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Francisco Mangado: obras y proyectos

Imagen de portada del libro Francisco Mangado

Información General

  • Editores: Barcelona : Editorial Gustavo Gili, S.L.
  • Año de publicación: 2005
  • País: España
  • Idioma: español
  • ISBN: 84-252-2025-4
  • Texto completo no disponible (Saber más ...)

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Índice



  • Índice de contenidos:


    Algunas observaciones acerca de la obra de
      Francisco Mangado (Carlos Jiménez)

    Mangado en materia: paisajes de provincia (Luis Fernández-Galiano)


      Obras y proyectos

              Bodegas 'Marco Real' en Olite

              184 viviendas sociales en Mendillorri, Pamplona
     
              Plaza de Los Fueros de Estella
     
              Centro de educación en Mendillorri, Pamplona
     
              Club deportivo de Zuasti
     
              Vivienda unifamiliar en Irache
     
              Plaza, centro de cultura e iglesia en Thiene, Italia
     
              31 viviendas y club de jubilados en Tafalla
     
              Biblioteca Kansai en Japón
     
              Nave industrial para Gamesa Eólica, Pamplona
     
              Viviendas sociales en Cizur Mayor
     
              Restaurante La Manduca
     
              Centro de salud en San Juan, Pamplona
     
              Casa Mikaela
     
              Plaza de Pey-Berland, Burdeos
     
              Prototipo de piscina cubierta en La Coruña
     
              Adaptación de la fábrica de la Tejera para Centro Cultural de ferias, exposiciones y congresos en Palencia
     
              113 viviendas sociales en Mendillorri, Pamplona
     
              Baluarte, palacio de congresos y auditorio de Navarra
     
              Estación de alta velocidad en Delicias, Zaragoza
     
              Monasterio, iglesia y centro asistencial en Goa,
      India
     
              Edificio administrativo Diagonal-Glòries, Barcelona
     
              Oficinas para la universidad de Navarra, Acunsa, Pamplona
     
              Centro de estudios e investigaciones técnicas
      de Guipúzcoa, San Sebastián
     
              Museo arqueológico de Álava, Vitoria
     
              Biblioteca central y archivo administrativo del distrito
      de Gràcia en Barcelona
     
              Auditorio, centro de congresos y hotel Casamar, Vigo
     
              Centro municipal de Exposiciones y Congresos
      de Ávila
     
              Nuevo museo de las ciencias de Granada
     
              Nuevo estadio de fútbol de la Romareda
     
              Centro turístico deportivo en la Baronía De Escriche, Teruel
     
              Restaurante La Manduca de Azagra
     
              270 viviendas en Bayer, Barcelona
     
              Piscinas cubiertas en Leioa
     
              Edificio de oficinas para FCC en Madrid
     
              Centro termal en Caldas de Reis
     
              Auditorio de Teulada, Alicante


      Apéndice
     
              Cronología de las obras
     
              Biografía
     
              Bibliografía
     
              Colaboradores del estudio
     
              Créditos fotográficos


Descripción principal


  • Francisco Mangado (Estella, Navarra, 1957) se ha enfrentado a toda clase de escalas: ha trazado un barrio, pero también ha diseñado bancos y luminarias. Su trayectoria se inició en la segunda mitad de los ochenta con la ordenación de la plaza Carlos III y las Bodegas Marco Real, ambas en Olite. Manifiestas desde estas obras primerizas, la atención a las demandas funcionales, al carácter del lugar y a la naturaleza de los materiales con los que se concreta la arquitectura ha continuado caracterizando la producción de Mangado, aunque en ella pueden detectarse 'familias' con rasgos propios. Sean casas unifamiliares (como las de Irache y Gorráiz) o viviendas colectivas (como las de Cizur y Mendillorri), la arquitectura doméstica entronca con la modernidad escandinava.

    Por su parte, los edificios públicos se revisten del carácter que les corresponde con equilibrio entre llenos y vacíos, geometrías nítidas y, sobre todo, en su interacción con lo que los rodea; incluso construcciones tan ceñidas al programa como el centro de salud de San Juan, la fábrica de Gamesa Eólica o el prototipo coruñés de piscina son recintos cualificados para la representación de ceremonias cotidianas y colectivas, como son escenarios de ritos más solemnes el Auditorio y Palacio de Congresos de Navarra (su mayor obra hasta la fecha) o el Centro de Congresos de Palencia y el Museo de Arqueología en Vitoria, en vías de construcción.

    Finalmente, el dominio cívico por excelencia, la plaza, es un proyecto constante en la biografía de Mangado: desde la de los Fueros de Estella hasta la de Felipe II en Madrid, pasando por la remodelación del entorno de la catedral de Burdeos, todos los proyectos urbanos buscan la continuidad con la trama edificada y la definición de un lugar de encuentro.

Extracto del libro


  • Texto de la introducción:

    'Algunas observaciones acerca de la obra de Francisco Mangado
    por Carlos Jiménez

    El abigarrado perfil de Pamplona está delimitado por unas audaces murallas, cada una de cuyas piedras evoca susurros ancestrales del pasado. El contexto y la memoria están arraigados en la conciencia de que, siglo tras siglo, estos muros han rodeado y protegido la ciudad. Y sin embargo, esas murallas que hasta fines del siglo XIX mantenían Pamplona celosamente oculta, ya no constituyen una presencia inamovible. La prosperidad de la región navarra ha ido configurando su capital como un centro de actividad y situándola en el mundo, eliminando cualquier vestigio de aislamiento o provincianismo. Ideas y acontecimientos se intercambian en la fluidez de este nuevo y floreciente marco: se establecen contactos, se encuentran correspondencias, se descubren linajes, se nutren las raíces. La obra de Francisco Margado surge precisamente de este juego de interacciones, hasta erigirse como una referencia clave del escenario arquitectónico navarro. Lejos de poder calificarse como marginal o auto-referente, la producción de Mangado ilustra los trascendentales intercambios que se producen cuando coinciden un arquitecto singular y una región singular. Y lejos de producir variantes de ‘regionalismo crítico’, su trabajo se amplía en la miríada de posibilidades que ofrece la arquitectura contemporánea. Esta libertad no significa que el arquitecto rechace la fecunda historia local, sino que se convierte en el crisol donde ésta se funde con lo universal.

    La obra de Mangado es paralela a una Pamplona segura de cuál es su posición en el mundo, una ciudad que no se conforma con ser la capital de una de las regiones más prósperas de España, o con ser universalmente conocida por sus populares festejos taurinos. El inconfundible atractivo y el refinamiento de la obra de Mangado emanan de la conciencia de que la multiestratificada historia de Pamplona es un terreno fértil para explorar la continuidad y la transformación. Y esta conciencia se vio reforzada desde que el arquitecto empezó a viajar más allá de esas murallas que inicialmente confinaron y limitaron sus perspectivas. Durante las dos últimas décadas Mangado no sólo ha desarrollado un ejemplar conjunto de obras, sino que además ha demostrado cómo éstas son capaces de dar respuesta a las exigentes expectativas de un contexto urbano cambiante. Su arquitectura constituye un intento de contribuir a la formación de la ciudad al tiempo que incorpora la urbanidad estratificada que registra el paso de la milenaria historia de Pamplona. La madurez y el vigor del talento de Mangado, brillantemente expresados en su obra más importante hasta la fecha, el Baluarte o Auditorio y Palacio de Congresos de Navarra, le han hecho merecedor de la condición de joven maestro, afectuosamente conocido por todo el mundo como 'Patxi'.

    Mi primer contacto con la arquitectura de Mangado fue a través de un libro dedicado a la edición de 1991 del premio internacional de arquitectura Andrea Palladio. Su proyecto, las bodegas Marco Real en Olite, una localidad al sur de Pamplona, destacaba entre el resto de los que ese año fueron finalistas del prestigioso aunque lamentablemente efímero galardón. La elegante horizontalidad del edificio acotaba el terreno con precisión, reclamando por derecho propio su lugar entre un distinguido conjunto de construcciones dedicadas a la producción vinícola. Las distintas referencias sublimadas en el diseño de las bodegas hablaban de un buen conocedor del generoso legado de la arquitectura, ya se tratase de los tonos sutiles de la sensibilidad escandinava, de las formidables texturas de los edificios de piedra navarra o de las últimas realizaciones españolas. En aquel edificio aparecían claramente impresas las huellas de un arquitecto culto, unas huellas que se han hecho más incisivas y elocuentes en cada una de las realizaciones posteriores.

    Todas mis impresiones iniciales acerca de la obra de Mangado se confirmaron cuando visité los edificios a través de las encrucijadas rurales y urbanas de su querida Navarra. La precisión lírica y el refinamiento tan patentes en las bodegas de Olite alcanzan una sorprendente fruición urbana en la Plaza de los Fueros de Estella, la pequeña ciudad cercana a Pamplona donde nació Mangado. La reorganización de este emblemático espacio público es una ingeniosa interpolación de la iglesia y de plaza mayor a través de una coreografía de piezas urbanas meticulosamente detalladas. Y el vocabulario moderno de este bodegón no resulta ajeno al contexto, ni intrusivo o distante, sino que intensifica y rescata la pertinencia de cada edificio histórico en el conjunto urbano. El contexto se entiende como una evaluación crítica de la historia antes que como una de esas insulsas escenografías tan del gusto de las tendencias posmodernas del momento. Así, la interacción geométrica entre el pavimento de granito, la retícula de árboles y los hermosos bancos de madera —diseñados por el propio arquitecto— configura un espacio rico en memoria, pero también un espacio ideal para la celebración de festivales o de rituales espontáneos. Cada uno de los elementos de la plaza aspira a producir un espacio de reconciliación, donde se disipen todas las desavenencias temporales, anteriores, presentes o futuras. En la soledad de una brillante tarde de domingo la plaza puede parecer desierta o somnolienta; sin embargo, uno siente que la arquitectura reconstituida está convocando acontecimientos, voces y añoranzas desde su memoria ahora despierta.

    Puesto a prueba continuamente en los intersticios de ciudades tan marcadas por la historia como la suya propia, Mangado ha ido dotándose de una aguda intuición urbana. Las experiencias acumuladas le han llevado a participar en importantes concursos de ciudades tan distintas como Ávila, Barcelona, Burdeos o Madrid. Sus logros como ganador de los primeros premios en esas convocatorias son tan admirados como temidos. No obstante ha sido en Pamplona, junto a la ciudadela renacentista de la que toma su nombre, donde el arquitecto ha construido el Auditorio y Palacio de Congresos de Navarra. Y es igualmente gratificante observar el despliegue que hace Mangado de una abundante gama de estratos espaciales, que aparecen y reaparecen gracias a su habilidad en el manejo de las distintas escalas. Esos estratos o capas se revelan unas veces en el encuentro con un detalle de esquina que nos resulta familiar, al descubrir un sorprendente nicho en algún lugar de la extensa planta o, mejor aún, en la incorporación de un lienzo de la muralla rescatado de la antigua fortificación. Una y otra vez, Mangado demuestra la validez del emplazamiento histórico como un conjunto de oportunidades que no hay que descartar sino integrar en la materialización de la obra de arquitectura contemporánea. El reconocimiento de esas oportunidades y de su legado subyacente deviene la primera acción pública en la que se implica arquitecto.

    Existe una vista lejana aunque maravillosa del Baluarte, en la que lo que vemos es su silueta longitudinal, paralela a la de la ciudadela truncada que se encuentra a sus pies. Aunque ambas construcciones contrastan visiblemente debido a las respectivas tonalidades de sus piedras, ninguna de ellas se impone sobre la otra; al contrario, se funden como si fuesen la articulación más obvia posible entre dos edificaciones adyacentes que comparten un emplazamiento significativo. Desde el momento mismo de la concepción del proyecto, Mangado comprendió que el edificio cívico tenía que hermanarse con la ciudadela, pero no tanto en escala o presencia como en el hecho de ser compatibles desde el punto de vista de su legibilidad urbana. La ciudadela se ha transformado en el zócalo desde el cual la nueva institución pública proclama su misión cívica. Elevado y con pleno dominio de su presencia horizontal, el Baluarte se une a la vida cultural de la ciudad, pero no como una aparición repentina sino como una presencia largo tiempo esperada.

    La planta en L del Baluarte tiene un antecedente en el proyecto cuidadosamente compuesto por Mangado para el Centro de Salud de San Juan, construido un par de años antes no muy lejos de aquél. Dicho centro se convirtió en banco de pruebas, al usar con éxito esta particular configuración en planta para delimitar una nueva zona pública en un barrio de límites indefinidos y azarosos. En el Baluarte encontramos un planteamiento similar: la planta en L, delicadamente articulada, abraza un gran espacio público. El edificio ocupa los bordes del solar en contacto con dos importantes calles al tiempo que proporciona una impresionante plaza de acceso a los auditorios, definiendo un ámbito interior/exterior donde realizar actividades complementarias y al aire libre. Pese a ser un enorme vestíbulo, esta plaza conserva un ambiente de sorprendente intimidad, incluso en la zona tangente a la inmensidad de la ciudadela. La franja acristalada que define este lado del edificio prolonga las zonas de espera del público y la esfera de influencia de la plaza, en un intercambio recíproco de noventa grados. El éxito de esta generosa ventana urbana se ve ampliado por su indiscutible determinación de dar la bienvenida a todo el mundo.

    El Baluarte muestra el lenguaje urbano de Mangado como una narración coherente y admirable. En su glosario encontramos, entre otros rasgos característicos, el audaz despliegue de la horizontalidad; el uso de la piedra para hacer sutiles referencias al contexto; el papel privilegiado que otorga a un hueco singular como mirador sobre la ciudad; el esfuerzo por construir episodios silenciosos permitiendo que a su través se filtren múltiples voces; y las formas de revelar el esplendor de una plaza vacía, llena ya de premoniciones. También se evidencia el sensual aunque minimalista tratamiento que el arquitecto da a los interiores como continuación natural de la atención que presta a todos los acabados exteriores. Otros niveles de atención y detalle, previamente abordados en proyectos más pequeños, alcanzan en el Baluarte un nivel superior de integración y refinamiento, como se aprecia en el diseño del patio de butacas, la iluminación y la cerrajería. Estos elementos personalizados complementan el diseño con su manufactura precisa y delicada, amplificando la sutil elegancia que impregna todo el proyecto.

    El Auditorio y Palacio de Congresos de Navarra consolida la posición de Mangado como una de las figuras clave de la arquitectura española contemporánea. Por la resolución de sus numerosas complejidades, esta obra ha preparado al arquitecto para abordar otras de similar escala e importancia en cualquier lugar del mundo, entre las cuales un edificio de oficinas con espacios comerciales y de servicios para Fomento de Construcciones y Contratas (FCC) en Madrid y el Centro de Exposiciones y Congresos en Ávila destacan como retos clave de su futura trayectoria. En este último proyecto encontramos a Mangado trabajando frente a uno de los recintos amurallados más célebres del mundo. Acurrucado al pie de la esquina nororiental de la imponente muralla de Ávila, el nuevo centro de congresos crea un recinto y un paisaje. Se trata de una composición híbrida, resuelta a encontrar un lugar a los pies de la mítica muralla, al tiempo que construye una nueva plataforma desde la cual contemplar y renovar la visión de la ciudad. Mangado se ha liberado de la más amurallada de las ciudades para producir una obra de sorprendente complejidad. La exploración de las posibilidades de los planos plegados y los atractivos volúmenes que encierran hacen de esta obra un prometedor preámbulo de próximas aventuras. Se afirma como nuevo espacio público y se mantiene fiel a los instintos urbanos de su autor.

    Debo confesar que me mantengo atento y expectante ante las próximas realizaciones de Mangado. Vivo al otro lado del Atlántico, en Houston, una de las ciudades más ferozmente dominadas por la tiranía del mercado. Desde este punto de vista, la obra de Mangado me recuerda el altísimo nivel de la arquitectura contemporánea española, probablemente el más alto del continente europeo. Me refiero al tipo de logros mediante los cuales la arquitectura consigue cumplir con la sociedad y servir a su comunidad de un modo trascendente. Últimamente vemos con demasiada frecuencia cómo la obligación primera de la arquitectura se somete al dictado de modas que aparecen y desaparecen de la noche a la mañana. Ya sea impulsada por un público que todo lo devora, por unos medios de comunicación faltos de criterio o por los vientos de una globalización indiscriminada, esta realidad satura el actual panorama arquitectónico con unos resultados más bien mediocres. El contacto con la obra de Mangado nos recuerda que la arquitectura es, ante todo, un servicio inspirado por fuerzas artísticas y sociales. Perdurar es la necesidad fundamental de la arquitectura, y también su propuesta más radical en un mundo inmerso en la constante devaluación de las esferas de lo público y lo material. Sin embargo, esta resistencia no sólo reside en el valor de la obra como construcción o en su compromiso con el tiempo, sino más bien en ese sentido universal de urgencia por el cual la arquitectura mejora y enriquece la vida pública, validándose como actividad en los más diversos lugares del globo y en las obras de algunos profesionales ejemplares. Decididamente, Francisco Mangado es uno de esos arquitectos que ya no trabaja un rincón apartado del mundo. En esta reconciliación global su obra muestra un profundo amor por la arquitectura al tiempo que proyecta al exterior su irremediable optimismo.'

Extracto del libro


  • Texto de la introducción:

    'Mangado en materia: paisajes de provincia
    por Luis Fernández-Galiano

    Arquitecto de la materia, arquitecto del paisaje, arquitecto de la provincia: la obra de Francisco Mangado se desarrolla en el fértil encuentro de la exploración técnica y táctil de la materia, la interpretación del paisaje denso o disperso y el diálogo desafiante o dócil con la provincia. Como diseñador y constructor, utiliza los materiales con una inteligencia inventiva que se somete al juicio de la retina que calibra o a la discriminación de la mano que sujeta; como urbanista de paisajes, se enfrenta a la ciudad y al campo con una voluntad simultánea de renovación y continuidad que no se aleja de la reconciliación convencional de modernidad y tradición; y como personaje periférico, cultiva su relación con el entorno social o institucional con una mezcla estimulante de provocación y persuasión, subversión y sometimiento. Innovación cautelosa, urbanidad pacífica, pragmatismo local: tales son los mimbres con los que está tejido el éxito urgente de Mangado, tales los ejes en torno a los que gira su actividad acelerada, tales los puntales que sostienen sus paisajes impacientes.

    Cuando culminó la primera década de ejercicio profesional, presenté la publicación de sus trabajos como una obra coral, cuya pluralidad de referencias y registros servía como resumen ejemplar de las influencias e inquietudes de una joven generación española: heterogénea en sus maestros, dispersa en sus intereses, sincrética en sus ideas, y sin otra adscripción definida que a una cierta abstracción lírica ni otra fidelidad notoria que a un impreciso realismo constructivo. Diez años después, la carrera de Mangado se ha desarrollado en número de proyectos y extensión geográfica, pero estas mudanzas cuantitativas y territoriales no han alterado su cualidad ni su dirección: ni el mayor volumen de obra ni la creciente intervención más allá de los límites de su base navarra han modificado su trayectoria hasta el punto en que pudieran distinguirse en ella etapas o periodos. Forzando algo los contrastes para perfilar el retrato con las sombras, y sin embargo, subrayando las continuidades esenciales, ha usado en esta ocasión el artificio de los lustros para orquestar su itinerario en cuatro movimientos. Entremos pues en materia.

    1986-1990: elegancia sin estilo, pero no eclecticismo sin escuela

    El primer lustro se coloca bajo la rúbrica de una refinada elegancia sin estilo definido, lo que no debe entenderse con un mero eclecticismo sin adscripción a escuela alguna. Desde el primer proyecto, la plaza de Olite, hasta la casa de cultura en la misma localidad que cierra arbitrariamente este ciclo, los proyectos se suceden sin otro hilo conductor que el refinamiento en el detalle, la sensibilidad ante el material y la adaptación al contexto. La ironía soterradamente postmoderna de la plaza, con su fuente cónica y sus bancos clasicistas sobre el pavimento alfombrado que oculta la figuración medieval se hace rossiana en las bodegas de Irache, cuya solemnidad funcional y vernácula evoca también el Moneo de Mérida; el racionalismo lacónico y sotiano del centro de salud de Iturrama se alivia con la reinterpretación contemporánea de elementos tradicionales como el mirador o la marquesina, mientras la horizontalidad escandinava de las bodegas de Olite combinan las citas de Jacobsen o Aalto con la calidez convencional de las celosías de roble; y la urbanización de Mendillorri amalgama el bloque lineal moderno y las pequeñas torres agrupadas en manzanas según el modelo de la Rauchstrasse berlinesa, la fenestración disciplinada à la Tendenza de las fachadas cerámicas exteriores y el expresionismo modelo Bonjour tristesse de las cintas blancas ondulantes en las zonas interiores.

    Estos compases iniciales donde la influencia de la postmodernidad historicista, tipológica y contextual se diluye en una matriz testarudamente moderna tienen su colofón en dos remodelaciones: las viviendas de Estella, con los pálidos ecos orgánicos de Siza o María Coronel en los patios curvos que iluminan las zonas alejadas de los balcones; y la casa de cultura de Olite, con el interior fracturado por diagonales y cerchas que se despliega tras la fachada del XVII, para cerrar con expresividad mecánica y esquizofrenia patrimonial una etapa ecléctica que habría de tener una influencia creciente en la escuela de Pamplona, donde la presencia como profesor de Mangado robustecería su perfil de realismo constructivo y exigencia formal. En el mundo se había transitado desde el clasicismo temático y urbano de la IBA berlinesa hasta el futurismo inestable y catastrófico de la deconstrucción neoyorquina, y ese mar de fondo de convulsiones o mudanzas emerge en el paisaje plácido de la próspera Navarra como un leve oleaje que riza la superficie de la modernidad militante con la que sus jóvenes turcos renuevan la sociedad tradicional.

    1991-1995: lecciones sin lenguaje, pero no legibilidad sin lírica

    Con una plaza se inicia también el segundo lustro, que se ha querido describir como un conjunto de lecciones de diseño sin un lenguaje específico que las enhebre, aunque de nuevo aquí la búsqueda de la legibilidad pedagógica de las intervenciones no excluye de ninguna manera el sustrato común de la lírica de la materia y el respeto al silencio del paisaje. En su natal Estella, Mangado construye un ámbito peatonal cuya principal virtud es la neutralidad distraída con la que articula un paseo arbolado y una plaza ceremonial con un quiosco-lucernario, insertándose sin esfuerzo en la escala urbana con los acentos de diseño del mobiliario, y depurando de referencias figurativas su proyecto de Olite para pavimentar el camino hacia las posteriores plazas de Burdeos y Madrid; en Zuasti, cerca de Pamplona, orquesta con naturalidad las piezas delica damente construidas de un club de golf para adaptar una finca jalonada con edificios históricos y ruinas a unos nuevos usos recreativos, con un diálogo fragmentado entre geometría y paisaje que prefigura el de Orense o Escriche; y en el parque de su urbanización de Mendillorri, conforma una escuela con secos prismas de ritmo sincopado y pieles de hormigón con perforaciones de pentagrama donde se abrevia taquigráficamente la abstracción musical y matérica de obras ulteriores.

    También en este periodo son significativas las obras residenciales, con las 54 viviendas de la Misericordia en Estella o las 31 viviendas de Tafalla, donde los acentos de urbanidad curvilínea o énfasis diagonal sirven para singularizar propuestas esencialmente pragmáticas; más innovadoras son las casas unifamiliares, como la exquisita y hermética levantada para un fotógrafo en el casco viejo de Estella, cuya sobria fachada contextual oculta un interior de luminosa depuración transparente y metálica que conocerá una segunda versión en la casa Mikaela de Gorraiz; o los paralelepípedos neoplásticos del proyecto de casa en Corella, que serviría de ensayo para la materialización en Irache de otra vivienda unifamiliar de similar vocación horizontal, aunque aquí enriquecida por la opulencia táctil del revestimiento pétreo y los gestos inclinados o curvos con los que Mangado manipula la luz o las vistas mientras subraya la elegancia apaisada de sus prismas en el paisaje: todo muy español, periférico y pertinente a la vez en su interpretación pausada de la modernidad empírica durante unos años en los que el mundo estuvo pendiente de la península.

    1996-2000: proyectos sin problema, pero no profesión sin pensamiento

    El tercer movimiento, que culmina en el Baluarte de Pamplona y contempla asimismo la extensión del trabajo de Mangado fuera de Navarra, comprende una colección de obras que se enfrentan al proyecto con ánimo resolutivo, subordinando a la eficacia de la respuesta cualquier gusto por la naturaleza problemática de la arquitectura como manifestación cultural, pero sin que esta actitud de productividad expeditiva —que cristaliza en un nutrido grupo de realizaciones, y en un no menos numeroso conjunto de proyectos y propuestas de concurso— derive en la mera profesionalidad ayuna de pensamiento. En esta sección se incluyen la nave de Gamesa o el centro de salud de San Juan, dos obras de inteligente implantación cuya plasticidad escultórica se refuerza con el sugestivo uso de los materiales de revestimiento; proyectos domésticos a los que la escala y el refinamiento constructivo dotan de una dimensión casi pública, como la escenográfica casa de Gorraiz o el inesperado restaurante de Azagra, un espacio mágico y táctil en un entorno anónimo; y realizaciones residenciales que prolongan el trabajo anterior del arquitecto en contextos diferentes o familiares, como las correctas viviendas de Cizur o el interminable bloque de Mendillorri.

    Desde luego, el proyecto clave de esta etapa es el Baluarte, formado por dos prismas acostados —realizados con la habitual maestría material— mediante los cuales la arquitectura del auditorio y palacio de congresos se somete a la ciudad, creando una nueva plaza que servirá de umbral para otros dos importantes proyectos urbanos, las plazas de Pey-Berland en Burdeos y Salvador Dalí en Madrid, que trasladarán la experiencia previa de su autor a entornos de mayor visibilidad pública y política; esta proyección exterior, que se había iniciado azarosamente con los proyectos de Thiene y Goa, se refuerza con victorias en concursos que amplían su trabajo a otras regiones españolas, como el prototipo de piscinas cubiertas levantado en La Coruña o la adaptación de una fábrica a usos culturales y congresuales en Palencia. Manteniendo su base en Pamplona —donde se ha convertido en la figura de referencia de una escuela que ha renovado trasladando a ella experiencias de su docencia en Harvard, y donde sigue proyectando obras tan pedagógicas en su claridad diagramática como las oficinas de Acunsa en el campus universitario— Mangado ingresa en el milenio con un turbión de concursos de sabor neomoderno en Burgos, Zaragoza, Madrid o Barcelona, que expresan su voluntad de expansión y ambición hiperactiva.

    2001-2005: rigor sin rutina, pero no racionalismo sin región

    El nuevo ritmo de producción de proyectos no genera, como podría pensarse, una cierta rutina del rigor; por el contrario, la disciplina constructiva y funcional se hace compatible con una explosión formal en sintonía con el expresionismo cristalográfico de nuestro tiempo convulso. Y tampoco el testarudo racionalismo del trabajo deviene formulario, procurando siempre reconciliar la continuidad con la inventiva, y la lógica genérica con las circunstancias específicas del entorno geográfico y social. Así en los concursos exitosos del museo arqueológico de Vitoria, el auditorio y centro de exposiciones de Ávila o la sede de Fomento de Construcciones y Contratas en Madrid; así también en los concursos sin éxito de la biblioteca de Gracia, las viviendas de Bayer en Barcelona o las piscinas cubiertas en Leioa. Pero no es fácil valorar el trabajo en marcha de un arquitecto tan obsesivo en las direcciones de obra como éste: aunque en este recorrido los proyectos se hayan agrupado por su fecha inicial de elaboración, la posterior materialización constructiva es tan decisiva que obliga a dilatar el juicio hasta su término. Esta prolija floración formal de paisajes de provincia no puede hacer olvidar que, por encima de todo, Mangado es un arquitecto de la materia.

    Transcurridos veinte años de vida profesional, y por lo tanto sin haber cruzado aún el ecuador estadístico de su trayecto, los significativos logros del arquitecto navarro hacen esperar un acervo de realizaciones con pocos equivalentes en la península. La testaruda determinación y apasionada exigencia de Mangado han hecho de él algo más que un autor ensimismado, como tantos de los que proliferan en el escenario de una disciplina devenida narcisista, donde las demandas prosaicas del programa, el presupuesto o los plazos se sacrifican en el altar equívoco de la creación artística. Llegado a la madurez, Mangado ha sabido hallar un raro equilibrio entre el refinamiento estético y las lógicas convergentes del cliente y la ciudad: un pacto entre la emoción y la razón que hace de la arquitectura un arte útil, y de su práctica una profesión de servicio.'


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