REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


EL LÍBANO EN TEXTOS EN ESPAÑOL 1860-1910 [1]
Pablo Martín Asuero
(Instituto Cervantes de Estambul)

          Cuando en 1782-83 firman las paces Carlos III y el sultán Abdül Hamid I, el Imperio Español y la Sublime Puerta ponen punto final a la hostilidad que había caracterizado la situación mediterránea de siglos anteriores[2]. La llegada al trono de los Borbones y las nuevas ideas de la Ilustración habían permitido un cambio en la percepción del mundo otomano. A partir de este momento se envían varías expediciones a Estambul cuyas memorias se publican y difunden entre los ilustrados españoles.

 

          La llegada al trono de Carlos IV en 1788 supone el inicio del declive que sufrirá el Imperio Español. Hombres valiosos como Floridablanca fueron depuestos ganando terreno en la arena política Godoy, que calificará a su predecesor como "un viejo irresoluto" achacándole, entre otras muchas cosas, el hecho de ser enemigo de los jesuitas y amigo de los turcos[3]. España dejará de mirar al otro lado del Mediterráneo y se embarcará en un naufragio bastante más rápido que el del "enfermo de Europa".

 

          España, una vez superado el descalabro de las pérdidas de las colonias y la sucesión de Isabel II con las guerras carlistas, volverá a acercarse tímidamente a la cuestión de Oriente, firmando un nuevo tratado en 1840. Es durante este momento cuando la sublevación egipcia y posterior conquista de Siria y Palestina, que la atención internacional se centra en el Mediterráneo Oriental, concretamente en el Líbano y sus cristianos, los cuales tenían el apoyo de Francia desde tiempos de Francisco I. El Piamonte con Cavour tuvo un acercamiento durante los años 1840-41 y, en la esfera política, el único gran país católico que podría ayudar a Francia era España. Así, en un comunicado de fecha 9 de noviembre de 1842 el Ministro Plenipotenciario Español en Estambul, de Castro, fue enviado a Siria, especialmente al Líbano para que observara la compleja situación que se daba en la zona durante la ocupación egipcia. Dos años más tarde este diplomático entregó un informe de sesenta páginas sobre el tema en el cual concluye que ni Francia ni Inglaterra serían capaces de conquistar la región y que, según él, Siria seguiría siendo “musulmana y turca”. [4]

 

          Pocos años más tarde, durante la guerra de Crimea (1854-55), el gobierno español envió al general Prim como observador al frente de las bocas del Danubio[5] y posteriormente a O'Ryan Vásquez al asedio de Sebastopol. La España de Isabel II no sólo se acercaba al Imperio otomano sino a las potencias liberales, Francia e Inglaterra, enfrentándose a una Rusia defensora de la causa carlista. Se trataba, además, de una guerra que se había originado a causa de la cuestión de los santos lugares, la cual, como expuse anteriormente, estaba íntimamente relacionada con España. No hay que olvidar que la Corona de España tenía el patronato sobre los Lugares Píos de Tierra Santa[6]

 

          Volviendo al final de la guerra de Crimea, el Tratado de París de 1856, permitió a las potencias una cierta interferencia en el gobierno del imperio otomano, presionando para que se promulgaran nuevas leyes que realmente garantizaran la igualdad de los súbditos del sultán. Fruto de estas circunstancias será el Islahat Fermani o Decreto de Reformas de 1856. Este proceso de reformas les permitirá impulsar el desarrollo de la identidad nacionalista de los diferentes pueblos del imperio, empezando por los griegos o los armenios.  Además, el Tratado de París dotaba a Serbia de una mayor autonomía y Napoleón III, uno de los héroes de la contienda, aprovechó la coyuntura para  apoyar a los rumanos de los principados de Moldavia y Valaquia.

 

          Esta efervescencia nacionalista se hará sentir en Siria en el verano de 1860, al contar los drusos y maronitas con el apoyo de Francia e Inglaterra, y, considerar que las reformas del Tanzimat no eran suficientes. Dos años antes Tanius Shahin se había rebelado en la montaña maronita siendo sofocado por el gobernador otomano. Francia apoyó a los maronitas. Inglaterra envió armas a los drusos y aprovechó el descontento musulmán, contrario a unas reformas que iban en contra de su religión. La situación explotó en el verano de 1860 con un saldo de entre 7.000 y 12.000 muertos, 300 pueblos arrasados, 500 iglesias y 40 monasterios destruidos[7].

 

          Para entender la opinión española respecto a las masacres de 1860 hay que tener en cuenta dos factores. El primero es que Isabel II iba asumiendo las ideas del neocatolicismo, es decir, una combinación de catolicismo de Estado, gobiernos personales y represión, lo cual la llevará a la Revolución Gloriosa de 1868[8] y su posterior exilio en París. El segundo aspecto es la guerra de África que había tenido lugar en 1859-60 y que dio una de las pocas victorias militares españolas del siglo: la toma de Tetuán el 4 de febrero de 1860. Esta guerra, después de la emancipación de las colonias americanas, había hecho recuperar la ilusión de situar a España entre las grandes potencias. En este contexto es fácil comprender la atención de los periódicos españoles como La Época, La España o La Correspondencia de España, o semanarios ilustrados como El Mundo Militar o El Museo de las Familias sobre la cuestión de Oriente.

 

          Esta primera guerra civil libanesa fue pacificada gracias al envío de tropas francesas con la ayuda de Austria. Los periódicos españoles dieron la noticia "del envío de dos buques españoles a los mares de Levante para cooperar al desagravio de la cristiandad y de la civilización ultrajadas allí de un modo cruel y bárbaro" (La Época 27 de julio de 1860). Unos barcos que no llegaron a zarpar pero que demuestran que los ánimos estaban bastante alterados. Se entiende al leer editoriales como el siguiente de La España del  11 de julio de 1860:

 

El telégrafo nos anuncia nuevos envíos de buques franceses a Beirut para proteger a los cristianos. Los excesos y crímenes cometidos por los musulmanes y drusos no tienen cuento: se hace subir a 1.200 el número de cristianos de todas edades, sexos y condiciones sacrificados ferozmente al fanatismo y exaltación de los musulmanes, excitados por la voz de sus muftis. La rabia de que se hallaban poseídos se revelaba en los excesos y actos de inútil e inconcebible barbarie a que se entregaban con los cadáveres, mutilándolos y destrozándolos a puñaladas. Por último, y para completar su venganza, se opusieron a que se diese sepultura a los muertos, dejándolos para que los comieran los perros, que principalmente en las inmediaciones de Saida, andaban a centenares celebrando su festín con la carne de los cristianos. Es de suponer que el castigo sea ejemplar, para que sirva de escarmiento y de seguridad a los cristianos para lo sucesivo. [...] El Papel que algunos funcionarios turcos de Siria están representando es afrentoso. Está probado que las tropas enviadas a proteger a los cristianos han hecho en casi todas partes causa común con los insurrectos, siendo los primeros en consumar los asesinatos.

 

          Las páginas de política internacional de la prensa española, centradas en las luchas de Garibaldi en Sicilia, dieron bastante importancia a los sucesos del Líbano y de Damasco, a donde se extendió la guerra civil. El convento escuela español de Damasco fue saqueado y destruido y los ocho religiosos, siete españoles y uno austriaco, asesinados[9]. Será a partir de este momento que los lectores españoles conocerán la realidad de esta región mediterránea y de sus pobladores. Buena prueba de ello son los artículos dedicados a drusos y maronitas.

 

          Una vez pacificada la zona, Francia convocó una conferencia con representantes de las naciones que habían firmado el Tratado de París de 1856 para aclarar la situación. Reunidos en Beirut en 1861 redactaron un Reglamento Orgánico que hizo del Monte Líbano un Mutesarrif, región administrativa privilegiada, dentro del Imperio Otomano con garantías internacionales, dirigida por un gobernador cristiano otomano nombrado y enviado por la Sublime Puerta pero con la aprobación de las potencias europeas[10]. Se trata de un momento clave en la Cuestión de Oriente que hará que este pequeño territorio emprenda una evolución muy diferente a los de sus vecinos.

 

          Beirut a mediados del siglo XIX se había convertido en uno de los principales puertos del Mediterráneo Oriental y en una ciudad moderna donde se encontraban instalados los comerciantes y los consulados. Servía de paso para acceder a Damasco y para atender a los asuntos relacionados con los Santos Lugares. Los diplomáticos españoles en la zona servirán de mediadores controlando el triángulo: Damasco, Beirut, Jerusalén, además de intentando equilibrar los intereses españoles y romanos. En estas circunstancias, al Cónsul General Antonio Bernal de O'Reilly se le encomendó que cobrara las indemnizaciones por los sucesos de Damasco[11]. Este mismo diplomático, mostró un gran interés en la zona y enviando a Madrid "una interesante colección de obras [...] que me fue ofrecida. Deben hallarse en la Biblioteca Nacional"[12].

 

          La España de la Restauración (1874-1923) conoce una calma y prosperidad económica, política y social. En este contexto, la Constitución de 1876 reconocía el catolicismo como la religión de Estado, lo cual no impidió que coexistiera con una cultura de carácter liberal. Las ciudades conocieron su expansión y en Cataluña y el País Vasco se fue desarrollando la burguesía industrial. Estos factores, unidos a la apertura del canal de Suez en 1869, la aparición de la máquina de fotos portátil y al despertar del turismo, fruto de la mejora en las comunicaciones, permitirán a los viajeros españoles acceder a Tierra Santa, apareciendo una serie de textos sobre la región. A partir de este momento aumentan las peregrinaciones y con ellas la información sobre la zona. El itinerario comprendía, además de Jerusalén, Nazaret, Belén o el valle del Jordán, una excursión a Damasco, pasando por Beirut con visita a las ruinas de Baalbek. El Líbano se convierte en estos textos en un destino secundario pero interesante, al contar con las comodidades existentes en Europa.

 


          Uno de los primeros viajeros que tratan de la realidad libanesa es Lamartine un poeta, politólogo, novelista y diplomático cuyas obras fueron ampliamente difundidas entre los lectores españoles. Este autor romántico es precisamente el que da nombre a este tipo de itinerarios con su Voyage en Orient[13], a partir de este momento los términos "Oriente" y "oriental" irrumpen de lleno no solo en las letras francesas sino también en las españolas[14].

 

          Otra obra que marca a los viajeros españoles, al estar citada en casi todos los textos es La Terre Sainte del abad Mislin. Este sacerdote, nacido en Suiza en 1808, visitó Oriente Medio en 1848 y en 1856, fruto de estos viajes publicó varios libros que se editaron primero en francés y posteriormente en italiano, alemán o castellano. Hoy en día se le reconoce el hecho de haber atraído el interés mundial sobre los santos lugares[15]. En España se publicó en Barcelona en 1864 y es un texto, junto con el de Lamartine, bastante citado por los viajeros españoles. Se puede considerar al abad francés como un héroe romántico en un territorio exótico al leer sus descripciones sobre las excursiones por el monte Líbano montado en mula o las comilonas en los conventos; aunque su punto de vista dista del héroe atormentado por la pérdida de su hija como es Lamartine.

 

          Estas perspectivas son las que estarán presentes en los textos producidos por escritores españoles que trataron el tema. Dichos textos se pueden dividir en tres grupos: libros de viajeros oficiales como diplomáticos o militares; viajeros independientes como escritores o peregrinos y otro tipo de textos relacionados con el Líbano.

 

          Las memorias de diplomáticos suponen un interesante campo de estudio para comprender la política internacional española que, en el caso de El Líbano, se hace patente en los años 60, justo después de la primera guerra civil libanesa, cuando, como ya he expuesto, esta región adquiere una cierta autonomía del Imperio Otomano y la presencia internacional se acrecienta. Buena prueba de ello es la obra de Antonio Bernal de O'Reilly, nombrado cónsul general en Siria desde noviembre del 1863 hasta noviembre de 1866[16]. El consulado español en Siria estaba situado en Beirut y durante su estancia atendía también a los asuntos en Palestina, lo cual le permitió conocer bien la zona tal como lo demuestran sus libros: En el Líbano, cartas relaciones sobre la Siria (1872), Viaje a Oriente, en Egipto (1876), En Tierra Santa: la Judea la Samaria y la Galilea (1896) y Jerusalén, la Semana Santa (1877). Adolfo de Mentaberry autor de Viaje a Oriente, de Madrid a Constantinopla (1873) coincidió con Bernal de O'Reilly al ser nombrado vicecónsul en Damasco en 1864[17], hasta el verano de 1867 que lo trasladaron a Estambul[18]. Manuel Quintana, cónsul de España en Oriente durante los años 1875-76 publicó un año más tarde Siria y el Líbano. Si bien Quintana y Bernal se acercan al Realismo, con descripciones detalladas y concretas sobre sus experiencias, Mentaberry lo hace al Romanticismo en la recreación de un mundo exótico, misterioso y fascinante. Los poco más de veinte años de Mentaberry le impulsan a soñar con las mujeres turcas veladas, los harenes o el encuentro con Lady Jane Digby. Otros dos diplomáticos que publicaron sus experiencias son Melchor Ordóñez Ortega y Adolfo de Rivadeneyra. El primero en su Una misión diplomática en Indochina (1882) devuelve la visita que el embajador amanita había realizado a España en 1878 y, antes de llegar a Indochina, pasa por Estambul, Beirut, Jerusalén y Egipto en 1879. Hay que tener en cuenta que entre 1877-78 se había producido la guerra ruso-turca en los Balcanes haciendo que los otomanos perdieran la inmensa mayoría  de sus posesiones europeas y que la cuestión de Oriente estaba candente. Adolfo de Rivadeneyra estuvo destinado en Beirut desde donde envió sus "cartas sobre la Siria" al diario La Época en 1867, que más tarde verían la luz en su Viaje al interior de Persia[19] que tuvo lugar entre 1874-5.

 

          Como se puede apreciar el interés español en la zona  data de los años sesenta y setenta. En 1871 se decidió enviar una expedición al Mediterráneo Oriental, cuya memoria tuvo una gran difusión por las bibliotecas y centros de saber españoles, al actualizar los conocimientos sobre el tema. Juan de Dios de la Rada y Delgado, un intelectual de primera fila[20], fue el encargado de redactar el Viaje a Oriente de la Fragata de Guerra Arapiles en tres volúmenes con grabados que aparecieron a principios de los ochenta. Salieron de Cartagena rumbo a Argel donde permanecieron 24 días para ir a Nápoles y visitar el Vesubio y Pompeya, de allí a Atenas y Estambul. No les permitieron entrar en el Mar de Mármara y sólo una parte de la expedición pudo ir a la capital otomana, tuvieron que conformarse con Esmirna. La isla de Chipre era la escala anterior a Beirut donde anclaron durante cinco días que incluyeron además una rápida excursión a Damasco antes de llegar a Palestina. De ahí se acercaron a Egipto, Malta y regresaron con una gran cantidad de experiencias personales e información sobre el tema. Los diez años que pasan entre el viaje y la publicación permitieron al autor la realización de un interesante documento donde coexisten sus experiencias personales con disertaciones sobre las diferentes disciplinas que tratan estos textos: sociología, economía, política, literatura, bellas artes, religiones comparadas, filosofía, historia, geografía, arqueología, etc. De la Rada, parece que estaba bastante al tanto de lo que pasaba en el mundo, consigue de esta manera acercar a los lectores españoles e hispanoamericanos a la realidad del Mediterráneo oriental.

          Otro tripulante de la fragata Arapiles fue Vicente Moreno de la Tejera, médico militar que posteriormente dejó el servicio a las armas por el de las letras[21]. Su Diario de un Viaje a Oriente, cuando tenía veintitrés años, es un contrapunto al sesudo estudio de Rada, que permite comprobar como la realidad del viaje cambia según la mirada del viajero y que las percepciones son compatibles, oscilantes entre el Romanticismo y el Realismo. En este contexto, si bien el yo de Rada apenas aparece entre las citas, los datos y las referencias a otros autores; el yo de Moreno se expande. Así lo manifiesta en el momento de partir de Beirut:

 

La noche extiende su manto tachonado de estrellas, cuya luz reverbera en las tranquilas aguas. El barco se pone en movimiento. Ya no volveré a  contemplar este paisaje encantador donde se complació la naturaleza en verter todas sus galas. Pequeños pueblos y caseríos que coronáis los montes del Líbano, metualis y beduinos, drusos y maronitas, griegos y turcos, mujeres enmascaradas que habéis pasado junto a mí como fantasmas de un sueño; si habéis fijado un instante la atención en el viajero para olvidarlo después, este guardará siempre en un rincón de su memoria vuestro recuerdo, con el recuerdo de sus impresiones[22].

 

          El segundo grupo de personas que llegan al Líbano son los viajeros no oficiales, los cuales se pueden clasificar en dos apartados: peregrinos y escritores hispanoamericanos. Empezando con los españoles el primero en llegar fue Alvaro Robledo, un comerciante de Bilbao que, tal y como el título de su obra indica, Diario de un peregrino en Tierra Santa, decidió conocer los Santos Lugares en la primavera de 1858, concretamente durante la Semana Santa, una época del año que se suele repetir. Robledo representa a la burguesía ilustrada de carácter liberal, que serán los precursores del nacimiento del turismo pocos años más tarde. José María Fernández Sánchez y Francisco Freire Barreiro en 1875 emprendieron juntos el siguiente itinerario Santiago, Jerusalén, Roma, diario de una peregrinación. Coincidieron con el cónsul Quintana quien les invitó a almorzar y les enseñó Beirut. Estos viajeros eran catedráticos de la Universidad de Santiago y representan a los pocos intelectuales españoles que estuvieron interesados en salir al extranjero y conocían otras lenguas, como queda patente en las citas y referencias que utilizan. Eso sí, este interés queda circunscrito a la religión católica, tal y como lo marcan los puntos de su peregrinación y sus comentarios sobre los pueblos otomanos. Los drusos son tachados de "secta inmunda" y los que peor parados salen son los judíos de Palestina. Se trata de una visión conservadora, donde los prejuicios religiosos están muy enquistados, haciendo de filtro para descifrar la realidad.

 

          Narciso Pérez Reoyo, un médico burgalés asentado en Galicia realizó el Viaje a Egipto, Palestina y otros países de Oriente[23] también en 1875 durante el consulado de Quintana que también aparece entre las páginas del libro. La visión de este médico es de carácter liberal bastante representativa de la burguesía de la Restauración. Una persona que quería conocer unos países exóticos que son la cuna de las civilizaciones: Tierra Santa, Egipto y Constantinopla. La Biblia sigue siendo una referencia obligatoria, pero el catolicismo no es el filtro de los catedráticos gallegos.

 

          Otros dos peregrinos que dejaron constancia de su paso por el Líbano fueron Octavio Velasco del Real con su De Roma a Jerusalén y Ricardo Baeza en De Barcelona a Jerusalén a pie y sin dinero por un peregrino español. El primero, que también publicó Viaje por la América del Sur se acerca al viajero romántico, que a finales de siglo con el Modernismo y sus crónicas había vuelto a poner de moda los viajes a países exóticos. Octavio del Real en 1889 estaba en París visitando la Exposición Universal cuando decidió ir a Roma y de ahí a Tierra Santa, pasando por Grecia, Turquía, Siria, el Líbano y Chipre. Su itinerario, estilo y descripciones tienen como precedente el viaje de Chateaubriand a principios del siglo XIX. Ricardo Baeza, por el contrario, tiene un interesante documento de una peregrinación a la antigua usanza, a pie y sin dinero, a través de los Balcanes, Turquía y el Líbano en 1910, un momento en que, paradójicamente, las comunicaciones entre ambas orillas del Mediterráneo habían hecho que las peregrinaciones a Tierra Santa se convirtieran en una práctica del turismo. De hecho, en la Universidad Saint Joseph de Beirut casi coincide con un grupo de 150 peregrinos gallegos guiados por el obispo de Lugo.

 

          El tercer tipo de textos presenta un aspecto menos homogéneo que los anteriores, tanto en su procedencia, extensión o temática. Anteriormente me referí al papel de la prensa diaria como La España, La Época o La Correspondencia de España, durante los sucesos del verano de 1860, noticias similares sobre la guerra o los maronitas, drusos o metualis aparecen también en revistas ilustradas como El Museo Universal (más tarde rebautizado como La Ilustración Española y Americana), La Ilustración de Madrid, El Mundo Militar o El Mundo Ilustrado: biblioteca de las familias: historia, viajes, ciencias, artes, literatura. Esta última revista, destinada a la burguesía catalana de la restauración, tuvo un interés especial en la literatura de viajeros y en los textos de carácter geográfico y antropológico. Así lo demuestra Historia Natural del Hombre de Juan Montserrat y Archs que describe las razas de los cinco continentes con un apartado dedicado a Siria y Mesopotamia donde estudia la situación de maronitas y drusos. Este texto se publicó por entregas al mismo tiempo (1881-82) que Palestina, según el coronel Wilson, Warren, Jorge Ebers, Herman Guthe, Victor Guerin y Lartet de Francisco Miguel Badía, colaborador en esta publicación, que fue el encargado de la traducción y redacción de la obra que no pretende ser original: "El fondo de cuanto hemos escrito que, conforme hemos indicado, pertenece a muchos autores, quedándonos sólo con el mérito, si este existiere, de haberlo elegido y compilado"[24]. Francisco Miguel Badía demuestra cómo en España había intelectuales que estaban al tanto de lo que pasaba en el mundo, conocían idiomas extranjeros y tenían un público con el que compartir su conocimiento. Representa al intelectual de la cultura de la Restauración, un momento en que, tras la vuelta de los Borbones con Alfonso XII el Carlismo ya no era un problema, la economía se pudo reactivar, el País Vasco y Cataluña emprendieron su industrialización y se desarrollaron las ciudades. En este contexto surge una cultura de carácter burgués, liberal y católico al cual pertenecen Francisco Miguel Badía y su Palestina: "con el Evangelio en la mano y la ayuda también de los historiadores profanos recorreremos estos santos lugares"[25], los cuales incluyen también el Líbano y Siria. Esta obra también permite afirmar que para viajar no hace falta el desplazamiento físico, se puede hacerlo a través de los libros, especialmente si tienen los grabados de la revistas ilustradas, y, si no, recordar que Emilio Salgari nunca salió de Italia y cuántos hemos visitado agarrados a su mano la India de Sandokan, el Mediterráneo del siglo XVI, China, Mongolia o Sudamérica. El Líbano aparece también a lo largo del siglo XIX en obras de carácter geográfico, religioso o histórico. No me detendré demasiado en ellas porque aportan pocos datos nuevos como La Tierra Santa y los lugares recorridos por los profetas, por los apóstoles, por los cruzados: historia descripción y costumbres actuales (Barcelona, 1840) que, si bien rellena páginas y páginas a la época de Jesucristo o a las Cruzadas, apenas dedica unas líneas al momento actual. Se trata de una actitud también presente en Diccionario Enciclopédico Hispanoamericano en el cual los reyes de Granada o los califas cordobeses tienen columnas enteras frente a los breves párrafos de los sultanes otomanos del siglo XIX. Esta obra, verdadero compendio intelectual del saber hispánico a finales del siglo XIX, no se hace eco de la evolución política libanesa y lo sigue definiendo de la manera tradicional "LIBANO: geog. Cordillera de la Siria, Turquía asiática"[26].

 

          Un librillo que merece la pena reseñar es Marón, el niño cristiano del Líbano publicado a finales del XIX en Friburgo de Brisgovia, Alemania, por parte de los Libreros-Editores Pontificios que corresponde al tomo XIII de la colección Desde lejanas tierras, galería de narraciones ilustradas dedicadas a la juventud, coleccionadas por un jesuita y que, si todo esto fuera poco, estaban recomendadas por el Cardenal-Arzobispo de Valencia, los arzobispos y obispos de Arequipa, Bogotá, Buenos Aires, Caracas, Chiapas, Huánaco, León (España), Lima, Medellín, México, Nicaragua, Nueva Pamplona, Portoviejo y Santiago de Cuba.

 

          Para mí es un libro muy especial porque lo descubrí en el verano de mis catorce años en Villabrágima, provincia de Valladolid, de donde es oriundo mi padre y a donde íbamos todas las vacaciones. Recuerdo que lo devoré con similar avidez  a los libros de Salgari y que, curiosamente, muchas cosas se han mantenido en mi mente. La obra en sí es, como uno se puede imaginar, propagandística y maniquea. Como no podía ser de otra forma está centrada en las masacres de cristianos de 1860. Marón, un adolescente, vivía con su madre viuda y hermana en Saida durante la Primera Guerra Civil libanesa y deciden huir a la montaña. Les ayuda un amigo de Marón, Alí, que al principio del texto deja claro en que bando está "Sí, abomino de la inhumana rabia de mi padre contra los cristianos; abomino de mi hermano Hakem que con su propia mano ha asesinado a más de treinta de esos infelices; abomino de la religión mahometana que permite tales infamias"[27]. El Islam aparece con las tradicionales connotaciones de violencia "ahí tienes una cuchilla de carnicero; a mí me sobran. Acompáñanos y ayúdanos a matar cristianos como un verdadero musulmán"[28]. En este contexto, los cristianos están vistos como carneros, símbolo de claras connotaciones bíblicas, que llevan al matadero, mientras que a los drusos les llaman lobos o sanguinarios. Tampoco todos los drusos son malos, aparece también una princesa, con el inevitable tocado de las damas drusas, a quien salva Marón de la ira de los cristianos, un favor que más tarde devolverá, aunque, eso sí, se niega a convertirse al cristianismo, no como Alí que ya para entonces llevaba el nombre de José María.

 

          Al margen de la simplicidad de la historia, este texto permite probar lo plana que es la mirada española, a la vez empeñada en marcar las diferencias entre las diferentes comunidades libanesas y tomando partido de manera descarada, en este caso por los cristianos y aplicando principios como el martirio que, desgraciadamente, no hemos logrado superar en este inicio del siglo XXI: "Así pues, ¿no sois cristianos? Sí lo somos, y como cristianos queremos morir (...) ¡O dices: glorificados sean los  profetas de Dios, Mahoma y Hakem, o descargaremos el golpe!

Mas la viuda, recogiendo todas sus fuerzas, volvió la cabeza hacia Marón y dijo con voz débil: ¡Hijo mío, no digas eso!, dirige tus ojos al cielo, a donde iremos, y mantente fuerte"[29].

 

 

 


 

 



[1] El presente artículo procede de la comunicación titulada “Le Liban vu par les espagnols, 1860-1910, voyageurs, diplomates, pelerins et intelectuels” el cual tuvo lugar en el congreso sobre El Líbano en los escritos de viajeros extranjeros organizado por la Université  Libanaise en Beirut los días 8-9 e mayo de 2003.

[2]. Este tema ha sido tratado en profundidad por Fernand Braudel, El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II. México, F.C.E., 1979 (1ª ed. París, La Meditérranée et le monde métiterranéen a l’époque de Philippe II 1949).

[3]. M. Conrote, España y los Países Musulmanes durante el ministerio de Floridablanca, Madrid, Patronato de Huérfanos de la Administración Militar, 1909, p. 19.

3 Caesar E. Farah, Arabs and Ottomans a Chekered Relationship, Estambul, Isis, 2002, p. 273. El documento al que se refiere está en el archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores, Turquía-Legaciones, número 263.

 

[5]. La memoria de esta expedición ha sido reeditada recientemente, véase de Juan Prim y Prats, El Viaje Militar a Oriente, Madrid, Mº de Defensa, 1995.

[6] Adolfo de Mentaberry, “Patronato de la Corona de España sobre los Lugares Píos de Tierra Santa”, Madrid, La Ilustración española y Americana, 1884, tomo II, pp. 34-35.

 

[7]. Standford & Ezel Shaw, History of the Ottoman Empire and Modern Turkey, vol II, Reform, Revolution, and Republic: The rise of Modern Turkey, 1808-1975, Cambridge University Press, 1977, pp. 142-143.

[8]. Juan Pablo Fusi y Jordi Palafox, España: 1808-1996, el desafío de la modernidad, Espasa, Madrid, 1997.

[9].Patrocinio García Barriuso, España y la Historia de Tierra Santa, Madrid, Ministerio de Asuntos Exteriores, 1994, Vol II. p. 543.

[10].K. Salabi, Une Maison aux Nombreauses Demeures, L’Identité Libanaise dans le Creuset de l’Histoire. Paris, Naufal, 1989 (1ª ed. Londres A House with many windows...), p. 19.

[11].P. García Barriuso, o.c., p. 379.

[12].Antonio Bernal de O'Reilly, En el Líbano, cartas-relaciones sobre la Siria, Madrid, p. 78.

[13]. Jean-Claude Berchet, Le Voyage en Orient, anthologie des voyageurs françaises dans le Levant au XIXe siècle, París, Laffont, 1994, 6ª ed (1ª 1985), p. 5.

[14]. Viaje a Oriente, Córdoba, Noguer y Marté, 1840; Viaje a la Palestina, Valencia, Mateu y Cervera, 1844; Viaje a Oriente, Madrid, Madoz y Sagasti, 1846; Viaje a Oriente, Zaragoza, Lucía y Calabia, 1858 y Viaje a Oriente, Madrid, Manuel Guijarro, 1878.

[15]. Enciclopedia Universal Ilustrada, Madrid, Espasa, tomo XXXV, pp. 993-4.

[16]. Fue también vicecónsul en Burdeos en 1844 de donde pasó a ser cónsul en Nantes en 1852 hasta que se trasladó a Beirut en 1863 hasta 1866 más tarde abandono la carrera diplomática hasta 1875 que fue nombrado cónsul en Bayona hasta marzo de 1881, Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores legajo 28, n° 1149.

[17] Véase mi artículo “Adolfo de Mentaberry en Damasco”, Cervantes, n°3. Instituto Cervantes de Damasco, mayo 2003.

 

[18]. Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores, legajo P 172, 08998.

[19]. Este libro ha sido reeditado por Lily Litvak en Barcelona, el Serval, 1987, de este mismo autor véase también Viaje de Ceilán a Damasco. Madrid, Ribadeneyria, 1871.

[20]. “RADA Y DELGADO (JUAN DE DIOS DE LA): Jusrisconsulto y escritor español contemporáneo. N. en Almería en 1827. Ganó el título de Doctor en derecho; enseñó Arqueología en la Escuela Superior de Diplomática, de Madrid y después en la misma capital tuvo a su cargo una cátedra de Jurisprudencia. Hoy es director de la citada Escuela de Diplomática y en ella desempeña las cátedras de Numismática y Epigrafía” (agosto de 1895). Diccionario Enciclopédico Hispano Americano (DEHA), Barcelona, Montaner y Simón 1887-98 tomo 17, 1895,  pág. 34.

[21]. MORENO DE LA TEJERA (VICENTE): Novelista español nacido en Madrid en febrero de 1848. Ha sido médico de la Armada y dejó el servicio para dedicarse a trabajos literarios. Entre sus muchas obras citaremos: Diario de un viaje a Oriente; Monarca, bandido y fraile; Las catacumbas de Nápoles; Los hijos del Misterio; La Mina de Fuego; Los Mártires del Presidio, etc. DEHA tomo 28, (2º apéndice) año 1910 p. 275.

[22]. Vicente Moreno de la Tejera, Diario de un Viaje a Oriente, Madrid, Imprenta Manuel Martínez, p 245.

[23]. Carlos García-Romeral Pérez, Bio-Bibliografía de Viajeros Españoles (siglo XIX), Madrid, Ollero y Ramos, 1995.

[24]. Francisco Miguel Badía, Palestina, Barcelona, tomo 8 p 990. En esta misma revista publicó "El arte en casa" tomo 4 (1880-1), un tema en trató también con Historia del Mueble, Barcelona, Montaner, 1897.

[25]. Ib., tomo 6 p 483.

[26]. DEHA, o.c. vol 11, 1892, p 860. Este hecho se mantiene hasta principios del siglo XX en obras como El Tesoro de la Juventud, vol VI, "Persia y Turquía Asiática, el territorio del sultán y el del Cha", p. 1847 o en la Geografía Política de Arthur Dix, Editorial Labor, 1943 (1ª ed. 1923), mapa V.

[27]. Marón, el niño cristiano del Líbano, Friburgo, Herder & Cía, 1921 (4° ed), pp 8-9.

[28].Ib., p 17.

[29]. Ib, pp 69-70.