En la última década la universidad española ha destinado una parte nada desdeñable de sus recursos económicos y humanos al fomento de la calidad de la formación de sus docentes. Aunque presentada de manera algo simplificada, la premisa tácita que subyace todo este despliegue de medios parece ser la de que las habilidades de un profesor no son muy diferentes de las de un buen artesano: sastres y profesores requieren del dominio de una técnica y, toda vez que ésta es controlada, sastres y profesores serán virtuosos de sus respectivos oficios. Pero es posible que a esta idea, sin ser del todo descabellada, subyazca una visión un tanto distorsionada del oficio de docente: que hay un aspecto técnico en nuestro trabajo susceptible de ser cultivado y de mejorar me parece una realidad innegable, pero sostengo que esta dimensión es más bien secundaria y que hay otras dimensiones –más allá de la puramente técnica- que son mucho más definitorias del oficio de buen docente. En esta comunicación voy a reflexionar sobre la importancia de cualidades como la capacidad crítica, la creatividad y la honestidad para el ejercicio de la profesión de docente y, a partir de dicha reflexión, trataré de extraer algunas conclusiones sobre lo que estimo que constituye una adecuada percepción de la naturaleza y habilidades del buen profesor.
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