En 1876, Pablo Turull, ex federalista, reconstruyó el cacicazgo heredado de su padre en un distrito industrial catalán (Terrassa) con la colaboración del poder canovista y de las elites locales, la Iglesia y los federalistas locales también reconocieron su función de intermediario entre las poblaciones locales y el poder central. Aparte de la distribución (clásica) de los escasos recursos estatales que le permitía satisfacer su clientela y controlar la máquina electoral, su correspondencia particular nos muestra la importancia de su papel de protector y de "padre de los pueblos" de su distrito, defendiéndolos contra la acción del Estado en diferentes esferas: administración, justicia, fiscalidad y quintas (no trataremos aquí de la protección económica) y contra las exacciones de sus enemigos políticos. Esta función protectora le permitió consolidar un capital simbólico que constituía la principal fuente de legitimación de su dominación política
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