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EL APASIONANTE MUNDO DEL TRADUCTOR COMO
ESLABÓN INVISIBLE ENTRE LENGUAS Y CULTURAS
Nuria Ponce Márquez
(Universidad
Pablo de Olavide, Sevilla)
Resumen
En una sociedad multicultural como la nuestra, la labor
del traductor como mediador intercultural cobra especial importancia. Hoy día,
los traductores se han convertido en profesionales capaces de conectar las
realidades de dos culturas diferentes a modo de eslabón invisible. El buen
traductor debe ser capaz de adecuar un mensaje expresado en una lengua origen a
una lengua meta impregnada de una cultura totalmente diferente sin que el
receptor detecte que se encuentra ante una traducción. Por esta razón, el
verdadero logro de cualquier traductor es el de mantenerse invisible ante los
ojos de un receptor meta que concibe el texto que recibe como un constructo
nuevo y no como un producto que ha sufrido un proceso de transformación.
Abstract
In a
multicultural society like ours, the function of intercultural mediation
carried out by translators becomes especially important. Nowadays, translators
have become specialists capable of connecting the realities of two different
cultures by acting as invisible links. Good translators should be able to adapt
the message expressed in a text to a target language impregnated with the
features of a totally different culture. As a result of this process, the
recipient should not notice that he/she is faced with a translation. For this
reason, the real success any translator can be proud of consists of being
invisible to the eyes of a reader who regards the final text as a new
construction and not as a product that has been under a transformation process.
Mediación intercultural, eslabón invisible, adecuación,
pragmática, buen traductor, autorreflexión
PRÓLOGO
Tras
varios años dedicándome al apasionante mundo de la traducción y la
interpretación, siento la necesidad de volver a re-andar mis propios pasos y de
plantearme realmente la importancia de la actividad que estos profesionales
desarrollan. Cualquier trabajador de cualquier rama debería hacer en algún
momento de su vida un ejercicio de autorreflexión acerca de la actividad que
realiza, así como acerca de las repercusiones que su trabajo pueda tener en la
sociedad en la que ejerce su labor.
Normalmente,
cuando esta situación se produce, es decir, cuando un trabajador se plantea
realizar este ejercicio de autorreflexión, suele ser debido a algún factor
externo que le ha hecho volver a mirar hacia atrás para respirar hondo y
analizar cuál es su labor en el mundo que le ha tocado vivir.
En mi
caso, probablemente, este ejercicio de autorreflexión se ha visto provocado por
la continua lucha que tenemos que mantener los traductores e intérpretes con
una serie de mitos irreales que pululan por nuestra sociedad. El hecho de que
casi cualquiera que haya hecho un par de cursos de cualquier lengua extranjera
se atreva a querer traducir o tantas otras situaciones en las que los
traductores se sienten infravalorados ante un cliente que realmente no ha
sabido apreciar el laborioso trabajo que dicho traductor ha tenido que realizar
para poder ofrecer un resultado correcto son factores determinantes que deben
provocar el ejercicio de autorreflexión mencionado anteriormente, para que en
el mercado laboral sepamos quiénes somos y la importancia de la labor que
desempeñamos. Traductor no es cualquiera y, mucho menos, buen traductor.
EL TRADUCTOR: EL ESLABÓN INVISIBLE ENTRE LENGUAS Y
CULTURAS
Desde tiempos inmemoriales, el
hecho de conquistar un territorio llevaba también consigo la necesidad de
imponer la lengua del dominador sobre el subyugado. A pesar de la diferencia de
estatus entre vencedores y vencidos, la propia convivencia entre culturas
provocaba que se traspasase cualquier tipo de barrera lingüística, comenzando
así a desarrollarse el proceso traductológico como un nexo necesario entre las
diferentes culturas.
Desde hace bastantes años, este
proceso traductológico ha sido objeto de análisis y estudio con el fin de
sentar las bases de un aparato teórico-práctico que delimitase la función de
traductores e intérpretes.
Han pasado ya muchos años desde
que Eugene Nida comenzara a plantearse el concepto de equivalencia entre dos
lenguas y a lo largo de todo este tiempo se han logrado numerosos avances en lo
concerniente a un conocimiento y comprensión de lo que conlleva en sí mismo el
proceso de traducción y los diferentes mecanismos que se activan al traducir.
Cuando un estudiante de traducción
escucha por primera vez la explicación del significado del verbo “traducir”,
realmente no es consciente de la complejidad que conlleva el hecho de que
traducir consista, nada más y nada menos, que en “trasladar un mensaje de una
lengua origen o de salida a una lengua meta o de llegada”.
Probablemente la utilización en
esta definición del verbo “trasladar” no sea la más idónea; de ahí que hoy día
las tendencias traductológicas más actuales hablen de “adecuación” en lugar de
“traslado”. Se trata efectivamente de una adecuación de un enunciado de una
lengua a otra, de forma que el mensaje final, hasta que llega a convertirse en
el resultado deseado, va sufriendo una serie de transformaciones de diversa
índole. Resulta casi imposible en la mayoría de los casos mantener, por
ejemplo, la forma lingüística fonética y gramático-sintáctica del TO y lo que generalmente
se transfiere de una lengua a otra es el sentido pragmático, es decir,
trasladamos sentidos adecuando dichos conceptos de una cultura a otra.
Jesús Peláez, Catedrático de
Filología Griega de
Para que ese caudal no se pierda,
el traductor debe ser fiel tanto a la lengua origen como a la lengua de
llegada, o mejor dicho a la cultura origen y a la cultura de llegada, adecuando
de la forma más aproximada posible el sentido expresado en la lengua origen
marcada por una cultura origen a una lengua meta marcada por una cultura meta.
Al fin y al cabo, toda lengua no es más que la expresión de unos determinados
hablantes inmersos en una determinada cultura con unas características
determinadas. No cabe la menor duda de que esa adecuación que debe llevar a
cabo el traductor en su obra implica un conocimiento profundo no sólo del par
de lenguas de trabajo sino, sobre todo, de las implicaciones culturales de
ambas lenguas. Por todo esto, el traductor se convierte en un eslabón intercultural
que actúa de mediador entre la cultura origen y la cultura meta.
A lo largo de la historia de la
traductología, los traductores se han planteado siempre cómo conseguir una
traducción lo más perfecta posible. En su Carta sobre el arte de traducir,
Lutero ya expresaba en el siglo XVI las dificultades sobrevenidas en su
traducción de
“Me ha costado mucho esfuerzo traducir
para poder ofrecer un alemán puro y claro. Con frecuencia se ha dado el caso de
buscar y preguntarnos durante quince días, o durante tres o cuatro semanas,
acerca de una sola palabra, sin encontrar, a pesar de ello, respuesta
inmediata. Al traducir el libro de Job, Melanchton, Aurogallus y yo trabajamos
de tal manera que apenas nos fue posible terminar tres líneas en cuatro días...
Ahora está en alemán y terminado; cualquiera puede leerlo y examinar el texto;
se pueden leer tres o cuatro páginas sin dificultad alguna y sin que se
perciban las piedras y tropiezos que había allí...” Y más adelante añade: “No
es la literatura latina lo que hay que escudriñar para saber cómo se debe
hablar alemán..., sino que hay que preguntar a la madre en la casa, a los niños
en la calle, al hombre ordinario en el mercado y observar su boca para saber
cómo hablan, a fin de traducir de esa forma; entonces comprenden y advierten
que se habla alemán con ellos” (Peláez, 1997: 1).
En esta afirmación, Lutero
confirmaba el procedimiento traductológico que todo profesional debe seguir
antes de comenzar con su labor de traducción, es decir, el traductor debe
establecer una fase de comprensión en la que se debe plantear cuál es el
sentido del texto original. Mientras redacta, es normal que al propio traductor
le surjan dudas no sólo con respecto a meras palabras sino, incluso a veces, en
cuanto a la expresión de frases completas. Precisamente ése es el factor clave
para cualquier buen traductor: la duda. Esta duda es la gran aliada del
traductor.
Cuando el profesional duda, se
produce un descenso desde su pedestal de endiosamiento para darse cuenta de que
se encuentra ante un reto difícil que tiene que superar a pesar de los muchos
años de experiencia. El orgullo sobrevenido por querer superar ese reto que se
le plantea lleva al profesional a tener que investigar y plantearse cuáles son
los giros idiomáticos más pertinentes en la lengua de llegada.
El profesional siempre tiene que
plantearse si la expresión y/o expresiones que está utilizando serían
identificadas como propias por los receptores del texto meta. Ésa es la
verdadera tarea de adecuación y el verdadero logro que se consigue tras una
larga formación que continúa durante todos los años de ejercicio profesional y
que, personalmente, creo que no acaba nunca.
El traductor es, por tanto,
responsable nada más y nada menos de que un mensaje, que probablemente no fue
concebido para ser traducido, efectivamente se traduzca hacia una lengua meta
sin que a los hablantes de esa lengua les provoque ninguna sensación de
extrañeza. Para conseguir esto, el traductor debe sumergirse hasta las entrañas
del texto origen y dejarse impregnar de toda la carga cultural que dicho texto
pretende transmitir para volver de nuevo a resurgir de sus cenizas con el fin
de adecuar todo ese mensaje a una cultura meta totalmente diferente. Todo esto
conlleva que el traductor no se erija tan sólo como un mero transmisor de
palabras, sino como un verdadero eslabón, una conexión tan sumamente versátil
que es capaz de entrelazar dos culturas diferentes.
El profesional adopta así la
función de eslabón invisible, puesto que el buen
traductor debe ser capaz de adecuar un mensaje expresado en una lengua origen a
una lengua meta impregnada de una cultura totalmente diferente sin que el
receptor detecte que se encuentra ante una traducción. Por esta razón, el
verdadero logro de cualquier traductor es el de mantenerse invisible ante los
ojos de un receptor meta que concibe el texto que recibe como un constructo
nuevo y no como un producto que ha sufrido un proceso de transformación.
Tal y como hemos mencionado
anteriormente, el hecho que ratifica esta afirmación es que desde tiempos
remotos una de las formas más eficaces de colonización ha consistido en la
imposición de una lengua. Lengua y cultura forman un todo indisociable, sin que
se pueda entender la una sin la otra. De esta manera, la traducción supone una puerta abierta a la
comunicación entre pueblos y culturas, convirtiéndose en la principal vía para
recibir información actualizada de todo lo que ocurre más allá de nuestras
fronteras.
En este contexto, las últimas
tendencias traductológicas desarrollan el concepto de “interculturalidad”, es
decir, enfatizan el hecho de que el traductor debe poseer un amplio
conocimiento acerca de las similitudes y diferencias que se aprecian entre las
dos culturas, la de la lengua origen y la lengua meta. A este respecto, Jenny
Brumme, profesora de
“Durante las últimas décadas, los estudios dedicados a la
traducción han hecho hincapié en la necesidad de concebir esta actividad como
un proceso de comunicación intercultural [...]. Ya no se entiende al traductor
como un mero transmisor entre dos lenguas, sino como un especialista bi o
multicultural que tiene que recrear, en una situación determinada, para una
cultura meta, un texto impregnado de una cultura origen. Con la ayuda de un
saber cultural lo más amplio posible, debe poder distinguir entre las
realidades del autor, la de él mismo y la del cliente / receptor [...]. El
saber intercultural abarca la totalidad de los conocimientos sobre las
similitudes y diferencias entre dos o más culturas, es decir, no sólo comprende
los conocimientos de los contrastes más o menos fuertes, sino también el saber
en áreas donde no es de esperar conflicto alguno gracias a los rasgos comunes
de las culturas” (Brumme, 2006: 1-11).
Brumme confirma un aspecto muy
interesante y a menudo olvidado en la docencia de la disciplina de
Esta autora va un poco más allá y
describe todos los factores que debe tener presente el buen traductor para
conseguir dicha adecuación, para lo que plantea un método basado en el análisis
de la función prevista para el texto en la cultura meta, la familiaridad o
extrañeza del lector meta ante elementos concretos de la cultura origen, así
como la necesidad o no de adaptar el tipo textual según las normas vigentes en
dicha cultura meta:
“Primero habría que determinar qué función se prevé en la
cultura meta para el texto que se ha de traducir. En segundo lugar, para cada
texto o tipo textual concreto, en qué medida los elementos específicos de la
cultura origen se reencuentran en la experiencia cotidiana y los conocimientos
adquiridos por el cliente / lector meta o en qué medida son ajenos al receptor
meta. Finalmente, el traductor debería decidir si `lo diferente/ajeno/extraño´
en el texto salida desempeña una función en el texto meta, o si será necesario
adaptar el texto a las normas del tipo de textual meta para mantener la función
del texto salida” (Brumme, 2006:22-30).
Por tanto, la traducción es un
proceso complejo en el que el traductor tiene que estudiar el original y su
contexto, prestando especial atención al momento histórico en el que se
produce, la sociedad en la que aparece, la biografía del autor original y todos
los factores socioeconómicos que lo rodean. Esto quiere decir que con sólo
conocer con rigor la lengua y su funcionamiento no se es buen traductor. No
basta con eso.
En definitiva, debido a su
importante labor como mediador cultural, el traductor debe ser el primero en
tomar conciencia de que su trabajo tiene implicaciones que van más allá del
simple ejercicio traductológico, valorando la importancia de sus estrategias y
toma de decisiones en el proceso de traducción.
Sin embargo, la complejidad intrínseca
al proceso de traducción y al hecho de que el traductor se establezca como
mediador de culturas quizás no abarque completamente el trabajo de dicho
profesional. Realmente la labor del traductor consiste en algo más que producir
un traslado adecuado (trasladar ideas de un texto a otro, o de una cultura a
otra). El traductor tiene que llegar a ser capaz de producir ese traslado y
convertirlo en una construcción (el traductor participa activamente en la
construcción de un nuevo texto). Estas dos visiones, que no tienen por qué ser
contradictorias, están suscitando hoy día un gran debate traductológico en los
foros de traductores.
De cualquier manera, lo que está
claro es que el encargo de traducción va a ser el que va a delimitar siempre
las dosis de construcción que un traductor puede emplear en el producto final,
obviamente conociendo y respetando siempre las características culturales del
texto origen y del texto meta.
En resumidas cuentas, el traductor
posee un arma de trabajo que tiene que adecuar de la forma más correcta e
idiomática posible a otra lengua, es decir, el traductor se convierte en un
“traidor” que tiene que utilizar todo su ingenio para engañar al lector final
de que lo que está leyendo “no suena a traducción”. Podríamos definir la
traducción como un proceso muy complejo en el que el traductor tiene que hacer
valer sus conocimientos de dos lenguas y dos culturas diferentes y establecer una
toma de decisiones y de estrategias que permitan que el lector del texto
traducido se sienta cómodo con la traducción.
Para conseguir este objetivo, se parte
de la base de que el buen traductor debe contar con la suficiente competencia
lingüística y cultural en estas dos lenguas, a lo que habría que añadir la
suficiente competencia traductora, es decir, aquellas cualidades que le
permiten traducir correctamente.
Un alto desarrollo de estas
competencias y un equilibro entre las tres nos acercaría a la figura del
traductor ideal. Sin embargo, la experiencia nos lleva a comprobar que no
existe dicho traductor ideal, al igual que tampoco existe la traducción ideal.
Lo que existen son traductores reales, unos mejores que otros, pero todos con
sus limitaciones, tanto personales como externas, tales como un muy reducido
plazo de entrega o un desconocimiento total del tema (para lo que previamente
se tiene que realizar un trabajo de investigación e información). Estos
profesionales lo que deben pretender, en definitiva, es adecuar al máximo el
sentido pragmático del texto origen a una cultura meta.
CONCLUSIÓN
Por todo lo expuesto
anteriormente, creo que es ahora, en una época en la que se está fomentando
tanto la interculturalidad y la comunicación entre las culturas más diversas,
cuando los traductores debemos hacer nuestro ejercicio de autorreflexión.
Porque es ahora cuando más se nos necesita, pero también es ahora cuando más se
nos infravalora.
Cualquiera no es capaz de traducir
adecuadamente. Un ordenador tampoco tiene esa capacidad de adecuación
intercultural por mucho que se esté avanzando en el sector de los programas de
traducción automática.
Efectivamente, todas las
coordenadas sociales se están uniendo para que sea precisamente ahora cuando
tengamos que pararnos a pensar y legitimemos nuestra profesión por encima del
intrusismo profesional de bajo nivel y de los supuestamente maravillosos
programas informáticos que nos acechan.
Es ahora cuando tenemos que
ampliar nuestra propia definición como traductores y/o intérpretes para pasar a
denominarnos mediadores culturales. Porque, ladies
and gentleman, quizás hoy día cualquiera pueda pretender definirse como
traductor, pero, desde luego, muy pocos consiguen ser buenos mediadores
culturales.
BIBLIOGRAFÍA
Brumme,
J. , “La traducción de la cultura” de
la revista Especulo, Universidad
Complutense de Madrid. Disponible en: http://www.ucm.es/info/especulo/ele/trad_cul.html
[Consultado el día 05 de febrero de 2007].
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Nida, E. Toward
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involved in Bible Translation,
Peláez, J. “Traducción y culturas” recogido en el ciclo
“Palabra y tiempo. Biblia y Cultura occidental”, organizado en el Aula Manuel
Alemán de
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RAE Diccionario de la lengua española,
Madrid: Espasa Calpe, 2001
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Reiß, K. y
Vermeer, H. Grundlegung einer allgemeinen
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