La macroeconomía venezolana parece sana y ordenada. Sin embargo, detrás de este panorama alentador se esconde un modelo de desarrollo productivo que exhibe importantes debilidades. Al tiempo que se profundiza un patrón de especialización basado en la explotación de los recursos naturales, se pretende encadenar a un sector enclave intensivo en capital en una economía de servicios intensiva en mano de obra de baja calificación. La idea de una ¿economía alternativa¿ formada por miles de cooperativas que se mantienen gracias a los contratos con el Estado genera todo tipo de inconvenientes: pone a estas pequeñas organizaciones a merced de las oscilaciones del gasto público, desincentiva la innovación y la competencia y crea enormes redes clientelares ineficientes. En definitiva, todo descansa en un Estado fortalecido financieramente por los ingresos petroleros, que hace poco para consolidar un sector industrial capaz de responder a los retos de un mundo globalizado.
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