La demanda creciente de nuevos campos de inserción profesional y la baja calidad de los programas de actividad física dispensados a las personas en tratamiento por consumo de drogas plantean nuevos retos y exigen competencias específicas a los profesionales de la actividad física.
En este contexto, el ejercicio físico puede ser considerado como una herramienta terapéutica cuya valía reside: en el establecimiento adecuado de objetivos físicos, psicológicos y sociales, en la selección reflexiva de contenidos, no sólo procedimentales sino también conceptuales y actitudinales, en el correcto diseño de las sesiones y en una óptima intervención metodológica.
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