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Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona
ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol V, nº 103, 15 de diciembre de 2001
El NECESARIO EQUILIBRIO ENTRE PRESERVACIÓN Y EXPLOTACIÓN DEL PAISAJE:
EL CASO DEL PRINCIPADO DE ANDORRA

Antonio Gómez Ortiz
Catedrático de Geografía Física de la Universidad de Barcelona



El necesario equilibrio entre preservación y explotación del paisaje: el caso del Principado de Andorra (Resumen)

Andorra es un país inmerso en el Pirineo por lo que su paisaje se define, ante todo, por el carácter montañoso. Ello explica, quizá, aquí más que en otros lugares, que desde tiempos antiguos y hasta el presente, el hombre andorrano, de una forma u otra y con más o menos fortuna, haya tenido que aprender a convivir con la naturaleza.

Tradicionalmente la población andorrana ha sido agraria por lo que la relación hombre/medio siempre mantuvo un cierto equilibrio. Fue a partir de la década del cincuenta y, particularmente del sesenta-setenta del pasado siglo XX, cuando la sociedad andorrana sufrió un proceso de cambio significativo, pues el turismo y el comercio se impusieron como los pilares económicos por excelencia. Este proceso de cambio en los patrones de conducta económicos ha supuesto modificaciones sustanciales en el tejido social y demográfico del Principado y también en su medio biofísico.

Desde estas perspectivas el presente artículo aborda la problemática que en la actualidad ofrecen los paisajes de Andorra, poniéndose especial empeño en sus aspectos naturales, pues son los que cobijan a la población y a las actividades económicas que éstos llevan a cabo. En este sentido, se resalta el grado de fragilidad latente que tienen los sistemas naturales y la necesidad imperiosa de su preservación, por ser ellos uno de los elementos clave del patrimonio andorrano. Actuar desde esta perspectiva, impregnada en una filosofía ambientalista, supone crear y potenciar, aún mas, y a todos los niveles, una conducta ética responsable con el entorno.

Palabras clave: Andorra, paisaje, preservación, usos del suelo, conducta ética


The Necessary Balance hetween Preservation and Exploitation of Landscape: The Principality of Andorra (Abstract)

The Principality of Andorra possesses a rich landscape heritage and it is through the profitable use of these resources wherein lies its most important economical source (tourism –ski-ing & other types of holiday- comerce). However, a latent characteristic of this landscape is its fragility, and it is therefore necessary to control and limit its usage, with the support of political legislation which respects the environment.

Key words: Andorra, landscape, preservation, land use, ethical behaviour.


Paisaje y desarrollo sostenible

En la actualidad existe un amplio debate acerca de cómo la sociedad debe armonizar la preservación del paisaje y, al tiempo, su utilización. El paisaje, en su más amplio sentido, también puede interpretarse como fuente de riqueza que debe estar al servicio del hombre, pero sin perder de vista que es un bien limitado, a la vez que vulnerable, por lo debe ser protegido por el hombre para las generaciones venideras.

Este debate se incluye de pleno en los Principios de la Declaración de Río de Janeiro sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo (Río de Janeiro, 1992), y que vienen a señalar la oportunidad de asumir el desarrollo sostenible (en otros foros se viene hablando recientemente de ecodesarrollo). Es decir, lograr el progreso social de todos los pueblos pero, al tiempo, respetar el medio ambiente -concepto extensible a paisaje- por lo que resultan necesarias políticas de actuación específicas y adecuadas. En esta línea, el Principio 3 de la citada Declaración de Río resulta esclarecedor: "El derecho al desarrollo ha de ejercerse de manera que responda equitativamente a las necesidades ambientales y de progreso de las generaciones presentes y futuras".

Esta ideas suponen para muchas colectividades -llámense también pueblos o paises- una seria llamada de atención acerca de lo realizado hasta ahora sobre usos del suelo o sobre explotación de recursos naturales. Y esta llamada de atención implica, como mínimo, una reflexión de las decisiones que en su día se tomaron y una valoración de los resultados ya obtenidos, particularmente en aquellos casos en los que el paisaje goza de singular significado y valor, por sus componentes biofísicos, culturales, históricos, etc.

El Principado de Andorra es muy ilustrativo al respecto, pues sus paisajes son, sin duda, el patrimonio más preciado del pais, hasta el punto de que las actividades económicas más sólidas y pujantes que en la actualidad definen al Principado (turismo y comercio, principalmente) están directa o indirectamente relacionadas y sustentadas, algunos capítulos de ellas, en la singularidad del paisaje.

La transformación que Andorra ha experimentado durante estos últimos decenios ha sido espectacular afectando a todos los ámbitos del país, lo que ha convertido al Principado en un moderno Estado de derecho. Los cambios habidos han supuesto nuevas formas de vida y de conducta de los andorranos, bien visibles en el actual tejido social, demográfico y cultural. Igualmente en sus estructuras económicas e incluso en su forma de gobierno, que sin haber perdido su particular esencia, tiende a adaptarse con leyes y normas a los desafios del siglo XXI.

Todas estas transformaciones han supuesto, evidentemente, modificaciones en el territorio con repercusión en el medio biofísico, muy visibles y acusadas, en ocasiones, en sus paisajes. Lo son máximas en los fondos de valle que es donde el crecimiento urbanístico ha resultado más intenso, como también en determinados sectores de montañas donde las estaciones de eskí y sus infraestructuras anexas han generado, también, cambios significativos en el paisaje original.

El progreso económico y social consolidado durante estas últimas décadas en Andorra debe continuar avanzando. Pero quizá sea prudente ahora hacerlo desde una perspectiva más ambientalista, más respetuosa con la preservación de los sistemas naturales del Principado. Es decir, procurando armonizar progreso y equilibrio ambiental, lo que supondrá, probablemente, adoptar conductas éticas más responsables con el entorno. Y creemos que ha de ser desde tal perspectiva por dos razones principales. Una, porque se trata de paisajes montañosos dominados por lo natural pero caracterizados por su latente fragilidad; y otra, porque esos paisajes montañosos poseen valores singulares de distinta naturaleza que los convierten en el patrimonio más preciado del país.

Andorra, un enclave pirenaico de alta montaña

Andorra, con sus 468 km2 de superficie está inmersa en lo que geológicamente se denomina Pirineo axial, es decir, conforma un enclave dentro de los terrenos más antiguos de la Cordillera pirenaica. La configuración del territorio es el fruto de una larga historia geológica que se remonta a los tiempos de la era Primaria (como mínimo hace ya 570 millones de años). Desde entonces, los terrenos se han ido estructurando de acuerdo con las grandes convulsiones morfotectónicas que acontecieron en esta parte de la Europa meridional y occidental del Mediterráneo. El resultado fue el entramado de valles y montañas que hoy definen al Principado. Sin embargo, su morfología actual, su modelado, es relativamente reciente y se ha conformado durante estos dos últimos millones de años.

Las formas de relieve de Andorra, que en definitiva son las que suponen el armazón donde descansan sus paisajes, estan ligadas al binomio de procesos morfogénicos glaciares/periglaciares cuaternarios. Idea bien desarrollada recientemente por el Prof. Gérard Soutadé, al señalar que los paisajes andorranos no pueden ni deben desligarse del trabajo mecánico que llevaron a cabo los hielos evacuados por el glaciar del Valira, apenas hace 30.000 años. En tal sentido, no hay que olvidar que importantes lenguas de hielo descendieron desde las cabeceras de los valles más importantes hasta las inmediaciones de Sant Julià de Lòria. Efectivamente, sólo desde este marco genético y evolutivo del relieve es posible comprender, por ejemplo, las cubetas de Andorra la Vella y Encamp; la angostura del Valira d´Ordino, a partir de La Massana; las concavidades lacustres de Pessons, Gargantillar o Tristaina; la dilatada abertura del valle d´Incles; o los espesos paquetes de derrubios en los que se asientan los bosques de pino silvestre y pino negro de La Rabassa y de Sant Jaume.

El paisaje de Andorra se distingue, sobre todo, por su carácter montañoso, mejor dicho, por lo propio y relativo a la alta montaña. Ello explica que desde la antiguedad, como mínimo desde hace once siglos, el hombre andorrano haya tenido que aprender a convivir con la naturaleza. Andorra posee una altitud media que se fija entre los 1900-2000 m, sólo superada en Europa por Suiza.

Desde una apreciación global el territorio andorrano se ofrece compartimentado y falto de llanuras: ríos cortos, encajados y de pendiente acusada; valles estrechos; sierras y macizos robustos presididos por cresterías altaneras y suaves planicies. Y toda esta amalgama de formas de relieve instaladas entre las cotas extremas del país: los 2942 m, que corresponden al Pic de Comapedrosa, el punto más alto del Principado, y los 838 m, la cota más baja, que coincide con el Pont Internacional.

Esta diferencia de altitudes, superior a los 2000 m, unida al juego de orientaciones que ofrecen laderas y vertientes, dotan al espacio andorrano de un clima de montaña de latitudes medias que, junto a las características edáficas y litológicas de los terrenos, da origen a un paisaje vegetal rico en especies.

En efecto, los valles de Andorra incluyen masas vegetales de las mismas características que las del resto del Pirineo catalán, albergando especies propias de los dominios o biomas mediterráneo-continental, submediterráneo, medioeuropeo, eurosiberiano y suboreal, instalados, todos, de acuerdo con el binomio orientación-altitud. Sin embargo, hay que señalar desajustes areales entre lo que debiera ser su distribución potencial y real explicándose tal hecho como respuesta a la decidida intervención del hombre sobre los sistemas naturales a lo largo de los siglos.

En la actualidad, de los 468 km2 de superficie que posee el Principado, el 86,18%, es decir 403,32 km2, están cubiertos de masas vegetales y de ellos, el 44,63% corresponden a pastos. El resto son bosques de coníferas, caducifolios y perennifolios (tabla. 1). Estas cifras permiten dar idea bastante aproximada de la magnitud y relevancia del manto vegetal, particularmente por lo que se refiere a la definición y naturaleza de los ecosistemas. En tal sentido, baste sólo recordar, por ejemplo, la relevancia que tiene la vegetación en el mantenimiento y desarrollo de la fauna y, en otro orden de cosas, en el papel protector que tienen las plantas en la conservación y desarrollo del suelo así como en su contribución en la estabilidad de las laderas.

Tabla 1
Distribución porcentual de la ocupación del suelo en Andorra

Tipo de ocupación
Superficie (%)

Agricultura 6,52
Urbanización/infraestructuras 0,74
Vegetación rupícola 5,89
Bosques 35,04
Vegetación higrófila 0,59
Monte bajo y matorral 6,59
Prados y pastos 44,63
   
Total superficie (468 km2) 100.00

Fuente: Bolòs, 1996; Boada & Fernández, 2000 y otros autores.

Un conjunto de ecosistemas de fragilidad latente

Los sistemas naturales de Andorra se caracterizan por su rica biodiversidad que cuantitativa y cualitativamente resulta superior a la media de los países europeos. Este hecho tiene su origen en la localización geográfica del Principado y se explica por la coincidencia de tres factores: a) su instalación latitudinal, en el tránsito de los grandes biomas templado y subtropical; b) su cercania al Mediterráneo; c) su ubicación específica en el seno del eje montañoso pirenaico.

Los grandes conjuntos de ecosistemas que definen el medio natural de Andorra tienden a distribuirse atendiendo a la combinación de los parámetros disponibilidad de agua/relieve-suelo/altitud. A partir de ello resultan, por un lado, los ecosistemas instalados a lo largo de los fondos de valle, caracterizados por lo que viene en denominarse bosques de ribera y, por otro, los que definen las laderas de las montañas con inclusión de las planicies cimeras contiguas.

Los ecosistemas instalados en las laderas, a su vez, y de acuerdo con la características climáticas, sobre todo, pues son las que en última instancia conducen los procesos edáficos y biológicos, tienden a disponerse escalonados en altura distribuyéndose en dos grandes conjuntos diferenciados, siempre que la altitud de la montaña supere los 2300-2400 m. Las partes más bajas y medias estan pobladas por bosques de origen mediterráneo continental, medioeuropeo o eurosiberiano y subalpino, instalados en este orden. Por encima de ellos y superada la cota de los 2300-2400 m. aparece el pastizal de gramíneas, pues ahora el rigor de las condiciones climáticas (duración del hielo en el suelo, mayor persistencia de la nieve, temperaturas bajas, acción del viento, etc.) limitan el crecimiento de las especies leñosas. Se trata del llamado espacio supraforestal, antaño de tanto interés ganadero.

Respecto a los ecosistemas que definen los fondos de valle hay que señalar su extraordinaria dependencia al agua, es decir su higrofilia. Así se explica que queden instalados en los márgenes de los cursos de agua y en el seno de ella. En el mapa de los sistemas naturales del Principado dibujan cintas conformes al trazado de los ríos con mayor desarrollo allí donde los fondos de valle se ensanchan. Estas circunstancias ecológicas facilitan la formación de bosques de ribera o en galería con predominio de Alnus glutinosa (vern), Fraxinus excelsior (freixe de fulla gran), Populus tremula (trèmol), Salix aurita (salze). Y si a ello le unimos su topografía relativamente llana y la existencia de espesos paquetes de derrubios, muy aptos para las faenas agropecuarias, resultan haber sido los enclaves más tempranamente antropizados.

La historia de la ocupación del suelo andorrano confirma lo que acabamos de señalar. En tal sentido, la documentación de los siglos IX, X y XI ya confirma un importante poblamiento en los fondos de valle, preferentemente, lo que permite atribuir transformaciones a partir de entonces en ese paisaje natural, sobre todo las derivadas de la actividad ganadera, agraria y explotación forestal. Así debió suceder, por ejemplo, en el núcleo de Sant Romà de Les Bons (parroquia de Encamp), a partir del año 1164 o en las inmediaciones de La Cortinada.

Y por lo que se refiere a los actuales tiempos los cambios más significativos en los fondos de valle derivan de la expansión de las ciudades y de la ubicación de infraestructuras y vías de comunicación. Todos estos hechos vienen a mostrar que sus ecosistemas, particularmente los instalados en las antiguas cubetas de sobreexcavación glaciar (Les Escaldes-Andorra la Vella, Encamp) hayan sido los más alterados, pues el proceso de antropización -sobre todo a partir de mediados de la década de 1960- ha resultado muy intenso.

El resto de ecosistemas, ahora instalados en las vertientes o laderas, mantienen como aspecto fisionómico más destacado las especies arbóreas, con predominancia, según sean los factores geográficos (orientación, altitud, topografía, etc.), de especies de origen mediterráneo y submediterráneo (Quercus ilex ssp. rotundifolia, alzina; Q. humilis, roure martinenc, Corylus avellana, avellaner), medioeuropeo (Quercus petraea, roure de fulla gran) y boreoalpino (Pinus sylvestris, pi roig; Abies alba, avet; Pinus mugo, pi negre; etc.). Sin embargo, a esta mosaico vegetal hay que sumarle otro que por imperativo climático, mayor presencia de hielo en suelo, sobre todo, difiere sustancialmente de aquellos otros. Nos referimos al pastizal alpino que tiende a cubrir las cotas instaladas por encima de los 2300-2400 m, con prolongación, según casos, por las planicies más cimeras, como ocurre en los cordales del sureste de Andorra, representado, en gran manera, por una rica variedad de gramineas (Festuca airoides; F. gautieri, ussona;F. eskia, gespet; etc.).

Se trata, en todos los casos descritos, de ecosistemas que han conocido a lo largo del tiempo la intervención más o menos acusada del hombre, lo que ha significado que el recubrimiento potencial de los vegetales haya variado notablemente, hecho que ha llevado parejo la desaparición o merma de especies faunísticas originales. Así ha sucedido con el oso (Ursus arctus pyrenaicus) y el lobo (Canis lupus) que ya no pueblan los bosques andorranos o la considerable reducción del gato salvaje (Felix sylvestris sylvestris) y del lince (Lynx lynx). Lo mismo ha venido sucediendo en los ámbitos acuáticos como respuesta a la menor pureza de las aguas, particularmente en los tramos medios y bajos de los ríos, afectando muy particularmente, también, a la calidad de los bosques de ribera (Carrascosa Gómez et al. 2000).

Tradicionalmente los bosques han sufrido talas y rozas sistemáticas en aras a la obtención de pastizales, campos de cultivo, carbón, madera para la construcción o para la alimentación de fraguas, etc. etc. prácticas que se han desarrollado hasta bien entrado el siglo XX. Ha habido, por tanto, una intervención intencionada en los sistemas naturales, siempre por exigencia demográfica y económica. La expansión de la ganadería trashumante durante la Alta Edad Media, favorecida por los monasterios -Ripoll, Sant Juan de les Abadesses, Seu d´Urgell, por ejemplo-, supuso un descenso del límite superior del bosque y una mayor agresividad de los procesos morfogénicos asociados al frío (Bolòs & Gómez Ortiz, 1999). En la actualidad, éstos tienden a remitir en muchos casos como respuesta a la menor presión ganadera y, por derivación, al remonte altitudinal de la vegetación arbórea que tiende a ocupar su natural espacio climácico, tal como se detecta si se comparan fotografias aéreas de los años cuarenta-cincuenta y actuales de la Obac d´Envalira (Bosc de Moretó).

En su conjunto, los sistemas naturales de Andorra se encuentran en un estado latente de fragilidad, precisamente por estar integrados en la montaña que es el medio donde el equilibrio de los procesos biofísicos constructores del paisaje (morfogénicos, edáficos, biológicos, hidrológicos, etc.) tienden a desestabilizarse con mayor rapidez ante un acontecimiento extraordinario.

Acerca de ello, no hay que olvidar que la montaña es un espacio tridimensional que se define, ante todo, por su altura, pendiente y volumen. Y no hay medio más propicio que éste para favorecer las rupturas de equilibrio entre los distintos componentes de los ecosistemas. Es notorio, al hilo de lo que estamos comentando, que es en montaña donde la transferencia de energía y masa, desde las partes altas a las bajas, se lleva a cabo con gran facilidad, acelerándose este mecanismo cuando en el sistema interviene con eficacia un elemento perturbador. Esto explica, entre otras cosas más puntuales, que los medios montañosos sean altamente vulnerables a la ocurrencia de riesgos naturales, tal como muestra la tabla 2.
 

Tabla 2
Principales riesgos naturales en Andorra
 
Naturaleza Agente Principal Tipo Ámbito preferencial
 
Climática Agua torrencial Avenidas/inundaciones Lecho y márgenes fluviales
  Arroyamientos Cabeceras de torrentes
  Deslizamientos Vertientes y taludes
 
Fusión nival Deslizamientos puntuales Tramos superiores de vertientes
 
Nieve Aludes Circos y vertientes
entalladas en canales
 
Hielo Desprendimientos Paredes y cornisas rocosas
  Aludes de piedras Cornisa rocosa/canal
  Deslizamientos Conos de bloques

Fuente: Gómez Ortiz, 1996

Hay otro hecho que contribuye a mantener viva esta inestabilidad de los sistemas naturales de que antes se hablaba y es la intervención del hombre. Es bien sabido que la capacidad de acogida de los paisajes de montaña es muy limitada, precisamente por la energía que tiene el relieve, que es donde éstos se asientan. Y si a tal situación se le añade, como en no pocas ocasiones sucede, una inadecuada gestión del territorio por parte del hombre, aquella inestabilidad latente se transforma en efectiva pudiendo, incluso, acelerarse. A nadie escapa, por ejemplo, que muchas de las inundaciones que ocasionan los torrentes de montaña, con los consiguientes estragos en haciendas y en personas, se deben a la indebida manipulación de los cauces, al restringir su lecho de inundación por invasión urbanística o canalización forzada. A nadie tampoco escapa que no pocos de los deslizamientos de tierras en laderas, como respuesta a la apertura de viales de comunicación rápida o a talas desmesuradas en bosques, se deben a un conocimiento defectuoso del terreno en el que se opera y/o a la inexistencia de adecuadas medidas correctoras.

Todos estos acontecimientos de nuevo nos conducen a llamar la atención acerca de la fragilidad y limitada capacidad de acogida de los paisajes andorranos. O lo que es lo mismo: la necesidad de controlar los usos del suelo (tipología, intensidad y extensión superficial), pues sólo de esta forma podrá prolongarse su estado de equilibrio dinámico -el propio de los sistemas naturales de montaña-. De no actuar desde tal principio el paisaje entrará en un proceso de degradación más o menos acusado.

La naturaleza, el más valioso patrimonio andorrano

No existe la menor duda en afirmar que la naturaleza, mejor dicho, los sistemas naturales de Andorra, conforman su más valioso patrimonio y ha sido particularmente el turismo, bajo sus múltiples modalidades, el encargado de preconizarlo. Tampoco existe la menor discrepancia en señalar que el futuro de la sociedad andorrana pasa por un escrupuloso respeto a su entorno natural, lo que equivale a decir que los nuevos sistemas económicos que se vienen asumiendo, aparecidos a partir de las últimas décadas, deberán planificarse y contemplarse en la práctica en marcos de actuación en los que resulte una constante la dialéctica de equilibrio entre los modelos económicos y los sistemas naturales.

Tradicionalmente los pueblos de montaña han sabido armonizar el aprovechamiento de los recursos naturales con el equilibrio ecológico. Es a partir del momento en que se implantan nuevos patrones productivos cuando tienden a crearse disfunciones o alteraciones más o menos acusadas en las relaciones sociedad-medio. En el caso de Andorra el fenómeno de cambio se inicia a partir del momento en que el sector terciario se conforma como el pilar económico por excelencia, derivado, ante todo, por la irrupción masiva del fenómeno turístico, con repercusión muy particular en la ocupación y usos del suelo (Lluelles, 1991).

Para dar una idea de la importancia que posee el turismo en Andorra, señalemos que el Principado -que dispone de una capacidad de alojamiento en torno a 48.500 plaza (temporada 2000-2001)- fue visitado en 2000 por 10,9 millones de personas, de las que casi 1,5 millones lo hicieron en el mes de agosto. Se desconoce el volumen de ingresos que genera la actividad turística pero debe ser muy considerable, a juzgar por el significado económico que poseen en el balance de importanciones-exportaciones determinados capítulos arancelarios, tradicionalmente considerados como objeto de comercio turístico (Sáez, 2000).

Las motivaciones que canalizan el turismo en Andorra son varias, pero por su repercusión en la balanza comercial destacan los deportes de invierno -el eskí, sobre todo-, pues las condiciones climáticas de la temporada y la configuración del relieve resultan adecuadas. Ello explica que todas las parroquias altas del Principado lo hayan potenciado dedicando a ello importantes partidas económicas de sus presupuestos anuales. Andorra cuenta con más de 2520 ha esquiables repartidas entre las 172 pistas que aglutinan las cinco estaciones de eskí que se reparten por el pais.

Otro de los pilares en los que descansa el turismo andorrano es el paisaje y el patrimonio artístico, lo que equivale a reconocer los valores naturales e histórico-culturales del Principado. Y unido a todo ello y como tercer pilar, en ocasiones complementario y en otras como objetivo prioritario del visitante, hay que añadir la oferta comercial en su multivariedad de productos y establecimientos.

Este proceso de cambio habido en Andorra durante estas últimas décadas ha tenido repercusiones de todo tipo. Por un lado, de carácter poblacional y socioeconómico: crecimiento demográfico e implantación de nuevas formas de vida, ahora mucho más urbanas que rurales; expansión urbanística; desarrollo de nuevas infraestructuras (apertura de viales, canalización de ríos, etc). Y por otro, de carácter ambiental: modificaciones en los sistemas naturales e impactos de diversa índole y de distinta magnitud en el conjunto del paisaje de Andorra. Desde el punto de vista ecológico los ámbitos que más transformaciones han sufrido han resultado ser el entorno de las primitivas poblaciones y los enclaves montañosos donde se han construído las estaciones de eskí y sus áreas de influencia, en ocasiones creando impactos difíciles de amortiguar.

Los fondos de valle, como ya señalábamos antes, son los que mayores mutaciones han conocido hasta el punto de que buena parte de los primitivos bosques de ribera, tan propios de tales sectores, han desaparecido o mermado su original extensión, como también ha sucedido con la actividad agropecuaria que, en el mejor de los casos, ya es testimonial. Las razones fundamentales de tales transformaciones, como fácilmente se deduce, hay que atribuirlas al nuevo patrón económico instalado en el Principado a partir de los años sesenta. Señalemos al respecto que durante los últimos veinte años la población de Andorra se ha multiplicado por 2,3. En efecto, de 28.082 habitantes que había en 1977, se ha pasado a 65.844 personas en 2000, de los que la conurbación Andorra la Vella-Les Escaldes, la más importante del pais y del conjunto del Pirineo, cobija, en un espacio de unos 65 km2, en torno a 36.242 habitantes, el 55,5 % del colectivo andorrano, lo que le otorga una densidad de 557,5 h/km2.

Esta expansión demográfica, que se inicia a partir del tránsito de los años cincuenta a los sesenta -que es cuando Andorra abandona definitivamente unas formas de vida tradicionales-, vino aparejada con aquella otra transformación urbanística, con fuerte repercusión en los sistemas naturales. Este proceso de cambio supuso demanda de suelo urbanizable en un país falto de espacios llanos y abiertos. Su consecución se ha venido logrando a expensas de transformaciones en el medio que, en no pocas ocasiones, han resultado radicales debido a los condicionantes del terreno (pendiente y estabilidad). Esto explica que, a pesar de las normativas vigentes, algunas actuaciones (edificaciones o infraestructuras y viales) se hayan realizado rayando el desafio de las leyes naturales (véase fotografía referida al declive de la Serra d´Enclar y su enlace con Andorra la Vella). Con ésto no pretendemos censurar el proceso de crecimiento operado, a todas luces positivo, pero si llamar la atención acerca de determinadas actuaciones sobre el medio y de los riesgos que en casos específicos pueden suponer.


Inestabilidad en ladera de la Serra d'Enclar (inmediaciones de Escaldes-Andorra la Vella, noviembre de 2001)

Andorra, un laboratorio en la naturaleza

Antes señalábamos que uno de los patrimonios más valiosos que posee Andorra es su naturaleza, reflejada en sus paisajes; éstos interpretados como integración del medio natural y de la acción humana en ellos a través del tiempo. Y al hilo de ello también insistíamos en la necesidad de su preservación.

Hay otro aspecto a destacar en este discurso de porte ambientalista y se refiere a lo que significa el paisaje andorrano para el avance de la ciencia, particularmente para aquellas áreas del conocimiento preocupadas por el medio natural. Un simple análisis de las características de los valles del Principado evidencian su alto valor disciplinar y muchos de los parajes se muestran como verdaderos laboratorios abiertos a la experimentación de cualquier tema naturalista referido al Pirineo.

Andorra posee una muy rica biodiversidad, de las más valiosas del conjunto de la cadena pirenaica y su estudio permite indagar en la reconstrucción de los ecosistemas pasados y el grado de estabilidad de los presentes. El Principado también incluye reductos de gran interés geomorfológico y biológico que posibilitan ahondar en el comportamiento del clima pasado e histórico aportando, al tiempo, datos para el mejor conocimiento de la tendencia actual. Un dato reciente de gran interés al respecto es haber confirmado la existencia del enfriamiento reciente ocurrido entre los siglos XVI-XIX -la denominada Pequeña Edad del Hielo- en la cabecera del valle del Madriu (Mateo García & Gómez Ortiz, 2000).

La investigación sobre temas andorranos se remonta, que sepamos, a mediados del siglo pasado, aunque adquiere mayor atención a partir de los últimos decenios del siglo XIX y primeros del XX, sobre todo en temas botánicos (Barnola, 1919; Gaussen, 1926; y Braun-Blanquet, 1948) y geológicos-geomorfológicos (Chevalier, 1924). También de estos últimos años son los estudios de Llobet (1947), que realiza la más completa investigación geográfica hasta entonces efectuada, y los de Solé Sabarís y Llopis Lladó (1947) que revisan la geología del Principado, levantando de ella una mapa de síntesis, a escala 1/50000.

Desde aquellos años y hasta el presente las investigaciones se han sucedido e incrementado notablemente, ahora abarcando tanto aspectos biofísicos como históricos, prehistóricos, económicos, poblacionales, sociales, antropológicos, etc. Por señalar dos obras muy significativas en su momento citemos Estructura i perspectives de l´economia andorrana (Bricall, 1975) y El Patrimoni Natural d´Andorra. Els sistemes naturals andorrans i llur utilització (Folch i Guillén, 1979). Entrados los años ochenta la producción científica sobre Andorra ha continuado creciendo canalizándose, preferentemente, a través de los diferentes ministerios del propio Govern d´Andorra, del Institut d´Estudis Andorrans y de las universidades de Barcelona y Perpinyà, principalmente. Dentro de estas sobresalen los trabajos de Barcelona, entre los que hay que incluir el Programa marco de investigación sobre el medio biofísico de Andorra, canalizado a través del Servei de Paisatge de la Universidad de Barcelona. De él en la actualidad sobresalen dos actuaciones. Una, ya finalizada, la confección de siete monográficos sobre temas geográficos, en los que se analizan aspectos del medio biofísico y socioecinómico y poblacional del Principado. La otra actuación, en curso ya muy avanzado, es la elaboración de una tesis doctoral dedicada a la evolución del paisaje postglaciar del valle del Madriu (más información en la nota 1, al final del texto).

Si estos hechos se han resaltado ha sido con la intención de insistir más en la necesidad de continuar potenciando la investigación en temas andorranos, tanto desde la vertiente básica como desde aquella otra aplicada y, en ambos casos, abarcando temas de porte naturalista y aquellos otros de cariz demográfico-social y económico, por referir las parcelas más atendidas en este artículo. Sobre el conjunto de ellos -al que está llamado a jugar un destacado papel el Institut d´Estudis Andorrans, en su reciente reestructuración-, sólo señalaré tres campos de actuación de gran interés y que, a mi modo de ver, resultará oportuno profundizar en sus contenidos específicos, especialmente valorando las perspectivas de futuro, a partir de la situación actual del pais:

a) El económico.

La estructura económica andorrana en poco menos de cuarenta años ha sufrido una radical transformación teniendo ante sí nuevos retos, pues ha dejado de estar afincada en el sector primario y se ha establecido sólidamente en el terciario, sobre todo, en el turismo y el comercio, desde donde se han diseñando nuevos servicios y productos. Y lo está haciendo en pleno proceso de construcción europea, cuando las directrices político-económicas de los estados de la Unión Europea propugnan eliminar fronteras y permitir la libre circulación de personas, mercancias y capitales. Una obra de gran valía en este campo y que tiende a marcar modelos de actuación entre la Unión Europea y Andorra es el reciente trabajo de Solbes (2000).

b) El demográfico y social.

Intimamente asociado con el anterior. Andorra es el enclave pirenaico con mayor población, incluso en alza, aunque últimamente ténue, frente al resto de valles pirenaicos que tienden a permanecer estancados o perdiendo efectivos. Pero es una población, la andorrana, concentrada en los fondos de valle y organizada en un tejido social multicultural (de los 65.844 habitantes del año 2000, 23697 eran andorranos y el resto extranjeros) con formas de vida eminentemente urbanas.

c) El ambiental.

Y al decir ambiental nos referimos al sentido más amplio del término, es decir, a todo aquello relacionado con el equilibrio de los sistemas naturales y los impactos o transformaciones que estos soportan cuando el hombre interviene en ellos. En tal sentido, sólo recordar que toda manipulación del medio significa trastornos más o menos acusados en el funcionamiento del sistema. De ahí la necesidad de conocer bien los sistemas naturales del Principado para poder, de esta manera, actuar de forma racional sobre ellos, lo que supone, muy especialmente, dotar al país de una cartografía temática que permita valorar las oportunidades de determinadas actuaciones sobre el medio (véase mapa geomorfológico).


Fragmento del Mapa Geomorfológico del valle del Madriu (Andorra). De la información que se desprende se
determinan las zonas susceptibles de riesgo de alud (asociación de canales de aludes y barras rocosas, véase leyenda)

La necesidad de crear una conducta ética responsable

En la actualidad, hay una preocupación y sensibilidad crecientes por todo lo relativo al medio ambiente, particularmente por armonizar aprovechamiento de los recursos naturales y su preservación. En definitiva, y como se ha venido en llamar con más o menos fortuna, asumir políticas de actuación tendentes hacia un desarrollo sostenible o ecodesarrollo.

Ahondando en esta idea hay que resaltar la inquietud despertada últimamente sobre el tema medioambiental en los foros internacionales. Me refiero, evidentemente, a las Conferencias Internacionales sobre el Medio Ambiente auspiciadas, directa o indirectamente, por las Naciones Unidas. Desde la Conferencia de Estocolmo, en 1972; hasta la Cumbre de Argentina, celebrada en Buenos Aires en 1998. En todas ellas y desde diferentes perspectivas se ha venido incidiendo, de una forma u otra, en tres aspectos:

a) Conocer en mayor profundidad los sistemas naturales y sus interacciones, por lo que se demanda a los gobiernos de las naciones, grupos dirigentes y de poder y comunidad científica aunar esfuerzos en aras a la investigación.

b) Explotar racionalmente los recursos naturales limitando, al tiempo, las actuaciones sobre el medio que conllevan deterioro.

d) Creación de una ética de comportamiento social responsable hacia el medio ambiente.

Para el caso de Andorra esta insistencia mantiene, igualmente, plena validez para el futuro próximo y lejano y debiera ser aplicable en su integridad, pues el desarrollo socioeconómico habido en el país durante estos últimos decenios ha venido descansando en un escenario que ha sufrido transformaciones profundas en un corto período de tiempo. Un escenario, ante todo, definido por el elemento natural y caracterizado por su fragilidad, lo que demanda conocer y valorar adecuadamente su capacidad de acogida para de esta forma actuar racionalmente sobre él. Idea bien expuesta, por cierto, en los últimos escritos referidos al tema (Bolós, 1999; Boada & Fernández, 2000; Gómez Ortiz, 2001).

El progreso operado en Andorra últimamente es bien notorio. A la vista está en todos los ámbitos. Pero ahora que ya se ha consolidado una determinada forma de actuar y empieza a emerger con fuerza entre la sociedad andorrana una corriente de sensibilización por el medio ambiente, parece adecuado hacer un alto en el camino y reflexionar sobre lo mucho conseguido y preguntarse hacia donde se desea continuar avanzando.

Resulta indudable que la respuesta irá en la línea de incrementar el desarrollo económico alcanzado y, a la par, lograr para todos los andorranos un mayor equilibrio social y una superior calidad de vida en todos los órdenes. En términos semejantes se expresaba hace meses Marc Forné, Jefe de Gobierno del Principado de Andorra cuando afirmaba "Nuestro principal reto es, pues, asegurar el bienestar y la calidad de vida de nuestros conciudadanos. Para lograrlo creemos que debemos actuar en los tres campos siguientes: las infraestructuras y las comunicaciones, las nuevas tecnologías y el entorno natural". (CASA. Andorra International, 2, p. 10).

Es lógico que así sea por ser ésta una de las aspiraciones más nobles de todos los pueblos. Y es prudente y también sabio contemplar que todo este proceso de cambio próximo se realice desde una perspectiva más ambientalista, por lo que resultará necesario intervenir en el territorio a partir de modelos y estrategias sostenibles; es decir, actuar desde una filosofía más respetuosa con el medio ambiente, lo que supondrá, ineludiblemente, asumir conductas éticas necesariamente más solidarias con nuestro entorno.
 

Notas

1 Los monográficos a los que se alude conforman la colección Monogràfics de Geografia,, dirigida por Antonio Gómez Ortiz y editada por el Ministeri d´Educació, Joventut y Esports del Gobierno de Andorra. Los títulos son:

LLUELLES, M.J. La terciarització de la ecomomia andorrana. Andorra la Vella: Ministeri d´Educació, Joventut y Esports. Govern d´Andorra, 1995.

BOLÓS, M. La vegetació d´Andorra. Andorra la Vella: Ministeri d´Educació, Joventut y Esports. Govern d´Andorra, 1996

GÓMEZ ORTIZ, A. El relleu d´Andorra. Morfologia glacial y periglacial. Andorra la Vella: Ministeri d´Educació, Joventut y Esports. Govern d´Andorra, 1996.

JARDÍ, M. Les aigúes. Andorra la Vella: Ministeri d´Educació, Joventut y Esports. Govern d´Andorra. 1997.

RASO NADAL, J.M. El clima d´Andorra. Andorra la Vella: Ministeri d´Educació, Joventut y Esports. Govern d´Andorra, 1998.

BOADA, M. & FERNÁNDEZ, J. El medi ambient andorrà. Andorra la Vella: Ministeri d´Educació, Joventut y Esports. Govern d´Andorra, 2000.

ROS, F. Evolució estructura y dinàmica demográfica andorrana. Andorra la Vella: Ministeri d´Educació, Joventut y Esports. Govern d´Andorra. 2000.

El autor de la tesis doctoral es Miguel Mateo García y su título Evolución del paisaje postglaciar del valle del Madriu. Procesos morfogénicos actuales. Se canaliza desde el Servei de Paisatge de la Universidad de Barcelona.
 

Bibliografía

BOADA, M. & FERNÁNDEZ, J. El medi ambient a Andorra. Andorra la Vella: Govern d´Andorra. Ministeri d´Educació, Joventut i Esports., 2000.

BOLOS, M. El Principat d´Andorra. Condicionants biofísics y socioeconòmics. Situació dels sistemes naturals al Principat d´Andorra. Barcelona: Fundació Olof Palme, 1999, p. 63-80.

BOLOS, M. & GÓMEZ ORTIZ, A. Estatge supraforestal y ramaderia transhumant al Pirineu oriental. Evolució del paisatge. Geoarqueologia y Quaternari litoral. Memorial M.P. Fumanal. Departament de Geografia. Universitat de València, 1999, p 83-90.

CARRASCOSA GÓMEZ, V. & MUNNÉ, A. Qualificació dels boscos de ribera andorrans. Adaptació de l´index QBR als rius d´alta muntanya. Habitats, nº 1, 2000, p. 4-13.

CASA. Andorra International, Andorra la Vella: Banca Reig, nº 2, 2000.

GÓMEZ ORTIZ, A. Andorra, un mosaic de paisatges que cal preservar. Andorra. Anuari socioeconòmic 2001. Andorra la Vella: Banca Privada d´Andorra., 2001, p. 125-134.

LLUELLES, M.J. La transformació econòmica d´Andorra. Barcelona: L´Avenç, 1991.

MATEO GARCÍA, M. & GÓMEZ ORTIZ, A. Oscilaciones climáticas en el Holoceno histórico. La Pequeña Edad del Hielo en el valle del Madriu. Procesos y formas periglaciares en la montaña mediterránea. Teruel: Instituto de Estudios Turolenses. 2000, p. 81-96.

SÁEZ, X. Informe sobre l´economia andorrana. Andorra. Anuari socieconòmic 1999. Andorra la Vella: Banca Privada d´Andorra, 2000, p. 10-91.

SOLBES, P. Elements per definir un model de relació entre la Unió Europea i Andorra. Andorra la Vella: .Govern d´Andorra. Ministeri de Relacions Exteriors. 2000.
 

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