REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


EL AGRIETAMIENTO DEL HUÉSPED

(LA CONDICIÓN POÉTICA DE ALFONSO CARREÑO)

 

José Luis Molina Martínez

(Universidad de Murcia)

 

 

INTROITO

          Alfonso Carreño González-Calero nace en Bullas, en 1932. Fallece en Murcia, agosto de 1988, tras sufrir el acoso de la muerte en El Mingrano, campo alto de Lorca, frente a las Casas de D. Gonzalo. En medio, toda una vida de poeta desconocido en los medios literarios murcianos. Esa vida anunciada corta -el firme de su sentido cuerpo se agrietaba- y fecunda, transcurre entre Manzanares y Madrid, con estancias cortas en otras ciudades europeas.

          Nadie se ha ocupado cuidadosamente de él en Murcia, ni antes ni después de su óbito -la mueca del infierno tallándose en la piedra-, cuando representa  un papel digno en el espacio de poesía escrita por murcianos. Tiene, pues, este escrito como objetivo prioritario darlo a conocer y trazar los grandes rasgos que componen su poesía. No vamos a presentar un poeta murcianista aunque sus raíces telúricas se hallen en estas tierras. Es un poeta de Murcia, formado fuera de nuestro ámbito cultural, Manzanares fundamentalmente, en el que puede ocupar un lugar que esperamos destacado por su propio merecimiento.

          Con Alfonso Carreño sucede que son muy pocos los lectores murcianos que poseen su obra: de ahí el interés de proporcionar un acercamiento a su poesía que permita el acceso a su mundo interior, un conocimiento panorámico de su quehacer y un juicio sobrio, pero valorativo, sobre su escritura.

 

UN ORDEN APARENTEMENTE ILÓGICO

          Inicia el escritor su andadura poética con ELEGÍA PARA MÍ MISMO (Ediciones El gato verde, Madrid, 1955) A esta primera entrega, apasionada y conceptual, sigue HORMA (Ediciones, El gato verde, Madrid, 1962) Han de transcurrir diecisiete años para que publique su tercer poemario, HUÉSPED EN LA MATERIA (Ediciones Rialps, Colección Adonais, no 365, Madrid, 1979). Es su primer y posiblemente único poemario de alcance nacional y cómodo acceso para el público dentro de la distribución editorial minoritaria de la poesía. Era un libro tan maduro que hacía pensar de modo inevitable en un oficio de escritor, en una asimilación de lecturas poéticas, en un cosmos íntimo aunque desordenado, que auguraba un futuro espléndido. PLIEGOS DE CALATRAVA (Edición de Angel Caffarena, Publicaciones de la Librería Anticuaria El Guadalhorce, Cuadernos del Sur, Málaga, 1986) supone otra sorpresa por cuanto Alfonso Carreño medita desde la épica un mundo recreado que vuelve a tamizar por la profundización metafísica y trascendente de su religiosidad anterior y una acuñación léxica que concretiza un lenguaje preciosista y enternecedor. RÉQUIEM POR JAVIER SERRANO (Ediciones El gato verde, Madrid, 1987) es un libro circunstancial pero obligado pues obedece a una necesidad imperiosa: el homenaje público al amigo de siempre recién fallecido. Y es algo más, porque frente a los tópicos y convenciones del género, existe un modo de decir sencillo, menos sentimentalizado de lo que se podía prever. En LA DESHORA DEL ALBA (Colección El Marañón, Ciudad Real, 1989) la palabra se hace arrogancia plástica. Es un libro póstumo, publicado por Los amigos de Alfonso Carreño, depositarios de su legado literario, quienes nos informan de otros posibles originales, EQUIVALENCIAS y ZAHORÍ ENTRE INSOMNIOS, que no hemos visto publicados. Sí han aparecido casi recientemente DORMITORIO DE COSECHAS (1990) y EL TRÁNSITO EN SU HUELLA (El ojo de pez, Colección literaria, Diputación de Ciudad-Real, 1999), cuyo comentario dejamos para otra ocasión.

          Para determinar la trayectoria evolutiva del escritor nada más ordenado que proseguir la fecha de publicación de sus libros. Pero, en este caso, hemos de hacer referencia al fenómeno bibliografía pasiva: reivindicamos a un poeta que no se puede leer en su totalidad, a su obra no tiene acceso el gran público, al menos a sus libros primeros.

          Una lectura que parta de HUÉSPED EN LA MATERIA y que conduzca a los poemarios anteriores en primer lugar y después a los siguientes, por el orden indicado, permite caminar desde el alumbramiento a la confirmación, desde la comprobación al aserto, y de ahí el método de lectura aparentemente ilógico. El camino laberíntico de un libro de poesía, tal y como está ahora mismo estructurada la cultura, el acceso a ella y su expansión, empuja casi de modo obligado y con cierta violencia a la lectura poética marginal. Quizá ocurre esto porque el mismo poeta dejó de ser entendible para todos por voluntad propia al culturalizarse o bien porque se escribe prosa en renglones cortados.

          En Alfonso Carreño HUÉSPED es la clave. Aunque en él se encuentra ELEGÍA, hay que leerlo. HORMA es un ejercicio sumiso de clasicidad. Sólo conocía otro libro significativo de iguales características, aunque con notables diferencias porque la bondad lleva al bucolismo: me refiero a ÉGLOGA, de Alfonsa de la Torre (1943). PLIEGOS es el culmen. Es la interiorización a través de lo épico o la poetización de lo épico a través de la palabra manteniendo una esencia discorde. La palabra alcanza en la épica exposición de un mundo de siempre -gleba y jerarquía- una consistente altura exenta de ideologización trascendida y ordenada desde la cotidianeidad. El concepto queda enmarcado en una escritura ecuánime, discreta, serenada y maestra.

          Así, pues, sus libros definitorios son HUÉSPED (asombro) y PLIEGOS (sublimidad). El resto conforma estéticamente un edificio sólidamente construido que, el desorden interno del poeta o la escasa consideración hacia su propia obra (no despreocupada valoración), no permitió la lógica divulgación a la minoría poética en situación críptica y en apariencia marginal.

 

EL PENSAMIENTO POÉTICO DE ALFONSO CARREÑO

          En principio, el poeta se nos muestra instalado en la clasicidad. Lo prueba simplemente la utilización del verso rimado en ELEGÍA y el que HORMA esté compuesto enteramente por décimas. Sus versos posteriores participan de ésta y otras nuevas características que pretendemos exponer.

          El arte, en general, es para Carreño lo sin fin, lo incierto, lo inmortal, acierto, equilibrio, luz, mesura, lo fugaz sometido, quizá la lista más larga de adjetivaciones encontrables en su obra: todo esto constituye el objeto de su poesía. Se basa en la forma pura, la inteligencia como centro y la trascendencia: ser de otro ser para otro ser, expresándolo con sus propia palabras.

          HORMA es un ejercicio de austeridad, de sometimiento a la forma para domeñar la palabra, obsesión del poeta. Escribe en el poemario de la forma y existe una inquietud explicativa de su interioridad: contener el movimiento, disciplinar el sentimiento, fundir la palabra, labrar el silencio, dominar la forma esquiva.

          Es un poeta de fondo y forma, de estilística tradicional. Considera trabajar el verso dolida labor, encaminándose a un sonoro sentir. Se hace el fondo dueño del poema dominada la forma, por decirlo de la manera conocida.

          De aquí se extrae una estética que especifica el poeta en HUÉSPED: "la poesía es la transustanciación de mi consciencia de existente y permanencia en ella del espíritu, salvable y duradero a través de la forma".

          Palabras escasamente claras y jamás desarrolladas como concepción de una teoría poética. Sí queda explícito que mantiene la división fondo/forma como esencia de estilo y que la forma, la palabra escrita como necesidad, permite que el fondo, consciencia de humano, trascienda.

          La transustanciación, vocablo con reminiscencias religiosas, es un concepto de significación propia, eclesial, entendible solamente por la fe, cuando se trata del hecho teológico, cuando se narra el hecho de que Dios no sólo puede alojarse en otra sustancia, finita y pobre, sino que es esa sustancia  ¿De qué transustanciación habla Carreño? ¿Cuál es su término oculto de referencia? ¿En qué desea transmutar su consciencia de existente? ¿Cómo va a permanecer en la transustanciación su espíritu finito? Evidentemente, el conceptismo de la frase dificulta su exacta lectura interpretativa. Pero viene a definir la prioridad del contenido, consciencia de humano, y la aceptación del continente, la forma, como pervivencia, envoltura, del espíritu en ella por su superioridad. Por eso, cuando el poeta se da cuenta de la magnitud de esta tragedia agónica (en el sentido unamuniano) e íntima, se dedica a someter la forma para que, perfeccionada, sea lugar digno de un pensamiento más que humano espiritual, y de ahí a la trascendencia de que hablamos, a la ironía sarcástica, a la expresión del goce corporal, sólo hay una desviación, un refugio para el hombre.

          Este podría ser el resumen estéticamente poético, que no teorización, de su poesía: exterioriza con palabras esa sentimentalidad íntima que lo caracteriza y por ende también a su poesía. Eso viene a decir en

Presentimiento del poema

                                      En oquedades de madres

                                      cimiento mi palabra. Siento la sed

                                      de serme y estremezco

                                      la parsimonia mustia con que bañan

                                      los días las sensaciones

                                      nómadas en la boca que pronuncia

                                      su desdentada suerte:

                                      mi tibia lengua orada

                                      y lame la epidermis de los nombres

                                      mudos en la apariencia de las cosas.

          La espiritualidad que lo contradice está en él, pero, permítaseme decir que es una espiritualidad humanizada, fruto de su reflexión de humano. Y es de este modo porque, cuando lo hace, sólo invoca o reflexiona sobre un Dios con el que tampoco busca una transustanciación -solución diríamos mística-, ni una intimidad trascendente a lo divino, ni un acercamiento ascético: permanece en su esencia de hombre.

          No vuelve en sus poemarios posteriores a conceder la luz de una palabra teórica. Tampoco necesita el lector más datos teorizantes. Sólo resta bucear en la palabra y en el concepto: desde aquí se puede hacer fructífera la lectura trascendente, humana, docta, aseverante, no dogmática ni docente, de los escritos de este poeta-hombre sumergido en la historia y en el humanismo.

          A partir de HUÉSPED, el escritor adopta el verso libre. Se halla lejos de la escritura en libertad y de la novedad de los novísimos. Queda más cercano a esa promoción desheredada en la que figuran coetáneos y amigos, castellanos y andaluces, de los que se nutre en ocasiones.

          No es un poeta conocido, probablemente nunca lo será, y lo lamentamos, a pesar de los intentos de los que han sido tocados por su modo de expresar las disconformidades del tiempo en que hemos habitado materia de humano. Extrañamente, no aparece en ninguna referencia oficial de la época. Es un poeta que eclosiona con HUÉSPED y vive más en las tertulias, en la amistad, que en los cenáculos literarios. Alfonso Carreño no ha sido un nombre, por eso tampoco ha ocupado un lugar en las, al uso, antologías generacionales. No se dedicó a esta labor sino a la de vivir. Hijo de su tiempo, no extraña las influencias coetáneas a través de la lectura, influencias palpables en ocasiones o simplemente aseveradas por los que sobre él han escrito. Frente a otras que consideramos más lógicas, sorprendería la de Carlos Edmundo de Ory, no porque no piense y conozca el valor, origen y transmisión del Postismo, sino porque este no-surrealismo enumerativo se construye a base de palabras poderosas sin opción teórica si no es a través de una desautomatización constante hallable específicamente en su fundador, siendo como es la poesía de Carreño un conglomerado conceptual sometido a pasión y ritmo específicos. Digo sorprendería de no saber la amistad que hubo entre ambos poetas y el valor del existencialismo para su andadura vital.

          Cuando Alfonso Carreño deja ver la influencia postista

 

                             (Vuelan por mi cerebro desconcertados pájaros

                             con las plumas mojadas en antaños

                             que estremecen mi vivo. Horas rotas

                             construyen lo que tengo, archivados

                             sucesos me delatan, rostros

                             ciegos me miran. Desde entonces

                             el alma se acrecienta

                             de cuerpo y envejece

                             ese febril conjunto en que me heredo

                             cada noche a mí mismo) (1),

el poema se rompe en múltiples aristas ocasionalmente épicas, ocasionalmente fragmentarias, que personalizan y confunden a un tiempo. En momentos contados es tan intensa la influencia y tan clara que esa fragmentación expande su eco, esquematiza la palabra y desordena el verso por el caos conceptual que introduce y la barbarización de sus elementos distónicos. Es muy perceptible el influjo en poemas de PLIEGOS, libro en el que la estética oryniana ejerce como arbotante sostenedor de un contraste que endurece la expresión por la acumulación de palabras semejantes fónicamente y la ausencia de la pincelada luminosa del adjetivo por un lado, la metáfora por otro: desnudez.

          El fenómeno postista (2) ya estudiado con acierto, cobra así nueva dimensión y sería interesante, aunque oneroso, indagar su trascedencia más allá de los límites académicos convencionales, aunque el postismo ya nace marginal y perseguido. De ahí, su carácter estéticamente contestatario: llevaba consigo un tósigo contra el amaneramiento de la poesía. Viene aquella extrañeza porque en los tiempos en que Carreño escribe épica, con todo el auge de su clasicidad lírica, no existe cortapisa alguna para la expresión. Algo vería poéticamente determinante para la aceptación de su canon estilístico.

          Sin embargo, Alfonso Carreño, poeta típicamente castellano, se acerca a los poetas andaluces y a nuevas corrientes, por lo que jamás encontramos en su lírica localismos trasnochados.

          Para entender en toda su dimensión su apertura a modos, teorías y poetas, habría que poseer información suficiente sobre las actividades que, como contertulio fundacional, ejerció en el GRUPO REY DAVID. Alfonso Carreño admiraba a los clásicos españoles, a los románticos extranjeros (Rilke, Novalis), a la generación del 27, a los hispanoamericanos de siempre (César Vallejo, Pablo Neruda) Amplias las referencias, esplendorosos los resultados. La trascendencia y el reconocimiento a la calidad de su poesía se concreta en la antología de su poesía que tradujo y publicó el CENTRO LITERARIO DE LA FUNDACIÓN ROYAUMONT, Envers de l'enfance (Luzarches, 1988), y en el homenaje que le tributó en septiembre del mismo año el Festival Internacional de Poesía, con sede en París, en los salones de la UNESCO. Podemos, entonces, hablar de poeta malogrado, voz truncada, aunque sea ya tópico hacerlo así en casos como este.

 

LA CULTURA DE LA MUERTE

          Decir que la poesía de Alfonso Carreño es el resultado de una cultura es obvio. Tampoco es extraño el que un poeta instalado en la clasicidad se inicie en la elegía en su primer libro. Pero, curiosamente, su obra se abre con una cita de Javier Serrano:

 

                             Sobre qué muerte tuya, sobre qué vida tuya,

                             te ha quedado un oído dispuesto a la palabra?

          Es un libro que Carreño escribe para sí mismo, sobre él mismo, a partir de una cita de su amigo y compañero del alma. El último libro en vida de Alfonso es un réquiem por el mismo amigo: y se abre con una cita de Carreño:

                             Los dueños de los días nunca vuelven.

          Entre elegía y réquiem existe una pequeña diferencia. No sólo el aspecto de religiosidad implícita en el réquiem. La elegía, en la clasicidad, no es elemento de tristeza, sino la expresión de un sentimiento que genera tristeza contenida por la desaparición de una persona cercana y amada. Entre la elegía y el réquiem queda la obra de Alfonso Carreño. HORMA, ejercicio literario no versátil ni vacuo. PLIEGOS, épica que rememora un pasado no muy idealizado y resulta elegíaca. A DESHORA es un libro póstumo y ha dependido de la voluntad de los amigos quienes, aun respetando la máximo posible la disposición organizativa del poeta, han dejado, creo, aires de su propia personalidad al estructurarlo. La elegía le lleva a la indagación sobre la materia del huésped y de ahí llega al réquiem, al canto funeral. En medio queda la cultura de la muerte. En la elegía, las referencias a la muerte no son entristecidas ni entristecedoras, pesarosas, adornadas de la retórica eclesial. Es una sentida manifestación de pesar por el tránsito fugaz de las formas, suavizada por la estrategia amorosa del poeta que busca el cuerpo reciente como sensación total de su existencia. No es un carpe diem, no es la reposición del tópico barroco de la fugacidad, sino la instalación alegre en el amor elegíaco en sí por la brevedad de su goce. Disfruta en verte con carne aún pero entre tu breve muerte. Existe toda una evolución que el poeta expresa como intermedio hacia su propia muerte. Mas todo el significado elegíaco es indagatorio. Inicia una génesis que culmina en HUÉSPED: el hombre es materia y el hombre la habita como huésped y llora -elegía- no tanto la pérdida de esa materia como la imposibilidad de permanecer huésped en esa materia de modo perenne, ya que, mientras el abrazo puede hundirse en el cuerpo -disfrute-, el espíritu sostenido por esa materia puede desarrollarse y ejercer su función, pero siempre sometido. Y es que, para Alfonso Carreño, la inteligencia es lo más señero del hombre:

                             Recreado en tu centro, inteligencia,

                             yo te siento latirme, rodearme

                             abiertas ya tus alas

                             sobre este campo frío que es el hombre.

                             Recreado en tu centro

                             siento la piedra, canto

                             y apoyado en lo triste voy descubriendo vida.

          Elegía es aquí un canto melancólico a la fugacidad, más que de la materia, del placer. Pero aquella evolución que hemos considerado como intermedio hacia la propia muerte del poeta, es también intermedio hacia Dios para llegar al hombre. Y esta cultura de la muerte cobra trascendencia y adquiere leve significación metafísica, religiosa: morir para nacer. Vivir es un ir apurando fondos, el tiempo es cálida prisión. Canta elegíacamente el poeta lo que es, lo que no es, lo que no tiene, la que ansía:

                             Este islote curtido, este cuerpo,

                             esta carne precisa, que me salva

                             de tanta mar amarga.

          Porque es consciente de su ser y la indagación deífera no queda captada sino desde su fondo de humano puesto que pide a Dios, su exacto, justo y equidistante Dios, un sentido, una nostalgia, un norte. Y la indagación en el amor resulta

                             ...íntima pobreza

                             de ti y de mí, buscándonos

                             aún fuera de la muerte.

          Todo esto justifica la especial semántica del término elegía en este libro.

          Esta cultura de la muerte se hace saludo en Huésped. En Ave Muerte existe ya un sentimiento contenido pero descarnado. La muerte responde más a los conceptos tradicionales -silente ingrávida, madre del ancho olvido- y, en cierto modo, rechazo al desarraigado encuentro. Esto incluye la aceptación. Y, desde ese sufragio, al llanto sereno. Réquiem y elegía. Y de ahí procede esa forma que pudiera ser salmo si no hubiese despojado el poeta a la muerte del sentido vivífico -cristiano- que hubiera debido proceder de aquella religiosidad indagadora, no unitiva. RÉQUIEM POR JAVIER SERRANO es un regreso a la realidad que la madurez acepta y asume. Es un poema narrativo y en cierto modo hedónico pues prosigue el habitual modo de rememorar los momentos felices -alcohol tallado en nuestra copa de sed interminable- y en ese desorden que supone ir arrastrando conceptos para mostrar el desamparo, reconstruir desilusiones, en que se instala el poeta. Y, entonces, la Muerte es la desilusión suprema alcanzada realmente por los amigos como único modo de conocer la esencia presentida y perseguida: ese es el significado de muerte en esta cultura que tiene amplio eco en la literatura española:

                             Tu vocación de muerte ya venía

                             cavándose en el texto. Caminabas

                             a filo de azadón por la cuneta

                             desierta del espacio.

          Ya no existe exultación en la elegía por el tránsito o los intermedios. Sólo desencanto (aceptado) por la posesión de esta cultura conseguida durante  el tiempo de la indagación:

                             La mixtura de Dios no amedrenta

                             con su espiral.

          Desencanto:

                                                                   Huyo

                             con mis alforjas últimas del yermo

                             sendero.

          Y no sabía que llevaba en la mano las gualdrapas de los caballos fúnebres y que cerca de él se hallaba el ángel del licor oscuro.

 

HUÉSPED HERIDO DE AMOR

          Durante el tiempo de la elegía, amor es busca loma por loma. Es una estancia. No es un amor idealizado que entronque con el concepto renacentista o romántico del término. En esa elegía por la fugacidad, amor es cuerpo. Eso no quiere decir que la insatisfacción que produce la posesión consumada, la tristeza final, conduzca al poeta a un sentimiento de frustración o nostalgia, sino a la elegía: canto a lo efímero, a la incapacidad de obtener respuesta para lo trascendente. Porque decir que amor es cuerpo no es grosería, sino tacto, delicadeza incluso en la pugna de la carne a la que llama breve muerte. Hacerse y deshacerse y el gran amor del corazón latiendo es una síntesis inicial del poeta para su vida.

          Hasta ocho son los poemas de amor. Al principio es la contemplación, sobre mi voz, entre el cuerpo. Para esa contemplación hay que dejar dormido el llanto y sorprender las sensaciones dulces, la desmemoria de tu cabello. Después, ese amor es razón total de labios y desazón producida por la limitada precisión del acto. Más tarde, se vuelve a:

* la necesidad:

                             Engárzate a mi pecho para hundirnos en lo ajeno a la muerte;

* el deseo de pervivencia:

                             vive entre mí tu beso;

                             rompe con él, destroza

                             esta ficción de muerte;

 

* la insistencia en el deseo:

                              apúrate en mis brazos;

* la posibilidad de llenar el hueco de la vida,

                             mendigando algo que está pero en deshielo siempre;

* la búsqueda ahora

                             de tu corazón y tus estancias.

          No existe una gradación sino estratos de posesión que no exige fidelidad, que, como necesidad, implica fugacidad, y por eso la elegía. Porque, después, es el amor de Monique que

                             se abre por el tiempo, la luna y sus cabellos

                             hicieron juego y sombra entre mis manos.

          Digamos que, mientras amor es parte de ese proceso indagatorio, ante su compleja necesidad, son confusas, por íntimas, las expresiones que no componen lugares comunes. Todo está más cercano a la vivencia pues el amor no es obstáculo para la inquisición vital y trascendente, forma parte de ella misma.

          En HORMA, aquel hedonismo, aquellos excesos presentidos y confirmados en RÉQUIEM, son ya ebriedad, despertar junto a un amante mientras

                             el desear, la ternura,

                             no rebosan la mirada.

          El amor teórico, idealizado, posee ribetes metafísicos:

                             Tu savia va por mi adentro

                             quebrantando soledades.

                             Qué impecables realidades

                             enlazadas, sin un centro

                             común al fugaz encuentro

                             posible de lo que bulle.

                             El ser que te sé, diluye

                             mi soledad en compaña

                             y tímidamente empaña

                             la unidad que me construye.

          Pero a este amor le falta espontaneidad, epicureismo, alegría, concupiscencia si se quiere. Existe ya un desencanto posible por el ejercicio de su expresión material, no por el uso de la libertad, sino por la sensación convincente de que no colma el ansia concreta de trascendencia. Éste es el sentido que cobra en HUÉSPED

                             cuando se hunde mi lengua en las estancias

                             íntimas de tu boca.

          No es que no exista una degradación -eso sería ignorar el deseo concupiscente y la necesidad (obligación) de otro cuerpo- sino que un cansancio íntimo ha ocasionado un deterioro del concepto que el poeta representaba años atrás. Tampoco se desprende ideología moral alguna porque, en cuanto a elementos del contenido, no tienen una existencia independiente.

          En PLIEGOS, el amor es una simbología explicitada a través de la qasida tradicional. Pero a diferencia de aquella, no posee elementos sensuales, ni plasticidad erótica sobresaliente:

                             Desde el alud del fuego, como un hito

                             de astro, tú me escancias, vara tibia

                             que azota los obscenos contraluces

                             sobrantes de mi enigma (3).

 

          Y, posiblemente, exista una transposición y la evanescencia amatoria se haga piedra de Calatrava:

                             Libres enredaderas

                             ciñen el torso de la lluvia y alza

                             su vacuidad al filo

                             blanco del oleaje.

                             Los álamos sombrean

                             tus mansas ingles al turbar la fuente,

                             rizan la mansedumbre del estanque

                             y hurgan un lodo intacto que estremece

                             los espesores lívidos del cielo.

EL DESGASTE DEL CONCEPTO DIOS

          Intermedio hacia Dios, segunda parte de ELEGÍA, se abre con una cita, descontextualizada y de ambigua intencionalidad, de T. S. Eliot, que, si metafísica, no implica religiosidad. Parte el poeta del desamparo del hombre que reza o llora mientras vive. Ante tal situación, y lo que muestra es la realidad cotidiana, surge la imprecación:

                             Eso es la vida, Dios,

                             mi exacto Dios,

                             mi justo Dios, distante, equilibrado,

                             cuando tu voz se pierde entre las piedras...

          Esa imprecación procede del conocimiento de la situación humana del hombre; de ahí a la petición, sólo un peldaño:

                             Señor,

                             mi equidistante Dios,

                             por qué tanta extrañeza

                             para el hombre que habita las raíces?

          Dame un sentido, solicita el poeta que, por su condición de humano, bucea en la interioridad; este es el resultado:

                             Tú, Dios, vertido en mí,

                             cierto por mí, completo, renovado,

                             aún más allá del viento,

                             aún más allá de la extrañas voces.

                             Tú, mi Dios,

                             vértice exacto, fondo

                             de un sempiterno afán;

                             centro y umbral,

                             amor, ya desbordado.

          Este espléndido síntoma de trascendencia queda cortado, definitivamente seccionado, en ELEGÍA. A partir de aquí, la evolución personal o el desgaste interior modifica este acendrado conectar con lo religioso como sentimiento que no aparece en HORMA y que se torna metafísica en HUÉSPED. A lo sumo, cita sus querencias de Dios. Es un proceso de des-religare, no de a-religiosidad. Nada más. No es que no se entrevean signos en poemarios posteriores, sino que ahondar en ellos sería sutileza interpretativa, buscar algo que, en realidad, no está explícito.

 

ANTE LA POESÍA DE ALFONSO CARREÑO.

DISQUISICIONES INTELECTUALIZADAS

          A veces es incierto decir que la solución del enigma de la lectura de la poesía, reside en ponerse, en situarse en el lugar del autor y tratar de, siendo él, comprender el acto creativo, cómo era el escritor, para repetir, en lo posible, el proceso creador y su circunstancia.

          A veces es apresurado decir que es el lector, según su estado sensible, el que da el tono afectivo (la eliminación o descrédito de la crítica emocional sólo tuvo por objeto hacer de la estilística una ciencia), el que aventura interpretaciones o vibra con todo lo que supone gramatical, retórica, significativa, retórica o conceptualmente la especial asimilación de lo expresado por el poeta, adecuándolo al momento, al estado de ánimo, estante como se está el poeta inmerso en su trabajo creativo, permaneciendo ajeno a teorías, métodos y procedimientos, aunque éstos, que manifestará de modo inconsciente, se reflejen por su cultura, siendo ejecución de su oficio, dominio de la técnica.

          Sin dejar de ser esto y siendo algo más, la realidad informa de que existe una idea que, desarrollada a través de la disposición de sus elementos, emite una comunicación que se hace bella por los recursos retóricos empleados. La visión fragmentaria ha de intuirse unitaria: lo emitido presupone la anterioridad y debe dejar entrever la consecuencia.

          Por ello, en el corpus poético de Alfonso Carreño, los aspectos parciales son sólo aristas de su estructura interna, y cualquier postura adoptada para su conocimiento debe conseguir lo secreto de la expresión, que vendría jalonado por los temas más significativos que, iterativamente y marcados por la evolución personal en todos y cada uno de los sentidos y aspectos, consigue la visión total, globalizadora y a su vez interrelacionada, de cuanto es la poética de Alfonso Carreño.

 

LA INTERPRETACIÓN DEL PAISAJE

          Tres aspectos -alguno más existe- del paisaje encuentro en estos libros.

          El primero sería el compositivo, la lectura del texto como imagen: la disposición de los elementos. Pero esto no es materia poética. Indica de modo escueto que no perteneció a la vanguardia, a la escritura en libertad: el ordenamiento versal es reconocido por la poética oficial.

          El segundo hace referencia al paisaje interior, espiritual, que puede deducir el lector de lo que llevamos dicho y por las lecturas subsiguientes; ejemplificación posible sería la que continúa:

 

                             El árbol en la cumbre

                             para que el viento agite su alegría

                             y la raíz en tierra

                             para sorber la savia que le ofrecen.

                             El hombre aquí, junto al dolor, desnudo,

                             mira sin ver, palpa la tierra seca

                             y espera, reza o llora

                             mientras vive.

          El tercero sí tendría una referencia geográfica exacta:

 

* Granada, por ser lugar de estudios:

 

Esfuerzo que contra la pena se hace el poeta,

paseando en un atardecer por Granada

        Por qué penar? Hay clamor

        de atardecer en el cielo.

        Está el agua en un desvelo

        constante, sugeridor.

        Y yo en vela, vencedor

        de la sinrazón del sueño,

        construyo abril con empeño

        de palabras bien concisas.

        Y así, con voces, con brisas,

        Abril me despeja el ceño.

          * La alameda del Marañón

          * El campo alto de Lorca

          * Bullas

          * Otros paisajes incidentales: la ebriedad, el jazz, madame Monique, interioridades Profundas

          * El cuerpo como paisaje

                            

A las trenzas de una adolescente,

(en donde se trata del penar de lo imposible)

Común es el nacimiento

que las finge soledades.

Confín de ti, claridades

y alba de tu pensamiento.

Trenzado está mi sustento

por un desliz giratorio

que hace, de su desposorio,

aún más puros tus cabellos

poniendo la norma en ellos     

y en mí un llanto perentorio.

          En realidad, paisaje es PLIEGOS y, en esa esencia épica no narrativa, cobra su esencia el Pliego del frontispicio o La exhortación del freire. Así, que, paisaje del alma o del cuerpo es constante habida en la poesía de Carreño:

 

Contemplaba las aguas

surcar vertiginosas el azarbe...

LA FINALIDAD DE LA NORMA

          El contenido de HORMA es indudablemente estético. Quevedesca aparece la postura del poeta ante una idea a la que la forma se muestra esquiva, mas sólo es labio que apenas besa. Entonces, el concepto reside en la simbología de lo fugaz sometido. Captar la belleza y someterla a la norma. La décima es el marco en el que se encierra la pena que se hace el poeta y deviene redondez, dicha desapacible, despertar junto a una amante. Lo fugaz, la ebriedad, lo silencioso, mejor aún, lo callado como sonoro sentir, la llama como desvelado giro de vida. Es la estética del deterioro como paso ineludible para lo perentorio. Es lo abstracto hecho realidad frágil, la querencia oscura. Y dentro, y como fondo, el paisaje antes aludido donde se concretiza cuanto aforme -la sensación- se encuentra en la teoricidad, en el sentimiento. Así se vuelve a producir el silencio hasta que el poeta consigue elaborar su sentido de huésped.

 

LA MATERIA COMO HOSPITALIDAD

          HUÉSPED es un libro estructurado en cuatro partes con un total de 43 poemas (6, 6, 12 y 19 poemas cada una de las partes, es decir, el doble de la primera y segunda en la tercera y el triple más uno en la cuarta), que insiste, una vez más, en una poesía intimista que es relato personal. Aunque menos que en los poemarios anteriores llaman la atención los infinitivos + me (humanarme) para expresar el propio protagonismo, el poeta como sujeto y objeto de su propia poesía. Con anterioridad había utilizado otra fórmula: me + 1ª ó 3ª persona del singular del presente de indicativo: me reconozco, me palpo, me hago memoria, me hermano; en una ocasión, pluraliza: buscándonos. En HUÉSPED aparecen me desmonta, me invade, me impulsa. El mundo interior de Alfonso Carreño eclosiona en este poemario, que va a incitar a la lectura de lo anterior, más puro, más ingenuo, y desear nuevas producciones. La característica fundamental del libro es el oficio que muestra el poeta que oferta un verso más pulido, conseguido esto por la ausencia de adjetivos: para adjetivar utiliza la oración de relativo:

 

                             aliento que cincela lo existente,

                             párpados que oscurecen el mundo,

                             laguna que bucea en mis sentidos.

          Aquella inquietud religiosa de búsqueda, de complemento, que se materializaba en el deseo humano de posesión, se plenifica. Cuando el ansia de interioridad no se puede llenar y se busca en el amor humano esa oquedad que desasosiega, puede ocasionar una disconformidad: ser desamorado. Prosigue la inquietud metafísica pero el poeta renuncia casi siempre a la respuesta que, si acaso, es la aseveración de una experiencia, de una sensación. Mas llega el poeta a una concepción tranquilizadora que permite la andadura: el hombre es humano y en esa materia vive, trasciende. Pero, aquel caminante herido de amor, ve ahora en él mismo la vocación viciosa de mis labios. Es un amor que explora e indaga en el objeto que no ofrece la respuesta que ansía el poeta y eso hace del amor un consumo que insatisface:

 

                             Lo que la boca busca

                             es el sabor humano,

                             el estremecimiento de las horas,

                             el alma que se mueve.

                             Toco en un cuerpo siglos,

                             beso el tiempo sensible en al cintura,

                             muerdo el padecimiento de la historia.

                             Abrazo y no retengo

                             el goce transeúnte de la huida

                             que sonríe en un rostro.

          Por otra parte, aquella elegía ingenua, aquel llanto por sí mismo, se hace ahora sentido de fugacidad:

 

                             la ceremonia estricta de la vida

                             va perdiendo cuerpo.

          Otro es ya el sentido vitalista, la evocación del pasado hace presente el futuro. Y no es desencanto aún sino experiencia. En ocasiones, aparecen aliteraciones, metáforas atrevidas, adjetivaciones más coloristas o abundantes, como extrañamiento del lenguaje. Mas ese onirismo en el que parece se funda el automatismo de la escritura no es necesario a Carreño porque un lenguaje ya conceptual se hace más difícil; no se trata de no poner tanta fiebre en el nombrar las cosas sino de explicitar el juego: aire del aire en el aire. Decir vasos vacíos, vano de ventanales, viene a formar parte del recurso que adorna el ritmo o lo produce. Se despueblan las calles de gritos y de momias es abandonar la linealidad lingüística que se caracteriza en Alfonso Carreño por su desnudez, por su despojo de artificio, porque vejez, materia enferma es todo lo que aguarda y a este concepto no corresponde sino una palabra enjuta, sin adornos. Lo que sí es no sólo forma integrante sino recurso expresivo, es el paisaje que será cuerpo, balcones que se abren a la miseria, lengua hundida en la fuerza de los dientes, propia destrucción o campo alto de Lorca. Pero siempre es palabra y, sobre ese margen, ese límite, la estructura.

 

EL PLIEGO Y LA QASIDA COMO ÉPICA

 

          La épica se define por la subjetividad. La épica poética, tal como se produce en la clasicidad, hoy no tiene ese sentido. Sería un contrasentido hablar de épica pero no hacerlo del contenido épico de la lírica de los PLIEGOS. Ante la poesía de Alfonso Carreño, se encuentra perplejo, en ocasiones, el estudioso, porque hacer una estilística científica queda interferido por la introducción de lo sensible y de lo intuitivo en el comentario. PLIEGOS es una meditación. Cuando el poeta abandona el oficio de su yo, la subjetividad que caracteriza a la poesía vuelve sobre el pasado y mantiene una conversación sobre sí mismo, ante la ruina de ese pasado que es su ruina de hombre avecindado en lo profundo de la tumba.

          Inicia el poeta una liturgia aparentemente sacramental y el oficiante, de mitra y pluvial, unge piedras desmoronadas, símbolo no de la patria sino del cuerpo del hombre llamado al ocaso. Es un templo, una catedral en cuyo frontispicio hay un pliego y en él Can, mito. El Cancerbero, el custodio, no es necesario, nada hay que guardar, la puerta se encuentra sin goznes, desvencijada, el viajero puede entrar en busca del ceremonial: los misterios ya no existen. Puede lamentarse el poeta de la desacralización y escribir el pliego de la derrota:

 

                             Póstumo entrego el diezmo, con las parias

                             del sudeste lívido y el humo

                             de mis apriscos en Castilla.

          El poeta ya está fuera y se referencia: su sudeste lívido es la tierra de Bullas, su Mingrano, en el campo alto de Lorca. El humo de sus apriscos se levanta por el cielo de Manzanares. Testamenta el poeta su fin cercano y enjuicia por el pasado el fin presente:

 

                             Doncellas cien nos tañen el sombraje

                             de cruda capa y trece siglos miden

                             las brasas que nos queman.

          Las exhortaciones aventan amenazas, la venganza se cierne sobre la estirpe y, cuando la ternura invade la palabra épica, la qasida bien parece despojo que espera, sosegada y amadora:

 

                             Cautivos torreones emanan agua mustia

                             bajo una luz dejada que espuma su deshonra.

                             Las húmedas gaviotas retozan sus confines

                             en lívidos sahumerios salándose las sombras.

          El plano histórico sobre el que medita -la actualidad- es la experiencia de la destrucción. No es el pesimismo quevediano, no es aunque esté presente lo que cree el deshonor de la patria por el disfrute pasional de un cuerpo amante, símbolo de la perdición. Es el lamento de todos los siglos ante los desmanes. Carreño es aquí el señor feudal tras la batalla jamás ganada, el arquero del romance tras la garza herida, el abad mitrado sollozante por la ruina vandálica del claustro, el mesturero ante la moneda que no calmará su hambre y sed de justicia.

          Es este libro un resumen de clasicidad y una palabra adecuada, exenta de elementos retóricos tradicionales y vacíos. Es el escritor el poseedor de un rito, el maestro de ceremonias de la liturgia de la palabra lírica bajo aspecto de la épica que se es la interpretación de la ruina patria presentida por el agostamiento de un cuerpo gozante que es ya materia de despojo.

 

          Nunca más volvió Carreño a escribir así.

 

MUERTE SIEMPRE A DESHORA

          No sólo la de Javier Serrano que origina una elegía sentimentalmente contenida:

 

                             Tu desaparición está en mis cofres,

                             se sienta en los tresillos,

                             mina con su denuncia mis altares

                             de vasos y muchachas.

          Es el final del proceso. La experiencia acumulada desde la inocencia hasta el escepticismo ha completado su ciclo. La trascendencia era sueño de poeta en evolución. La muerte, una desaparición, y sólo la compañía en soledad, el goce la bajada a los infiernos personales, es lo que va a echar en falta:

 

                                                                   ...prueba

                             es el silencio ungido a la basura

                             que vamos generando...

          Y a deshora llegó la muerte al campo de Mingrano. Y los amigos encendieron el cirio de la sobriedad y del recuerdo y entregan sus últimos versos a los lectores.

 

          Problemas textuales plantea la publicación de los inéditos, toda vez que, al tener como referencia el año de la publicación de los versos anteriores, y no el de su escritura, la conjunción de los inéditos se efectúa desde la temática y la fecha de los poemas, de tenerla. Por eso desasosiega un poco LA DESHORA DEL ALBA. ¿Dónde intercalamos estos versos? El poeta presenta un libro y lo oferta como unitario, evita cualquier otra referencia, aunque el lector avisado entienda la existencia de escrituras anteriores o posteriores a una situación concreta. Mas es generoso el esfuerzo y viene el libro a ampliar los horizontes.

 

          Todo el macrocosmos de Carreño está en el libro. No aparece, claro, RÉQUIEM ni PLIEGOS, que acaso hallemos en el poema titulado Confín de Calatrava. No es un libro pensado como libro, sino un acopio de materiales desperdigados. Si sus otros libros mantenían una línea argumental reconocible, si es que en poesía se puede hablar así, en DESHORA no existe tal unidad. Continúan, eso sí, las obsesiones poéticas señaladas, pero el tono, el lenguaje, son más pacíficos, menos crispados, estamos ante la serenidad casi no explicitada:

 

                             Cómo entender de madre, ni de cuando

                             ahijaban sepulturas aquellas cimbras

                             donde se cierne hambriento el pan de entonces

                             sobre una artesa nuestra y desvastada?

                             Hizo frío despacio

                             cuando sus labios quietos descendían

                             los besos de la casa: sin cobijo

                             se yerguen estos techos y las copas

                             posan tertulias ensoberbecidas

                             en trasparente vacuidad. Perdieron.

                             Y sus copiosas iniciales velan

                             los flecos que desbordan mis almohadas.

          Se nota eso, sobre todo, en una época eminentemente postista:

 

                             Frías retinas ciegas escudriñan

                             desenjaezados interiores y andan

                             bajo futuras cúpulas, con pasos

                             descalzos sobre nombre cuyo ruido

                             me desentierra historia.

                             Y desempeño insomnios desposados

                             con los signos que siembran las horas en su fin

                             cuando, evadidos, vuelven,

                             a verse en el espejo de esta forma

                             que, invitada a apoyar su cabeza en la almohada

                             calor vacío encuentra.

CONCLUSIÓN PROVISIONAL

          Hemos presentado a un poeta de notable trayectoria pero desconocido prácticamente en esta tierra murciana. Este es el hueco que se pretende llenar con esta introducción a su obra que sólo pretende dar materiales para nuevos trabajos desde la visión totalizadora de su poesía.

          Y si se habla de conclusión provisional o inconclusa, se debe a que nada definitivo existe en la poesía de Alfonso Carreño porque, a partir de ahora, debe iniciarse el estudio de la misma desde el ámbito murciano. Y la compilación de esos trabajos confirmarán conclusiones en lo que hoy son solamente esbozos.

 

 

NOTAS

(1) Huésped en la materia

(2) La bibliografía sobre el Postismo es ya muy amplia. Sólo recordamos a su primer reivindicador, casi ciñéndose a la persona de Carlos Edmundo de Ory (Félix Grande, Carlos Edmundo de Ory, POESÍA (1945-1969), Edhasa, Madrid, 1970), a uno de sus primeros analistas (Jaume Pons, El Postismo. Un movimiento estético literario de vanguardia, Barcelona, Edicions del Mall, 1987) y la publicación más reciente, “Carlos Edmundo de Ory”, en República de las Letras (Revista literaria de la Asociación Colegial de Escritores), nº 69, Madrid, 2001.

(3) Qasida de la honestidad.