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Juan-Ramón Capella

Penar hasta morir por un poema

Osip Mandelstam compuso un poema sobre Stalin. He aquí una traducción, que obviamente prescinde de la musicalidad rítmica que tiene el poema en ruso. La musicalidad es esencial en la poesía rusa:

Vivimos sin sentir la tierra bajo nuestros pies,
Nuestras voces, a diez pasos ni se oyen.
Y cuando nos atrevemos a hablar con medias palabras,
Al montañés del Kremlin siempre evocamos.
Sus gruesos dedos son grasientos gusanos,
Y sus seguras palabras, pesados pesos.
De su mostacho se ríen las cucarachas,
Y relucen las cañas de sus botas.
Una taifa de pescuezudos jefes le rodea.
Con esos hombrecillos juega a hacer favores:
Uno silba, otro maúlla, un tercero gime.
Y solo él parlotea, y a todos a golpes
Un decreto tras otro como herraduras clava
En la ingle, en la frente, en la ceja, en el ojo.
Y cada ejecución es una dicha
Para el ancho pecho del oseta.

He escrito que Mandelstam compuso este poema: lo compuso, pero no lo escribió. Lo mantenía en su cabeza, y lo recitó solamente una vez en una reunión de amigos.

Cuando le detuvieron, su esposa recurrió a Bujarin, que por entonces ya era tan solo director de Pravda. Y Bujarin acudió al ministro del interior a interesarse por Mandelstam. —Pero ¿no sabes lo que ha hecho? —le preguntó el ministro. Bujarin no lo sabía. Entonces, amablemente, el ministro del interior le recitó, de memoria, el poema.

Mandelstam fue condenado a trabajos forzados y le enviaron a Kolimá, el peor sitio del gulag si es que alguno era el peor. Allí murió hacia 1938; de frío, según Shalámov, que lo vio (otro coloso de la literatura rusa también condenado allí).

Esta historia debería bastar para comprender en qué infierno había dado la Revolución de Octubre. Para entender que la contrarrevolución nacionalista gran rusa de Stalin solo usó los ideales socialistas como retórica para encubrir una acumulación industrial originaria realizada a toda prisa a costa de la población obrera y campesina, y, de paso, sacrificando a los opositores significados. Fue asesinado cualquiera, civil o militar, que pudiera constituir una alternativa al gobierno de Stalin, cabeza y referente de aquella burocracia con uniformes de cuero nuevo.

Entre quienes escucharon recitar a Mandelstam, obviamente, había un amigo espía, un traidor. Ya antes de aquel recitado los Mandelstam no estaban bien vistos. Una pareja amiga fue a visitarles. Dijeron: «Vosotros tenéis un apartamento muy bonito, pero os lo van a quitar. ¿Por qué no nos lo cedéis, y así no irá a parar a cualquiera de ellos?».

Esos eran los aires que se respiraban. Contra toda esperanza, como es el título del libro de Nadezhda Mandelstam, me rebeló contra una izquierda que no se atreve a analizar cómo se vino abajo la Revolución de Octubre, cómo creció una nueva clase burocrática que, andando el tiempo, acabaría apropiándose de todo lo que la población de la Urss había construido con su sacrificio en circunstancias trágicas. La nueva clase ya administraba todo aquello; pero la mayoría pensó que lo que administraba no podía ser heredado, mientras que la propiedad sí. Protocapitalistas, incluso gerifaltes, metidos en el llamado Partido Comunista de la Unión Soviética.

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2023

Mas no por ello ignoramos
que también el odio contra la vileza
desencaja al rostro,
que también la cólera contra la injusticia
enronquece la voz. Sí, nosotros,
que queríamos preparar el terreno a la amistad
no pudimos ser amistosos.

Bertolt Brecht
An die Nachgeborenen («A los por nacer»), 1939

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