Recuerdo la primera vez que escuché la maravillosa música de Ennio Morricone, compuesta para la película de «La Misión». Fue en la Navidad de 1986 y no visionando, precisamente, la cinta. La utilizó para su montaje uno de los mejores belenistas de Valladolid, Alejandro Angulo, con el objetivo de ambientar un amanecer de un pueblo judío de Belén, en el momento del nacimiento de Jesús. La verdad es que en aquellos momentos en que yo tenía doce años, me impactó profundamente y me pareció que estaba dotada de una profunda espiritualidad, de un aire casi místico que nos conducía hacia Dios. Quizás en mi mente no aparecieron ni esas palabras, ni aquellos conceptos, pero me creía que era una música para rezar
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