Antes de 1808 la Iglesia española se hallaba sumida en una profunda crisis que enfrentaba a reformistas y reaccionarios. La falta de unidad se hizo aún más evidente tras la invasión francesa, que dividió al clero entre partidarios del rey José y leales a Fernando VII, y dentro de éstos existió una minoría favorable al liberalismo y una mayoría que añoraba la vieja alianza entre el Trono y el Altar. La política liberal de las Cortes de Cádiz, a pesar de sus concesiones hacia la Iglesia católica, fortaleció los intereses de este grupo reaccionario, que veía a los liberales como enemigos del catolicismo.
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