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Experiencia vital, perfil psicológico y orientación sexual de jóvenes adultos con madres lesbianas o padres gays

  • Autores: Francisca López Gaviño
  • Directores de la Tesis: María del Mar González Rodríguez (dir. tes.), Jesús M. Jiménez Morago (dir. tes.)
  • Lectura: En la Universidad de Sevilla ( España ) en 2014
  • Idioma: español
  • Número de páginas: 339
  • Tribunal Calificador de la Tesis: Mª Carmen Moreno Rodríguez (presid.), José Ignacio Pichardo Galán (secret.), José Mª Valcuende del Río (voc.), Jesús Palacios González (voc.), Jorge Julio de Carvalho Valadas Gato (voc.)
  • Materias:
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    • Tesis en acceso abierto en: Idus
  • Dialnet Métricas: 2 Citas
  • Resumen
    • Cuando se compara la tradición en el estudio de familias homoparentales que existe en otros países como Reino Unido, Estados Unidos o Bélgica, con la que existe en España, no puede más que verse la juventud de esta última respecto a las anteriores. Si bien es una tradición joven, podría decirse que ha tenido que ir madurando a pasos agigantados, como lo ha hecho la sociedad y la legislación en materia de matrimonio y familia en los últimos años. A lo largo de esta presentación iremos describiendo de forma breve estos cambios, hasta llegar a contextualizar el presente trabajo, que surge del compromiso que, desde hace ya algunos años, tiene nuestro equipo de investigación con el estudio de las familias formadas por madres lesbianas o padres gays en España.

      Un panorama cambiante y complejo En las sociedades industrializadas, y en particular en las europeas, se han experimentado en las últimas décadas transformaciones muy llamativas en la esfera familiar. Hasta hace unas décadas, los hogares europeos se ajustaban mayoritariamente al patrón de un hombre y una mujer unidos en matrimonio con los hijos biológicos que habían nacido de esa unión, ocupándose la madre de las labores reproductivas (domésticas y de cuidado), mientras el padre desarrollaba tareas productivas, destinadas a garantizar el sustento de la familia, al tiempo que detentaba la máxima autoridad y la representación de la familia. En las últimas décadas, este modelo de familia nuclear, de profundas raíces patriarcales, ha acusado transformaciones muy significativas, tanto en cuanto a su estructura y componentes como a los roles que se desempeñan dentro de ella o la dinámica de relaciones que se dan en su seno. Si en el resto de Europa esta tendencia se ha venido observando básicamente a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, en España, en particular, los avances más notables se han producido a raíz de la transición política a la democracia que se inició en 1975 (Flaquer, 1999).

      Comenzando por el modo en que se constituyen, las familias ya no tienen como paso inicial el matrimonio, puesto que se ha producido un incremento claro en el número de parejas que conviven sin haberse casado, a veces como paso previo al matrimonio, a veces como modo elegido de vida en pareja con vocación de continuidad. Este hecho tiene un correlato en la espectacular subida de nacimientos extramatrimoniales, que han pasado en España de un 2,02 % en 1975 (INE, 2007) a un 35,5% en 2010, o sea, de ser una realidad marginal a que sea la circunstancia del nacimiento o la adopción en España de uno de cada tres niños o niñas, según informe del Instituto Nacional de Estadística (2012).

      En otro informe se dejaba constancia de la evolución en otros indicadores que tienen profundas implicaciones para la vida de las familias. Así, la edad de la primera maternidad no ha hecho más que aumentar a lo largo de estas décadas: si en 1976 las mujeres tenían su primer hijo a los 28 años, en 2010 esta edad se había prorrogado hasta más allá de los 31. De modo inverso, pero relacionado con el anterior, el índice de fecundidad ha mostrado una clara evolución descendente en esos mismos años: se ha pasado de 2,8 hijos por mujer en 1976 a 1,32 en 2012 (INE, 2013), con lo que las familias, al menos en primera unión, se han hecho más �cortas�, con menos miembros.

      Estos indicadores de fecundidad están muy relacionados con el cambio notable que se ha producido en los roles que se desempeñan dentro de la familia. Sin la menor duda, han ido ganando en igualitarismo en varios sentidos. De una parte, la autoridad está compartida entre las distintas figuras adultas de la familia, y así se recoge en las regulaciones legislativas, que ya no suponen al hombre un estatus de superioridad sobre la mujer, sino que dotan a ambos de iguales derechos y responsabilidades entre ellos y para con la prole desde que la Constitución Española, primero, y el código civil, después, así lo sancionaran.

      De otra parte, los roles que desempeñamos hombres y mujeres dentro de la familia son cada vez más parecidos que distintos. Así, las mujeres se han ido incorporando mayoritariamente a las tareas productivas, colaborando activamente al sostén económico de la familia. En la España de 1960, las tasas de actividad respectivas de mujeres y hombres eran de 13,49% y 64,24%, y había, por tanto, 50 puntos de diferencia entre unas y otros (Alberdi, 1999). En 2010, sin embargo, los valores eran del 52,3% en el caso de las mujeres y el 64,7% en el caso de los hombres, por tanto, la diferencia entre unas y otros ha quedado reducida a un 12% (Eurostat, 2011), o lo que es lo mismo, la brecha en tasa de actividad entre hombres y mujeres se ha reducido casi 40 puntos en 50 años en nuestro país, como ya nuestro equipo expuso en otro lugar (González, Díez, López, Martínez, y Morgado, 2013).

      Lógicamente, el movimiento que las mujeres han iniciado hacia el exterior de sus hogares, ha impulsado un movimiento de los hombres hacia el interior de estos (Alberdi, 1999; Durán, 1998). Si en el pasado eran excepcionales los hombres que se ocupaban de las tareas domésticas y de cuidado, en la actualidad un número creciente de ellos se involucran en las tareas cotidianas de cuidado del hogar y la infancia, en gran medida impelidos por la necesidad de hacerse cargo de responsabilidades que antes desarrollaban las mujeres casi en solitario. Que se hayan incorporado a lo doméstico, no quiere decir que su implicación sea idéntica, sino que ciertamente sigue siendo inferior (Meil, 2005; Tobío, 2005).

      Como decíamos, también se han producido cambios notables en la estructura de los hogares, tanto en España como en el resto de los países de nuestro entorno. Quizá el mejor modo de definir la tendencia observada en Europa en las últimas décadas sea la sintetizada por Boh, Bak y Clason (1989) como de �convergencia hacia la divergencia�. La familia nuclear convencional que describíamos al inicio de este apartado, aunque sigue mayoritaria, comparte escenario en la actualidad con otras realidades de convivencia familiar. A ello también han contribuido tanto los avances científicos, con técnicas de reproducción asistida cada vez más sofisticadas, como diversos cambios legislativos, que han propiciado la creación y reconocimiento de una diversidad de estructuras familiares.

      En nuestro país, la ley de divorcio de 1981 permitió la legalización de las rupturas matrimoniales y, por tanto, la existencia de familias binucleares, con niños y niñas que conviven alternativamente con ambos progenitores, así como a las familias combinadas o reconstituidas, fruto de segundas uniones, en la que además aparecen nuevas figuras (nuevas parejas de padres o madres, medio-hermanos, etc.). Las legislaciones en materia de reproducción asistida y de adopción, ambas de finales de los años 80 en su primera versión, abrieron la puerta a nuevas vías para tener hijos en solitario, que han pasado a ser elegidas por un volumen creciente de mujeres en nuestro país (González, Díez, Jiménez y Morgado, 2008) y, en el caso de la adopción, también por algunos hombres. Por otra parte, la modificación del Código Civil en materia de matrimonio en 2005 ha dotado de legitimidad a parejas de gays y lesbianas, al tiempo que ha permitido regular la relación de ambos miembros de la pareja con las criaturas habidas en común (aspecto éste sobre el que volveremos más adelante). De este modo, el panorama familiar es ciertamente mucho más diverso en la actualidad de lo que fue unas décadas atrás y de hecho requiere la atención de especialistas de distintas disciplinas (Arranz y Oliva, 2010; Coleman y Ganong, 2004; Demo, Allen, y Fine, 2000; Golombok, 2000; Gottfried y Gottfrieg, 1994; Hantrais, 2004).

      Los cambios descritos han propiciado que familias antaño rechazadas, invisibilizadas o simplemente obviadas hayan pasado a ser progresivamente conocidas, visibles y a gozar de una cierta aceptación en el panorama familiar, en un proceso creciente de difuminación de los límites entre legitimidad e ilegitimidad familiar, una de las claves de los procesos de transición familiar a los que estamos asistiendo en las últimas décadas y que se pueden encontrar bien descritos en Flaquer (1999). Obviamente, no todos estos modelos familiares gozan de la misma aceptación y legitimidad ni en España ni en los restantes países de nuestro entorno, hecho que es particularmente evidente, por ejemplo, con los hogares bajo la responsabilidad de madres lesbianas o padres gays (Takacs y Szalma, 2011), cuyas relaciones tienen refrendo legal sólo en algunos países europeos.

      Por tanto, estamos ante un panorama familiar ciertamente complejo que nos lleva a afirmar que hemos pasado de la familia modelo a los modelos de familia (González y López, 2005a). Estos cambios han sido interpretados con frecuencia como evidencias de la �crisis de la familia�, el �declive de la familia� o la �pérdida de valores familiares� (Blankerhorn, 1996; Popenoe, 1993, 2007). Desde nuestro punto de vista, como planteara hace unos años Lamo de Espinosa (1995), la historia de la humanidad es, en un cierto sentido, la historia de la �crisis de la familia�, dado que la familia como institución no ha permanecido inmutable, sino que se ha ido modificando para intentar atender las necesidades y aspiraciones de los seres humanos y las sociedades en distintos contextos y momentos (Seccombe, 1992).

      Las familias homoparentales en España De todos los nuevos modelos familiares, sin duda las familias homoparentales continúan siendo las menos conocidas y aceptadas. El simple, pero importante, detalle de que ni siquiera tuvieran nombre propio hasta hace una década es un reflejo de esta carencia de identidad social y de reconocimiento explícito (González, Morcillo, Sánchez, Chacón, y Gómez, 2004a), por lo que por supuesto no figuraban en los datos sociales publicados por el Instituto Nacional de Estadística. De esta forma, la explotación efectuada por el INE sobre el censo 2001 y recogida en una publicación titulada �Cambios en la composición de los hogares� (INE, 2004), no contemplaba siquiera este tipo de familias. Sí tenía registrado el número de parejas del mismo sexo, pero no hablaba en ningún apartado de familias encabezadas por ellas. O sea, las consideraba convivientes, pero no responsables de hogares con prole No debe sorprendernos que esto haya sido así, dado que las familias homoparentales estuvieron ocultas y fueron invisibles en España hasta la última década del siglo XX. Las características del marco histórico-político permiten entender que fuera así, ya que las personas homosexuales fueron destinatarias de leyes que las discriminaban, perseguían y encarcelaban (como la Ley de Vagos y Maleantes, de 1933 o la Ley de Peligrosidad y rehabilitación Social, de 1970), que se promulgaron o aplicaron con particular saña durante la dictadura del general Franco (Ugarte, 2008) Con la llegada a la democracia y la Constitución de 1978 se inicia un camino de equiparación de derechos que acabó extrayendo la homosexualidad del ámbito del derecho penal para introducirla en el marco del derecho civil. Este camino estuvo plagado de polémica social y científica, al hilo de las regulaciones del acogimiento familiar o la adopción por parejas del mismo sexo en distintas comunidades autónomas.

      . En el año 2004, el Partido Socialista Obrero Español, liderado por José Luís Rodríguez Zapatero, se presentó a las elecciones generales con un programa que incluía el compromiso de �posibilitar el matrimonio entre personas del mismo sexo y el ejercicio de cuantos derechos conlleva, en igualdad de condiciones con otras formas de matrimonio, para asegurar la plena equiparación legal y social de lesbianas y gays� (PSOE, 2004). Meses después del triunfo del partido socialista en las elecciones, el gobierno aprueba el proyecto de ley y se recrudece el debate social, científico y parlamentario.

      A nivel social, las autoridades católicas, y algunos colectivos de la derecha social como el Foro Social de la Familia, hicieron bastantes presiones para que la ley no fuera aprobada. El día 18 de junio de 2005 se produjo una multitudinaria manifestación, convocada por este Foro y en la que participaron también obispos y líderes del Partido Popular, bajo el lema �La familia sí importa, por el derecho a una madre y a un padre, por la libertad�.

      A nivel científico, la polémica quedó reflejada en nuestro país en el número 4 del volumen 27 de la revista Infancia y Aprendizaje, en el que distintos profesionales de la Psicología y la Psiquiatría mantuvieron posiciones encontradas acerca de la idoneidad de estas familias como contextos para el desarrollo (de Lucas et al., 2004; González et al., 2004a; González, 2004; López, 2004). También hubo un álgido debate parlamentario, como refleja el acta del Diario de Sesiones del Senado Español (2005) correspondiente a la comparecencia de expertos en la Comisión de Justicia, días antes de la aprobación del matrimonio igualitario.

      Tras mucho debate social y parlamentario, el día 30 de junio de 2005 se aprobó la ley que modificaba el código civil y permitía el matrimonio entre personas del mismo sexo y, como consecuencia de esto, otros derechos asociados a éste, como la parentalidad conjunta, la herencia o la pensión. Con la aprobación de la ley, España se convirtió en el cuarto país del mundo en legalizar el matrimonio homosexual, después de Holanda, Bélgica y Canadá (que la había aprobado días antes).

      La aprobación de la ley no terminó con el debate político y social, puesto que el 30 de Septiembre del mismo año el Partido Popular presentó un recurso ante el Tribunal Constitucional contra la totalidad de la ley, con el principal argumento de que esta ley �desnaturaliza la institución básica del matrimonio�, como recogió la prensa (El País, 2005) al día siguiente. No ha sido hasta siete años después, en diciembre de 2012, que el Tribunal Constitucional sancionó el ajuste legal del matrimonio entre personas del mismo sexo a la carta magna española (Boletín Oficial del Estado, 2012).

      Obviamente, mujeres lesbianas u hombres gays habían criado y educado a sus hijos e hijas antes de la probación de la ley de matrimonio y de la resolución del tribunal constitucional, aunque con frecuencia permanecían ocultas como autoprotección. Inicialmente, la mayor parte de estos hogares se constituyeron con hijos o hijas habidos de uniones heterosexuales anteriores. Junto a estas familias, que podríamos llamar familias homoparentales �reconstituidas�, paulatinamente han ido ganando en presencia otras que se han configurado cuando los padres ya se vivían como gays o las madres ya se sabían lesbianas, las que empiezan a llamarse familias homoparentales �planeadas� o ex novo. Una de las vías fundamentales seguidas por gays y lesbianas para extender su familia ha sido la adopción o el acogimiento de menores, realidades que fueron posibles en solitario en España desde finales de la década de los ochenta, y que se puede realizar conjuntamente desde el cambio legislativo de 2005. También las técnicas de reproducción asistida han servido para que un número considerable y creciente de lesbianas haya accedido en nuestro país a la maternidad, en solitario o compartida. En España no es posible la gestación subrogada, aunque sí lo es en algunos otros países, con lo que algunas parejas de gays están teniendo descendencia en el extranjero por esta vía y su regulación ha empezado a incluirse en la agenda de reivindicaciones de los colectivos LGBT (El País, 2013) Desde la aprobación del matrimonio igualitario a la actualidad, las familias homoparentales han ido ganando en legitimidad y visibilidad y muy tímidamente comienzan a aparecer en las estadísticas oficiales. Así, sabemos que los matrimonios entre personas del mismo sexo constituían el 2,3% del total de matrimonios en España en 2012, según datos del Instituto Nacional de Estadística (2013).

      En cuanto al número de niños y niñas que pueden vivir en estas familias, hasta la fecha, sólo disponemos de una estimación del número de niños y niñas que viven en estas familias, realizada por Hernán (2006), quien con el propósito de hacer una descripción de la demografía de la infancia en España explotó parte de los datos del censo de 2001. Tomando como unidad de observación la población infantil menor de 18 años, esta autora contabilizó, dentro del número de niños y niñas que vivían con una pareja, aquellos donde las madres o padres señalaban como pareja a una persona del mismo sexo. De esta forma, concluyó que en 2001 había al menos 2.350 niños y niñas viviendo con una pareja homosexual. En cuanto a la distribución entre parejas de hombres y mujeres, el 60,9% vivía con parejas de lesbianas. Ahora bien, estos datos hay que tomarlos con cautela, primero porque no incluyen a las madres lesbianas o padres gays que viven a solas con sus criaturas y, segundo, porque hacen referencia sólo a aquellas parejas que reconocieron en ese momento estar conviviendo con alguien del mismo sexo. No olvidemos que la situación política y legal era muy diferente a la actual: en aquel momento no se divisaba en el horizonte la posibilidad de que se pudiera regular el matrimonio entre personas del mismo sexo y pocas eran las familias que abiertamente reconocían su situación. Confiamos en que los datos del censo de 2011 arrojen datos más precisos y actualizados que permitan la cuantificación de este tipo de familias, si bien el cambio en el método censal introduce dudas acerca de su capacidad para detectar los hogares menos frecuentes, como estos que nos ocupan.

      La dificultad para la estimación del número de familias no es algo exclusivo de España. Ya en la primera revisión que se realizó sobre familias homoparentales se vislumbraba la problemática del conocimiento del número de familias (Patterson, 1992). En Estados Unidos se han realizado algunas estimaciones sobre el número de familias. La más conocida es la efectuada por Stacey y Biblarz (2001), que estimaron que los chicos y chicas estadounidenses que crecerían con padres gays y madres lesbianas constituirían entre un 1 y un 12 por ciento de la población infantil y adolescente. No obstante, y a pesar de las estimaciones anteriores, en el artículo de revisión realizado por dos de las grandes estudiosas de las familias homoparentales, Tasker y Patterson (2007) afirmaban que, debido a la complejidad y a la propia diversidad interna de este tipo de familias, es difícil obtener estimaciones fiables del número de madres lesbianas y padres gays.

      En el caso de las familias homoparentales se ha dado, desde nuestro punto de vista, una combinación de factores que ha dificultado esa transición hacia la legitimación de la que hemos venido hablando: por una parte, la falta de información sobre su existencia, su composición y sus procesos. Por otra, el peso de determinados prejuicios, herederos de la mirada homófoba que durante años han perseguido a gays y lesbianas, prejuicios que se asientan en la aparente incompatibilidad entre homosexualidad, niños, niñas y familia (Saffron, 1996). A este respecto, nos parece especialmente interesante el análisis realizado por Pichardo (2007, 2009) acerca del cuestionamiento de la heterormatividad como aspecto específico que introduce la posibilidad de que gays y lesbianas puedan acceder a la maternidad o paternidad, en las concepciones sociales sobre la familia. Este cuestionamiento sería bidireccional, ya que las propias personas homosexuales comienzan a plantearse con legitimidad la opción de la paternidad o maternidad. Como afirma Donoso (2002), la visión de las lesbianas como sujetos no reproductivos está profundamente enraizada en la sociedad, no siendo éstas consideradas como mujeres apropiadas para ejercer la maternidad. Estos prejuicios se transformaron en una serie de miedos y preocupaciones que fueron puestos de manifiesto en los casos de la lucha por la custodia de los hijos e hijas de mujeres lesbianas en los años 70, donde se asumió, sin base científica la �no idoneidad� para la adopción o la custodia de los propios hijos en caso de divorcio (Patterson, 1992). Los prejuicios, ya sistematizados por otros autores (González y cols., 2004a; Patterson, 1992; Golberg, 2010), a los que hacemos referencia, son:

      Los niños y niñas no van a desarrollarse de un modo sano y armónico, sino que van a presentar muchas dificultades en su ajuste psicológico, al no disponer de figura materna y figura paterna.

      Crecer con un padre gay y una madre lesbiana puede provocar dificultades en el desarrollo de la identidad de género, el conocimiento de los roles de género, y la propia orientación sexual, en el sentido de que estos niños y niñas con toda probabilidad serán ellos mismos también gays o lesbianas.

      Estos niños y niñas sufrirán rechazo social, serán objeto de burlas por parte de sus compañeros y compañeras, debido a la mirada homófoba presente en la sociedad.

      Por último, estos niños y niñas tienen más riesgo de ser objeto de abusos sexuales.

      Como se verá en el siguiente capítulo, los miedos y preocupaciones asentados en estos prejuicios son los que impulsaron la mayor parte de las investigaciones realizadas sobre este ámbito de estudio, pues el desconocimiento no sólo se daba a nivel social, sino también a nivel científico. Sin duda, hacían falta datos que dieran mayor peso y coherencia a las decisiones no sólo judiciales, sino también legales, políticas y las relacionadas con medidas de protección infantil, como la adopción.


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