Al terminar la Edad Media muchos de los grandes templos de la Península adoptaban el aspecto de aguerridos baluartes, resultando muy paradójica esta imagen militar con las pías funciones a las que estaban destinados. Remodelaciones acomodándose al devenir de los estilos modernos y, sobre todo, restauraciones supuestamente puristas llevadas a cabo desde el siglo XIX han hecho desaparecer el aspecto de fortificación en la mayoría de los templos. En las iglesias altomedievales las formas de arquitectura militar responden a un intencionado lenguaje simbólico, que terminará por perder estas connotaciones bélicas e integrarse en un léxico característico de los edificios religiosos. Llegará un momento que el símbolo dará paso a la realidad. Las implicaciones del clero secular y regular en los conflictos de la sociedad obligarán a que catedrales, parroquias o iglesias monasteriales adopten formas encastilladas muy diferentes a supuestos aspectos teóricos de la arquitectura templaria de su época. El interés por una iglesia integrada en las murallas de la ciudad o del barrio, constituyendo un bastión fundamental en la fortificación urbana, siendo reducto de defensa de los vecinos o de los derechos del señor feudal, tanto el obispo como el abad, llevan a los constructores a edificar un alcázar antes que un cimborrio, una torre para la "máquina de guerra" mejor que una turris signorum. Por todas estas circunstancias, las "restauraciones puristas", muchas veces no se corresponden con la realidad arquitectónica del monumento.
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