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Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. 
Universidad de Barcelona [ISSN 1138-9788] 
Nº 77, 1 de diciembre de 2000. 

EVOLUCION RECIENTE DE LOS ESTUDIOS DE GEOMORFOLOGIA GLACIAR Y PERIGLACIAR EN ESPAÑA (1980-2000): BALANCE Y PERSPECTIVAS*

Antonio Gómez Ortiz
Servei de Paisatge y Departament de Geografia Física i Anàlisi Geogràfica Regional. Universitat de Barcelona

Carlos E. Martí Bono
Instituto Pirenaico de Ecología. CSIC. Zaragoza

Ferran Salvador Franch
Servei de Paisatge y Departament de Geografia Física i Anàlisi Geogràfica Regional. Universitat de Barcelona



Evolucion reciente de los estudios de geomorfologia glaciar y periglaciar en España (1980-2000): balance y perspectivas (Resumen)

Se revisan las principales obras españolas que durante las últimas dos décadas (1980-2000) se han ocupado del estudio de la morfología glaciar y periglaciar. De su análisis y valoración crítica se obtienen datos referidos al avance del conocimiento en este dominio científico y a la evolución de sus técnicas y métodos de trabajo.

Palabras clave: estudios geomorfológicos/ España/ glaciarismo/ periglaciarismo. 



Recent evolution of glaciar and periglaciar geomorphological studies in Spain (1980-2000): balance and perspectives (Abstract)

The present paper gives a review of the principal Spanish research published during the last two decades (1980-2000) on glacial and periglacial morphology. Based on these studies we show the progress in the knowledge in this scientific field, and the evolution of the methodology used to study glacial and periglacial questions.

Key words: geomorphological studies/ Spain/ glacial/ periglacial. 



La preocupación por la morfología glaciar y periglaciar en nuestro país comenzó a cobrar fuerza a partir de 1957, que es cuando tuvo lugar, en Madrid-Barcelona, el V Congreso Internacional de la INQUA. Desde entonces, aunque particularmente a partir de la década de los ochenta y, sobre todo, de los noventa la morfología asociada a procesos fríos ha cobrado interés relevante (Gómez Ortiz & Palacios, 1995), con importantes aportaciones acerca del significado y cronología que las crisis climáticas pleistocenas y holocenas han tenido en la configuración del relieve peninsular, sobre todo en los sistemas montañosos y sus piedemontes.

En España la investigación sobre regiones frías se canaliza, fundamentalmente, a través de dos colectivos de geomorfológos -geógrafos y geólogos- que de unos años a esta parte vienen utilizando técnicas de estudio y enfoques temáticos muy semejantes, lo que les permite establecer relaciones e intercambios muy fluídos. Su producción científica ha sido muy abundante durante estas dos últimas décadas, lo que ha supuesto que el hecho glaciar y periglaciar en nuestras tierras sea bastante bien conocido.

En la actualidad, tres instituciones científicas se preocupan por potenciar el estudio geomorfológico de las regiones frías en nuestro país: AEQUA (Asociación Española para el Estudio del Cuaternario), SEG (Sociedad Española de Geomorfología) e IPA-España (International Permafrost Association).

Glaciarismo

Hasta hace pocos años eran relativamente conocidos el glaciarismo de la Cordillera Pirenaica y del Sistema Central, y de algunos otros puntos del resto de cordilleras españolas. En las dos últimas décadas se ha realizado un gran esfuerzo por parte de diversos grupos de investigación, adscritos a la Universidad o al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). En consecuencia, el número de publicaciones sobre glaciarismo ha aumentado grandemente. Aunque en este resumen hemos prescindido de casi todas las citas anteriores a 1981, resultará imposible ser exhaustivos en ellas, ya que son más de dos centenares. La razón de considerar el año 1981 como fecha de referencia se debe a que entonces se publicó una completa recopilación bibliográfica (Martínez de Pisón & Antón Burgos, 1981), además de otra ligeramente posterior referida al Pirineo Oriental (Gómez Ortiz, 1983).

Tres aspectos son destacables en el progreso del conocimiento del glaciarismo en España en las dos últimas décadas:

a) Cartografía casi completa. Se conocen los límites del hielo durante el Cuaternario, a partir del estudio de formas y depósitos. Dicho conocimiento ha progresado especialmente en áreas poco estudiadas anteriormente (Cordillera Cantábrica y Montes de León, Montes de Galicia y Sierra Nevada).

b) Enfoque sedimentológico de los estudios. Son cada vez más numerosos los trabajos que intentan deducir las circunstancias de progresión y retirada del hielo a partir del conocimiento de las características de "tills" y depósitos asociados (glacio-fluvio-lacustres).

c) Intentos de cronología absoluta. Son ya numerosas las dataciones absolutas que intentan situar dentro de un marco coherente las edades relativas establecidas en diferentes macizos. Se trata de dataciones basadas en radiocarbono, más raramente en U-Th, siendo mucho mas escasas las que se apoyan en elementos cosmogénicos.

Otro aspecto de interés son los trabajos, de inicio muy reciente, con enfoque geomecánico o geológico, de la deformación de los materiales afectados por glaciotectónica, relacionado con la paleogeografía y modelización hidrológica de los glaciares (Turú, 2000).

Macizos gallegos

A finales del siglo XIX algún autor ya cita la presencia de manifestaciones glaciares en los montes de Galicia, aunque posteriormente los trabajos son muy esporádicos hasta la segunda mitad del presente siglo, incrementándose desde entonces, particularmente desde 1970, hasta la actualidad. Entre estos últimos citaremos a Vidal Romaní (1989) y Pérez Alberti & Valcárcel Díaz (1998).

La topografía de los macizos gallegos es compleja, con numerosas unidades orográficas aisladas de altitud variable que, en el mejor de los casos, bordea los 2000 m. Existen controversias, en muchos casos, sobre la extensión máxima de los hielos, debido a la existencia de numerosas alteritas, de aspecto muy semejante al de algunos depósitos morrénicos. En general las lenguas glaciares descendíeron, durante la Fase de Máxima expansión, hasta altitudes de 700-800 m, tanto en macizos con cumbres cercanas a los 2000 m (Ancares, Trevinca) como en otros de menos altitud (Xistral, 1062 m). A mayores altitudes aparecen depósitos morrénicos que indican fases de estacionamiento durante la deglaciación.

En la Sierra de Queixa-Invernadoiro (1778 m) la Fase de Máximo Glaciar implica la existencia de una masa única de hielo en plataforma, con emisión de lenguas que descendían por los valles (6 Km de longitud máxima, 820 m de altitud). Posteriormente, durante la deglaciación, una Fase Inicial permitió la existencia de lenguas individualizadas, una Fase Intermedia dio lugar a depósitos de estacionamiento, y durante la Fase Terminal el hielo quedaba reducido a pequeños núcleos individualizados (Vidal Romaní et al, 1990a, 1990b; Brum Ferreira et al., 1992; Vidal Romaní & Santos Fidalgo, 1993, 1994).

Para Pérez Alberti & Covelo Abeleira (1996) la dinámica general de los glaciares en Galicia es algo más compleja, con algún ligero reavance, aúnque dentro del esquema descrito en el párrafo anterior. Atribuyen esta dinámica al paso de un clima con intensas precipitaciones nivosas y poca ablación veraniega a otro ambiente más frío y seco.

Existen pocos datos de cronología absoluta relacionados con el glaciarismo en Galicia. Algunas dataciones recientes (Vidal Romaní et al., 1999) realizadas mediante isótopos cosmogénicos en superficies graníticas pulidas por la abrasión glaciar sorprenden por su antigüedad. Éstas se desarrollaron en la Serra de Queixa y Serra de Xurés. Las de Serra de Queixa dan edades de Q-1=162.548±9.086, Q-2=126.184±13.260, Q-3=21.646 ±16963 y Q-4=15.465±6.991. Las de Serra de Xurés proporcionan X-2=238.324 ±17.235 y X-1=130.732±16.838. De confirmarse tales dataciones las fases más antiguas del glaciarismo en Galicia serían bastante anteriores a lo habitualmente aceptado, situándose dentro del Riss (caso de admitirse la cronología alpina para esta zona). Por tanto, deberían contemplarse por lo menos tres estadios glaciales diferenciados: el más antiguo, correspondería al estadio isotópico 8 del Vostok core; otro, se situaría dentro del estadio isotópico 6, y el más reciente, desarrollado durante el estadio isotópico 2 habría finalizado hacia 15 Ka BP.

Son más precisas las fechas mínimas de la retirada de los hielos. Diversas lagunas han proporcionado dataciones por radiocarbono: Laguna Grande o de As Lamas (Queixa-Invernadoiro), 13.400 ±400 (Vidal Romaní & Santos Fidalgo, 1994); Laguna de Lucenza (Serra de Courel) 17.390 ±90 (Pérez Alberti & Valcárcel Díaz, 1998).

Cordillera Cantábrica

El conocimiento de manifestaciones glaciares en esta cordillera se fija a mediados del siglo XIX, aunque ha sido en los últimos dos decenios cuando se ha progresado más en ello. Las síntesis más recientes se deben a Frochoso & Castañón (1998) y Alonso (1998). Otros trabajos son los de Pérez Alberti et al. (1993a), Alonso (1991, 1994), Pérez Alberti & Valcárcel Díaz (1996), Frochoso & Castañón (1996), Serrano (1996a), González Gutiérrez (1997), Redondo Vega et al. (2000). 

La mayoría de los glaciares de la Cordillera Cantábrica no sobrepasaban los 10 Km de longitud, no descendiendo, durante la fase de máxima expansión, por debajo de 1000 m. Algunas lenguas de hielo sin embargo alcanzaban mayores dimensiones, cómo las de San Isidro y Peña Prieta (15-16 Km), otras descendían hasta altitudes mucho más bajas (Bulnes, 650 m; Valnera, 340 m; Espinosa de los Monteros, 750 m), de acuerdo con especiales circunstancias topográficas y en menor medida climáticas.

Cordillera Ibérica

Las cumbres de este sistema montañoso apenas superan los 2000 m, por lo que, en general, los glaciares quedaban confinados en los circos. Están presentes únicamente en cinco de los macizos de la cordillera (Sierras de la Demanda, Neila, Urbión, Cebollera y Moncayo), ya que a la escasa altitud se une un dominio de clima más continental, en comparación con la Cordillera Cantábrica y los macizos de Galicia.

Los arcos morrénicos mas externos se encuentran por debajo de los 1300 m en el valle de Urbión, en los demás macizos se localizan entre 1400 y 1700 m. A pesar de la reducida extensión de las manifestaciones glaciares, los depósitos son frecuentes (morrenas laterales y frontales, glaciares rocosos, protalus rampart). A partir de la posición de estos depósitos se han definido varias fases glaciares: Máximo glaciar, Estadio intermedio y Estadio de glaciares de circo. Se trata, probablemente, de estadios de retroceso del último periodo glaciar, aunque no existen dataciones absolutas.

Entre las publicaciones más representativas aparecidas después de 1983, citaremos la síntesis de García Ruiz et al. (1998), que recopila trabajos anteriores y aporta datos nuevos. Igualmente los trabajos de Ortigosa (1986, 1994) y Sanz Pérez (1986) para Sierra Cebollera; Pellicer (1984, 1988) para el Moncayo; Antón Burgos (1985); Arnáez (1987); Arnáez & García Ruiz (1990); Arnáez et al. (1994) para la Sierra de la Demanda; Ortega & Centeno (1987) para la Sierra de Neila, etc.

Sierra Nevada

Aunque en este macizo se presentan las cumbres más elevadas de la Península Ibérica (Mulhacén, 3482 m; Veleta, 3478 m), incluso ligeramente más altas que las de la Cordillera Pirenaica (Aneto, 3404 m), su situación más meridional fue una limitación importante para el desarrollo, durante el Cuaternario, de grandes aparatos glaciares. Las lenguas tenían entre 4 y 8 Km de longitud, finalizando entre 1700 m y 2100 m s.n.m., salvo algún caso excepcional (valle de Lanjarón, 1400 m). Se trata de un glaciarismo típico de montañas secas, más semejante al de latitudes tropicales áridas (Andes chilenos y argentinos, Alto Atlas) que a los de áreas templado-húmedas (Gómez Ortiz, 1987a).

El reducido trayecto recorrido por el hielo se debe tanto a la rápida fusión de los frentes (a causa de la latitud muy septentrional) cómo a la pequeñas dimensiones de las cuencas de acumulación (el nivel de nieves permanentes se debió localizar, durante en máximo würmiense, entre 2300 y 2600 m, según se tratase de una orientación N o S, y a 2900 m durante el Tardiglaciar). Fue también importante la influencia de circunstancias particulares en el desarrollo mayor o menor de las lenguas glaciares, cómo la acumulación de nieve a sotavento de los vientos dominantes, lo que permitió equilibrar, en parte, el menor desarrollo de los glaciares de la vertiente S respecto a los de la vertiente N. Gómez Ortiz y Salvador Franch (1998), detectan diferentes generaciones de morrenas atribuibles al último período glaciar (máximo empuje, estabilización, deglaciación, y dentro de éste, -individualización de lenguas, glaciares de circo y tardiglaciar-). También, al igual que Messerli (1965), creen que glaciaciones antiguas debieron afectar a la Sierra.

En la actualidad únicamente aparece hielo en lugares muy umbríos, enterrado bajo derrubios (Corral de Veleta), posibles restos de reducidos glaciares de la Pequeña Edad del Hielo (Gómez Ortiz & Salvador Franch, 1998).

Diversos autores se han referido al glaciarismo de Sierra Nevada, los primeros trabajos datan de mediados del siglo XIX, con aportaciones de interés. Desde entonces son numerosas las contribuciones sobre el glaciarismo de la Sierra, que entre otros aspectos destaca por ser el más meridional de Europa. A partir de la década de los ochenta las investigaciones se intensifican (Soria Mingorance et al., 1985; Sánchez Gómez et al., 1990a, 1990b; Gómez Ortiz, 1987a; Gómez Ortiz & Salvador Franch, 1992; Gómez Ortiz et al., 1992, Gómez Ortiz et al., 1996). Una síntesis completa se debe a Gómez Ortiz y Salvador Franch (1998).

Sistema Central

En la Sierra de Guadarrama se localiza el macizo de Peñalara, con una altitud de 2430 m en el pico del mismo nombre. Los estudios son numerosos, destacando entre los recientes los de Centeno et al. (1983) y Acaso et al. (1998). Durante su máxima expansión el glaciar descendía hasta 1860 m, con una lengua muy corta. Los autores citados distinguen cuatro episodios (máximo glaciar, arcos morrénicos de avance, arcos morrénicos de retroceso y glaciares rocosos), pertenecientes todos a la última fase glaciar. Por lo que respecta a los sectores oriental y occidental del Guadarrama, hay que subrayar el análisis de modelados asociados a procesos fríos que hacen Sanz Herraiz (1988) y Bullón Mata (1988).

La Sierra de Gredos, con una altitud máxima de 2592 m, es la zona del Sistema Central y probablemente de toda España, que ha concentrado mayor número de estudios geomorfológicos en general y sobre el glaciarismo cuaternario en particular en un espacio de tiempo relativamente reducido. Ello se debe a la proximidad de Madrid, donde desde el siglo pasado ha existido un gran número de científicos dedicados a estos temas. Posteriormente a la revisión bibliográfica sobre el glaciarismo en España (Martínez de Pisón & Antón Burgos, 1981), se acercan a 20 los trabajos publicados sobre Gredos. Algunos de ellos son síntesis, como los de Martínez de Pisón & López Martínez (1986), Martínez de Pisón (1990), Arenillas (1990) y Martínez de Pisón & Palacios (1998).

Pirineos

La Cordillera Pirenaica, que aún en la actualidad presenta pequeños glaciares activos, culmina en el Pico de Aneto (3404 m) y registra el mejor desarrollo de glaciares cuaternarios de la Península Ibérica. Bien conocidos desde mediados del siglo XIX, durante los últimos años han sido varios los grupos de investigadores que han aportado datos sobre el glaciarismo de los valles pirenaicos (Universidades de Barcelona, Zaragoza, Madrid; Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Institut d'Estudis Andorrans). 

En la actualidad se tiene un conocimiento bastante preciso de la extensión de las lenguas glaciares durante las diversas fases frías del último ciclo glaciar, basada en la cartografía y características de los depósitos (glaciares, glaciolacustres y fluvioglaciares), quedando aún bastante labor por hacer en el establecimiento de la cronología absoluta de cada una de estas fases, especialmente las referidas a la máxima expansión de los hielos, a pesar de los recientes esfuerzos realizados en tal dirección.

Entre las numerosas síntesis recientes citaremos las de Brú et al. (1985), Bordonau et al. (1992), García Ruiz & Martí Bono (1994), Serrat et al. (1994), Peña Monné (1994), Serrano & Martínez de Pisón (1994), Peña Monné et al. (1998b), así cómo la recopilación bibliográfica, desde 1957, de Gómez Ortiz (1983).

Los glaciares de valle de la vertiente surpirenaica cubrieron varias decenas de km (más de 40 km) finalizando, en la mayor parte de los casos, entre 700 y 900 m de altitud, con espesores de hielo cercanos a los 500 m, excepcionalmente 900 m en las cubetas de sobreexcavación. 

En el Pirineo occidental, al W del valle de Roncal, únicamente hay desarrollo de glaciares de circo (Viers, 1992). Más hacia el E, a medida que empiezan a aparecer macizos más importantes, se pueden ya encontrar glaciares de valle, cómo en el macizo de Anie, 2507 m (López Martínez, 1986). En la cuenca del río Aragón destacan las lenguas glaciares del Subordán (25 km, morrenas terminales a 800 m), Aragón (22 km, finalizando a 900 m). En otros valles de menor entidad los glaciares, de 7-11 km, tenían su final entre 950 y 1130 m (García Ruiz & Martí Bono, 1994; Martí Bono, 1996).

Los valles de los Pirineos Centrales españoles, con cabeceras superando los 3000 m presentaban sistemas glaciares importantes: valle del Gállego, 40 km y 500 m de espesor (Serrano, 1991a, 1991b, 1992, 1998; Serrano & Martínez de Pisón, 1994; Martínez de Pisón & Serrano, 1998; Martínez de Pisón, 1996; Montserrat Martí, 1992; Martí Bono, 1996); valles del Ara y Arazas, finalizando a 800 m, con longitud de 30 km (García Ruiz & Martí Bono, 1994; Serrano & Martínez de Pisón, 1994); valles del Cinca y Cinqueta, glaciares de 25 km finalizando entre 800-850 m (Martí Bono & García Ruiz, 1993; Serrano & Martínez de Pisón, 1994).

La cabecera del río Ésera es la que presenta las máximas altitudes de la Cordillera Pirenaica (Aneto, 3404 m; Posets, 3375 m). En ella tuvo su origen un glaciar de valle de 36 km, que finalizaba a una altitud de 900 m (Martínez de Pisón, 1989; García Ruiz et al., 1992; Serrano & Martínez de Pisón, 1994).

El valle de Arán, debido a su orientación N, albergaba algunos de los glaciares de mayores dimensiones del Pirineo español. A pesar de ello han sido poco estudiados en su conjunto, aunque el espesor del hielo podía superar los 800 m (Bordonau & Vilaplana, 1986; Bordonau, 1987). Los diversos trabajos abordan más el estudio de los valles laterales que el principal (Garona). En la cuenca del Noguera Ribagorzana los glaciares finalizaban entre 900 y 1000 m (Vilaplana, 1983a, 1983b). Destaca en estos valles la presencia de grandes cubetas de sobreexcavación, actualmente colmatadas por depósitos lacustres, fluviales y torrenciales (Vilaplana & Casas, 1983; Bordonau et al., 1989; Bordonau, 1992). La cuenca del Noguera Pallaresa presentaba el glaciar de valle mas largo del Pirineo meridional, cerca de 50 km, finalizando a 820 m de altitud. Los valles afluentes también estuvieron ocupados por glaciares, que no llegaban a confluir con el valle principal: Ribera de Cardós, 30 km, 850 m; Vall Ferrera, 28 km, 990 m; Flamicell, 18 km, 1000 m (Brú, 1985; Ventura, 1982). Destaca también la cubeta de sobreexcavación de Esterri d'Aneu, con un relleno de colmatación de 400 m de sedimentos (Bordonau et al., 1989; Bordonau, 1992).

Entre los numerosos complejos glaciolacustres de obturación lateral estudiados de los valles centrales del Pirineo, destacan los de Linás de Broto y Diazas, en el valle del Ara (Serrat et al., 1983; Martí Bono & García Ruiz, 1993) y el de Cerler, en el valle de Benasque (Bordonau, 1992). Los depósitos de fondo del lago de Llauset fueron estudiados de modo detallado (Montserrat & Vilaplana, 1987; Vilaplana, 1983c; Vilaplana et al., 1983, 1989). Además en este mismo valle hay depósitos laterales glaciolacustres de obturación (Llestui), de gran interés para la datación del glaciarismo pirenaico (Vilaplana & Bordonau, 1989; Bordonau et al., 1993).

En cuanto al glaciarismo del Pirineo oriental destacar el del valle del Alto Segre y sus afluentes (depresión de Cerdanya-Alt Urgell). Presenta su mayor desarrollo en sus extremos oriental (valle del Querol) y occidental (valles de Andorra). Entre ambos valles una línea de cumbres cercana a los 3000 m dio lugar al desarrollo de aparatos glaciares de dimensiones moderadas, con una longitud máxima de 12 km (Gómez Ortiz, 1985; Gómez Ortiz, 1987b; Mateo & Gómez Ortiz, 1993; Gómez Ortiz & Salvador Franch, 1994a).

Los valles de Andorra han sido estudiados recientemente por Vilaplana (1984, 1985) y, posteriormente, por Turú (1992, 1994, 1998, 2000), Turú et al., (1993) y Turú & Bordonau (1997). Turú (1994), cifra la longitud máxima del glaciar del Valira en por lo menos 34 km, finalizando a 860 m de altitud.

El valle del Querol, con las llamadas morrenas de Puigcerdà, de enigmática relación con las terrazas fluvioglaciares, ha sido recientemente estudiado por Calvet (1998). Este autor interpreta los depósitos desde una óptica pluriglaciarista basándose en su localización y estado de alteración de los materiales. Establece la existencia de tres generaciones de morrenas, relacionando tentativamente los dos más antiguas con los estadios isotópicos 6-8 y 16.

Los altos valles de los ríos Freser y Ter (entre los macizos del Puigmal y Costabona) también presentan claras huellas glaciares, con lenguas que podían alcanzar la decena de km (Serrat et al., 1994). Igualmente se han detectado huellas glaciares en la cabecera del Llobregat (Clotet et al., 1985; Gómez Ortiz & Salvador Franch, 1989).
 

Cronología

Los modelos de referencia sobre número y edad de las glaciaciones en la Península Ibérica se han venido estableciendo clásicamente en la Cordillera Pirenaica, por ser la que presenta mayor extensión de los glaciares y mayor número de depósitos que permitan correlaciones espaciales y dataciones absolutas. Únicamente en los últimos años han venido apareciendo datos, en general concordantes con el esquema pirenaico, para otras zonas de la península, particularmente en los macizos de Galicia.

Inicialmente, a partir de la cartografía de depósitos, se han establecido diversos modelos cronológicos relativos, sobre los cuales se han ido superponiendo las dataciones absolutas a medida que se disponía de ellas. Rara vez se han obtenido dichas dataciones directamente a partir de depósitos morrénicos, en general son los sedimentos lacustres los más favorables (Montserrat Martí, 1992; Vilaplana et al., 1989; Martí Bono et al., 2000) en otros casos se ha partido de brechas periglaciares topográficamente relacionadas con depósitos glaciares (García Ruiz et al., 2000). Posteriormente los resultados se han comparado con los obtenidos en la vertiente francesa de los Pirineos, donde existe un "corpus" doctrinal más consistente, o con estadios isotópicos de ámbito más general.

Un problema cronológico de gran interés es el de la diacronía entre el modelo cronológico pirenaico y los generalmente
admitidos para el N de Europa (Último Máximo Glaciar en 18-20.000 BP). Dataciones descartando el factor de envejecimiento debido a la presencia de carbono inorgánico procedente de las pizarras paleozoicas (Bordonau et al., 1993) permiten admitir que en la vertiente surpirenaica la expansión máxima de los glaciares fue muy anterior al Último Máximo Glaciar definido en el N de Europa, que únicamente debió implicar un reavance y estabilización de los hielos. En cualquier caso esta aparente diacronía no es exclusiva de la Península Ibérica, ya que fue anteriormente definida en la vertiente norpirenaica y en Los Vosgos (Bordonau et al., 1993).

Pruebas de la existencia de periodos glaciares anteriores al último son evidentes en la Cordillera Pirenaica y también podrían existir en Sierra Nevada. Se trata en general de bloques morrénicos alejados del área ocupada por las últimas lenguas glaciares, terrazas altas con características fluvioglaciares, e incluso morrenas muy degradadas (Messerli, 1965; Vilaplana, 1983a; Martínez de Pisón, 1991; Serrano, 1992; Martí Bono, 1996). También existen restos parecidos en la Cordillera Cantábrica (Menéndez & Marquínez, 1996) o, en Galicia, superficies abandonadas por el hielo, atribuidas al penúltimo periodo glaciar, con un máximo de 162 Ka (Vidal Romaní et al., 1999).
 

Paleotemperaturas

En los Pirineos, Chueca (1992) realiza estimaciones para la parte central de la cordillera durante el Pleistoceno final. Para la Pequeña Edad de Hielo son más numerosos los trabajos referidos a la altitud de la ELA, los suelos helados y las diferencias térmicas con la actualidad. En tal sentido, Lampre (1994) establece, para el macizo de La Maladeta, un recalentamiento de 0,5-0,8ºC desde el final de la Pequeña Edad del Hielo hasta la actualidad; Chueca et al. (1998b), hallan 0,9-0,95ºC de incremento; López Moreno (2000), en el valle del Gállego obtiene cifras parecidas a las de Chueca y Lampre (ascenso térmico de los últimos 350 años entre 0,85 y 1ºC.

En Galicia, Valcárcel Díaz et al. (1998) caracterizan una sucesión de fases geocriológicas durante el último ciclo glacial, para cada una de las cuales estiman la diferencia de temperatura con respecto a la media actual, obteniendo valores muy marcados y un tanto discutibles.
 

Glaciares actuales

A pesar de su escasa extensión, los glaciares actuales de la Península Ibérica han suscitado un renovado interés, pues su pequeño tamaño los hace muy susceptibles a las oscilaciones climáticas. Se han realizado estudios sobre su extensión, masa de hielo, balance hídrico, velocidad de desplazamiento del hielo, cuantificación del retroceso de los frentes desde la Pequeña Edad del Hielo o para periodos más cortos. Entre otros autores citaremos a Martínez de Pisón & Arenillas (1988), Serrat & Ventura (1993), Copóns & Bordonau (1994), Chueca & Lampre (1994), Martínez de Pisón et al. (1995, 1998), Martínez et al. (1997), Arenillas et al. (1998), López Moreno (2000), Chueca et al. (1998a, 2000). Martínez de Pisón y otros (1998) evalúan la extensión del hielo, para 1991, en 568 Ha, habiendo experimentado una disminución, en 10 años, superior al 10%. La potencia del hielo no supera los 50 m en el mejor de los casos. Desde la Pequeña Edad del Hielo la superficie se ha reducido a menos de la mitad, quizás a un tercio, de la inicial.
 

Liquenometría

Esta técnica de datación de depósitos recientes se ha intentado aplicar en algunos puntos de España en los últimos años, particularmente en el Pirineo (Chueca & Julián, 1992, 1996; Mateo, 1997; Mateo & Gómez Ortiz, 1998, 2000) y en algún macizo de Galicia (Martínez Piñeiro et al., 1998), sin que aún existan demasiados resultados publicados, a pesar de que las curvas de crecimiento parecen bastante precisas en Galicia, con un clima atlántico, y también para los Pirineos, aunque en ambitos más reducidos -unos pocos valles-, debido a la gran variabilidad climática y altitudinal pirenaicas.
 

Periglaciarismo

En la actualidad, el estudio del periglaciarismo en nuestro país empieza a configurarse con entidad disciplinar propia y tiende a interpretarse desde una perspectiva particular y plural (Gómez Ortiz & González Martín, 1988). Por un lado, por su significado geomorfológico, como modelador del relieve y por lo que supone de indicador paleoclimático en la evolución de los paisajes y en la dinámica de los ecosistemas, especialmente cuando los registros analizados estan apoyados en dataciones absolutas (Martínez de Pisón, 1994). Y, por otro, como factor limitante en los usos del suelo (Peña Monné, 1998).

Los avances logrados en estos últimos veinte años han venido a demostrar que los procesos periglaciares heredados (würmienses y anteriores) se reparten por todo el solar de la Península Ibérica (González Martín, 1984, 1986; González Martín & Pellicer, 1988) y resultan evidentes sus huellas, particularmente en forma de depósitos, a partir de cotas relativamente bajas, siempre de acuerdo con las condiciones paleoclimáticas regionales o locales -norte, centro y levante peninsulares- (registros muy cerca de la línea de costa en la franja noroeste; y por encima de los 700 m en los llanos del sureste). También las investigaciones más recientes han venido a señalar que los procesos fríos actuales -ahora crionivales- continúan teniendo cierto interés en la formación de modelados, aunque ésto, y por lo que se refiere a nuestras latitudes, sólo ocurre en altura, a partir del límite superior del bosque (timberline). Así sucede en las cumbres del Pirineo y Sierra Nevada, -donde aún hay rastros de hielos permanentes, glaciares rocosos activos y masas heladas profundas-, Sistema Central, Cordillera Cantábrica y Sistema Ibérico, principalmente.

Periglaciarismo heredado

Las manifestaciones heredadas de origen periglaciar se reparten por la mayor parte de la Península Ibérica, aunque con mayor significado y extensión en altura. A grandes rasgos podrían diferenciarse cuatro demarcaciones o regiones: norte, centro, sureste e islas.

    Región norte

Los estudios más recientes y numerosos durante estos dos últimos decenios se refieren al Pirineo Central y en menor medida a Picos de Europa, macizos gallegos y montañas de León.

    a) Pirineo

Por lo que se refiere al Pirineo Central -dominio axial- que es al que mayor atención se le viene mostrando por albergarse aún pequeños glaciares, las investigaciones han permitido diferenciar formas y procesos, señalando su carácter funcional o relicto. Igualmente su distribución espacial y zonificación altitudinal en dominios morfogenéticos. De todo ello existen excelentes síntesis. De las más recientes destacan las de Chueca et al. (1994), referida a formas heredadas y la de Serrano et al. (2000) dedicada a procesos y formas actuales.

La huella periglaciar heredada en Pirineo Central se generaliza entre los 1500 m y los 2600-2700 m y se explica por el predominio de períodos morfoclimáticos más fríos que los actuales desarrollados durante el Pleistoceno y Holoceno. En la actualidad esta franja altitudinal conoce, igualmente, procesos fríos que tienden a desdibujar las formas heredadas. Últimamente, la atención investigadora se ha centrado en la génesis y datación cronológica de los glaciares rocosos, algunos de ellos activos, y en los derrubios estratificados, éstos con desarrollo muy extendido en las Sierras Prepirenaicas. 

Los glaciares rocosos heredados o relictos, la mayoría ocupando las cabeceras de los circos que a finales del Pleistoceno y Postglaciar quedaron definitivamente deglaciadas (Chueca et al., 1994), deberían construirse a partir del Tardiglaciar (Dryas antiguo, 13.000-10.000 BP -Jalut, 1974; Serrat, 1979-) y responderían a una coincidencia de condiciones paleoambientales muy precisas. Entre ellas destacan: predominio de un clima muy frío y seco, orientación local adecuada, substrato friable, pared rocosa de fuerte pendiente y concavidad basal adyacente. El resultado morfológico fue la construcción de una multivariedad de formas (Martí & Serrat, 1995). En el Pirineo Central, el 85% de los glaciares rocosos se localiza entre los 270º y los 90º. Y en cuanto a altitudes, y por lo que respecta al Pirineo Oriental, se han detectado a partir de los 2200 m en Cerdanya y Andorra (Gómez Ortiz, 1987b).

Otro de los temas más tratados de la morfología periglaciar pirenaica son los derrubios estratificados (tipo groize o grèze), pues son los depósitos que caracterizan el limite inferior de la morfogénesis periglaciar. Los avances han venido a ratificar su considerable expansión en laderas, particularmente en las montañas prepirenaicas. El límite inferior podría establecerse en la franja de los 1000-1300 m, aunque existen registros puntuales a partir de los 800 m en el Montsec y 440 m en Graus (valle del Ésera) (Peña Monné, 1983; Peña Monné et al., 1998a). Acerca de la datación de los derrubios estratificados hay que admitir, de forma orientativa, un período de tiempo instalado entre el último gran frío del Pleistoceno superior y las recientes fluctuaciones frías del Holoceno. Por ejemplo, dataciones en enclaves específicos del Prepirineo de Huesca señalan 20060±180 BP para el registro de Eripol (810 m) y 9.650 ±156 BP para el Turbón (1450 m) (Peña Monné et al., 1998a). Otros registros en el valle del Cinca (Desfiladero de las Devotas, 800-900 m de altitud) y Bentué de Ransal, a 950 m (valle del río Gállego) han suministrado edades de 10.910 ±55 BP y 13.770 ±100 BP, respectivamente, a partir de análisis mediante 14C y U/Th (García Ruiz et al., 2000).

    b) Picos de Europa

Por lo que se refiere a Picos de Europa (macizo más elevado y mejor estudiado de la Cordillera Cantábrica) los trabajos de síntesis más recientes señalan la presencia de morfologías periglaciares cerca de la costa y sierras litorales, montaña media y alta montaña (Castañon, 1986; Alonso, 1989; Ugarte, 1992; Díaz Martínez, 1989; Frochoso, 1990; Castañón & Frochoso, 1994; etc.). Los mejores restos, siempre pleistocenos -de la última glaciación, würmienses- se instalan en la alta montaña donde aún persisten procesos nivoperiglaciares.

El periglaciarismo heredado coincide con un gran desarrollo de brechas cementadas y cárstificadas tapizando laderas y taludes, formas varias de gelifluxión, glaciares rocosos y protalus rampart -presumiblemente algunos de la Pequeña Edad del Hielo, como sucede en el caso del Jou Negro- instalados, éstos, en las antiguas depresiones glaciocársticas, etc. Las dataciones de los acontecimientos aún resultan incompletos aunque se han detectado varias fases frías a partir de 79,1 y 55,4 ka (Würm antiguo) para las facies brechoides periglaciares del valle del Duje (Castañón & Frochoso, 1994, 1998).

    c) Macizos gallegos y montañas de León

El conocimiento de la morfología asociada a procesos fríos en los macizos gallegos ha conocido durante estos últimos años un avance muy considerable lográndose haber hecho un reconocimiento considerable del territorio.

Aportación notable hace referencia al desarrollo espacial de modelados periglaciares que abarcan desde las cumbres de los macizos (en torno a los 2000 m) hasta cerca de la línea de costa (Pérez Alberti et al., 1998), lo que ha permitido ensayar un escalonamiento altitudinal de los procesos y de las diferentes fases frías pleistocenas desencadenantes (Valcárcel Díaz, 1998; Pérez Alberti et al., 1999). En tal sentido se detectan, de manera general, tres crisis erosivas frías -glaciares/periglaciares, según ámbitos geográficos-, instaladas entre 36.000-30.000 BP, 20.000-18.000 BP y 11.000 BP (Pérez Alberti et al., 1999). 

En cuanto a las montañas de León, estribaciones meridionales de la Cordillera Cantábrica, los estudios sobre morfología periglaciar son incipientes aunque ya han mostrado su interés particularmente en la localización y cartografía de glaciares rocosos instalados por encima de los 1600 m y alojados sobre formas erosivas de origen glaciar en la Sierra del Suspirón (García de Celis, 1991) y Sierra del Gistredo (Redondo Vega et al., 1998).

    Región centro

Sobre la región centro los trabajos más recientes y relevantes se han centrado en el Sistema Central, Cordillera Ibérica y Submeseta sur.

Sobre el conjunto del Sistema Central, que albergó glaciarismo würmiense y en la actualidad son activos los procesos geomórficos fríos (Palacios et al., 1998), el periglaciarismo se situó hasta los 500-600 m generando modelados y formaciones superficiales construídos durante el Pleistoceno superior-Tardiglaciar y etapas anteriores. El conocimiento que se tiene de la cordillera es desigual (desarrollado en Guadarrama y escaso en Gata-Peña de Francia). La síntesis más actual corresponde a Pedraza (1994), quien tras repasar las aportaciones habidas últimamente (Acaso et al., 1985; Bullón Mata, 1988; Fernández García, 1987; Pedraza et al., 1987; Sanz Herraiz, 1988; etc.) lleva a cabo una distribución de los modelados y de las formaciones superficiales, atendiendo a su aparición "sobre", "en" o "bajo" la superficie del suelo -superficie topográfica de referencia-. Recientemente y con metodología semejante Cruz et al. (2000) también han precisado registros periglaciares en la Sierra de Béjar-Candelario, fijando como cota más baja para las coladas solifluidales los 1200 m.

En lo que respecta a la Submeseta sur -Alcarria y declives del Sistema Ibérico- los avances mas recientes han venido a ratificar y ampliar, siempre a partir del análisis de columnas loéssicas y conjuntos tobáceos con coluviones crioclásticos, el conocimiento de fases frías en estas regiones. Además de la etapa würmiense, bien documentada en los grèzes litées de la Alcarria y ramal castellano de la Ibérica (González Martín & Pellicer, 1988; González Amuchástegui & González Martín, 1990; Asensio et al., 1994), hay que señalar otras (e.i. 7, 5 y 3), pudiéndose haber restringido los procesos de gelifracción generalizada durante el Tardiglaciar (González Martín et al., 2000).

En cuanto al interior de la Submeseta sur -Montes de Toledo y Sierra Morena oriental- señalar el interés genético del "coluvión empastado" que tapiza las laderas. Los estudios actuales postulan por procesos fríos sincrónicos (elaboración de bloques por gelifracción y su deslizamiento solifluidal en masa preexistente) asociados a una sóla y reciente fase periglaciar (García Rayego & Muñoz Jiménez, 2000), lo que ha supuesto una revisión de las hipótesis planteadas hasta ahora.

Sobre el Sistema Ibérico, con registros glaciares en su ramal noroccidental y gran desarrollo de derrubios de vertiente periglaciares en el conjunto de la cordillera, a la síntesis realizada por Asensio et al. (1994), hay que resaltar las recientes aportaciones y dataciones de Peña Monné et al. (2000) referidas al ramal oriental de la Ibérica (Gúdar, Javalambre y Albarracín) donde se han detectado protalus rampart, glaciares rocosos, laderas y ríos de bloques (en macizo del Tremedal) y derrubios estratificados, éstos hasta cotas de 950-1300 m. En conjunto se han identificado diferentes fases frías, responsables de los registros analizados, dos antiguas y al menos dos más recientes, la última holocena (Peña Monné et al., 2000).

    Región sureste

Fundamentalmente las investigaciones más recientes se han centrado en las Cordilleras Béticas, particularmente en sus sierras calcáreas y en el macizo de Sierra Nevada (Díaz del Olmo & Delannoy, 1989; Díaz del Olmo, 2000; Gómez Ortiz et al., 1994). Últimamente, también, hay referencias para los rebordes montañosos de los llanos del Sureste Penínsular (Schulte, 1999).

Los macizos cársticos (Subbético, Penibético y Dorsal) ofrecen abundantes manifestaciones periglaciares con desarrollo hasta los 600-700 m. De entre ellas destacan: karst a banquettes, nichos de nivación, lapiaces gelifractados (hasta 1800-1500 m) y depósitos crioclásticos (grèze litée), asociadas a unas condiciones frío-húmedas, decrecientes de NE a SW (Díaz del Olmo, 2000). Estas condiciones ambientales, instaladas en los últimos estadios fríos pleistocenos (e.i. 2 y 4), permitieron el desarrollo de un escalonamiento morfoclimático en altura en el que el límite de la gelifluxión alcanzó los 1000 m.

Sobre el periglaciar de Sierra Nevada señalar el extraordinario desarrollo espacial que posee pues se han detectado depósitos de groizes a cotas bajas (1100 m). Sin duda, la existencia de glaciares en altura y el gran volumen de la montaña fueron factores muy decisivos, a pesar de tratarse de un macizo instalado en los 37º de latitud norte. Otra de las características del periglaciarismo nevadense es señalar la intensidad con que se presentó, a juzgar por la profusión de glaciares rocosos (Soria Mingoranze & Soria Rodríguez, 1986), nichos glacionivales y suelos estructurados (macrofiguras geométricas). La existencia de éstos últimos sobre horizontes edafizados más desarrollados que los elaborados sobre las morrenas de la última glaciación (Sánchez Gómez et al., 1990a, 1990b) hace plantear la hipótesis de que el glaciarismo en las altas planicies de Sierra Nevada tendría un desarrollo muy restringido (Gómez Ortiz & Salvador Franch, 1998).

Los estudios llevados a cabo aún no han permitido una datación precisa de los acontecimientos periglaciares en Sierra Nevada, muy supeditada a la cronología del glaciarismo. Sí resaltar el interés del Tardiglaciar (a partir de 15.000 BP) y el de la Pequeña Edad del Hielo. En síntesis, el escalonamiento altitudinal de las formas se organiza así: terrazas de crioplanación y suelos estructurados sobre las planicies culminantes; glaciares rocosos, canchales y protalus rampart, en las concavidades; y coladas de bloques y mer de roches en las laderas por encima de los 2700 m, y groize y grèze hasta los 1000-1100 m (Gómez Ortiz et al., 1992).

Sobre los rebordes montañosos béticos de los llanos del Sureste Penínsular (depresiones de Sorbas y Vera) la investigación más reciente se debe a Schulte et al., (2000) donde se señala que a partir de los 1000 m podrían haber quedado instalados los mantos de gelifractos periglaciares (Frostschuttzone) würmienses (Sierra de los Filabres) por lo que se descarta toda intervención morfogénica del frío en los llanos de estas regiones del sureste español. Teniendo en cuenta los límites inferiores actuales del periglaciarismo en Sierra Nevada y los depósitos más bajos würmienses localizados en la Alpujarra Oriental y Sierra de Gádor, se señala para el Würm un descenso medio de las temperaturas anuales entre 4,5ºC y 9ºC respecto a las actuales. 

    Islas (Baleares y Canarias)

Que tengamos noticia los estudios más recientes corresponden a las síntesis que se llevaron a cabo en 1994 donde Grimalt y Rodríguez Perea (1994) y Quirantes y Martínez de Pisón (1994) ponen al día los avances más recientes. 

Sobre el archipélago balear señalar únicamente la presencia de morfologías frías en la isla de Mallorca, en el centro de la Serra de la Tramontana (inmediaciones de Puig Major, 1447 m y Puig de Massanella, 1352 m), aunque siempre por encima de los 900 m. Las formas más extendidas son las brechas cementadas y coladas y lóbulos de gelisolifluxión, ya citados por Rosselló (1977).

En cuanto a las Islas Canarias (latitud 28 grados Norte) las manifestaciones periglaciares pleistocenas sólo se han descrito para las cumbres de La Palma (Pérez Martín, 1984) y, sobre todo, para Tenerife donde se constata la existencia de dos generaciones de depósitos, con gran desarrollo en el edificio del Teide (3710 m), a partir de los 1500-1600 m. De éste, los más extendidos se asocian a coladas soligelifluidales, elaboradas en condiciones nivoperiglaciares a partir de los escarpes volcánicos fuertemente diaclasados que enmarcan a Las Cañadas y los llanos de Ucanda. Se trata de mantos de derrubios que tapizan el talud del escarpe, donde es posible diferenciar morfológica y sedimentológicamente dos partes superpuestas que podrían asociarse a diferentes crisis frías pleistocenas (Quirantes y Martínez de Pisón, 1994).
 

Periglaciarismo actual

El interés que se ha prestado por parte de la geomorfología española a los procesos fríos actuales es muy reciente, pues empieza a cobrar forma a partir de finales de la década de los ochenta. Los ámbitos donde se estudia coinciden con los sistemas montañosos más elevados. En general se trata de un periglaciarismo de montaña mediterránea, a excepción del desarrollado en Picos de Europa, caracterizado por la presencia del frío y de la aridez estacional.

En Pirineo -central- y Sierra Nevada -tramo Veleta/Mulhacén-, se han detectado masas heladas en profundidad de carácter discontínuo (hielo fósil y/o permafrost) y funcionalidad en glaciares rocosos, habiéndose determinado, además, una franja de procesos periglaciares nítida con una gran variedad de formas -algunas monitorizadas- a partir de los 2400 m y 2700 m, respectivamente (Serrano et al., 2000; Gómez Ortiz & Salvador Franch, 1994b 1997), en general, se constata la eficacia geomórfica del hielo/deshielo a partir de los 2000 m (Ramos et al., 1998). En Sierra Nevada, incluso, se lleva a cabo, desde 1998, un seguimiento del estado térmico de las masas heladas profundas para determinar su posible degradación y repercusiones geomorfológicas (Gómez Ortiz et al., 1999a, 1999b, 2000). Respecto a Pirineo, remarcar la particular atención que desde 1986 se hace del manto nival y de la evolución areal de los actuales glaciares (Programa ERHIN) (Martínez de Pisón et al., 1998) y, recientemente, de las aguas de fusión de éstos (Lampre et al., 1999). También sobre Pirineo se ha estudiado el comportamiento de la nieve en la formación de aludes (Furdada, 1996).

En el resto de las cordilleras españolas los procesos morfogénicos fríos tienen menor desarrollo pues la franja instalada por encima del timberline es pequeña y la vegetación tiende a contarrestar los efectos mecánicos del hielo en el suelo. Donde más importancia tienen es en Picos de Europa, pues se detecta un piso nivoperiglaciar con sectores en los que el hielo está fosilizado por mantos de piedras (éboulis fluants) (Castañón & Frochoso, 1998). En el Sistema Ibérico, Cordillera Central y montañas de Galicia también la combinación frío-hielo implica procesos crionivales, aunque con repercusión limitada en la evolución del relieve. En el Sistema Ibérico la gelifracción es el proceso dominante por encima de los 1900 m (Arnáez & García Ruiz, 2000). Y por lo que respecta al Sistema Central (Gredos y Guadarrama) indicar el mantenimiento de morrenas de nevé de la Pequeña Edad del Hielo (Palacios et al., 1998) y la eficacia de la crioclastia en la construcción de mantos de bloques (Marcos García-Blanco, 2000).

Acerca de las islas, señalar el interés que en Tenerife (Canarias), en las Cañadas del Teide -por encima de los 2000 m- poseen los procesos de crioclastia, geliturbación y soligelifluxión; responsables del desmoronamiento de cantiles y formación de figuras geométricas flotantes, como ocurre en el cráter de Pico Viejo (Quirantes & Martínez de Pisón, 1994).
 

Presencia española en otras regiones frías

El interés de los investigadores españoles por el estudio geomorfológico de áreas frías extrapeninsulares ha sido parejo al desarrollo general de la disciplina durante las dos últimas décadas (Gómez Ortiz & Palacios, 1995; García Ruiz, 1999). Las primeras aportaciones corresponden a finales de la década de los setenta y se refirieron a observaciones preliminares de enclaves de los Andes, Himalaya, Groenlandia, Atlas y Alaska (Alonso & Martínez de Pisón, 1983; Martínez de Pisón, 1988). Fue a partir de mediados de los años ochenta y, sobre todo, a lo largo de la década siguiente cuando las investigaciones tienden a consolidarse, particularmente en tierras de la Antártida.

Europa

Las aportaciones realizadas son fruto de campañas puntuales y se refieren al reconocimiento e interpretación del modelado glaciar en enclaves de Groenlandia (Martínez de Pisón, 1980), a la caracterización de la dinámica actual de un glaciar rocosos en Islandia (Chueca, 1991) y a la relación entre degradación de permafrost y ocurrencia de debris flows en Laponia-Suecia (Palacios, Parrilla & Fernández, 1998).

Andes

En esta cordillera las aportaciones son igualmente reducidas limitándose a algunos sectores de los Andes peruanos, fundamentalmente la Cordillera Blanca, donde se dirige el interés al reconocimiento de formas y etapas glaciares (Martínez de Pisón & Nicolás, 1978; Serrano, 1990; Martínez de Pisón, Alonso & Nicolás, 1991). También se han realizado estudios en el extremo patagónico de la cordillera (Martínez de Pisón, 1996).

Himalaya

Los estudios se han centrado en la morfología glaciar de cuatro importantes macizos: Karakorum, en Paquistan (Martínez de Pisón, 1979); Everest, vertientes de Tibet y Nepal (Martínez de Pisón, López Martínez & Nicolás, 1986, 1989; López Martínez & Martínez de Pisón, 1989; Martínez de Pisón & López Martínez, 1989); Nanga Parbat, en Paquistán (Martínez de Pisón, 1991a) y Dhaulagiri, en Nepal (Martínez de Pisón, Nicolás & Martínez Goytre, 1999).

Montañas de Norteamérica (México y USA)

El interés por estos sectores montañosos es reciente (Martínez de Pisón, 1991b) recibiendo no obstante un notable esfuerzo investigador durante la última década. Fundamentalmente los trabajos realizados se refieren a la relación existente entre la reciente deglaciación de grandes extratovolcanes y la activación de procesos de ladera tipo deslizamiento y flujo (debris flows). Las observaciones se han centrado en el Mt. St. Helens (Palacios & Tanarro, 1998; Palacios, 1999) y en el Popocatépetl y Pico Orizaba (Palacios, 1995a, 1995b, 1996; Palacios & Vázquez-Selem, 1995, 1996; Marcos & Palacios, 1996; Parrilla & Zamorano, 1996; Palacios & Marcos, 1998; Palacios, Zamorano & Gómez Arizmendi, 1998; Palacios, Zamorano & Parrilla, 1998; Palacios, Parrilla & Zamorano, 1999). Por otro lado, en Arapaho Peak (Front Range, USA) se ha relacionado el aporte de derrubios por debris flows con la formación de glaciares rocosos (Marcos & Palacios, 1998).

Antártida

Salvo incursiones puntuales a finales de los años cincuenta el interés por las tierras australes crece a partir de la segunda mitad de la década de los ochenta. Primero, los estudios se centran en temas meteorológicos, oceanográficos y biológicos, con el apoyo del buque de la Armada "Las Palmas". Posteriormente y gracias a la instalación de la Base Antártica Española "Juan Carlos I" en la Isla Livingston (1987) y del Refugio "Gabriel de Castilla" en la Isla Decepción (1988), ambas en el archipiélago de las Shetland del Sur, la investigación se consolida desarrollándose rápida y ampliamente los estudios terrestres, entre ellos los geomorfológicos. Otro hecho importante de estos años es la entrada en servicio del buque de investigación "Hespérides" (1991). Y todo ello en el marco del Programa Nacional Antártico (Plan Nacional I+D). La actividad científica desarrollada ha supuesto la admisión de España como Miembro Consultivo del Tratado Antártico, en 1988, y como miembro de pleno derecho del Scientific Commite on Antarctic Research (SCAR), en 1990.

Actualmente la Antártida es el ámbito más destacado de la investigación geomorfológica española en tierras extranjeras así como el marco privilegiado de relación y proyección internacionales. Desde la geomorfología la producción científica incluye varias tesis doctorales y supera el centenar de artículos, la mayoría en revistas de difusión internacional (véase selección bibliográfica). Las principales líneas de trabajo que se cultivan son:

- Reconocimiento y caracterización del modelado glaciar y periglaciar.

- Cartografía geomorfológica.
- Morfodinámica del flujo glaciar y evolución del frente glaciar.
- Modelado litoral y variaciones del nivel marino.
- Actividad volcánica y morfogénesis.
- Evolución cuaternaria y datación de fases morfogénicas.
- Procesos actuales y régimen térmico de la capa activa.
- Evolución y degradación de permafrost.
- Características y evolución del manto nival.

Conclusiones

Las últimas décadas han resultado muy fructiferas en los estudios sobre regiones frías por parte de la geomorfología española, habiéndose desarrollado un salto cualitativo y cuantitativo en aportaciones. En tal sentido destaca la presencia de investigadores en campañas internacionales de entre las que destacan las amparadas en el Programa Nacional Antártico.

Por lo que se refiere al glaciarismo peninsular los mayores avances se han realizado en la identificación de nuevos registros deposicionales en enclaves montañosos poco estudiados (noroeste peninsular y Sierra Nevada) y en el establecimiento de una cronología de los acontecimientos, en ocasiones con apoyo de dataciones absolutas (Pirineo) y análisis sedimentológicos de los afloramientos. En otro orden de cosas subrayar la existencia de formas de la Pequeña Edad del Hielo en Pirineo, Picos de Europa, Sierra Nevada, y probablemente, en el Sistema Central.

En cuanto a morfodinámica periglaciar señalar el gran desarrollo que poseen las formas heredadas en la superficie hispana, de manera predominante en el tapizado de laderas, cuyos eventos incluyen fases frías holocenas (Prepirineo). Y sobre dinamismo actual indicar que sólo las cumbres del Pirineo (>2400 m) y Sierra Nevada (>2700 m) incluyen un piso periglaciar o crionival, donde se detectan masas heladas profundas discontínuas (hielo fósil y/o permafrost), glaciares rocosos activos y una variada gama de otros modelados significativos (protalus rampart, suelos estructurados, coladas y lóbulos de bloques, etc.).

En la actualidad, además, los procesos fríos en altura y su morfogénesis tienden a contemplarse como factores explicativos, en ocasiones determinantes, que intervienen en el dinamismo y evolución del paisaje instalado por encima del timberline.

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Norteamérica

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PALACIOS, D.; ZAMORANO, J.J. & PARRILLA, G. Proglacial debris flows in Popocatepetl North Face and their relation to 1995 eruption. Zeitschrift für Geomorphologie, 1998, vol. 42, p. 273-295.

PARRILLA, G. & ZAMORANO, J.J. Análisis de un flujo de depósitos (debris flow) en la ladera norte del Pico de Orizaba (México). Cadernos Laboratorio Xeolóxico Laxe, 1996, vol. 21, p. 337-347.
 

Antártida (sólo se citan obras colectivas y tesis)

Comunicaciones presentadas en el Primer Symposium Español de Estudios Antárticos (Palma de Mallorca, junio-julio 1985). Madrid: CSIC, Asoc. Esp. Ant., CAICYT, 1987.

Informe sobre las Actividades Científicas de España en la Antártida. Campañas 1989-90 y 1997-1998. Madrid: CICYT, 1990-1991-1992-1993-1994-1995-1996-1997-1998.

Investigación Española en la Antártida. Seminario de la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo. Santander, julio 1993. Madrid: CICYT, 1993.

CASTELLVÍ, J. (ed.) Actas del Segundo Symposium Español de Estudios Antárticos. Madrid: CSIC, 1987.

CASTELLVÍ, J. (ed.) Actas del Tercer Symposium Español de Estudios Antárticos. Madrid: CICYT, 1990.

CASTELLVÍ, J. (ed.) (1991). Actas del Cuarto Simposio Español de Estudios Antárticos. Madrid: CICYT, 1991.

CACHO, J. & SERRAT, D. (eds.). Actas del V Simposio Español de Estudios Antárticos. Madrid: CICYT, 1994.

COMITÉ NACIONAL DE INVESTIGACIÓN ANTÁRTICA. Informes nº 1 a 11 al SCAR sobre las actividades de España en la Antártida, Campañas 1989-1990 a 1998-1999. Madrid: CICYT-OCYT, 1989-1999.

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PALLÀS SERRA, R. Evolució geològica recent de la Península Hurd (Illa Livingston, Shetland del Sud, Antártida): Anàlisi estructural i geomorfològica. Tesi de Llicenciatura. Dept. Geol. Dinàm., Geofís. i Paleontol. Universitat de Barcelona, 1993.

PALLÀS SERRA, R. Geologia de l'Illa de Livingston (Shetland del Sud, Antártida). Del Mesozoic al Present. Tesi de Doctorat. Dept. Geol. Dinàm., Geofís. i Paleontol. Universitat de Barcelona, 1996.

PEREJÓN, A.; OUTERELO, R. & LÓPEZ MARTÍNEZ, J. (eds.). Trabajos presentados al VI Simposio Español de Estudios Antárticos. Bol.R. Soc. Esp. Hist. Nat. (Sec. Geol.), 1997, vol. 93.

PROGRAMA NACIONAL DE INVESTIGACIÓN ANTÁRTICA. España en la Antártida. Madrid: CICYT, 1994.

PROGRAMA NACIONAL ANTÁRTICO. Campaña antártica española 1988/89. Madrid: CICYT, 1989.
 

* Este trabajo forma parte de la Aportación Española a "5th International Conference on Geomorphology (5th ICG)", a celebrar en Tokio, en el 2001.
 

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