La imagen del genio, del creador, del artista, ha sido, sin duda, una de las cuestiones más relevantes de la literatura artística y una, a su vez, de las más sugerentes líneas de investigación para el historiador del arte. La trascendencia social de su personalidad, como consecuencia de su talento para generar belleza o recreador de mundos, ocasionó relatos de todo tipo, materializados en múltiples formas, en los que se abordaba tanto sus capacidades y saberes como todo lo relativo a lo tangible y material que le rodeaba y del que formaba parte, incluso lo más nimios detalles domésticos o privados. Las biografías y retratos de artistas, ya fueran estos últimos individualizados o en un contexto profesional o familiar más amplio, surgieron a consecuencia, precisamente, de la fama y posición social que fueron logrando. Su forma de vestir, los elementos que formaban parte de su cotidianidad, el taller o el obrador en que trabajaban, las personas que frecuentaban, los libros que leían, la imagen ideal que de ellos mismos procuraban dar o los relatos que a través de los tiempos fueron elogiando sus hazañas, desvelando aspectos de su personalidad más allá que los que pudieran descubrir sus propias obras, son cuestiones fundamentales, de una profunda significación, para llegar a descubrir los pormenores que fortalecían su ingenio y su capacidad innovadora bajo una determinada imagen y apariencia.