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Geo Crítica
Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. IX, núm. 190, 1 de junio de 2005


LOS FACTORES DEFINITORIOS DE LOS GRANDES GRUPOS DE EDAD DE LA POBLACIÓN: TIPOS, SUBGRUPOS Y UMBRALES

Juan-Francisco Martín Ruiz
Universidad de La Laguna
jfmartin@ull.es
http://webpages.ull.es/users/jfmartin

Los factores definitorios de los grandes grupos de edad de la población: tipos, subgrupos y umbrales (Resumen)

Hoy es necesario establecer clasificaciones de la estructura por edad de las poblaciones más ajustadas a la compleja realidad de las sociedades actuales y cómo se interpretan, de acuerdo a un mejor conocimiento del ser humano, las sociedades del pasado. Clasificaciones de grandes grupos de edad, con vocación de universalidad que permitan la comparación espaciotemporal a la hora de estudiar la relevancia del envejecimiento demográfico, sus procesos, la importancia de los diferentes grupos de edad y también de los grandes subgrupos, con el establecimiento de umbrales claros.

Palabras claves: adultos, demografía, grandes grupos de edad, jóvenes, población, umbrales, viejos.

Abstract

Today it is necessary to establish classifications of the structure by age from the adjusted populations to the complex reality of the current societies and how they are interpreted according to a better knowledge of the human being the societies of the past. Classifications of the largest age groups, with vocation of universality that will allow the comparison spatiotemporal at the time of studying the relevance of the demographic aging, their processes, the importance of the different age groups and also of the largest subgroups, with the establishment of clear thresholds. 

Keywords: demography, population, large age groups, young, adults, old, thresholds.

 

“El año pasado cumplí 60, y tuve la ocasión de celebrar varias fiestas. Estas fiestas no son inusuales; en mi cultura, es un logro que alguien llegue a los 60 años. A nivel mundial, debemos reconocer que el hecho de estar viviendo más años no es un problema sino un logro. Este hecho, naturalmente, demanda ciertos cambios de actitudes. Venerados y protegidos en algunos lugares, en otros, las personas de edad son denostadas, arrinconadas abandonadas y sufriendo de abusos físicos, psíquicos y financieros.”

Nittin Desai, Secretario General Adjunto de las Naciones Unidas para Asuntos Económicos y Sociales

 

En los artículos 1 y  2 de la Declaración Política de la Segunda Asamblea Mundial sobre Envejecimiento[1], de Naciones Unidas, los representantes de los Gobiernos declaran, primero, que han tomado la decisión de adoptar un Plan de Acción Internacional sobre el Envejecimiento, con el objetivo de responder “a las oportunidades que ofrece y los retos  que plantea  el envejecimiento de la población  en el siglo XXI y para promover  el desarrollo  de una sociedad para todas las edades”, y después, que celebran “el aumento de la esperanza de vida  en muchas regiones del mundo como uno de los mayores logros de la humanidad”[2]. Se admite la gran transformación demográfica que experimenta el mundo, sin precedente alguno en la historia de la población, de tal modo que según estimaciones de la ONU, la población de 60 años y más pasará de los 600 millones de la actualidad  a nada menos que 2.000 millones en el horizonte del 2050, lo que supondría la duplicación del índice de vejez, esto es, del 10% de comienzos de esta centuria al 20% de mediados de la misma, aunque este proceso se planteará con unas enormes disparidades territoriales, porque en los países en vías de desarrollo se prevé que se multiplique por cuatro. Esta enorme transformación, que se plantea a mi juicio como una nueva revolución demográfica, significará en nuestras sociedades afrontar un nuevo reto, que viene dado por la necesidad de “aumentar las oportunidades de las personas, en particular las oportunidades de las personas de edad de aprovechar al máximo sus capacidades de participar  en todos los aspectos de la vida”[3]. El problema se agrava además porque a la incidencia de la fecundidad, cuyo descenso es el  primer factor responsable del proceso de envejecimiento, se debe añadir el impacto de dos procesos diferentes: de un  lado,  el desigual desarrollo biomédico que plantea desequilibrios fortísimos en el control de la morbimortalidad, tanto en la exógena como también en la endógena, y de otro, los espectaculares desplazamientos de población, en una doble dirección: desde los países pobres, cada vez más numerosos (cuyo nivele de miseria se ha incrementado en la última década) hacia los países ricos del mundo desarrollado, y desde las áreas rurales a las ciudades. Procesos todos ellos relacionados muy estrechamente con uno más general, el de globalización y mundialización de la economía, o si se prefiere, en otros términos, el capitalismo en su fase global y neoimperialista cuya estrategia radica en la aparente exclusión  para incluirlos como objetivo de ocupación, dominio, explotación y generación de beneficio. Por eso, en la perspectiva de media duración del siglo XXI y en el horizonte del 2050, los desequilibrios que se generarán como resultado del unilateralismo de este sistema económico, de dominación global y sin alternativa alguna, tendrán una nueva dimensión probablemente desconocida hasta ahora.

Propuesta metodológica

La edad es tal vez la variable más relevante de la población y al mismo tiempo de las disciplinas científicas que se encargan de su estudio y análisis, como la demografía, la geografía de la población o geodemografía, la sociología, la psicología… La edad en años cumplidos[4] es en realidad un intervalo de tiempo (y no un instante) entre un aniversario y el siguiente, de tal manera  que la referencia a una edad exacta alude a un intervalo entre dos edades exactas consecutivas, lo que por otro lado tiene una relación evidente con el concepto de generación, que hace alusión al año civil de nacimiento de los efectivos  que hay  en una edad concreta. La perspectiva de generación introduce el concepto de línea de vida, en rigor de una generación, que en general se puede extrapolar al ciclo de vida de una población, en que se circunscribe el devenir del proceso de reproducción y de envejecimiento del ser humano. Por ello, y como señala R. Pressat (1970), “las capacidades vitales no son las únicas que están asociadas a la edad: todo el capital mental y biológico evoluciona con ella. Esto explica la proliferación de estudios sobre el hombre que hacen referencia a la edad”. Gran relevancia posee en los estudios de la población humana la variable sexo, que introduce el análisis actual de género (por ejemplo, la feminización de la vejez…), y que en el análisis demográfico y geodemográfico se combina habitualmente al de edad, de manera que la distribución de flujos y stocks, y de los principales hechos poblacionales se debe relacionar siempre con la edad y el sexo.

La propuesta tiene unos fundamentos que pretendemos abordar desde una perspectiva integradora. Así, el estudio de la población según la estructura por edad es capital, porque de él se deriva cómo se establece la evolución de las líneas de vida definidas en demografía o de los ciclos vitales, en psicología evolutiva y del desarrollo, de los seres humanos. En general, el análisis detallado por cada año de edad es innecesario, salvo excepciones, por lo que se suele acudir al establecimiento de intervalos de clase o grupos de edad y generaciones (y en muchas ocasiones relacionándolos con los sexos), generalmente quinquenales y a veces decenales. El análisis por intervalos quinquenales es esencial, pero aún así resulta muy operativo, con la finalidad de poder establecer indicadores que permitan comparar en el tiempo y en el espacio, la agrupación en los denominados tres grandes grupos de edad, esto es, jóvenes, adultos y viejos[5]. Y es esta concepción relativa, en definitiva, al mercado de trabajo, al empleo y a la actividad económica, acertada en su tiempo, por lo que supuso de novedad en el establecimiento de los tres grandes estados según la edad, la que determina los problemas de hoy en la definición y delimitación de estos tres grandes grupos de edad, porque en primer lugar la complejidad de la legislación laboral y de la misma demanda de empleo en los países desarrollados es hoy grande y dispar según la estructura profesional, con edades de entrada y salida del mercado de trabajo muy variables según el sector económico y el grado de cualificación o de preparación de la fuerza de trabajo, y en segundo lugar, en los países no desarrollados hay casi siempre una ausencia absoluta de normativa laboral y de sindicación que conlleva una elevadísima explotación de la mano de obra, particularmente de los más jóvenes; en realidad son niños y adolescentes que sin la cobertura de una educación general y obligatoria  y merced al bajísimo nivel de renta y pobreza severa de una parte muy relevante de la sociedad, se ven abocados a integrarse en condiciones no ya precarias (lo que ocurre también en los países más desarrollados) sino también de auténtica miseria y explotación brutal[6].

Por la precisión en la definición y concreción de las diferentes etapas de la vida humana y de la propia personalidad debida a disciplinas científicas como la psicología, la fisiología,  la biogenética, la medicina, la sociología, la economía y la propia geografía, entre otras, hoy es necesario establecer clasificaciones más ajustadas a la compleja realidad de las sociedades actuales y cómo se interpretan, de acuerdo a un mejor conocimiento del ser humano, las sociedades del pasado. Clasificaciones de grandes grupos de edad, con vocación de universalidad que permitan la comparación espaciotemporal a la hora de estudiar la relevancia del envejecimiento demográfico, sus procesos, la importancia de los diferentes grupos de edad y sobre todo de los grandes subgrupos, con el establecimiento de los umbrales que al mismo tiempo que permita la flexibilidad necesaria contemple desde una perspectiva integral cómo afecta a los individuos los diferentes hechos vitales, demográficos[7], económicos, sociales, psicológicos e incluso introduzca la necesaria  visión de género, y tal vez étnica, a lo largo de su vida, esto es, de la líneas y ciclos de vida de las poblaciones. Trato, pues, de establecer, a manera de proposición, una tipología que no parta exclusivamente de las condiciones de integración en el mercado de trabajo sino que integre otras variables tales como, en primer lugar, la adecuación a un sistema educativo justo que conlleve y promueva el desarrollo de la personalidad y de la formación general de los niños y jóvenes[8], incorporándose en aquél en las condiciones elementales de justicia social y de igualdad de oportunidades que propugnan incluso los diferentes organismos de Naciones Unidas; en segundo lugar, que contemple la manifestación de los riesgos, invariable en el tiempo, de los principales procesos biológicos, genéticos y fisiológicos que dan lugar,  desde los 40 años de edad aproximadamente, en que se inicia el declive del desarrollo del ser humano, a la gestación y aparición de enfermedades generalmente de carácter endógeno pero también ambiental (o a la interrelación de factores endógenos y ambientales o exógenos) que exigen de tratamientos asistenciales que garanticen la necesaria calidad de vida y de sus condiciones específicas de relación con la actividad económica sin que suponga la habitual prejubilación o incapacidad laboral, argumento habitual de muchas empresas parar regular y reducir sus plantillas, proceso que se agrava a partir del 50 aniversario, en que se produce una caída significativa de la tasas de actividad y de ocupación; en tercer lugar, el derecho, recogido en la III Conferencia, de las personas de edad, que han entrado en la etapa de la vejez, a aprovechar al máximo sus capacidades de participar en los diferentes aspectos de la vida, incluida una jubilación activa, y por último, el derecho de ejercer la maternidad sin que conlleve el riego de cualquier tipo de repercusión en la promoción y en el empleo de la mujer.

Los tres grandes grupos de edad propuestos por A. Sauvy continúan siendo válidos, y de hecho casi todas las clasificaciones usadas en ciencias sociales tienen como punto de partida los umbrales ya mencionados, esto es, los 16 ó 20 años para el acceso a la etapa adulta y los 60 ó 65 para la vejez. Sin embargo, a mi juicio el hecho de que no haya una clasificación aceptada universalmente perjudica el rigor del análisis de la estructura por edad de la población y muy particularmente del envejecimiento demográfico, introduciendo elementos de ambigüedad y confusión en los indicadores que impiden en muchas ocasiones las necesarias comparaciones y sobre todo la aplicación de métodos de análisis demográficos y geodemográficos, entre los que cabe destacar, por los excelentes resultados en su aplicación, los debidos en primer lugar a G. Veyret Vernet (1971), que aporta unos umbrales en los índices de vejez con graduaciones de menor a mayor envejecimiento, muy útil para la clasificación espaciotemporal de este proceso, y en segundo lugar a P. J. Thumerelle (1977), autor de un novedoso método de comparación de índices paralelos, casi desconocido en España. Estos autores, y en general casi todos los especialistas franceses parten de una clasificación de la estructura por edad de la población en jóvenes, adultos y viejos, adoptando los umbrales del 19 aniversario como final del primero y el de 60 como inicio del último. Con lo discutible y flexibles que puedan resultar estos umbrales, a mi juicio y desde una perspectiva integral y demográfica, es la clasificación metodológica más idónea y eficaz porque el umbral que en estos momentos más impacto psicosocial posee, al menos en las sociedades desarrolladas, el de los 60 como inicio de la vejez, es también el más comúnmente aceptado por los organismos internacionales (por ejemplo, Naciones Unidas)[9] y porque, a mi juicio, hay dos hechos incuestionables que pueden avalar este criterio: de un lado, la caída de los índices de actividad desde los 55-59 años de edad (en este sentido se considera incluso que un activo en situación de desempleo a partir de los 50 años se inserta en la rúbrica del paro estructural o crónico), y como hoy sobrepasar el 60 aniversario es ya un hecho banal, por el gran incremento de la esperanza de vida, la vejez se ha desacreditado porque incluso los criterios de la máxima productividad de los adultos menores o intermedios se ha extrapolado al ejercicio de la política, considerándose los 50 y 60 años etapas tardías para ejercer ciertas pero numerosas funciones políticas y de poder[10]; de otro lado, los riesgos de aparición de muchas enfermedades, de las denominadas endógenas, ligadas al envejecimiento celular y a factores hereditarios pero también de ciertas patologías cuya etiología es ambiental o exógena, o al menos el desencadenante de su manifestación, aunque su origen sea genético o haya predisposición genética, se sitúa entre los 40 y 50 años en adelante(cardiopatías, neoplasmas, Alzheimer, osteoporosis, diabetes de 2º grado, cataratas…), opinándose incluso en muchas ocasiones que se produce un adelanto de estas morbilidades, cuando en realidad no es otra cosa  que un fenómenos derivado de la mayor cantidad de personas de esta edad  por el incremento de la esperanza de vida.

Esta clasificación en tres grandes grupos requiere, no obstante, del establecimiento de una tipología de subgrupos, con sus umbrales y criterios de definición y delimitación que contribuya a un análisis más profundo y riguroso de la evolución de la estructura por edad de las poblaciones humanas, que trataremos en el apartado siguiente. Sin embargo, se precisa plantear y dilucidar previamente algunas cuestiones de terminología. La más grave y delicada tal vez hoy es la que deriva de la denominación del grupo de 60 años y más, que conforma la etapa de la vejez, que para algunos es la tercera edad, la ancianidad o senectud e incluso la adultez mayor. Sin invalidar denominación alguna, creo que en muchas ocasiones se acude a eufemismos para superar cierta percepción social  negativa de la vejez: viejos, ancianos, tercera edad puede connotar una cierta idea peyorativa, incluso de desprecio, cuando no de insulto u ofensa en el lenguaje coloquial y por extensión en el técnico y científico. Por ello acudiré habitualmente a una expresión que en castellano hace mención clara a este grupo, que denota y no connota: me refiero al de personas mayores e incluso al galicismo de personas de edad[11]. En el resto de los grupos, los problemas de precisión no conllevan generalmente connotaciones peyorativas, por lo que se tratará en el lugar oportuno.

Tipología de los grandes grupos de edad y de sus subgrupos

Ya he adelantado la validez de los tres grandes grupos de edad, pero tomando como umbrales los 20 años para entrar en la edad adulta, y los 60 para la edad de la vejez, pero entiendo que en cada uno de ellos es preciso establecer subgrupos, con sus umbrales, con la finalidad de analizar con mayor rigor la estructura por edad de la población. Hasta el momento se han realizado clasificaciones del grupo de los adultos más o menos convencionales, atendiendo a factores laborales e incluso biológicos, de modo que en muchas ocasiones se habla de adultos jóvenes (entre los 20 y los 35-40) y adultos medios y maduros. Con el grupo de las personas mayores, sobre todo a partir del momento en que la esperanza de vida se incrementó sobremanera a todas las edades, se introdujo una primera diferencia entre los denominados a veces como viejos jóvenes (de 60 a 75-80 años de edad) y los viejos mayores o viejos-viejos (por encima de ese umbral), lo que plantea un problema también de denominación. Pretendo establecer subgrupos integrando variables biológicas, médicas, educativas, psicológicas, sociológicas, económico-laborales, de género, hasta llegar a subgrupos con umbrales que puedan tener validez demográfica.

El grupo de los jóvenes: el desarrollo del futuro y el pilar de la estructura por edad

Comprende el intervalo de los 0 años de vida hasta los 19, en que en promedio se conviene que finaliza la adolescencia y se inicia la adultez, en su fase de jóvenes adultos. Algunos psicólogos definen esta etapa como la de desarrollo, en casi todos sus ámbitos, desde la emocional y su relación con el entorno familiar, hasta la estrictamente fisiológica y la intelectual. Resulta extremadamente complejo concretar este gran grupo desde la perspectiva demográfica porque engloba edades muy dispares que van desde el nacimiento (con lo relevante que es este acontecimiento, cuyo flujo marca la formación de una generación que se verá afectada a lo largo de su línea de vida por todos los hechos demográficos), y cuyo primer año de vida, los 0 años cumplidos, se halla expuesto, sobre todo en las sociedades no desarrolladas, a las agresiones del medio en forma de enfermedades exógenas, que determinan un elevada tasa de mortalidad infantil, por encima de 100 e incluso 200 por mil nacidos vivos. Tradicionalmente, en demografía y geografía de la población, hasta los 4 años cumplidos se ha englobado lo que se conoce como infancia, una cohorte que indica las condiciones sociodemográficas y económicas del momento, aunque desde la perspectiva de la psicología del desarrollo los 0 años es la fase del bebé y de la lactancia y hasta lo 5 años la relación del niño pasa de la madre primero, a la del padre después, y desde lo 2 ó 3 años al entorno familiar básico, y a partir de esta edad hasta los 5, en los países desarrollados, se inicia la fase preescolar, primer gran hecho sociodemográfico que determinará el futuro de la generación y cohorte[12]. Supone la integración del niño en el sistema educativo, y por consiguiente, en la red que le permitirá una formación más o menos integral capacitándole para hacer frente a los principales retos de la línea de vida y de su convivencia en sociedad, tanto sanitarias como culturales y laborales.

A partir de los 5 ó 6 años  el niño, al menos en los países desarrollados o en vías de desarrollo, se integra en el sistema educativo, de tal manera que para algunos psicólogos, como E. H. Eriksson (1968), se manifiesta una nueva fase, que llega aproximadamente hasta los 12-14 años, de plena escolaridad potencial, que convencionalmente se denomina pubertad o para otros, como Grace D. Craig ( 2001), niñez media, considerada como la entrada a la adolescencia o, para otros autores, su primera etapa; fase que resulta esencial desde de la perspectiva demográfica porque en su transcurso la glándula pituitaria envía un mensaje a las glándulas sexuales, que empiezan a segregar hormonas, debido a la interacción de los genes, la salud del individuo, la alimentación, el ejercicio físico y el ambiente, cuya influencia climática está por determinar. La pubertad se representa como respuesta a los cambios en el sistema hormonal del organismo, que se activan ante una señal psicológica. La respuesta en una niña es que en los ovarios se empiezan a producir una gran cantidad de hormonas femeninas llamadas estrógenos, y en el niño los testículos comienzan la producción de los denominados andrógenos. Desde una edad indeterminada, pero que se puede situar hacia los 7 años, los niveles de estas hormonas sexuales comienzan a aumentar, poniendo en movimiento los factores que identifican la pubertad, cuyo resultado, entre los 10 y 13 años aproximadamente, es la obtención de la madurez sexual en varones y mujeres, con la aparición en éstas de la menarquia, inicio de la fertilidad o potencialidad de procreación, que se puede retrasar hasta los 14 ó 15 años, en la fase de la denominada pubertad tardía[13]. Es por ello que en demografía la edad fértil de la mujer se sitúe convencionalmente entre los 15 y 49 años de edad, considerándose por lo demás que en las sociedades desarrolladas y potencialmente en la humanidad en general el embarazo y eventualmente la maternidad antes de los 20 años se conciba como precoz y no deseada, pues en la realidad se entiende como fecundidad en edad adolescente o juvenil, porque potenciales peligros fisiológicos y de salud al margen, la edad tan temprana arriesga su plena e integral formación, desde la perspectiva emocional, intelectual  y educativa.

La adolescencia propiamente dicha se inicia tras la pubertad, entre el 12 y el 14 aniversario, respectivamente para el sexo femenino y el masculino en la consideración de ciertos autores, con lo que se introduce uno de los primeros rasgos de género de interés geodemográfico, y finaliza en torno a los 19-20 años, fase en la que se producen cambios en lo biológico, sexual, social y psicológico, tanto en lo emocional como en lo intelectual, de modo que para algunos autores la mayor capacidad intelectual se alcanza en torno a los 20 años. La escolaridad obligatoria finaliza habitualmente en lo que se considera la adolescencia media, entre los 15 y 16 años, edad a partir de la cual se puede producir la entrada en el mercado de trabajo (las tasas de actividad son muy bajas antes de los 20 años, al menos en los países más desarrollados, como se puede apreciar en la Figura 2), aunque a efectos penales y electorales, la mayoría de edad se alcanza en promedio, en casi todos los países, a los 18 años, en lo que constituye para algunos psicólogos del desarrollo, la adolescencia tardía, que se prolonga desde el 17 aniversario hasta los 20 años de edad (Grace D. Craig, 2001), coincidiendo con la fase juvenil plena, en que se inicia el de desarrollo de capacidades propias[14].
Hoy en los países desarrollados hay una tendencia creciente al incremento de la formación educativa, cultural y laboral a partir de los 16 ó 17 años, realizando módulos de formación profesional y cursos de adaptación al mercado de trabajo, o incorporándose a la Universidad para realizar titulaciones superiores, de tal modo que se ha prolongado la edad en el sistema educativo, tanto en el sexo femenino como masculino, lo que conlleva un retraso, primero, en la entrada en la actividad económica, después en el abandono del núcleo familiar, y por último en la edad de entrada en pareja, lo que va aparejado a una edad más  tardía de la paternidad y sobre todo de la primera maternidad.

En resumen, el grupo de los jóvenes finaliza en torno a los 20 años, cuando la adolescencia tardía coincide con la fase juvenil iniciándose la adultez, pudiéndose diferenciar claramente tres subgrupos:

1.      La infancia, desde el nacimiento hasta los 5 años aproximadamente, en que se pasa de la lactancia y de la fase de bebé a la etapa preescolar.

2.      La pubertad o niñez media, desde los 6 ó 7 años, en que comienza la etapa escolar y se manifiestan lentamente el desarrollo sexual, hasta la aparición definitiva de la fertilidad hacia los 12 ó 14 años, en que finaliza esta fase, coincidiendo casi con la escolarización obligatoria, que se adentra algo en el siguiente subgrupo. El trabajo se puede dar en los países pobres, y en los desarrollados, puede existir la ayuda familiar, sobre todo en las áreas rurales, aunque también en  negocios o pequeñas empresas familiares.

3.      La adolescencia, que finaliza hacia los 20 años, en plena fase juvenil.

El grupo de los adultos: la plenitud de la generatividad

Una vez superada la crisis de identidad propia de la adolescencia, dos principios psicosociales universales informan las tareas o funciones  de la adultez: lo que Freud resumió brillantemente con dos términos, amor y trabajo, y otros psicólogos, como Eric H. Erikson, denominan la crisis de intimidad frente al aislamiento, que lleva en definitiva a la convivencia en pareja y la necesidad de tener descendencia, cuyos inicios se manifiestan entre los 20-22 años de edad, pero que varía de acuerdo con las pautas sociales, y la crisis de generatividad, que supone la necesidad del hombre y de la mujer de ser productivo, que se manifiesta con el trabajo pero también con la paternidad y maternidad (K. S. Berger y R. Thompson, 2001), que es general a toda la edad adulta, pero que se inicia en torno a los 20-25 años, con adelantos y retrasos que dependen siempre de la sociedades y de las pautas que éstas imponen. De ahí que estos dos principios psicosociales básicos de los adultos se resuelvan en una etapa que comienza en promedio hacia los 20-25 años (hacia los 25 años se han desarrollado al completo la mayor parte de las funciones corporales)  y se prolonga durante el ciclo o línea de la vida de una forma más diversa y al mismo tiempo con mayor complejidad, pero cuyo declive se inserta no sólo en el denominado reloj biológico sino también en el social. Ambos principios interrelacionados (el amor y el trabajo, de Freud) generan dos procesos demográficos esenciales: la inserción en el mercado de trabajo y la descendencia, que se manifiesta con la fecundidad, cuyas edades de entrada y de salida vienen determinadas por el papel que les asigna la sociedad y su forma específica de organización. Por eso su adelanto a la adolescencia, propia de sociedades de escaso desarrollo, y de sus propias necesidades sociodemográficas y económicas, suponen la privación y negación de una formación integral de los adolescentes y jóvenes adultos.

En realidad el desarrollo se produce de una forma continua sin que haya puntos de inflexión a una edad siempre determinada, aunque ciertos aniversarios puedan marcar hitos desde la percepción individual e incluso social. De ahí que sostenga  que no hay una edad clara en que se produce el paso a la etapa adulta, aunque convencionalmente, y desde la perspectiva demográfica, ésta se puede fijar en los 20 años, en que de una forma manifiesta se evoluciona de la adolescencia a la juventud y adultez, de tal modo que a partir de ese aniversario y hasta una edad variable, que puede oscilar entre los 28 y 35 años, la mayoría de las personas se hallan en plena vitalidad fisiológica, biológica y cognitivo-intelectual. Es más, ciertas condiciones físico-intelectuales que caracterizan la entrada en la adultez se alcanzan hacia los 24 ó 25 años, por lo que es posible hablar en ocasiones, en edades tempranas de la misma, de jóvenes, más que de adultos jóvenes, que supone una evolución lógica de la adolescencia tardía hacia la madurez integral, siguiendo las pautas de lo que se denomina el reloj biológico pero también el reloj social (K. S. Berger y R. Thompson, 2001). De ahí que en los jóvenes adultos de 20 a 30 años a veces sea arduo incluso distinguir la edad aproximada, porque ciertas características anatómicas pueden determinar que la percepción de la edad resulte difícil y ambigua[15].

 

Figura 1. Tasas específicas de actividad de la población de España en el primer trimestre de 2004
Fuente: INE. Encuesta de Población Activa. Elaboración propia.

 

El desarrollo es un continuo que se da durante toda la vida, sin que se pueda distinguir etapas tan nítidamente, como ocurre entre los 0 y 19 años de edad, con la infancia, niñez intermedia y adolescencia, aunque parece evidente que en el transcurrir hacia el proceso de la vejez (que a mi juicio se puede situar hacia los 60 años, umbral que sin duda se adapta mejor a las características integrales, sociodemográficas, biomédicas, psicosociales y económicas, que el de los 65, fijado casi exclusivamente con el criterio de la edad promedio de salida legal, que no real, del mercado de trabajo) hay al menos tres fases, cuya delimitación es algo más compleja. Sí parece evidente que la edad adulta se inicia, sobre todo desde la perspectiva demográfica, hacia los 20 años y finaliza hacia los 60, aunque si establecemos umbrales fijos es por obligación metodológica, con el objetivo de aplicar métodos analíticos e indicadores que midan la importancia de los diferentes grupos de edad y los procesos de juventud y envejecimiento de las poblaciones.


Parece claro que la edad promedio de entrada  en el mercado de trabajo se sitúa entre los 20 y 24 años de edad, en tanto que la salida se inicia lentamente  hacia el  55 aniversario y se acelera hacia los 60, al menos en las sociedades desarrolladas, como es el caso de la española de hoy (Figura 2). También en lo que concierne a la prolongación de la etapa educativa con la matriculación en titulaciones universitarias de una forma masiva desde los 17 ó 18 años -requisito imprescindible en la actualidad en la formación integral de los jóvenes, para asumir empleos de alta cualificación en estructuras productivas de economías muy complejas-, se produce una incorporación más tardía al mercado laboral, en el intervalo de los 25-29 años, pero al mismo tiempo significa la expulsión del mismo de cohortes de trabajadores teóricamente menos formados en los nuevos mecanismos de las tecnologías de última generación, o que simplemente se consideran menos rentables o productivos, en muchas ocasiones por sueldos consolidados que restan beneficios empresariales[16], también porque éstos defienden sus intereses profesionales en sindicatos, en tanto que aquéllos, y es una hipótesis, se mueven al margen de las agrupaciones de clase. El resultado puede ser que la edad activa de mayor productividad se recorte en muchos empleos, de tal modo que se accede relativamente tarde, después de los 25 ó 26 años, y se sale tempranamente, a partir en promedio de los 55 años, de tal modo que desde la perspectiva de la actividad, a veces se es muy joven y en otras muy viejo, recortándose la duración de la edad activa. De ahí que el criterio de la edad activa sea cada vez más insuficiente a la hora de definir los grupos de edad, y por consiguiente, los mismos conceptos de juventud, adultez y vejez[17]. En líneas generales, creo que en el grupo de los adultos (20-59 años) se pueden establecer tres etapas o subgrupos, definidas por criterios bio-fisiológicos, psicológicos, sociodemográficos, educativos, sanitarios y económicos, cuyos umbrales son los 39 años y los 50, con todos los matices necesarios:

1.      Adultos jóvenes, desde los 20 a los 39, en promedio.

2.      Adultos medios, desde los 40 a los 49.

3.      Adultos maduros, desde los 50 años.

Hay, a mi entender, factores que corroboran en líneas generales esta clasificación, aunque los umbrales pueden ser flexibles[18], como veremos.

Los adultos jóvenes

La delimitación de esta fase, que se inicia en realidad con los adolescentes en sus edades tardías, cuando pasan  a ser jóvenes o jóvenes adultos (hasta que definitivamente entran sin lugar a dudas en la adultez, hacia los 22-25 años), es clave porque en ella se producen los hechos demográficos tal vez más relevantes y de más trascendencia: la edad de entrada en pareja, la edad de la paternidad y maternidad, aunque ésta se ha retrasado hasta cerca de los 30 años en los países más desarrollados, la consumación de la preparación educativa y profesional, con los estudios superiores y universitarios, el acceso al mercado de trabajo en las mejores condiciones de cualificación, y es transcendental porque a este subgrupo afecta sobremanera un proceso, relevante siempre, pero que es consustancial hoy al fenómeno global del capitalismo neoimperialista, esto es, las migraciones masivas, los grandes desplazamientos de población, merced a la interrelación dialéctica de los factores de expulsión y los de atracción: de un lado, emigración y éxodo en las sociedades pobres y desarticuladas, donde pueden provocar en la perspectiva temporal de la media duración grandes muescas o vaciados en las cohortes afectadas y, potencialmente, el descenso malthusiano de la natalidad y fecundidad en el transcurso de una generación, sobre todo cuando incide intensamente en escalas de regiones pequeñas o medias, y de otro, inmigración en el mundo desarrollado, que demanda mano de obra y donde se necesita población joven o adulta joven, para corregir los desequilibrios geodemográficos derivados de su transición demográfica, esto es, la caída de la fecundidad y el envejecimiento poblacional (factor de la baja reproducción biológica de su fuerza de trabajo).

 

Figura 2. Estructura por edad y sexo de los migrantes en España en 2003.
Fuente: INE. Encuesta sobre migraciones. Elaboración propia.

 

 En estas sociedades se aprecia primero un engrosamiento de las cohortes masculinas, y en menor medida femeninas, de los adultos jóvenes, y después, en el transcurso aproximadamente de una generación, una ligera recuperación de la fecundidad[19]. Es una etapa del ciclo de vida presidida por la mayor vitalidad y dinamismo en todas las facetas: en la bio-fisiológica, en la psicológico-emocional, en lo cognitivo-intelectual, sanitaria, en la actividad sexual, física y laboral. De cuál sea el comportamiento de este subgrupo de  adultos jóvenes dependerá en muy buena medida el futuro de la población, porque determinadas por las estructuras económicas e ideológico-culturales de las sociedades, las cohortes que la integran adoptarán actitudes que podrán favorecer la desnatalidad, participando en la planificación familiar, retrasando la edad de entrada en pareja, o reduciendo la descendencia final y el número de hijos hasta poner en riesgo incluso el reemplazo o relevo generacional…En definitiva, el poder de decisión  de este grupo es determinante sobre el total de la estructura por edad.

 

Figura 3. Tasas específicas de escolarización superior de España durante el curso 2001-2002.
Fuente: INE. Elaboración propia.

 

Enlazando con los adolescentes, los jóvenes adultos permanecen en buena medida, en los países más desarrollados, en el sistema educativo, al llegar en una gran proporción, en torno a los 18 años en promedio, a los estudios superiores y universitarios, como demuestran las elevadas tasas de escolaridad hasta los 25 ó 26 años durante el curso 2001-02 en España (Figura 3), de tal modo que más de una cuarta parte de los efectivos a los 20, 21 y 22 años realizan estudios superiores, lo que se corrobora con la relevancia de los estudiantes de 16 años y más que cursan Diplomaturas y Licenciaturas universitarias en 2001[20].

El principio de trabajo de Freud se traduce, en las sociedades avanzadas, en una incorporación relativamente tardía a la actividad productiva, tras el ciclo largo de formación educativo-profesional, pues a pesar de que los índices de actividad son elevados ya a los 20-24 años, aumentan algo a los 25-29 pero es sólo a partir de los 30 años cuando se alcanza la mayor integración en el mercado de trabajo (Figura 2), aunque todavía hay una diferencia de género importante, por cuanto la participación femenina es bastante inferior, acentuándose incluso a partir de esa edad, explicable sólo por la llegada de la primera maternidad, que se ha retrasado mucho no sólo en la Unión Europea sino también en la España de hoy, como se aprecia en la Figura 4.

 

Figura 4.Evolución de la edad media a la primera maternidad de los países de la Unión Europea.
Fuente: INE. Elaboración propia.

 

La actividad es muy elevada en los varones hasta los 40 años aproximadamente, por encima del 90%, y es una ley general a casi todas las poblaciones del mundo, aunque la actividad femenina todavía en muchos países desarrollados, como España, es deficiente, bastante por debajo de la actividad masculina, por las dificultades de su integración en el mercado de trabajo, la desigualdad frente al hombre incluso en salarios, y por el peso de la tradición cultural, situándose en condiciones de absoluta inferioridad, nada menos que 23 puntos por debajo. Es la diferencia de género más notable en los adultos jóvenes, que denota una gran discriminación de la mujer en el mercado laboral, y por consiguiente en su propia situación social y económica. Esto es, en el denominado ciclo ocupacional, la mujer se halla aún en una situación de gran desigualdad, pero que varía mucho de unos países a otros, incluso en los más desarrollados, entre por ejemplo el 44%  de tasa de actividad de España y el 60% de Estados Unidos.

 

Figura 5. Tasas de mortalidad por edad y sexo de España en 2001.
Fuente: INE. Movimiento Natural de la Población y Censo de Población. Elaboración propia.

 

La mortalidad es muy baja desde el primer año de vida hasta los 35 años en que se inicia un ligero aumento, indicativo de los cambios que producirán el paso de los adultos jóvenes a la etapa intermedia de la adultez, y como ocurre en todas las edades hay también una sobremortalidad masculina, por causas biológicas, que se encarga de ir recortando el predominio de los varones determinado por la favorable relación de masculinidad en el nacimiento, en torno a 105 niños por cada 100 niñas, de modo que a los 20 años la sex ratio ya favorece a la mujer, acentuándose de una forma progresiva con la edad. Una mortalidad que en esta etapa obedece esencialmente a causas exógenas, infecciosas y parasitarias en las sociedades pobres actuales y las preindustriales europeas del pasado, y más ligadas al modo de vida en las desarrolladas, en que los accidentes de circulación, los suicidios, las muertes violentas y el SIDA originan una buena parte de las defunciones.

 

Figura 6. Defunciones según grandes causas de muerte por subgrupos de edad en España en 2001 (porcentajes sobre mil fallecidos)[21].
Fuente: INE. Movimiento Natural de la Población. Elaboración propia.

 

A esta mortalidad exógena hay que añadir los efectos iniciales de una morbilidad más ligada a factores genéticos y biológicos, relacionada de algún modo, aún por determinar, con factores ambientales y sociolaborales en muchos casos, sin olvidar las debidas al consumo de sustancias nocivas para la salud: tabaco, alcohol, estupefacientes, cuya aparición se manifiesta hacia los 30-35 años. Así, las enfermedades coronarias, con más incidencia en el sexo masculino[22], irrumpen de una forma significativa en esta etapa del ciclo vital, al tiempo que se manifiestan también los neoplasmas, carcinomas de cierto cuestión de género (o simplemente de sexo), de mama en la mujer, de pulmón en el hombre, aunque éste se vuelve más frecuente años después. En cualquier caso, a partir de una edad indeterminada, entre el 35 y el 40 aniversario aproximadamente, las enfermedades y procesos patológicos habituales de la edad adulta-intermedia y madura, y sobre todo de la vejez, hacen su aparición inexorable, y son responsables del incremento de los índices de mortalidad pero también del deterioro de la salud, aunque en general hoy la calidad de vida ha aumentado notablemente merced a la trascendental mejora de la atención sanitaria, asistencia hospitalaria y desarrollo farmacológico. Así, entre los trastornos que en muchas ocasiones ya provocan síntomas hacia lo 30-40 años se hallan los procesos pulmonares, cardiacos y renales, así como artritis, enfermedades relacionadas con el estrés y tal vez con factores genéticos-ambientales, esto es, de génesis mixta, como la hipertensión, úlceras diversas, enfermedades psíquico-emocionales, como depresiones exógenas y bipolares, diabetes, esclerosis múltiple, que no siempre provocan la muerte pero que suponen un deterioro de la salud, grave en unos casos, leves en otros porque responden de una forma diferencial al tratamiento médico-farmacológico, lo que en buena medida guarda estrecha relación con el modo de vida y el nivel de renta familiar.

Casi todas las variables, sobre todo las relativas a los factores biológicos, fisiológicos, psicosociales y de salud general, indican que a partir del 35 aniversario en promedio se inicia un proceso de salida y pérdida de la juventud, para entrar progresivamente en una etapa intermedia que conduce a la madurez primero y a la vejez más tarde, y desde el 40 aniversario “las huellas fisiológicas del envejecimiento son cada vez más evidentes” (K. S. Berger y R. Thompson, 2001). En la fertilidad, hay un proceso relativamente estable entre los 25 y 38 años, tanto el hombre como en la mujer, de gran vitalidad  y fecundabilidad[23]. Después de los 38 años se observa en la mujer una reducción de la regularidad y cantidad de óvulos liberados, lo cual sólo se traduce en un cierto descenso de la fecundabilidad y en la introducción de un factor de aleatoriedad en la concepción, porque la ovulación, muy regular hasta entonces en su manifestación, se vuelve más inestable con la consiguiente posibilidad de embarazos no deseados cuando no se toman medidas contraceptivas eficaces[24].

 

Figura 7. Evolución de los índices de fecundidad por edad de España.
Fuente: INE. Movimiento Natural de la Población y Censos de población. Elaboración propia.

 

En los países desarrollados, en los que se ha retrasado mucho la edad de entrada en la pareja, se producen reagrupamientos tras rupturas de convivencias e incluso nuevas formas de afrontar la maternidad, de manera que muchas mujeres pueden buscar el embarazo ya algo tardíamente, acaso con ciertos riesgos en la determinación de problemas genéticos del embrión y feto, aunque hay en la actualidad buenos procedimientos de diagnóstico y evaluación prenatal, como la amniocentesis (recomendada por los obstetras a partir del 35 aniversario, a pesar de que puede aumentar el riesgo de aborto), el muestreo de vello coriónico (biopsia placentaria) y otros métodos afines, que ayudan a prevenir los problemas derivados de los trastornos cromosómicos y malformaciones congénitas[25], adoptando, en caso positivo, medidas para interrumpir el embarazo, si la madre (o los padres) toma la decisión. Así, en España el índice de fecundidad genésica ha caído en sólo dos décadas, de un modo relevante, aunque los cambios más significativos se producen en las edades en que se da la mayor fecundidad, que ha pasado del intervalo 25-29 en 1981 al de 30-34 en 2001 (Figura 7). En los varones la fertilidad se da hasta una edad muy avanzada de la adultez, aunque estudios clínicos han demostrado que en las emisiones seminales el número de espermatozoides viables disminuye con la edad, dependiendo también de factores ambientales y de la calidad y ritmo de vida y de salud. Es una razón fundamental, sin duda,  por la que el umbral que sirve de transición de la juventud a la edad intermedia que preludia la madurez debe establecerse hacia los 39 años, porque del comportamiento reproductor pero también de movilidad espacial por factores económicos (búsqueda de empleos que permitan un mejora de las condiciones de vida de este grupo de adultos jóvenes), de acuerdo con la denominada crisis de intimidad y de generatividad que se produce a partir de los 20-23 años, dependerá en gran medida el proceso de juventud demográfica y de cuál es la dinámica hacia el envejecimiento, determinada por el comportamiento de la fecundidad, y su control maltusiano o contraceptivo, y de las migraciones que afectan sobremanera a este grupo, determinando en las regiones emisoras de fuerza de trabajo, grandes vaciados en sus cohortes y en las receptoras una inflación de efectivos. En definitiva, el grupo de los jóvenes adultos, desde los 20 hasta los 39 años, es el decisivo en las variables directamente relacionadas con la estructura por edad (y también por sexo) y por consiguiente del envejecimiento, esto es, la fecundidad y las migraciones.

Los adultos intermedios.

No hay unanimidad ni en la denominación ni tampoco en los umbrales, pero parece claro que en todas las disciplinas que estudian  el ciclo vital o la línea de vida se admite la existencia de una etapa o edad mediana, que para algunos va de los 35 a los 50, para otros de los 40 a los 55, y que de acuerdo con la clasificación que estudio, teniendo en cuanta todas las variables que se han mencionado, cabe situarla entre los 40 y 49, con unos años previos, del 35 al 39 aniversario, que suponen la transición de los adultos jóvenes a los de edad intermedia, que puede iniciarse con la denominada crisis de la edad mediana, en torno al 40 aniversario, señalado como de fuerte impacto particularmente en el sexo masculino. Es el camino hacia la edad adulta madura, que se inicia hacia los 50 años, y  que por sus características propias supone una etapa decisiva, que conduce directamente a la vejez.

En la actividad no hay un declive significativo, aunque es cierto que debido a prejubilaciones, incapacidades por enfermedades crónicas y al impacto del desempleo ya en edades consideradas socialmente como avanzadas para reciclarse, el índice cae algo en los varones (en la mujer hay una caída progresiva desde los 25-29 años, por las pautas de una sociedad aún tradicional en ciertos aspectos de la vida familiar y el peso del pasado) por vez primera, muy ligero aún, pero que no es otra cosa que el preludio de lo que ocurrirá a partir del 50 aniversario. Se produce del mismo modo una caída muy relevante de la fecundidad, no sólo por factores sociales sino también porque lo incuestionable es que el proceso de liberación de óvulos en la mujer inicia el camino definitivo hacia su fin, iniciándose el climaterio (fase previa de la menopausia), cuyo inicio viene dado por el descenso de la duración de los ciclos menstruales, de tal modo que de los 30 días aproximadamente de los 30 años se va acortando hasta situares entre los 22 y 28 días hacia los 40 años de edad, produciéndose al mismo tiempo una variación importante en el momento de la ovulación, pasándose de la mitad del ciclo a un adelanto o retraso e incluso a la no aparición ocasional. Proceso que explica el hecho de embarazos no deseados en mujeres que creían conocer bien la regularidad de su ciclo menstrual y que no adoptan procedimientos anticonceptivos adecuados (K. S. Berger y R. Thompson, 2001). En España, aunque se ha producido un retraso evidente de la maternidad y de la máxima fecundidad, a partir del 35 aniversario de la mujer no hace otra cosa que descender, en buena medida debido no sólo al nuevo comportamiento contraceptivo de la sociedad sino también al hecho de evitar los factores de riesgo señalados (Figura 7). En el hombre continúa también el descenso del número de espermatozoides viables en las emisiones seminales, cuyo resultado general, en varones y mujeres, es una disminución grande de la fertilidad ya en la edad intermedia, a lo que se debe de añadir el aumento de los riesgos de abortividad espontánea o natural y de problemas de anomalías cromosómicas en los embarazos ya tardíos, motivo por el que en las sociedades más desarrolladas se evita la concepción en la edad intermedia[26], como indica la tasa de fecundidad genésica a los 40-44 años de edad de la mujer, que  desciende en España en 2001 con respecto a unas décadas antes, aun cuando se enmarque en el proceso general de transición demográfica y control y planificación familiar.

La mortalidad sigue su aumento, y las causas de defunción  relacionadas con fenómenos endógenos y ligadas al envejecimiento y deterioro del organismo humano son cada vez más importantes, como las debidas a los tumores y al aparato circulatorio (J. L. Vaquero Puerta: 1989), aunque las relacionadas con los accidentes diversos, externas, cobran aún cierta significación (Figura 6). Por su menor aportación tanto a la actividad como a la fecundidad, y por constituir una etapa del ciclo de la vida cuya movilidad espacial ya resulta baja, por las dificultades de integración en el mercado de trabajo de las regiones receptoras, y, en buena medida, por los fuertes lazos familiares que le une a su grupo familiar y social y el gran arraigo a su tierra, la relevancia, como factor determinante, de este subgrupo en la estructura por edad de la población ya es muy inferior al de los adultos jóvenes, porque los de edad intermedia ya se hallan en el proceso de superación del momento cumbre, del cenit, de las crisis de intimidad y generatividad (amor y trabajo).

Los adultos maduros

Se inicia esta etapa en torno a los 50 años de edad, momento en que ya se tiene conciencia de que se ha traspasado la vida media, resta menos de la mitad de vida, comienza a fallar la salud, se manifiestan enfermedades crónicas, de índole genética y en muchas ocasiones derivadas también del ritmo de vida, algunas de las cuales, como tumores, cardiovasculares, etc., causan la muerte, o en caso de superarse, a pesar de una aceptable calidad de vida, dejan la huella psíquica del trastorno, del declive en el ciclo de vida… La tasa de actividad inicia su caída espectacular, de tal modo que ya en el intervalo de edad  de 55-59 es de 75,8% en los varones y de 38,4% en las mujeres, debido a las prejubilaciones e incapacidades laborales, preámbulo de lo que ocurrirá inexorablemente a partir de los 60 años, en que se entra en la vejez. En la mujer se pasa del climaterio propio de la edad intermedia a la menopausia, que se manifiesta en promedio a los 51 años, aunque puede oscilar entre los 42 y 58 años[27], lo que genera la pérdida definitiva de la fertilidad. Así, la menarquia y la menopausia significan hitos claves en el ciclo vital de la mujer, por lo cambios fisiológicos, sociológicos y psicológicos que entrañan (C. Larroy, 2004). Los bajos niveles de estrógenos en esta nueva etapa provocan además dos alteraciones relevantes para la salud: el primero, la pérdida de calcio en los huesos, con el riesgo de manifestación de la osteoporosis; el segundo, el aumento de grasa en las arterias (arterioesclerosis), factor elevado de riesgo de enfermedades coronarias[28]. Así, en torno a la mitad de las mujeres que llegan a la vejez padece osteoporosis y enfermedades coronarias.

 

Figura 8. Defunciones según causa de muerte por edad de España en 2001. Porcentajes sobre mil fallecidos.
Fuente: INE. Movimiento Natural de la Población Elaboración propia.

 

En el hombre, aunque el umbral parece ser algo más extenso en la edad, sin que se presente en forma de límite sino de una forma gradual, pudiendo prolongarse incluso más allá de los 60 años, se manifiesta también la denominada andropausia[29], que engloba ciertas alteraciones que comienzan a afectar al varón desde alrededor de los 50 años, manifestándose con un descenso más o menos importante del nivel de andrógenos, esto es, de hormonas masculinas. La actividad de estas hormonas repercute en muchos procesos del organismo, y aunque sus consecuencias se perciben muy especialmente en la capacidad sexual y en la fertilidad, que desciende sobremanera, aunque sin llegar a desaparecer del todo, parece que también afecta a la masa muscular, que disminuye, aumentando la acumulación de grasas, lo que puede potenciar el riesgo de incremento del colesterol, la propensión a la obesidad y la aparición de enfermedades cardiovasculares. Estos factores de incremento de riesgos se manifiestan, en efecto, en las causas de mortalidad, entre las que destaca ya de una forma notable los tumores y las enfermedades del sistema circulatorio, apareciendo las enfermedades del sistema digestivo, entre las que destacan de un modo alarmante la cirrosis y otras enfermedades crónicas del hígado. Es la antesala, sin dudad, de la senectud, en que se inicia un proceso progresivo de aparición de los principales rasgos que definen una nueva gran etapa del ciclo de vida.

El grupo de los viejos: hacia el declive

Es incuestionable que el envejecimiento o más propiamente la vejez hay que definirla sobre todo desde el punto de vista biofisiológico, y en este sentido no es más que el resultado del proceso de desarrollo del ser humano en su fase degenerativo y de declive, caracterizado esencialmente por el descenso del número de células y de la funcionalidad fisiológica, que conlleva un descenso progresivo de la capacidad y potencialidad de los diferentes órganos del ser humano para cumplir su función, lo cual se traduce en la aparición de los aspectos anatómicos propios de esta fase del ciclo vital[30]. Richard A. Kalish (1991) afirma que “en una análisis final, todas las teoría  relativas a las causas de envejecimiento aceptan una base biológica que es genética en sus orígenes”. Se ha señalado, por lo demás, que el proceso de envejecimiento del ser humano depende muy directamente de dos grandes factores: de un lado, del capital genético, hereditario en cierta medida[31]; de otro, el ritmo y las condiciones de vida, muy ligadas a la organización social en que se inserta la persona así como la situación educativo-cultural, sanitario-alimenticia y laboral, condiciones de consumo de productos tóxicos y perjudiciales para la salud (alcohol, tabaquismo…) y exposición a ciertas contaminaciones ambientales, entre otros. Los genes no actúan de una forma aislada sino en clara interrelación con el medio ambiente natural y social (D. P. Barash, 1994). De ahí que el umbral que define la entrada en la vejez pueda ser muy indefinido, pero  nunca puede depender exclusivamente de su relación con la actividad económica y el mercado de trabajo, esto es, de la edad promedio o legal en que la persona se jubila y pasa a ser dependiente, porque además ésta es muy variable de un país a otro y  en las diferentes etapas históricas, no sólo de media o larga duración (por ejemplo, en los denominados ciclos Kondratieff) sino incluso en la corta duración, con los cambios continuos en las normativas laborales, resultado en muchas ocasiones de las reivindicaciones y luchas sindicales, y sobre todo de la praxis en que se produce la salida del mercado laboral[32]. Por eso se precisa establecer un umbral que contemple interrelacionadamente factores bio-fisiólogicos, genéticos, sociales, culturales y de civilización, sanitarios, psicológicos e incluso institucionales[33]. Es por eso que se ha adoptado el umbral de los 60 años para establecer el comienzo de la vejez propiamente dicha, lo que se confirma en el hecho siguiente: a partir de esa edad todas las personas empiezan a experimentar un cierto deterioro cognitivo aunque no en todos los individuos se realiza del mismo modo pues el envejecimiento incide de distinta manera en las diferentes partes del cerebro (K. S. Berger y R. Thompson, 2001), afectando a lo que los psicólogos del desarrollo denominan el registro o almacén sensorial, la memoria del trabajo, las bases del conocimiento, los procesos del control, etc.[34]. No obstante,  en el ciclo vital de ésta es necesario distinguir tres subgrupos, como se verá más adelante.

Hay un problema de denominación de esta etapa de la línea de vida: vejez para unos,  que connota en los tiempos actuales un sentido peyorativo, sobre todo cuando se habla de viejos; senectud  para algunos; tercera edad, para otros…[35] Se acude incluso a adultez madura por parte de psicólogos del desarrollo, ignorando implícitamente esta fase de la vida, a la que haré referencia habitualmente como vejez, y a veces senectud o ancianidad[36]. Aunque hasta el momento se han establecido dos subgrupos en esta etapa del ciclo vital, creo que hoy se pueden delimitar tres, en orden a criterios de actividad económica, intelectual-cognoscitivo, cultural, de salud y de esperanza de vida a esas edades. Los umbrales son flexibles, aunque dependen de esas variables y hay problemas claros de denominación. En una primera aproximación cabe distinguir:

1.      Vejez inicial o incipiente, entre los 60 y 69 años de edad, en que aún hay muchas personas activas que no han salido del mercado de trabajo y conservan en general buenas condiciones de salud.

2.      Vejez intermedia, entre el 70 y el 84 aniversario, en que ya casi todas las personas han salido del mercado de trabajo, salvo ciertos trabajadores por cuenta propia: agricultores, empresarios, intelectuales, etc., que guardan ciertas condiciones de salud mental y física y que observan y perciben la muerte aún como un fenómeno no obligatoriamente próximo.

3.      Vejez avanzada, de más de 85 años de edad, que corresponde a las personas al final de su línea o ciclo de vida. Algún autor (J. L. Martínez Zahonero, 2000) propone el aniversario de los 80 años como límite para establecer un subgrupo que denominan “los más viejos entre los viejos” o “cuarta edad”, aunque el umbral no me parece adecuado y, menos aún, su denominación.

La vejez inicial o incipiente

Es una etapa nueva del ciclo de vida en que se inicia de una forma evidente y ya decidida el envejecimiento desde una perspectiva integral, que significa la salida del mercado de trabajo de todos aquéllos que aún permanecen ejerciendo un empleo, desde los 60 a los 70 años de edad,  en unas profesiones antes que en otras, de manera que en los activos cuya edad de salida esté regulada por la legislación laboral (trabajadores por cuenta ajena) se producirá en los países desarrollados en promedio a los 65 años, aunque se puede retrasar hasta los 70 y en los autónomos a una edad más indeterminada. Significa, pues, una edad de transición y de adaptación a una nueva situación, a una nueva estructura de roles, que implica menos ingresos por la situación de jubilación (clases pasivas), disposición de tiempo libre (con una ruptura que puede resultar traumática al pasar de la actividad al ocio, con el problema de cómo administrar la nueva jornada sin trabajo), de modo que una cierta percepción de finalización de las expectativas debidas al principio de generatividad puede provocar conflictos e insatisfacción.

 

Figura 9. Esperanza de vida al nacimiento de España en 1998-99.
Fuente: INE. Elaboración propia.

 

 La mortalidad aumenta en este grupo y la segunda revolución epidemiológica en los países desarrollados en los años 60 y 70 del siglo XX provoca el retroceso definitivo de las causas infecciosas de mortalidad, retrasándose ésta a edades muy tardías (P. J. Thumerelle, 1995). Así, ya se destacan con claridad las causas de defunción debidas a factores endógenos (enfermedades degenerativas, que en muchas ocasiones se manifiestan antes) pero también a un ritmo de vida inadecuado, deficiente atención a la salud, exposición a causas ambientales, entre otras causas que pueden acentuar el riesgo genético.

 

Figura 10. Relación de masculinidad y disimetría de los sexos en España en 2001.
Fuente: INE. Censo de población de 2001. Elaboración propia.

 

Así, los tumores constituyen la principal causa de muerte en este subgrupo[37], siguiéndole los procesos cardiovasculares (entre las que destacan  el infarto agudo de miocardio y las enfermedades cerebrovasculares), y de una forma significativa también las enfermedades del aparato respiratorio y digestivo. Hacen su aparición también, como causas de mortalidad, la enfermedad de Alzheimer y la diabetes mellitus, sobre las que hay fundadas esperanzas de prevención y curación con el desarrollo biomédico a partir de células madres. El retraso de la mortalidad hasta edades tardías conlleva, del mismo modo, que las tasas de mortalidad sean más elevadas en los varones que en las mujeres, como se pudo apreciar en la Figura 5, lo que confirma la esperanza de vida siempre superior en el sexo femenino (Figura 9).

Ello se traduce en que a partir de los 50-60 años de edad la relación de feminidad sea muy alta; esto es, se produce una feminización natural de la vejez, por el predominio de mujeres en edades avanzadas, de tal manera que por cada 100 mujeres hay únicamente entre 70 y 80 varones en la etapa primaria o incipiente de la vejez. Es una evidente diferencia de género, que responde más a causas biológicas que sociales, aunque plantea probablemente cuestiones de feminización de la pobreza en la vejez, por cuanto que en las cohortes de las personas de edad,  la mujer, cuando se hallaban en edad activa,  se ha integrado poco en el mercado de trabajo y las pensiones son frecuentemente inferiores a las del hombre[38]. Por otro lado, se ha planteado también que aun cuando hay ciertas diferencias de género en las enfermedades, como la mujer sobrevive más a los procesos de morbilidad, en ocasiones lo hace con una calidad de vida deficiente, por el bajo nivel de renta y por una salud quebrada, porque osteoporosis, artritis, artrosis, diabetes, hipertensión, obesidad, y enfermedades reumáticas y degenerativas afectan más a aquélla, y aunque no causan generalmente la muerte ni la incapacidad, sí las priva de una buena o media condición de existencia al volverse crónicas. Lo cierto y evidente es que las tasas de mortalidad en los varones de más de 60 años son siempre más elevadas que en la mujer, por la mayor resistencia biofisiológica de ésta, lo que se traduce en una mayor esperanza de vida en la mujer a todas las edades (Figura 9), que se acrecienta conforme el desarrollo de la medicina preventiva y asistencial logra atajar la incidencia de la morbilidad en la mortalidad, porque el éxito es mayor en el sexo femenino que en el masculino, pues la fortaleza orgánica de la mujer permite una mayor supervivencia de la misma aunque el resultado último es una disminución de la calidad de vida, lo que ocurre en los países no desarrollados como Etiopía, y en los desarrollados, entre los que se encuentra ya España (Figura 11). Esto es, la mujer sobrevive cada vez más que el hombre, pero las secuelas de la enfermedad, temporalmente vencida, determinan que viva en condiciones precarias de salud. Así la esperanza de vida a todas las edades, siempre superior en el sexo femenino, se ha incrementado incluso en los últimos aniversarios por la mayor resistencia fisiológica de la mujer y su más alta tasa de supervivencia a casi todas las enfermedades comunes a uno y otro género[39]. Hoy en España a los 60 años de edad, la mujer tiene una esperanza de vida de 25 años, en tanto que el hombre sólo espera vivir 20.

 

Figura 11. Proporción de varones y mujeres de “60 años y más” de algunos países del mundo en 2002.
Fuente: INE. Elaboración propia.

 

Todo ello se traduce en una diferencia de género incluso en la esperanza de vida, pero también en la forma de envejecer, de manera que este hecho biopsicosocial provoca diferencias de género, pues “los datos nos indican que el género induce unas características diferenciales en el envejecimiento de hombres y mujeres” (…) “En el caso de las mujeres los estereotipos contienen significados más negativos que en los hombres” (R. Colom y M. J. Zaro, 2004).

La Vejez intermedia.

Entre el 70 y el 84 aniversario se alcanza una etapa en que la vejez es plena, avalada por todas las variables: apenas quedan activos[40], la mortalidad aumenta de una forma ya progresiva, los problemas de salud se agravan y el carácter crónico de muchas enfermedades acarrea cierta incapacidad, lo que en muchas ocasiones determina que personas mayores de la denominada clase media se vean en la necesidad de buscar asilo en centros geriátricos, prohibitivos los privados, saturados los públicos, en donde las condiciones de vida son casi siempre degradantes para el ser humano[41]. Hay una gran disparidad, incluso entre los países desarrollados, en lo que algún autor ha llamado el financiamiento de la vejez (V. Alba, 1992).

La actividad es mínima, pues a lo 70 años casi todos los asalariados han salido del mercado de trabajo, al mismo tiempo que la salud se deteriora lentamente y la tasa de morbilidad es bastante elevada, incidiendo de un modo progresivo procesos patológicos degenerativos propios de la vejez, que privan cada vez más de la calidad de vida, cronificándose en unos casos y/o provocando la muerte. De este modo, las tasas de mortalidad, que se había retrasado mucho con la edad, provocando un envejecimiento por la cumbre de la estructura por edad[42], comienzan un incremento claro a partir del 70 aniversario, superior siempre en el hombre (salvo en las causas del sistema osteomuscular, por la incidencia mayor de la osteoporosis en la mujer), que determina que una mayoría cada vez más abrumadora sean ancianas. Fenómeno de género que es una ley general de las poblaciones, de las preindustriales del pasado, pero también de las no desarrolladas actuales y que se agrava en las avanzadas, donde los progresos médico-farmacológicos son más eficaces en la mujer, aunque presumiblemente esta feminización de la vejez conlleva una feminización de la pobreza, lo cual se logra en detrimento de una cierta calidad de vida[43]. Son los tumores y los procesos de morbilidad del aparato circulatorio los responsables esenciales de la mortalidad, tanto en el sexo masculino como en el femenino, aunque con valores superiores en el primero, y a cierta distancia se manifiestan las causas ligadas al aparato respiratorio, esbozándose las  relacionadas con el sistema óseo y muscular, al tiempo que se incrementan todas conforme se avanza en edad  en este subgrupo de ancianos intermedios.

 

Figura 12. Causas de mortalidad más importante en los viejos intermedios en España en 2001 (porcentaje sobre 100.000 habitantes de cada intervalo de edad).
Fuente: INE. Movimiento Natural de la Población. Elaboración propia.

 

La esperanza de vida es a los 70 años de unos 24 años para las mujeres y de cerca de 19 para los hombres, lo que indica la incidencia del retraso de la mortalidad, con el descenso consiguiente, que implica la segunda transición epidemiológica, causa del envejecimiento de los las personas mayores, y es todavía a los 85 de en torno a 5 años en promedio para ambos sexos.

 

Figura 13. Esperanza de vida de las personas mayores por sexos de algunos países de la Unión Europea en 2002.
Fuente: EUROSTAT e INE. Elaboración propia.

 

De una forma progresiva las parejas se van rompiendo, por muerte de uno de los cónyuges, con más frecuencia la del hombre, con lo que la proporción de personas mayores que viven solas, sobre todo mujeres, aumenta de modo que a la incapacidad se añade el descenso del nivel de renta, esto es, de pensiones, y la soledad que conlleva que el miembro de la pareja que sobrevive al otro en muchas ocasiones no pueda valerse por sí mismo, motivo por el que la posibilidad de entrar en un asilo, a manera de gueto, se incrementa sobremanera, empeorando notablemente sus condiciones de vida.

Los viejos de edad avanzada

A partir del 85 aniversario la discapacidad aumenta cada vez más por enfermedades crónicas y por nuevos proceso patológicos propios de la edad[44], de tal manera que la esperanza de vida se reduce de una forma progresiva hasta situarse entre un máximo de 3 ó 4 años, algo más elevada en la mujer anciana. La mortalidad por cáncer disminuye algo y se sitúa en primer lugar la relacionada con el sistema circulatorio, y a las causas del sistema respiratorio y digestivo se añade ahora unas muy específicas de la vejez extrema, relacionadas con los trastornos mentales y del comportamiento, la senilidad y  el Alzheimer, ésta última después de haber situado al anciano en una vida casi vegetativa, de extremo sufrimiento para él y también para su entorno familiar. Tras los 90 años, la esperanza de vida es de sólo unos pocos años y casi se equiparan hombres y mujeres, anulándose así mismo las diferencias de género en las causas de muerte, porque las causas “naturales” de mortalidad a edades tan avanzadas son las responsables de la extinción de las generaciones, en hombres y mujeres.

 

Figura 14. Causas de mortalidad en la vejez avanzada de España en 2001(porcentaje sobre 100.000 habitantes de cada intervalo de edad).
Fuente: INE. Movimiento Natural de la Población. Elaboración propia.

 

Consideraciones finales

He establecido tres grandes grupos de edad, jóvenes, adultos y viejos, con unos umbrales, los 20 y los 60 años de edad respectivamente, que ya planteados en su momento por los demógrafos que adoptaron la variable del mercado de trabajo como independiente, se fundamentan ahora en otras variables de orden educativo, psicológico, clasificación en tres grandes grupos que requiere del establecimiento de una tipología de subgrupos, con sus umbrales y criterios de definición y delimitación que contribuya a un análisis más profundo y riguroso de la evolución de la estructura por edad de las poblaciones humanas y de su comparación espacial, cuya tipología he sintetizado en la tabla siguiente:

 

Jóvenes

Infancia, hasta los 5 años

Pubertad o niñez media, hasta los 12-14 años

Adolescencia, hasta los 19 ó 20 años

Adultos

Jóvenes, hasta los 39 años

Intermedios, hasta los 49 años

Maduros, hasta los 59 años

Viejos

Etapa incipiente o primaria, entre los 60 y los 69

Fase intermedia, desde los 70 a los 84

Fase avanzada, a partir de los 85 años

 

En definitiva, a mi juicio los subgrupos se hallan claramente definidos, a partir de variables interrelacionadas, que son biológicas y fisiológicas, de índole psicosociales, económicas, educativas, laborales… Es cierto que los umbrales propuestos para delimitar los subgrupos no son siempre fijos porque resulta extremadamente difícil establecer la edad exacta en que se pasa, por ejemplo, de la adolescencia a la juventud, de ésta a la etapa adulta, etc., porque el tránsito no se produce en edades fijas.

 

Notas

[1] Se celebró en Madrid, entre el 8 y el 12 de abril de 2002

[2] Vid página 2 del Informe, que se puede consultar en la siguientes direcciones de la red: http://www.envejecimiento.gov.co/informe_onu.pdf o http://ods-dds-ny.un.org/doc/UNDOC/GEN/N02/397/54/PDF/N0239754.pdf?OpenElement

[3] Ibídem.

[4] La edad cronológica de la psicología.

[5] Esta clasificación se debe al gran demógrafo francés A. Sauvy, que en su Théorie Génerale de la Population, de 1966, que en función del carácter productivo del individuo, eso sí, en el contexto de la economías desarrolladas del Occidente europeo, pero también de factores fisiológicos, establece los umbrales en los 15 ó 20 años para los adultos y los 60 ó 65 años para los viejos.

[6] Ya se conocen los factores de localización del capital multinacional y de las migraciones de empresas y factorías, que abandonan (la denominada deslocalización) las regiones y países conforme se desarrollan económica, social y territorialmente en busca de países donde los factores de producción y las tasas de plusvalía absoluta permiten la formación de precios competitivos en los mercados internacionales y la obtención de grandes tasas de beneficios.

[7] Para el gran demógrafo francés, J. Bourgeois-Pichat, “Los hechos demográficos ponen en juego fenómenos de órdenes diversos, y sobre todo fenómenos biológicos que se desarrollan a todos los niveles: celulares, orgánicos, individuales, y también fenómenos sociales” (Vid bibliografía).

[8] Como recoge la Declaración Universal de los Derechos Humanos y también de la Infancia, que contemple su aplicación a  todas las sociedades y territorios del mundo.

[9] Algunos autores señalan que es incluso la edad de 15 años la que introduce el grupo de los adultos, porque sólo tiene en cuenta la edad legal del sistema educativo de España hace una década. Véase Julio Vinuesa (editor, 1994).

[10] R. Pressat (1977) explica bien este proceso, cuando afirma que “la sociedad siempre ha concedido gran importancia a la edad de los individuos pero, en este sentido, el sistema de valores ha evolucionado mucho debido al considerable descenso de la mortalidad. Cuando alcanzar los 60 años en incluso los 80 resulta una proeza (…) el más viejo forzosamente debía de ser el más fuerte, el más sabio…”, pero ahora cuando se percibe que lo normal es llegar a esas edades, hay “vejez desacreditada y por el otro, una juventud exaltada por el sentimiento de tener una vida laga por delante…” (p. 29 y 30). De ahí que la gerontocracia de antaño hoy ya no posea crédito alguno, hasta el punto que parece que en muchas ocasiones existe también una edad de salida del mercado político, o si se prefiere de la política activa, y lo que parece ser aún más intolerable es la posible dedicación a la misma una vez finaliza la etapa de actividad económica. Hasta ahí el descrédito de las personas mayores, o quizás, planteado en otros términos, la juventud, en su sentido más amplio se ha sublimado de tal manera que a ella queda restringido todo lo eficaz y la buena gestión en la cosa pública.

[11] Así, evitaré hablar de viejos, ancianos, etc., que según el contexto y la sensibilidad puede resultar no eufónico.

[12] En los países pobres, de hambre endémica y condiciones socio-sanitarias muy deficientes, la mortalidad de la infancia es tan elevada que esta cohorte puede quedar reducida a la mitad.

[13] Signo más evidente de la madurez sexual de una niña, se manifiesta con la primera menstruación, al final de la secuencia del desarrollo femenino. En muchas culturas la menarquia significa el paso de niña a mujer, pero esta consideración es estrictamente social, sin que signifique por ello que desde una perspectiva integral la niña sea adulta. Por otro lado, parece demostrado que la menarquia se ha retrasado incluso hasta los 15 años en etapas históricas anteriores, probablemente en relación, de alguna manera, a la dieta alimenticia, y que en ciertas etnias, quizás también condicionada por ciertas características climáticas se puede adelantar hasta los 10 y 11 años. Los primeros períodos menstruales no conllevan siempre la ovulación (pueden ser anovulatorios hasta un año después), por lo que las niñas que han comenzado a menstruar, por la fertilidad incierta aún, si mantienen relaciones sexuales, corren el riesgo de quedar embarazadas, produciendo una maternidad no ya adolescente sino incluso de niñez, a los 9 ó 10 años, que pone en peligro incluso su propia vida.

[14] Hoy la tendencia es que la adolescencia abarque un período de en torno a 10 años, por lo que no puede finalizar antes de los 19 ó 20 años, e incluso, hasta los 22 ó 23 años, confundiéndose con los jóvenes adultos, aunque por el rápido desarrollo de las capacidades físicas y cognoscitivas, en las sociedades pobres y de escaso desarrollo, sin gran complejidad en el desarrollo de la división del trabajo, se fuerza el paso de la adolescencia a la adultez, asumiendo roles de adultos de una forma muy precoz, en el trabajo, la maternidad y paternidad e incluso en la guerra, en esos conflictos bélicos civiles, de carácter étnico casi siempre y de herencia colonial, con la aparición cada vez más frecuentes de los denominados niños soldados: "Se entiende por niño a todo ser humano menor de 18 años de edad, salvo que en virtud de la ley que le sea  aplicable haya alcanzado antes la mayoría de edad" (Artículo 1,  Convención de los Derechos del Niño, 1989).

 Hoy los organismos internacionales y las organizaciones humanitarias denuncian estas situaciones y preconizan la formación integral del adolescente a través del desarrollo económico del mundo pobre, cada vez más amplio merced al dominio imperialista del capitalismo global, que o bien deja a una parte muy relevante de las regiones del mundo en una situación marginal en la posición geopolítica del planeta, pero incluyéndolas a través de su aparente exclusión, o las sitúa en pleno epicentro, convirtiéndolas en focos calientes del imperio y de la comunidad internacional.

[15] William Faulkner, en la novela que abre la Trilogía sobre los Snopes, El Villorrio, al describir a unos de los hijos del fundador de la saga, dice: “El nuevo dependiente era un hombre rechoncho y blando, de edad imprecisa entre los veinte y  treinta años, con rostro ancho e inmóvil que contenía una apretada costura a manera de boca (…)” (Vid pág. 75 de la edición en castellano de J. L. López Muñoz, de Alfaguara, 1987).

[16] Habría que considerar hasta qué punto la sustitución de adultos maduros por técnicos jóvenes  no se debe al fenómeno que supone el ahorro de salarios, potencialmente de entrada mucho más bajos, al mismo tiempo que la explotación en cuanto a extensión e intensidad (plusvalía absoluta y relativa), por las propias condiciones legales de la nueva contratación y el afán de ganarse la confianza con una fuerte competitividad, genera una tasa de plusvalía relativa, a lo que se añade la plusvalía extraordinaria por la introducción cada vez más creciente de nuevas tecnologías, que sustituye por sí mismas fuerza de trabajo, produciendo, a veces en masa, jubilaciones anticipadas.

[17] La situación puede ser radicalmente diferente en las sociedades escasamente desarrolladas, sin normas jurídicas laborales y sin reconocimiento de sindicación, que permiten la entrada en actividad de mano obra casi infantil, en situación tan precaria que la explotación puede ser similar a la de la Revolución industrial de los siglos XVIII y XIX de Europa Occidental, y cuya salida del mercado de trabajo se produce casi con la muerte.

[18] Hay sin duda una cuestión esencial en la delimitación del umbral de la transición de los adultos jóvenes  a los intermedios, porque en ciertas variables , parece más apropiada la edad de los 35 ó 36 años, avalada por indicadores básicos, como el la edad media de la población de 35 años, por encima de la cual se inicia el envejecimiento demográfico, e incluso por  la esperanza de vida al nacimiento, que cuando se halla por debajo de este umbral, en torno a los 30 años en promedio para ambos sexos, puede poner en riesgo incluso el reemplazo generacional, debiéndose adelantar la edad de maternidad hasta la adolescencia.

[19] Como ocurre hoy en España y en particular en las comunidades autónomas de Madrid y Cataluña.

[20] En los países del Tercer Mundo y en las poblaciones históricas del pasado de Europa occidental, la situación  es radicalmente opuesta, pues en muchas ocasiones  ni siquiera hay escolarización obligatoria y en cualquier caso se sale pronto del sistema educativo, siempre muy precario, y los índices de escolaridad son generalmente bajos y caen a partir de los 14 o 15 años de edad, impidiendo una formación completa de los jóvenes, lo que se traduce en un factor más que obstaculiza el desarrollo de estas sociedades. Pero ello no implica que la adultez se adelante, aunque los niños y adolescentes cumplan roles  propios de ésta.

[21] Se ha elaborado la información partiendo de los subgrupos de edad propuestos en este trabajo.

[22] Hasta hace poco se pensaba que el mayor riesgo en el hombre se debía a su inserción en el mercado de trabajo, el estrés, el tabaquismo, etc., pero en la actualidad la investigación médica ha puesto de manifiesto el papel de protección que juega la menstruación durante el ciclo fértil de la mujer, ligada a la producción de estrógenos,  responsable de la menor morbilidad cardiaca en el sexo femenino.

[23] La fecundabilidad es la probabilidad para una mujer de concebir durante un ciclo menstrual en ausencia de anticoncepción y de la esterilidad que supone el tiempo muerto tras una concepción.

[24] Pienso que la variable esencial que determina que este subgrupote los adultos jóvenes se prolongue hasta los 39 años de edad es precisamente la fertilidad, por las repercusiones evidentes en la fecundidad y en el reemplazo generacional, aunque es evidente que hay una transición que se inicia hacia el 35 ó 36 aniversario. 

[25] El trastorno cromosómico más común que detecta la amniocentesis es el síndrome de Down, consistente en una combinación de retraso mental y anomalías físicas, debida a la presencia del cromosoma 21. Así, la probabilidad de que se plantee esta anomalía es de una por 1.250 embarazos cuando la madre tiene 25 años, una por 400 a la edad de 35 años, y una por 30 cundo la madre ya ha cumplido los 45.

[26] Se retrasa la edad de la primera maternidad hasta casi los treinta años, pero después del cuarenta aniversario ésta ya entraña peligro, por lo que cada vez más una mayor proporción de parejas y de mujeres acorta el período genésico potencial o más idóneo, reduciéndolo en realidad a sólo diez años, esto es, de los 30 a lo 40 años de edad de la mujer.

[27] En sentido estricto la menopausia se establece un año después de la última menstruación, que conlleva la desaparición de la ovulación y un descenso considerable de la producción de varias hormonas, sobre todo de estrógenos y progesterona.

[28] Hoy se aplica una terapia de sustitución hormonal, que incluye estrógenos y progesterona, disminuyendo los síntomas de la menopausia y el riesgo de dolencias cardiovasculares y de osteoporosis, aunque se ha denunciado que un tratamiento prolongado y con dosis excesivas incrementa el riesgo de  manifestación de carcinomas varios.

[29] Este tema es hoy muy discutido en medicina, aunque parece cuestionarse más la propia denominación y su asimilación a la menopausia femenina.

[30] “Incluso los viejos intentan exprimir una última gota de sus cuerpos marchitos. Un deseo obstinado de dar, de nutrir. La muerte apuntó con astucia cuando eligió mi pecho para lanzar la primera flecha” (…) “Estaba viendo demasiados viejos enfermos y demasiado deprisa. Me oprimían, me oprimían y me intimidaban. Blancos y negros, hombres y mujeres, arrastraban los pies por los pasillos, se miraban entre ellos con codicia, me observaban al cruzarnos y captaban infaliblemente en mí el olor a muerte”. J. M.  Coetzee. La edad de Hierro. Barcelona: MONDADORI, 2002.

[31] De ahí la necesaria investigación con células madres, para buscar tratamientos adecuados a ciertas enfermedades genéticas y degenerativas, a lo que hay que añadir los progresos de la biología molecular y de la genética.

[32] Algunos autores señalan de una forma expresa esta simple consideración, cuando afirman que “No existe unanimidad de criterios a la hora de establecer umbrales o límites para esas clasificaciones funcionales; puesto que en la mayoría de los países la edad tiene una importancia especial para el funcionamiento de la economía, se suele utilizar la entrada y salida aproximadas del mercado de trabajo  como delimitación concreta: los 15 y 65 años marcan esos tres grandes grupos de edad…”.Vid Antonio Abellán y otros, La población del mundo, p. 153.

[33] Naciones Unidas establece el umbral de los 60 años, que me parece muy adecuado.

[34] Parece demostrado que fisiológicamente el tamaño del cerebro disminuye con la vejez, perdiendo en torno al 5% de su peso y el 10% de su volumen desde la juventud hasta el final de la madurez, debido a que las neuronas van muriendo a lo largo de su vida y esta proporción de las que mueren aumenta a partir de los 60 años, aunque investigadores de hoy reconocen que la actividad intelectual no guarda relación directa con el tamaño, el peso, el volumen o el número de células del cerebro, porque cuando las células mueren , las que viven asumen su papel y función de una forma automática.

[35] Jaime García Añoveros, ministro de Hacienda en el gobierno presidido por Adolfo Suárez en los años 80, fallecido en el año 2000 decía en un artículo periodístico: “Poco grata debe ser esa situación cuando lo primero que se hace con ella es aplicarle una difuminación impúdica de su denominación real: en vez de vejez, ancianidad o senectud (como decía Jorge Manrique, se habla de tercera edad; expresión cursi que en su afán de disimulo de la ominosa realidad, resulta especialmente feroz y denigrante; y prueba de la connotación negativa que supone que tiene la cosa en sí, cuando se busca semejante alias”, en el diario El País, 15 de marzo de 1994.

[36] No obstante, por la connotación negativa e incluso humillante que puede tener en ciertos medios sociales, evitaré hablar de viejos, sustituyendo esta expresión por la castellana de personas mayores, o por el galicismo de personas de edad, que creo que hacen alusión clara y al mismo tiempo muestra respeto a aquellas personas que han cruzado el umbral de los 60 años.

[37]  Sobresalen los tumores malignos de pulmón, y ya a cierta distancia los de colon, hígado, páncreas, estómago, próstata y mama.

[38] En muchos casos se trata de pensiones no contributivas, absolutamente insuficientes para sobrevivir con dignidad.

[39] Tal vez sólo la enfermedad de Alzheimer y las enfermedades del sistema osteomuscular y del tejido conjuntivo afectan más a la mujer, incluso como causas de mortalidad, directa o indirectamente.

[40] En este sentido, como señala Joaquín Rodríguez López, “un alto funcionario, un profesor o catedrático universitario, un ejecutivo o director de alto nivel en una empresa de servicios, nunca se retira completamente” (véase su artículo “El futuro del pasado. Notas de sociología de la vejez”, en Archipiélago, nº 44, 2000, p. 25-32.

[41] Fernando Álvarez-Uría dice que cuando se visitan la residencias legales, pública o privadas, “el panorama es casi siempre lamentable: un salón atestado de butacas en donde viejos y viejas  babeantes, con la mirada perdida, como su hubiesen sido lobotomizados, pasan el día rodeados de televisores encendidos  y a pleno volumen a los que nadie afortunadamente prestan la menos atención”, en su artículo “Los viejos y el futuro de la inseguridad social”,   en  Archipiélago,  Núm. 44, 2000, p. 17-24.

[42] Este fenómeno ya lo señaló A. Sauvy, quien afirma que “debido a la acción contra las enfermedades de senescencia (cáncer, corazón, etc.) puede producirse un nuevo factor de envejecimiento, esta vez para los viejos”.Vid La población, p.72.

[43] La OMS estima  que en el año 2015 habrá en todo el mundo unos 300 millones  de ancianas, de manera que una parte muy importante de las personas que superen el 75 aniversario, será, lógicamente, mujeres, lo que obligará a una cierta focalización y orientación  de los servicios de geriatría hacia las enfermedades propias de la vejez, sobre todo para combatir la mortalidad general y mejorar las condiciones de vida de las mujeres ancianas que sobreviven a muchas patologías, porque causan una gran discapacidad a partir de los  75-80 años.

[44] Véase el sugestivo artículo de Ana Olivera y Antonio Abellán, “Les obstacles phisiques de la cité: la brutalité de l’espace construit”, en Gerontologie et société, Vieiller en ville, CAHIERS DE LA FONDATION NATIONALE DE GERONTOLOGIE, Núm. 69, 1994, p. 82-91.

 

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Ficha bibliográfica:
MARTÍN, J.-F. Los factores definitorios de los grandes grupos de edad de la población: tipos, subgrupos y umbrales.
Geo Crítica / Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales. Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de juniode 2005, vol. IX, núm. 190. <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-190.htm> [ISSN: 1138-9788]

 
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