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Juan-Ramón Capella

Solos en la prehistoria

Hemos llegado a un punto en que parece que estamos en la prehistoria. En una nueva prehistoria Antes de que la historia verdadera comience o recomience, si es que ha de recomenzar. Sin duda vendrán las catástrofes —o «dificultades», para los que se la pillan con papel de fumar— ligadas a la gran crisis ecológica del industrialismo y el consumismo. Pero las catástrofes forman parte de la historia como el escenario en que se desenvuelve la historia voluntariamente humana. Y la historia, es verdad, parece haberse detenido en este estadio de capitalismo paroxístico que sufrimos.

¿Pero no tenemos una tecnología en imparable avance que nos sacará de ésta?

La tecnología puede introducir cambios, pero está en manos de quien está. Aunque se pueda intervenir quirúrgicamente a distancia, eso no es para las personas corrientes, sino para quien lo puede comprar. No por mucho teclear en nuestros aparatejos va a cambiar la historia.

La verdadera historia de progreso social, lo sabemos, es obra de la multitud. No hay progreso social de otra manera Y la multitud, hoy, no está por la labor. Más bien adopta en dispersión, atomizada, la forma reformista, de la mala socialdemocracia: la de encogerse para no recibir demasiados palos. No la revolucionaria de resistir de verdad, de tratar de devolver golpe por golpe. Por eso la multitud, educada por el capital en el consumismo, no existe políticamente. Hay, efectivamente, en nuestro mundo, puntos de resistencia, de solidaridad social, de decencia, pero en el fondo resultan, hoy por hoy, políticamente irrelevantes —perfectamente tolerables por el poder real— aunque son más que necesarios y valiosos socialmente.

Para nosotros el riesgo peor es el de desnaturalizarse, el de abandonar las posiciones que siempre hemos defendido, creyendo que eso es inútil. Sin duda hay que cambiar muchas cosas, pero en lo esencial hay que seguir igual.

Mira a tu alrededor: verás mucho pingo almidonado. No querrás nunca verte a ti mismo así.

No habrá credo al que aferrarse. Ni credo, ni tribunos. Lo que suceda será una suma de respuestas a situaciones insostenibles. Pero también sabemos que las situaciones insostenibles se sostienen duraderamente: basta ver lo que ocurre en la guerra entre Rusia y Estados Unidos a través de Ucrania. Duradera. Y es un mal ejemplo, pues esa guerra es solo un episodio de otra mayor y más amplia en la que nos quieren encajar, en la que ya han empezado a encajarnos.

Algo cambiará —es de esperar— porque en el fondo nada del mundo es estático. Que las respuestas a lo insostenible —a la destrucción de los bienes-fondo de la naturaleza, que no tendrán las generaciones siguientes; a salarios que no permiten formar familias; al hambre de niños que comen una vez al día en el centro mismo del Imperio; a la falta de respeto de tantos hombres para con las mujeres; a la pérdida generalizada del respeto y del pudor; al horror de una cultura hecha de gritos publicitarios que impiden pensar a tantos; a la desaparición del silencio—: que las respuestas a lo insostenible confluyan, que se forme de nuevo una multitud densa será cosa de los resistentes mismos. Nada está escrito de antemano.

Llevamos ya mucho tiempo viviendo una prehistoria de barbarie y conformismo, de entretenimiento con los gadgets tecnológicos que nos enajenan, de darle vueltas y más vueltas al pasado pese a que sabemos muy bien que agua pasada no mueve molino.

Las vidas de los seres humanos no tienen más sentido que el que los humanos le queramos dar. La enajenación contemporánea, oficial, dice implícitamente que el sentido de la vida humana es divertirse hasta morir. Lo peor no es que la mayoría ni siquiera pueda permitirse eso pese a trabajar hasta enfermar. Lo peor del presente es que una amplia mayoría de personas ni siquiera se pueden plantear qué sentido quieren dar a sus vidas y menos aún materializar prácticamente ese sentido, realizarlo. Si lograran ver con nitidez la esclavitud cultural a la que están sometidas —la ideología enajenante que las aprisiona— podrían llegar a ser nuevos Espartacos.

Temo que el progresismo oficial, con sus falsas alegrías, pase factura, esto es, que muchas gentes, hartas de inanidades, engrosen las filas de la reacción derechista. Mucha España vaciada, muchos complementos dinerarios miserables, violencia de género explícita como nunca, muchos aplausos a los explotados sanitarios… Pero una cosa es predicar y otra dar trigo, y el sistema se guarda el trigo para los silos dinerarios de esos ricos de ahora, modelos para multitudes, que calzan zapatillas deportivas.

22 /

9 /

2022

Mas no por ello ignoramos
que también el odio contra la vileza
desencaja al rostro,
que también la cólera contra la injusticia
enronquece la voz. Sí, nosotros,
que queríamos preparar el terreno a la amistad
no pudimos ser amistosos.

Bertolt Brecht
An die Nachgeborenen («A los por nacer»), 1939

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