Las primeras traducciones francesas del Quijote fueron tempranas (Oudin 1614 y Rosset 1618) y constituyeron puntos de partida de unas trece versiones diferentes a lo largo de más de cuatro siglos. La recepción del Quijote de 1605 y las circunstancias de la primera versión francesa revelan la importancia de los contextos culturales y políticos entre los dos países. El Quijote se impone en pocos años como clásico y se convierte en una inagotable fuente de inspiración de creaciones francesas literarias y plásticas. Las declaraciones de intenciones que encabezan las traducciones de Schulman, Canavaggio y Fanlo dan buena idea de las lecturas e interpretaciones siempre renovadas de la obra maestra cervantina.
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