La Iglesia ha defendido el celibato clerical como el estado perfecto para sus ministros. Era una forma también de control. Pero este clero célibe no ha sido inmune a los encantos de la carne representados en la mujer, en menor cantidad también en el hombre, sucumbiendo a ellos. Para evitar que la confesión se convirtiera en una ocasión de oro para estas situaciones Clemente VIII puso bajo la jurisdicción del Santo Oficio a los confesores que solicitaran a los penitentes. Gracias a eso contamos una documentación preciosa.
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