El auge del ascetismo cristiano en el s. IV supuso un desafío para las élites sociales y eclesiásticas, al suscitar nuevos problemas que exigían respuesta del ordenamiento jurídico. La política legislativa de los dos siglos siguientes es constante: someter los monjes al obispo y separarlos del mundo, haciéndolos así "verdaderos monjes". Pero los papiros documentales y las reglas monásticas egipcias muestran una práctica muy alejada de las leyes en casi todos los aspectos que éstas tratan. Tan escaso impacto de la legislación canónica e imperial sobre el monacato egipcio se debe a su organización carismática, que hacía los usos monásticos más fuertes que unas disposiciones legales cuya legitimidad era muy débil a ojos de los monjes.
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