Lurralde :inv. espac.

N. 12 (1989)

p.117-125

ISSN 1697-3070

LURRALDE

LA REGIÓN: UN DEBATE PERMANENTE

 

Eugenio RUIZ URRESTARAZU

Recibido: 1989-01-10

Departamento de Geografía de la Universidad del País Vasco Vitoria-Gasteiz

RESUMEN: La región: un debate permanente

Tras examinar las características de los principales tipos de regionalización, se concluye que son dos los criterios básicos, opuestos entre sí, que prevalecen: la región como ente real, objetivo, o bien, como una formalización mental. En este trabajo se defiende la segunda opción, al considerar que es el propio investigador quien delimita y crea su espacio de estudio de acuerdo con unos criterios derivados de la finalidad científica propuesta. De esta última dependerá asimismo la metodología regional que se adopte.

Palabras Clave: Región, Geografía Regional.

ABSTRACT: The region

After closely examining the characteristics of the main types of regionalization, it can be deduced that there are two opposite basic criteria that prevail. The region is a real, objective being or, on the contrary, as a mental entity. Through this work, the second position is defended on considering that is the investigator himsel who creates and defines his own space of study according to some specific criteria derived from the scientific aim he has dediced. Obviously the regional rnethodology adopted will depende from it, too.

Key Words: Region, Regional Geography.

LABURPENA: LURRALDEA: ESTABAIDA IRAUNKOR BAT

Erregionalizazioren motarik garrantzitsuenen ezaugarriak aztertu ondoren, nagusiak diren oinarrizko erizpideak, haien artean kontrajarriaz, bi direla aterazten da: Lurraldea izaki erreal bezala, objetiboa, nahiz garun-formalizazio bezala. Lan honetan bigarren aukera definditzen da, ikertzaile bera proposatzen duen finalitate zientifikoaren ondorioz sortutako erizpide batzuekin ados, bere espazioaren ikerketa egiten eta mugatzen den pertsona dela kontsideratzerakoan. Azken honen menpean ere hartuko den metodologia erregionala izango da.

La larga historia de la Geografía, a diferencia de lo sucedido con otras ciencias, no ha conseguido lograr un consenso acerca de su cometido o de su metodología ni entre aquéllos que a sí mismos se denominan geógrafos. Este hecho es más evidente cuando se examina la situación presente en la que coexisten diversas corrientes, sin que a ciencia cierta pueda ninguna de ellas ser considerada como dominante. La herencia de las "revoluciones", que surgen a partir de mediado nuestro siglo siguen marcando su huella (Claval, 1987).

Sin embargo, entre la abigarrada producción geográfica, es posible destacar dos parámetros esclarecedores de las finalidades que buscan los geógrafos en su labor intelectual: la temática y los objetivos. Los temas que atraen su atención se resumen en el análisis espacial, el ecológico y el regional (Hagget, 1975). Por su parte, los propósitos fundamentales que persiguen se sintetizan en los siguientes: corográficos, reflexivos y pragmáticos (Vilá, 1983). Tanto en uno como en otro caso resalta lo regional como ineludible parte de lo que constituye el patrimonio geográfico.

Todas las escuelas y tendencias geográficas, incluso las que se muestran antagónicas entre sí, se han visto en la necesidad de dividir el espacio de la superficie terrestre para abordar y hacer inteligible su análisis (Fernández, 1985). Tanto es así que quienes no son geógrafos, sin duda influenciados por la larga tradición coro gráfica de nuestra ciencia, consideran en su mayoría que la función de la Geografía debe ser la de proporcionar una imagen lo más certera posible del mundo, de las diferentes partes en que éste puede dividirse, de la organización de sus elementos y de las relaciones entre las sociedades y los territorios que explotan y transforman (Dollfus, 1986). Están refiriéndose a la geografía regional. Aunque éste no sea el único modo de enfrentarse al conocimiento del espacio desde una perspectiva geográfica, sí que existen numerosas razones que abogan en favor de algún tipo de delimitación espacial.

Entre ellas se distinguen unas que responden a necesidades intrínsecas de la disciplina y otras más específicas (Molina, 1986). Dada la amplitud de los intereses y del objeto de estudio de la Geografía, se hace imprescindible contar con un centro de atracción delimitado en el que sea asequible indagar la finalidad propuesta. No es necesario esforzarse mucho para comprender que el estudio de espacios concretos facilita el descubrimiento de relaciones que pasan desapercibidas a otras escalas más pequeñas. Asimismo favorece el contacto con otros científicos que, de alguna manera, muestren preocupaciones espaciales, propiciando de este modo la interdisciplinariedad, tan poco practicada en nuestras estancas estructuras gremiales. Otra clase de razones que impulsan a emprender delimitaciones espaciales tienen que ver con aspectos más específicos que intentan conseguir unos fines determinados, cuya validez viene motivada por sus propios objetivos. Los estudios relacionados con la planificación y ordenación del territorio ocupan un lugar preferente en estas orientaciones.

No hay que olvidar tampoco un motivo que no suele aparecer explícitamente expresado pero que, en numerosas ocasiones, ocupa un papel determinante. Este móvil se afianza en el interés por exaltar, reafirmar o revivir las particularidades propias del territorio que centra la atención del geógrafo. En este sentido afirma Sautter (1985) que mientras las fuerzas dominantes que dimanan de los principales centros decisorios y de poder, sean estatales o multinacionales, tienden hacia una uniformización de las culturas, negando los particularismos, los espacios y las sociedades se empeñan en mostrar una fuerte individualidad, resistiéndose a dejarse reducir a un común denominador. De este modo, la geografía regional tiene una estimable responsabilidad en la lucha contra las corrientes asimilacionistas. Partiendo de esta mismo reflexión, pero exagerándola al extremo, Nir (1985) llega a exponer que la finalidad de esta clase de estudios regionales debe ser la de consolidar la base científica de un pluralismo cultural y étnico, ayudando a comprender y honrar los género de vida diferentes. Si se admite que la libertad puede definirse como el derecho y la práctica de ser diferentes a los otros, este procedimiento geográfico se convierte en transmisor y enaltecedor de la misma. Lo que realmente no queda claro en esta proposición es la idea que Nir, desde su perspectiva de profesor de la Universidad Hebraica de Jerusalén, posee sobre el pluralismo cultural y étnico.

Por último, no es desdeñable la vocación pedagógica del análisis regional, ya que convierte a la escala de lo perceptible la idea más abstracta e inaprensible de las relaciones de los hombres con su territorio, a través de las acciones que aquéllos realizan (George, 1987). Esta ventaja pedagógica proviene de las características propias de los espacios regionales, que son a la vez espacios percibidos y vividos y cuenta, por consiguiente, con la cualidad de lo conocido.

Si aparece suficientemente claro por qué los geógrafos dividen la superficie terrestre en porciones delimitadas para proceder a su estudio, no adquiere menor interés conocer para qué lo hacen. ¿Qué finalidad persiguen con estas divisiones? La respuesta a esta pregunta, o mejor, las respuestas nos permitirán definir de una manera más precisa el concepto de geografía regional. Las metas previstas son múltiples: mostrar un cuadro regional con los rasgos característicos dominantes; señalar lo que diferencia este territorio de otros circundantes, destacando sus particularidades propias; resaltar la unidad de un determinado geotipo o poner en evidencia sus contrastes internos; dar a conocer la explicación de fenómenos que interrelacionan las acciones humanas con su entorno físico; analizar los paisajes y los hechos culturales; exponer razonadamente la geodemografía de un espacio en conexión con las funciones económicas desempeñadas; la observación de las formas de distribución de los elementos geográficos sobre la superficie elegida, en sus complejas concatenaciones; el estudio de la lógica de las distribuciones, de su organización, explicando las regularidades que definen ese sistema espacial (Baudelle y Pinchemel, 1986). Sólo con esta lista, que no se presenta completa, es suficiente para revelar el abanico de posibilidades que ofrece el estudio de una delimitación en el espacio.

Tras las consideraciones precedentes, parece llegado el momento oportuno para proponer una definición de lo que se considera geografía regional. Según el Documento para la redacción de la Géographie Universelle Réclus (Dollfus, 1986), aquélla se define como la orientación geográfica que "procura describir, interpretar y comprender la diferenciación y la organización de los espacios a través de un relato continuo consagrado a la especificidad de cada conjunto, considerado en su coherencia interna y su distancia a los otros". En esta definición falta otro contenido que, aunque no se comparta, debe ser tenido en cuenta, cual es la elaboración de normas generales que rijan las distribuciones de sus elementos y sus relaciones.

Al llegar a este punto se presenta una de las interrogantes que siempre aparece patente y que tantas discusiones teóricas ha levantado. ¿Cuál debe ser la delimitación espacial en la que centremos nuestro trabajo? En definitiva, ¿qué es una región?

Las diversas opiniones confluyen en aseverar que una región es un fragmento de espacio que se distingue de los otros. Las divergencias se inician al considerar cómo distinguirlo. Esta discusión no es en absoluto banal, ya que la regionalización es, como ya se ha señalado, uno de los campos preferidos por la Geografía que debe seguir reivindicando; contiene unas posibilidades de acción aplicativa manifiestas; además, la cuestión regional posee una dimensión política que la convierte en asunto relevante desde el punto de vista social.

El concepto de región ha sufrido numerosos avatares a lo largo de la reciente historia de la Geografía y, a su vez, se ha enriquecido con las aportaciones de otros científicos que comenzaron a tomar en consideración los condicionamientos espaciales que tan profundamente afectaban a los fenómenos que ellos estudiaban. De acuerdo con la ordenación que propone la profesora Molina (1986) y que, en gran medida, se sigue aquí, el positivismo del siglo pasado puso el énfasis en criterios fisiográficos, destacando el papel asignado a las cuencas hidrográficas; con el historicismo posterior se privilegiaron las regiones naturales, que ante la transformación que sobre ellas ejercía el hombre pasan a ser geográficas (Vilá, 1980, 1983); el neopositivismo de la segunda mitad de nuestra centuria, adaptando ideas que había desarrollado la economía espacial, prefiere hablar de regiones funcionales; los humanistas de nuestros días destacan el carácter de espacio vivido, remachando la idea de territorialidad.

De este modo nos encontramos con diversos conceptos de región cuyos criterios son dispares y cuyos espacios se superponen de las más variadas formas. Vamos a destacar con brevedad las formas principales de regionalización que se han dado, con el fin de evidenciar la dificultad que encierra esta operación. Hay que declarar de antemano que en ningún caso puede hoy hablarse de superación de estas divergencias.

Las regiones históricas, que conforman su individualidad en base a motivaciones político-jurídico-sociales heredadas del pasado que, en algunos territorios, mantienen sus peculiaridades a través del tiempo, no cabe duda que constituyen un campo de investigación que permite examinar los factores de su supervivencia, así como las causas de sus modificaciones o, incluso, de su desaparición. Las regiones político administrativas conforman entes espaciales muy adecuados para evaluar las diferencias socioeconómicas que se establecen respecto de otros territorios, gracias a la mayor facilidad de allegar en ellas información estadística. En determinados casos estas últimas pueden coincidir en sus límites con las anteriores. Otro tipo de región, la natural, posee un gran valor cara a múltiples planteamientos referentes a la planificación del territorio, hasta el punto de que sin este enfoque sería difícil establecer modelos de actuación equilibradores entre las obras humanas y el medio ambiente. Unida a la anterior existe la región geográfica que resulta de la actitud del hombre sobre el entorno natural, del cual aprovecha las posibilidades que éste le brinda. Entre las regiones que podemos denominar económicas se distinguen tres subtipos: la región homogénea, en la que uno o varios parámetros económicos permanecen constantes y cualquier modificación externa afecta por igual a todo su territorio; la región polarizada o funcional que se define por una jerarquización de nodos que se encuentran interrelacionados funcionalmente (Fernández, 1985); su interés para medir los desequilibrios funcionales y los procesos de succión o expansión queda patente; y por último, la región plan o región planificada con fines de ordenación, modificación o conservación de un espacio. Una concepción globalizadora surge con la región sistemática que refleja la estructura espacial que posee un territorio como consecuencia del estado del sistema; se define más que por una concepción espacial, por un conjunto de relaciones entre sus componentes que pueden ser de tipo vertical u horizontal (Auriac, 1986).

Cada uno de estos modelos tipológicos está basado en unos determinados criterios y tienen una utilidad científica específica, sin que sea sensato despreciar ninguno de ellos. Sin embargo, sí que cabe establecer una división dual en el conjunto de los diferentes planteamientos. Unos parten de la consideración de la región como un ente real, objetivo. Existen en el espacio y se distinguen por unas particularidades propias que al investigador le es dado descubrirlas. Quienes sostienen esta concepción tratan de captar su singularidad de una forma holística o global, o bien, pretenden deslindarla y caracterizarla a partir de algún elemento significativo. Entre los primeros se puede citar a la escuela regional francesa que considera a la región como la plasmación en el espacio de una determinada comunidad que modifica su escenario natural de acuerdo con unos fines y por medio de unas técnicas. Aquí también se incluyen quienes privilegian el "contenido" social, económico y político de los distintos territorios, huyendo del formalismo de los "espaciólogos" (Kayser, 1984). Al hablar de la región como un producto social se está implícitamente indicando que esa producción espacial es algo objetivo que depende de los modos y relaciones de producción. Estas son precisamente las claves para individualizar sus respectivas áreas de implantación.

Si se utiliza la ciudad como criterio unificador y organizador de un territorio, se quiere centrar el análisis en un componente determinado, pero persistiendo en el carácter real de dicha organización.

La noción de los entes regionales como espacios objetivos se enfrenta a numerosas críticas. Una idea, simple pero expresiva, salta inmediatamente a la mente. Si las regiones son hechos reales que están en el espacio, su presencia debe de tener mucho de evanescente, ya que tan problemática resulta su constatación y tan numerosas variedades presenta sobre el mismo territorio. Sería de esperar que el problema de su delimitación no ofreciese tamañas dificultades y que, más tarde o más temprano, los investigadores terminarían por encontrarla, cosa que no sucede. Incluso en las regiones naturales, cuyos elementos y relaciones se observan con mayor comodidad que los hechos humanos, persiste el embarazo ante su demarcación, ya que el espacio es continuo y, normalmente, entre dos áreas diferenciadas se hallan zonas intermedias de transición de complicada asignación (Solé, 1984).

En efecto, esas supuestas regiones reales se definen de una manera vaga, poco consistente, sin que en la mayoría de las situaciones sus elementos aparezcan delimitados con claridad.

Si se toma como criterio diferenciador la acción del hombre sobre su medio natural habrá que convenir que, en economías avanzadas, dichas acciones y, por tanto, las transformaciones espaciales que se derivan de ellas tienen numerosas facetas en común, cuando no son las mismas. Se tiende a una progresiva uniformidad.

Respecto del criterio de jerarquía urbana como vía para reconocer las regiones se impone efectuar algunas consideraciones. La regulación de los mercados de productos agrícolas, productos especializados y con fuerte tendencia al monocultivo, ¿se realiza en verdad desde la "metrópoli" regional? ¿Dónde tiene sus oficinas centrales muchas de las industrias de los países avanzados? ¿Bajo qué organización espacial se encuentran estructuradas? ¿Cuál es el ámbito "regional" de una gran metrópoli? ¿Los agentes de organización de los espacios turísticos de masas se pueden considerar regionales? (Auriac, 1986). No cabe duda de que las áreas de influencia se superponen ya la vez se difuminan, fenómeno reconocido por quienes estudian el espacio desde una perspectiva regional. Pero, además, las clásicas relaciones ciudad-campo se han transformado notablemente. El campo no tiene en la ciudad el mercado de sus productos, sólo de una pequeña parte. Tampoco la urbe se surte al completo de su entorno. Tales relaciones se han vuelto hoy imposibles, puesto que al transformarse el sistema de producción rural, a causa de su integración en las relaciones capitalistas, sus producciones, con tendencia al monocultivo y al crecimiento acelerado de sus rendimientos, precisan de unos mercados más amplios, trastocando las redes urbanas locales. La evolución emprendida por las ciudades y sus respectivas áreas rurales tienen muchos síntomas de ser divergente. En palabras de Brunet (1972) "uno se da cuenta a veces que los polos no polarizan nada, salvo los desplazamientos" (Auriac, 1986, p.275).

Esta cierta desintegración de los espacios comarcales hace pensar a muchos geógrafos franceses que existen únicamente dos niveles de espacios organizados: el local y el nacional. La inexistencia de niveles intermedios les hace meditar sobre la artificiosidad del concepto regional. Si eso puede ser cierto desde una perspectiva centralista, como la del estado francés, no es aplicable a otros países en los que el desarrollo y vitalidad de entes regionales institucionalizados es una realidad ineluctable.

Algo similar a lo que se ha argüido acerca del criterio urbano para la conformación regional puede ser aplicado a la opción que escoge como criterio regionalizador la identidad o solidaridad de un grupo social con su entorno (Molina, 1986). La movilidad humana que se ha registrado entre unas regiones y otras tiene un doble efecto, cualquiera de los dos poco favorable para la defensa de este criterio como norma general. La conjunción de elementos humanos diversos sobre un mismo territorio conlleva diferentes opiniones acerca de él y procura distintos niveles de identidad o solidaridad, llegando a aparecer en ocasiones el rechazo. Por otra parte, los mencionados trasvases producen a la larga una uniformización de los modos de vida y una similitud de comportamientos ante el espacio. Por último, hay que descartar en ese sentido el hecho de que muchas regionalizaciones dependen de decisiones políticas que encuentran una disposición determinada por parte de la sociedad y que esta opinión puede ir transformándose paulatinamente en una u otra dirección. Un proceso idéntico se desarrolla en los nuevos habitantes que han inmigrado a una región. Baste citar, a modo de ejemplo, las diferencias de actitud que se registran entre los primeros inmigrantes y sus hijos nacidos o criados en el nuevo entorno.

De todas las críticas recogidas se deriva una consecuencia directa: para una misma superficie no hay una sola forma de regionalización, sino varias posibles. Por lo tanto, la región no es un hecho objetivo; se trata, más bien, de una formalización o construcción mental, elaborada a través de elementos que se juzgan significativos para los fines que se pretenden alcanzar. Esto quiere decir que una región la conforma el propio investigador en función de sus objetivos científicos y de los criterios elegidos, que no deben ser arbitrarios, sino derivados de los objetivos propuestos. El modelo regional que se construye, del cual se estudia su génesis, modos de transformación o de estabilidad, una vez que se ha estructurado como un sistema, colabora a la comprensión de la realidad o de la parte de la misma que se haya destacado.

Esta concepción pluralista (Vilá, 1980) no predetermina una escala de amplitudes espaciales más conveniente. Según la finalidad que se quiera lograr variará la dimensión del espacio regional seleccionado. Para ello deberán tenerse en cuenta los mismos criterios específicos a los que hace un momento se ha hecho referencia, entre los que no conviene olvidar, por su destacada influencia, la división espacial del trabajo (Brunet, 1981), ni las decisiones políticas y de ejercicio del poder (Raffestin y Turco, 1984). Por la misma esencia de lo expuesto, estas delimitaciones basadas en criterios finalistas son temporales.

La forma de abordar este intento de conocimiento regional se deriva, en gran parte, de la concepción adoptada. Una región se define tanto por su situación como por el complejo sistema que encierra, sistema que siempre permanece abierto, pero en el que se maximizan las relaciones internas y se minimizan las externas. Supone, por consiguiente, el paso de una teoría del espacio al examen de una plasmación concreta de una organización espacial conformada por un sistema más o menos perceptible.

El aspecto fundamental reside en qué se hace, cómo y por qué (Ortega, 1987). Sin perspectiva bien definida no puede existir una problemática, no se da la posibilidad de analizar problemas definidos y correctamente enunciados. En este sentido hay que conceder su justo valor a los problemas políticos, tanto en la delimitación espacial, que libera al geógrafo de una carga obsesionante, como en su influencia en hechos organizativos y de localización.

Al igual que otros enfoques geográficos, también en el regional se presenta la doble disyuntiva metodológica: nomotética o idiográfica. La geografía regional en sí no tiene por qué decantarse por una de ellas, despreciando la otra, puesto que no son excluyentes. La actitud nomotética tiende a crear modelos regionales a partir de las regularidades constatadas en la distribución de los hechos geográficos y en sus relaciones. De manera paralela el análisis regional es útil como instrumento de contrastación de dichos modelos de organización espacial. La asunción de un método regional deductivo no excluye todo carácter idiográfico a la región (Nonn, 1984). Es preferible que este análisis contenga los dos ángulos de acercamiento y, aún más, su integración (Piveteau, 1983, en Nonn, 1984).

Por el método deductivo se alcanzan a estructurar las formas, flujos y macroestructuras con el fin de diseñar modelos sistémicos y explicativos. Desde una geografía regional atenta a la vida cotidiana (Bailly, 1984) se extrae la sustancia de las relaciones humanas a partir de una comprensión empatética de los espacios regionales vividos, con sus sistemas de valoración y sus conceptos de territorialidad, de los que se derivan, en parte, las formas de actuación concretas. Por tanto, y desde diversas perspectivas, al análisis regional debe ser considerado, a la vez o separadamente, un estudio desde arriba y desde abajo, de modo que el examen de las macroformas no descarte la participación en el espacio de las ideologías. En otras palabras, se debe integrar la escala macro y micro (Robic, 1986), seleccionando las técnicas, métodos y variables de observación más apropiados para la meta marcada que ha sido previamente elegida y explicitada.

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