Centro Virtual Cervantes
Literatura

Juan Ruiz, Arcipreste de Hita > Índice del II Congreso > A. Deyermond
Arcipreste de Hita

Discursos del congreso

Alan Deyermond. Queen Mary, University of London

Discurso de inaguración

Pensaba empezar con las palabras «No he entendido nunca el Libro de buen amor», pero me di cuenta de que no es verdad (o no exactamente verdad). Adaptando las palabras de Abraham Lincoln, me ha sido posible entender el Libro entero de vez en cuando, o entender determinadas aspectos del Libro todo el tiempo, pero no me es posible entender todo el Libro todo el tiempo. Leí el Libro por primera vez a fines de 1952 o principios de 1953 (en el último año de mi licenciatura), di mi primer curso sobre él en 1957 (el último curso fue hacia 1994), y publiqué mi primer artículo sobre el tema en 1964. Mi publicación más reciente salió la semana pasada: un breve prólogo al impresionante libro de José Luis Pérez López, que se presentará en este Congreso. Cincuenta y cinco años de una lucha por dominar el Libro de buen amor, lucha en la cual suele vencerme el Arcipreste de Hita. Juan Ruiz 10 puntos, Alan 2 puntos, aproximadamente.

Esto se debe, sin duda, a mis defectos como lector, defectos que muchos de vosotros ya habréis notado, y que los demás notaréis a lo largo de este congreso. Sí, la culpa es mía, pero no totalmente mía. El gran hispanista británico Alexander Parker escribió un artículo sobre la responsabilidad difusa en las tragedias de Calderón. Se puede aplicar la idea a los estudios sobre el Libro de buen amor: gran parte de la culpa se debe echar a Juan Ruiz mismo. No sólo quiso despistar a sus lectores, sino que nos lo dijo claramente (por ejemplo, en el episodio de los griegos y los romanos —episodio que comentaré dentro de poco—). Acercarse al Libro es entrar en (aplicando las palabras de los guerrilleros marxistas italianos de hace años) una lucha continua. Me parece apropiado citar ahora las palabras que escribí en otras ocasiones:

The Libro de buen amor presents what may be a unique difficulty in medieval literature. Some texts, such as the Cantar de Mio Cid, have a clear meaning, and critical argument is confined to the reasons which lie behind that meaning and to the ways in which the author’s intention is artistically realized. Other texts —for example, Celestina, Sir Gawain and the Green Knight, Villon’s Testament— are more controversial, but at least we all know what questions we should ask, and any one critic knows his or her view of the answers that emerge. Most critics of the Libro de buen amor, however, confess themselves baffled for at least part of the time, and it is hard even to reach agreement on what questions one should ask of the work.

(«Juan Ruiz’s Attitude to Literature», 1980, p. 113)

The Libro de buen amor is by far the most enigmatic work in medieval Spanish literature, and probably in the literature of all medieval Europe. It is intentionally ambiguous, it is pervasively parodic, the relationship between the first–person narrator and the implied author is unusually complex, there is a kaleidoscopic interplay between the didactic message(s) and the subversive (sometimes obscene) humor, and even the genre of the book is hard to pin down.

(Medieval Literature: An Encyclopedia, ed. E. Michael Gerli, 2003, p. 488)

¿Cómo me he acercado a la lucha continua? Casi todos mis trabajos sobre el Libro —investigaciones que tratan de aclarar aspectos y episodios de la obra, o valoran los trabajos de otros investigadores— resultan de una de dos causas. La primera, la preparación de clases y la necesidad de contestar a las preguntas de mis alumnos; la segunda, la instancia de directores de tomos colectivos y revistas. No se trata de un rasgo distintivo de mis trabajos sobre el Libro, sino todo lo contrario: es la historia de gran parte de mi vida de investigador. Recuerdo que en la primavera de 1959, después de mandar a la editorial el original de mi primer libro (una revisión de mi tesis sobre la Celestina), no sabía cómo encontrar temas para mis futuras investigaciones. La semana siguiente, preparando una clase sobre el Poema de Fernán González (texto de estudio obligatorio para los exámenes de la Universidad de Londres en aquella época), se me ocurrió una idea que, desarrollada, llegó a ser mi segundo artículo (el primero había resultado de mis primeros meses de investigación para la tesis). El año siguiente, leyendo las Mocedades de Rodrigo en preparación para una clase sobre la épica, me di cuenta de que la visión neotradicionalista de dicho poema (visión aceptada por casi todo el mundo) como la obra de un juglar degenerado era incompatible con varios rasgos inconfundibles de la obra. Vi en seguida que tendría que investigar en los archivos de Palencia… Y así nació mi segundo libro. Muchos trabajos posteriores tuvieron orígenes parecidos. La asociación entre enseñanza e investigación ha sido fundamental para mí y, según creo, para la mayoría de los investigadores. Sé que hay bastantes, sin embargo, que pasan su vida profesional en bibliotecas, archivos y museos, investigando a partir de los libros, documentos y artefactos con los cuales pasan cada día: Ramón Gonzálvez de Toledo o el llorado Frederick Norton de Cambridge, por ejemplo. Hay otros que no han sido nunca profesores de universidad ni siquiera de enseñanza media, pero que se dedican a la investigación con éxito y con energía incansable, motivados por un interés personal muy concentrado. El caso más notable en Inglaterra es Martin Duffell, máxima autoridad sobre la métrica medieval (le agradecemos un magnífico artículo sobre la métrica del Libro de buen amor, publicado en el imprescindible Companion to the «Libro de buen amor»). Admiro su dedicación disciplinada, pero no soy capaz de imitarles. Para mí ha sido importantísima la posibilidad de exponer mis ideas, no sólo ante mis colegas sino también ante los alumnos cuyas preguntas provocaron la investigación.

De esta manera nació mi primer trabajo sobre el Libro, publicado hace más de cuarenta años. Había comentado, en mis primeras clases sobre la obra de Juan Ruiz, lo extraordinario que es el cuento de los griegos y los romanos, cuento introducido por una exhortación a «entender bien mi libro», en el cual —como sabemos todos— un docto griego y un ignorante romano interpretan de maneras incompatibles su diálogo sin palabras. Lo que no se había notado debidamente es que este chiste semiótico es seguido pronto por otro. Me refiero al cuento del rey Alcaraz y los cinco astrólogos que le ofrecen interpretaciones que parecen incompatibles hasta que todas resultan acertadas. Es decir que el único aspecto del Libro de buen amor que es diáfanamente obvio es que todo intento de averiguar un sentido estable de una obra literaria —al menos de esta obra literaria— fracasa. Es lo que comenté a mis alumnas (en aquella época el Westfield College aceptaba sólo a mujeres para la licenciatura), las convencí, y esto me animó a redactar mi primer artículo sobre el Libro. En los cuarenta y pico años después de su publicación han salido una docena de artículos sobre el debate del griego y el romano, artículos más largos que el mío, más eruditos, más maduros (era muy ingenuo cuando escribí el mío). Pero, si no recuerdo mal, no comentan mi conclusión y, aunque algunos de ellos enriquecen nuestra lectura del episodio, no me han hecho vacilar en mi opinión.

Otro artículo temprano, que salió en 1970, y que comenta lo fundamental que es la parodia en la obra de Juan Ruiz, también tuvo su origen en mis clases, pero su publicación resultó de circunstancias distintas. Un día comenté a John Varey, director de la recién fundada Colección Támesis, que nuestras alumnas —y los alumnos de otras universidades— necesitaban un libro para orientarles en su lectura de Juan Ruiz, libro preparado por una docena de investigadores, que tratara los aspectos más importantes de la obra del Arcipreste y que renovara varias cuestiones. Dependíamos en aquella época de la anticuada edición de Julio Cejador y Frauca, del libro de Félix Lecoy y los más recientes de Thomas Hart y de Anthony Zahareas, y de unos artículos de María Rosa Lida de Malkiel y de Gerald Gybbon-Monypenny. Los trabajos de Lecoy y Lida de Malkiel eran —y todavía son— fundamentales, pero se dedican casi totalmente a la historia literaria: cuestiones de fuentes, etcétera. Para la crítica literaria los alumnos tenían que recurrir al breve libro de Hart (centro de una controversia intensa), al de Zahareas y a un par de artículos de Gybbon-Monypenny. Hacía falta un libro dirigido principalmente a los alumnos, pero escrito por investigadores de alta categoría (y en su mayoría bastante jóvenes). Propuse a Gybbon–Monypeny como editor del tomo, y aceptó el cargo, pero me castigó con la insistencia en que colaborara yo con un artículo largo.

No voy a seguir con la historia de mis propios trabajos. Los comentará Louise Haywood esta tarde, y ella los conoce mucho mejor que yo, pues los acaba de leer o releer. Lo que quisiera subrayar antes de callarme es lo que debo a mis profesores de hace medio siglo, la amistad con otros investigadores que me ha proporcionado el Arcipreste, el magnífico esfuerzo en pro de Juan Ruiz que se hace aquí en Alcalá la Real, y la generosidad de muchas personas, sobre todo en España, para conmigo.

Mis profesores. Desde 1951 hasta 1953 mi tutor en Oxford para mis estudios de literatura española fue Robert Pring–Mill, y fue él quien comentó las primeras palabras, muy juveniles, que escribí sobre el Libro de buen amor; desde 1953 hasta 1957 el director de mi tesis fue Peter Russell. Así, por una suerte que parece casi increíble, dos hispanistas de calidad extraordinaria aceptaron la responsabilidad de transformarme en hispanista. Es imposible expresar debidamente lo que les debo.

Amistad. En 1965, en el aeropuerto de Amsterdam, camino al segundo congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas, conocí a Thomas Hart y le hablé de su libro. Fue el inicio de una amistad entre nuestras dos familias que ha durado más de cuarenta años. Tom había querido aceptar la invitación a leer una ponencia en este Congreso, pero el viaje desde la costa oeste de Estados Unidos a Granada, pasando por los muchos kilómetros de la Terminal 4 de Barajas, habría sido muy duro, sobre todo a los 82 años. Menos mal que le representa en el Congreso su nuevo libro, Allegory and Other Matters in the «Libro de buen amor», salido hace cinco días. Poco después de encontrarme con Tom conocí a Tony Zahareas, luego a Louise Vasvári, Michel Garcia, Jacques Joset, Andy Kelly, Luce López Baralt y otros especialistas fuera de España, y a Alberto Blecua, Francisco Rico, José Luis Pérez López y otros en España. Huelga decir que entre los hispanistas británicos trabé amistad —antes de mi primer encuentro con Tom Hart, antes de mi primer artículo sobre el Libro— con el llorado Gerald Gybbon-Monypenny, y más tarde con Jeremy Lawrance y con Louise Haywood (Louise fue alumna mía y pasó a ser amiga leal y generosa). Estas amistades han sido importantísimas para mí, tanto personal como profesionalmente.

Esfuerzo. Parece mentira que en una ciudad pequeña, sin universidad, sin el apoyo de ninguna de las grandes fundaciones, se haya creado un centro importante de estudios sobre Juan Ruiz, centro que se debe al entusiasmo y a la energía de dos personas: Carmen Juan Lovera, durante muchos años bibliotecaria y archivera de Alcalá la Real, y Francisco Toro Ceballos, jefe del Área de Cultura del Ayuntamiento alcalaíno. Su interés nació cuando Emilio Sáez y José Trenchs identificaron al poeta Juan Ruiz con Juan Ruiz de Cisneros, nacido en Alcalá la Real. Fruto temprano de dicho interés fue un pequeño libro, Origen andaluz de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita (1995), en el cual Carmen y Paco refuerzan la hipótesis de Sáez y Trenchs. El siguiente paso se dio en 2000, cuando el bibliófilo madrileño Enrique Toral regaló a Carmen una de las cinco copias dieciochescas del Libro de buen amor, copia que había pertenecido hace cien años al investigador Emilio Cotarelo y Mori y que se creía perdida. Con generosidad parecida a la de Enrique Toral, Carmen la donó a la Biblioteca Municipal de Alcalá la Real. Este manuscrito es la joya de la Biblioteca Ruiziana, nutrida colección de ediciones y estudios que se reveló por primera vez en la exposición organizada con motivo del Congreso de mayo de 2002, y que va creciendo rápidamente gracias a la inagotable energía de Paco Toro y el apoyo económico del Ayuntamiento. El equipo alcalaíno, además de crear un importante recurso bibliográfico, ha realizado publicaciones, ha organizado simposios y congresos, y ha establecido contactos con especialistas no sólo de España sino de otros países. Se ha creado aquí en Alcalá la Real un centro de estudios ruizianos de importancia fundamental.

Generosidad. Agradezco a Pedro Cátedra y a Jeremy Lawrance —dos de las máximas autoridades sobre la literatura medieval española— sus palabras tan cariñosas como generosas. No merezco lo que dicen de mí, pero trataré en los años que vienen de reducir la distancia entre sus palabras y la realidad de mis trabajos. Agradezco a Paco Toro el haber pensado en este congreso, y la energía y el esmero con los cuales lo ha preparado. Agradezco a Louise Haywood la dirección académica del congreso, las muchas horas que ha dedicado al programa, y su capacidad de superar todos los problemas. Finalmente, agradezco al Ayuntamiento de Alcalá la Real, al Instituto de Estudios Giennenses y a la Diputación Provincial de Jaén su apoyo no sólo económico sino moral, apoyo manifestado en la presencia con nosotros de las autoridades correspondientes. Es otra muestra más de la extraordinaria generosidad con la cual España acoge y anima a los hispanistas de otros países.

Discurso de clausura

El programa dice «Valoración del Congreso», pero si tratara yo de valorar cada una de las comunicaciones y ponencias tendría que hablar cuatro horas. Por lo tanto me restringiré a algunas observaciones generales. Hemos escuchado —y esperamos leer pronto en las Actas— los resultados de la investigación sobre varios aspectos del Libro de buen amor, por ejemplo:

  • la autoría (Carmen Juan Lovera)
  • las fuentes y su modo de empleo (Federica Accorsi)
  • la estructura (Henk de Vries)
  • episodios (Selena Simonatti sobre las horas canónicas, Francisco Rico sobre Doña Cruz, Antonio Contreras Martín sobre el prólogo, Luce López Baralt sobre las dueñas chicas, y Pablo García Pinar sobre Doña Cuaresma)
  • el estilo (José Luis Bellón y Louise Vasvári)
  • el sentido (Juan Paredes y Jeremy Lawrance)
  • los temas (Luzdivina Cuesta Torre y Carmen Parrilla)
  • la literatura comparada (Jacques Joset, Antonio Rubiales, Luce López Baralt de nuevo, Victoria Prilutzky)
  • la historia de la investigación y de la crítica sobre el Libro (Antonio Linage Conde, Louise Haywood, Laurence de Looze y, de nuevo, Jeremy Lawrance)

No es una lista completa, ni mucho menos.

Los investigadores que han colaborado en este Congreso han empleado una variedad de metodologías, confirmando así lo que siempre he sostenido: que no hay una sola llave para abrir una obra literaria, sino que necesitamos una docena de llaves en nuestros llaveros.

Este Congreso ha sido excepcionalmente multigeneracional: casi setenta años separan las fechas de nacimiento de la más joven congresista y del mayor. Si me permiten, quisiera destacar la aportación de dos generaciones. Enrique Toral y Manuel Criado de Val han asistido a todas las sesiones (éste sentado en la primera fila con su esposa), siempre interesados, siempre atentos (con una atención superior a la de muchas personas más jóvenes). Debemos a Enrique su constante apoyo del equipo ruiziano de Alcalá (ya comenté su generosidad bibliográfica), y a Manuel su incansable dedicación a Juan Ruiz, manifestada especialmente en las actividades que organiza en Hita. Ahora les debemos su participación ejemplar en este Congreso. Al otro extremo de la gama cronológica, dos alumnas de la Universidad de Pisa, Federica Accorsi y Selena Simonatti —una recién licenciada, la otra todavía no—, han leído comunicaciones de originalidad y madurez superiores a las de muchos catedráticos que han hablado en otros congresos. Nuestros alumnos y bisalumnos son el porvenir del hispanomedievalismo, y es un porvenir que me llena de confianza y alegría.

Otro aspecto importante del Congreso fue la presentación ayer por la mañana de cuatro libros, dos de ellos —los de Thomas R. Hart y José Luis Pérez López— salidos a fines de la semana pasada. Dentro de pocas horas la presentación quedó superada: cuando regresamos para la sesión de la tarde recibimos otro, todavía caliente de la imprenta. Me refiero, desde luego, a la excelente edición facsímil del manuscrito dieciochesco del Libro de buen amor, el manuscrito de Alcalá la Real, al cuidado de Francisco Toro Ceballos, publicada especialmente para el Congreso. La calidad del facsímil me parece inmejorable, y las introducciones de Paco Toro y de Carmen Juan Lovera son interesantísimas. Según creo, es la única edición de una de las copias dieciochescas del Libro, y tiene gran interés no sólo para los estudios ruizianos sino también para el estudio del medievalismo español del siglo xviii, la prehistoria de la primera edición existente de gran parte de la poesía medieval castellana, realizada por Tomás Antonio Sánchez. (Digo «primera edición existente» porque me parece muy posible que hubiera una edición del ms. S en la primera mitad del siglo xvi, cuestión que comento en el segundo capítulo de mi The «Libro de buen amor» in England). La prehistoria de la Colección de Sánchez es para mí de interés especial, y publiqué en 1997 un estudio comparativo de ésta y las Reliques of Ancient English Poetry de Thomas Percy. (Cuando pronuncié estas palabras, no sabía que dos días después de regresar a casa recibiría la nueva edición del Libro, al cuidado de Steven D. Kirby (Newark, Delaware: Juan de la Cuesta), destinada a los alumnos de licenciatura en Estados Unidos. Mi primera impresión es que resultará utilísimo. Cuatro libros en nueve días… Es la primera vez, y sospecho que sea la última, que ediciones y estudios del Libro de buen amor han salido a un ritmo de un tomo cada dos días). Volviendo al facsímil, felicito y agradezco, en nombre de todos los congresistas, a Paco y a Carmen la publicación de un libro tan importante.

Un aspecto imprescindible de los buenos congresos —y éste ha sido muy bueno— es el de los resultados que salen de conversaciones entre sesiones. En los últimos días, al saber que el llorado Carlos Sáez legó al Archivo Municipal los papeles de su padre, Louise Haywood ofreció a Paco Toro los de Gerald Gybbon-Monypenny, constituyendo así los inicios de un Archivo Ruiziano para acompañar a la Biblioteca Ruiziana (el nombre definitivo de la Biblioteca fue decidido en otra conversación). En un desayuno fructífero nació el proyecto de un libro cada año sobre Juan Ruiz, algunos en coedición con los Papers of the Medieval Hispanic Research Seminar. Es probable que el primero, que se publicaría en 2008, sea una selección de los trabajos más importantes de Gerald Gybbon-Monypenny, al cuidado de Louise Haywood y un servidor.

Dije en el acto inaugural que he entendido el Libro de buen amor de vez en cuando, y unas partes de él todo el tiempo. Hoy entiendo, gracias a vosotros, varias partes más. Incluso he tenido la impresión de acercarme un poco más a un entendimiento global del Libro. Agradezco sinceramente a los colegas que me han aclarado cuestiones que antes eran oscuras.

Finalmente, agradezco de todo corazón a los que han creado este magnífico Congreso: a Paco Toro y sus colegas, que han trabajado incansablemente en su preparación y en su desarrollo durante estos días; al Ayuntamiento de Alcalá la Real y a la Diputación Provincial de Jaén su constante apoyo; a Louise Haywood su organización genial del programa. Me es imposible expresar debidamente mi reconocimiento a ellos, y a todos vosotros por vuestra colaboración en este maravilloso Congreso. No lo olvidaré nunca. Queridos amigos, queridísimos amigos, ¡gracias!

Flecha hacia la izquierda (anterior) Flecha hacia arriba (subir) Flecha hacia la derecha (siguiente)
Centro Virtual Cervantes © Instituto Cervantes, . Reservados todos los derechos. cvc@cervantes.es