El empirismo propio de la Edad Moderna, que se prolonga aun hoy, ha negado la cualidad personal del ser humano y la posibilidad de la ontología en el derecho, es decir, de la ciencia jurídica. Esta negación ha sido consecuencia de la negación previa de las ‘sustancias’, tal como vemos en los sistemas de Hobbes o Locke. En su lugar los empiristas han propuestos síntesis a priori o definiciones genéticas en las que los elementos avanzados en virtud del método tasan anticipadamente las posibilidades argumentativas. El Autor apunta a los nervios más importantes de estas definiciones genéticas y recaba el estudio de las realidades concretas. Indica que quien entienda que los argumentos que hay que dar a un funcionario que comete cohecho, a un ladrón vulgar o a una mujer que vende su cuerpo son argumentos necesariamente distintos, se situará en condiciones de entender mejor el trabajo jurídico.
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