Los moriscos eran integrantes de una sociedad de órdenes dotada de una notable, aunque limitada, capacidad de movilidad. Las expulsiones de 1609 y 1614 en el reino de Murcia forzaron a muchos de quienes querían quedarse a intentar adquirir estatus sociales que les protegieran del exilio, bien poniendo en valor sus cualidades excepcionales como moriscos o bien rechazando ese origen. Las diversas instancias a las que podían recurrir y los diversos apoyos que buscaron movilizar les permitieron intentar enfrentar la presión de las ordenanzas reales, la rivalidad de sus enemigos y la persistencia de agentes del rey que de forma recurrente volvían al territorio a capturar a los retornados o a quienes habían evitado la expulsión. Si el rey los desterraba, su administración al mismo tiempo era el único recurso, frente al silencio y la disimulación, que podía garantizarles la salvaguarda frente a tales amenazas. Esto explica que a su más alta instancia, el Consejo de Estado, recurrieran aquellos que vieron en la obtención de una real cédula, que reconocía su supuesta cristiandad vieja, la única vía para acabar de una vez con los efectos corrosivos de las habladurías y con la agresión de los comisarios regios. El ejemplo de estos murcianos muestra los límites y las posibilidades de la transformación social en tiempos de emergencia.
The Moriscos were members of a stratified society endowed with a remarkable, albeit limited, capacity for mobility. The expulsions of 1609 and 1614 in the kingdom of Murcia forced many of those who wanted to stay to try to acquire a social status that would protect them from exile, either by highlighting their exceptional qualities as Moriscos or by clearly rejecting this origin. The various authorities to which they could turn and the diverse support they sought to mobilise allowed them to try to confront the pressure of royal ordinances, the rivalry of their enemies and the persistence of the king’s agents who recurrently returned to the territory to capture the returnees or those who had avoided expulsion. Even if the king banished them, his administration was at the same time the only recourse, along with silence and dissimulation, that could guarantee them protection against such threats. This explains why some tried to appeal to the highest authority, the Council of State, to try to obtain a Royal Decree that recognised them as old Christians, which was the only way to put an end to the corrosive effects of gossip and the aggression of the royal commissioners. The example of these Murcians shows the limits and possibilities of social transformation in times of emergency.
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