez de Cisneros, el primero de importante posición en la corte de Alfonso XI, y el tercero, doncel de Palencia, familiar de don Gil de Albornoz como su hermano germano19.
Sáez reconoce la permanencia de un muy largo vacío en la vida de Juan Ruiz, de 1329 a 1343, año el primero en que se le concedió una canonjía en Toledo, que llevaba anejos prestimonios y raciones, con expectación de dignidad u oficio, y el segundo de la solicitud para él20 por el arzobispo toledano Gil de Albornoz, de una canonjía en Calahorra con expectación de prebenda21. Y de nuevo otro silencio hasta 1353, en que aparece como familiar del mismo, cardenal y legado apostólico, al cual debía acompañar en tierrras italianas. Pero de esa fecha constan dos súplicas aparentemente contradictorias del prelado, la reiteración de la petición para Juan Ruiz de una canonjía, con prebenda y prestimonios, en Calahorra, y la reserva de los mismos cargos que aquél tenía en Burgos para Juan Martínez de la Sierra su auditor. «Esta última súplica constituye una clara manifestación de que se preveía inmediata la muerte del Arcipreste. Tal hecho debió de ocurrir a fines de verano o principios de otoño de este mismo año22». Sáez relaciona ese vacío con la divulgación de la segunda redacción del Libro del buen amor, y la probable cárcel23, «o acaso más bien destierro» de su autor24. En cuanto a la falta de documentación en su poder25 sobre la titularidad por éste del arciprestazgo de Hita26, advierte no haber consultado el archivo primado, y la imposibilidad de que figurase en el vaticano por ser de provisión diocesana27. Sugiere si no sería exonerado de él por don Gil ese mismo año de 134328.
Por lo demás, la vida que se conoce de Juan Ruiz es la de un hombre que gozó de la protección regia y acumuló cargos, prebendas y dignidades, todo ello desde muy temprano, por la intercesión de doña María de Molina, «con el obispo de Sigüenza29, Simón de Cisneros30 —hermano del padre citado del mismo Juan Ruiz—, que regentó la diócesis de 1301 a 1326»31. Concretamente, ya en 1312, o sea a los diez y seis años, por lo cual la dispensa del papa Clemente V no lo fue sólo de la ilegitimidad sino también de la menor edad, canónigo en la catedral, y una prebenda con prestimonios y beneficio prestimonial en una iglesia de la diócesis no identificada, Cantasanos dos años después, arcediano cum cura de Medina del Campo y beneficiado en Palencia y Valladolid, y uno más tarde, en 1319, canónigo de Palencia, designado por Juan XXII en consideración a su citado tío Simón. Más relevante aún fue la dispensa del último pontífice, en la cual citaba el propio Papa expresamente a doña María, ya próxima a la muerte32, para alcanzar el episcopado antes de cumplir los treinta años. Aunque la mitra no llegó. Pero sí en 1326 una canonjía y prestimonios anejos en Burgos, y un año después la capellanía papal, que recibió en Aviñón, e implicaba el acompañamiento al cardenal a Italia, «y la dispensa de la residencia en sus beneficios por un trienio, mientras durasen sus estudios, y el derecho a percibir los frutos de todos sus cargos». Sáez conjetura en este artículo que esos estudios los llevaría a cabo en la universidad de Montpellier, «a la que asistían los clérigos hispanos de las diócesis catalano-aragonesas y colindantes»33.
La correspondencia contenida en el legado que analizamos es escasa. Cierto que ya se estaba viviendo una disminución intensa de la comunicación epistolar. Hacía una década, por ejemplo, de la terminación del Concilio Vaticano Segundo. Y sus historiadores se han quejado después de la parsimonia de esa fuente a sus propósitos, cotejándola con la copiosidad de sus antecesores, los del Concilio Vaticano Primero, interrumpido en 1870. Aun así hemos de pensar que no está toda en este fondo. Por ejemplo, de Carmen Juan, sólo hay las cartas a Carlos, no las dirigidas a su padre Emilio. En cambio obran bastantes de Rubén Caba34, autor del libro Salida con Juan Ruiz a probar la sierra35. También escribió Caba una Carta en cuaderna vía que dirige don Juan Ruiz, arcipreste de Hita, a don Pablo Saínz36, párroco de Sotosalbos37, que el 16 de septiembre de 1977 dedicó en autógrafo a Sáez, «primer biógrafo del Arcipreste». Otro estudioso de ese itinerario serrano, Tomás Calleja Guijarro, escribío también a Sáez, desde Madrid, el 22 de octubre de 1973, el año de la publicación del artículo38.
Una nota manuscrita de Emilio Sáez, en su inmaculada caligrafía, dice: «El arcipreste debió ser hombre de mucho viaje. Parece haber vivido en Toledo, y en otros momentos, a más de residir en Hita, haber corrido mucho por la sierra. Parece hizo escapada hacia Cantábrico (conoc. peces). Es verosímil que llegase a Extremadura y Andalucía. Trató con viejos y jóvenes. Tuvo que alternar con gentes de altos niveles».
Las fotocopias39 de los documentos vaticanos40 están en bastante buen estado. Sólo habría que cotejarlas con el original para ciertos fragmentos. Pero de algunos hay la transcripción a máquina. En cambio no están ordenadas, ni se indican sus referencias con precisión. Carecen pues de regesta. Hay que tener en cuenta la penosa circunstancia en que Carlos Sáez hubo de renunciar a prestarles atención. «Aunque la documentación papal es muy compleja de entender», se expresaba en la carta a Carmen Juan.
Así las cosas, hay que reconocer que desde 1973 hasta hoy, la hipótesis de Sáez no ha recibido ninguna confirmación nueva, pero tampoco ha surgido hallazgo alguno que la desvirtúe o debilite. Entrar en su crítica sería superfluo. De la lectura de nuestro resumen se deducen sus apoyos y sus flaquezas, éstas desde luego todas negativas, carencias de pruebas positivas, no argumentos en contra. A la vista de este panorama, creemos que sería conveniente, y desde luego muy útil, editar ese fondo documental. Es un deber hacia los investigadores futuros, que la preservación del mismo, ejemplarmente asegurada por el hijo de Emilio Sáez en el último trance de su vida, impone como un cierto deber.
Emilio Sáez terminaba su artículo: «Tales son, por el momento, los datos que podemos ofrecer de la peripecia humana del autor del Buen amor, la inmortal obra del Arcipreste, que podrá ser analizada ahora — creemos— con una perspectiva totalmente nueva». Antes, luego de citar a María Rosa Lida de Malkiel41 y Corominas42, había escrito que «los años pasados por Juan Ruiz en la España musulmana tienen su reflejo en algunas coplas de su obra». Por lo tanto, de lo que no cabe duda alguna, es de que el nacimiento alcalaíno sería concordante con su mentalidad y explicativo de sus recuerdos43.
Emilio Sáez murió en 1988. Su discípulo y colaborador, José Trenchs, en 1991. Su hijo Carlos Sáez en 2006. ¿Ello coadyuvante, por parvo que fuese, a la pertinaz oscuridad, rebelde a todas las investigaciones contemporáneas, que rodea la persona del autor del Libro del buen amor? Trenchs y Sáez hijo no tuvieron tiempo de escribir su libro. Sáez padre no lo habría hecho. Él representaba la primera generación de la posguerra civil, el grupo de jóvenes que rodeó a los escasos maestros que habían sobrevivido y quedado en España. Aunque su servicialidad con don Claudio Sánchez-Albornoz, el arquetipo del exilio intelectual y político, fue ejemplar.
El primer artículo publicado suyo fue un Privilegio de la Orden de Santiago a Caravaca44, su pueblo natal. El segundo fue un inventario librario de Celanova45. La documentación de este monasterio apareció póstuma y muy tarde, a su nombre y el de Carlos. Pero don Claudio, a la otra lejana orilla, había dispuesto de ella desde que salió de la máquina de escribir de su padre en ésta. En 1953 editó Los Fueros de Sepúlveda, un espléndido trabajo en colaboración, dando lo suyo al aspecto jurídico y al idiomático. Poco después salió el primer volumen de la Colección diplomática de Sepúlveda. El segundo fue publicado por Carlos mucho más tarde.
Él a veces se citaba como «de mis últimos trabajos y también de los primeros»46.
Su vida era la dirección de congresos47, la atención a las novedades en curso, de encuentro en encuentro, la ayuda a los discípulos y colaboradores, también las organización de viajes48 para los mismos aunque con alguna apertura social49. La creación del «Anuario de Estudios Medievales»50 reveló un esfuerzo asombroso. Una revista sin limitaciones cronológicas ni geográficas ni idiomáticas, en un país muy cerrado al cultivo de los temas foráneos, incluso en los tiempos más florecientes. Los cambios políticos impidieron que los Ministerios de Asuntos Exteriores de España y de la Unión Soviética editaran conjuntamente un centenar de documentos, los más reveladores de las relaciones entre los dos países51, una iniciativa de sus exclusivos gestación e impulso.
Mientras tanto, Alcalá la Real había acogido la hipótesis de Emilio Sáez con un entusiasmo desorbitado. La mejor prueba de que no ha decaído es este segundo congreso internacional sobre el Arcipreste. A ese propósito tenemos que reflexionar en que, la realidad indiscutible es la de Juan Ruiz de Cisneros y su familia. ¿Cantera de novelas históricas? Desde luego, pero sería superficial e incluso frívolo tener ante todo en cuenta eso. Pues por delante está la cotidianidad del aspecto, a veces conflictivo de civilizaciones52, a veces convivencial53, que fue la España medieval.
Del Arcipreste y su libro, recordemos la trascendencia que le dieron tanto Sánchez-Albornoz como Américo Castro, en pro de sus interpretaciones discordantes del pasado peninsular. Algo pintiparado para encajar en las repercusiones de aquellas mentalidades y situaciones en la ciudad fronteriza. Por eso en ningún caso caerían en el vacío estas conmemoraciones y memorias54 arciprestales allí.
Hemos visto que la familia de Juan Ruiz de Cisneros poseía el señorío del pueblo palentino de Cisneros. En él nació el abad benedictino de Montserrat, García Jiménez de Cisneros. Autor éste del Ejercitatorio de la vida espiritual, cuando pasó por su monasterio San Ignacio de Loyola, en la etapa de su retiro en la cueva de Manresa. Su influencia en los Ejercicios espirituales del fundador de la Compañía de Jesús es evidente. La asunción de las nuevas corrientes del espíritu por los mantenedores y testigos de una tradición anterior en el mismo seno confesional. El abad Cisneros era primo del cardenal Cisneros. No es de este lugar glosar su figura histórica. Recordaré sólo que fue uno de los dos únicos arzobispos de Toledo que visitaron un lugar de su diócesis, Orán. Lo indubitado también es que su vida nos arroja un balance muy distinto de la del padre y los hermanos de Juan Ruiz de Cisneros en el ámbito hispanoislámico.
Personalmente, esta oportunidad de dar noticia de un legado del editor de los Fueros de mi pueblo natal, relativo al más ilustre de los hijos del que considero mi pueblo de adopción, ante una asamblea tan docta, no puede ser más emotiva. La dación de fe que la antorcha no se ha apagado al quedarse inertes las manos de su mantenedor.