SÁNCHEZ ROBAYNA, NUEVAS CUESTIONES GONGORINAS

RESEÑA. Autora: Mercedes Blanco
Vol. 2 / julio 2019 – INDICE

Sánchez Robayna, Andrés, Nuevas cuestiones gongorinas, Madrid, Biblioteca Nueva, 2018, 296 pp. (ISBN: 978-84-17408-07-7)

 

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Robayna - Nuevas cuestiones gongorinasCasi un siglo después de la publicación, en México, de las pioneras Cuestiones gongorinas (1927), de Alfonso Reyes, este libro reúne una colección de estudios acerca de Góngora bajo el título de Nuevas cuestiones gongorinas, escogido en homenaje al ilustre escritor mexicano.

…..Como Alfonso Reyes, Andrés Sánchez Robayna combina las cualidades del estudioso y del creador. Reconocido como uno de los mejores especialistas actuales de la literatura del Siglo de Oro, es también una de las voces poéticas más apreciadas de hoy, y un gran conocedor de la lírica moderna en portugués, francés, inglés y alemán. La última antología de su obra poética, que abarca cuarenta y cinco años de producción, apareció en Visor en 2015. En el autor de Cuestiones gongorinas, reconoce el de Nuevas cuestiones un ideal: una escritura que concilia la austeridad de la labor filológica con la belleza intelectual. Y en efecto, la prosa de Reyes no ha perdido su encanto y sus estudios nos sorprenden con planteamientos que, como todo lo que un día fue realmente nuevo en materia de humanidades, no han sido del todo suplantados por lo que vino después. En el volumen de moderada extensión formado por sus Cuestiones gongorinas y sus Tres alcances a Góngora, se suceden labores de puro filólogo y ejercicios de libre lectura, como “Lo popular en Góngora”. También es extraordinario cuando apela a la “necesidad de volver a los comentaristas”, invitándonos a leer a Pellicer, a Salcedo y a sus congéneres, y trazando un cuadro, tan animado como exacto, del “furor” que despertó entre los lectores más cultos del siglo XVII el ejercicio colectivo de interpretar las poesías más difíciles del poeta andaluz. De las ideas generosamente prodigadas por Reyes se ha nutrido la investigación que, desde entonces, ha transformado a Góngora en una figura familiar, aunque siempre imponente, la de uno de nuestros clásicos más vivos y mejor editados y estudiados.

…..Pues bien, en las Nuevas cuestiones gongorinas que propone Sánchez Robayna se reconocen cualidades comparables, en un estadio mucho más avanzado de nuestros conocimientos. El volumen se compone de un conjunto de doce textos, en su gran mayoría ya publicados en los últimos veinte años, precedidos por una introducción. El conjunto, de notable variedad, defiende tesis muy firmes que aseguran su cohesión. El autor tiene en cuenta la abundante bibliografía crítica de las últimas décadas, apoyándose de manera prioritaria en las sólidas contribuciones de Antonio Carreira.

…..Entre estos textos no todos son estudios en sentido estricto: una entrevista llevada a cabo por otro distinguido especialista del poeta, Joaquín Roses (pp. 251-263); una reseña, la de Gongoremas de Antonio Carreira (1998), bajo el título “Góngora: texto y sentido”, que da cuenta no solo del libro, sino del método y del estilo crítico de Carreira; un ejercicio de introspección en el que Sánchez Robayna evoca su fascinación precoz por el antiguo poeta y da ejemplos de poesías suyas escritas “bajo el signo de Góngora” (pp. 205-224).

…..Los otros nueve capítulos también pertenecen a tipos distintos, aunque en todos se reconozcan las cualidades del autor, no siendo la menor de ellas el entusiasmo genuino y palpable que en él despierta su tema.

…..En algunos se analiza un poema en concreto, siempre bajo el prisma de un concepto que ilumina su génesis y su posteridad. Así se movilizan y se articulan los de traducción y tradición a propósito de un soneto predilecto, “Oh claro honor del líquido elemento” (1582). Dedicándole dos ensayos complementarios (pp. 225-250), Sánchez Robayna descubre en el Góngora veinteañero que urdió estos catorce versos un verdadero genio de la traducción. Vertiendo un texto de Bernardo Tasso, O puro, o chiaro o fiumicel d’argento, “Oh claro honor”, el joven poeta acoge la sabiduría de la poesía italiana del Renacimiento, como si desviara las aguas del río de la tradición extranjera para irrigar su propia lengua. La idea y las expresiones –calcadas del texto traducido– se orientan hacia un concepto nuevo surgido de una imaginación febril, pero expresado con tanta elegancia que casi parece natural. Así el traductor abre a su vez el cauce de una tradición, que termina regresando a la lengua de partida, con la traducción del soneto español al italiano por Giuseppe Ungaretti, en los años treinta del siglo pasado.

…..La misma alianza de exégesis de un texto breve y de perspectivas teóricas se verifica en un segundo estudio dedicado a analizar una de las composiciones más misteriosas, al tiempo que transparentes, de Góngora: la letrilla “No son todos ruiseñores”. La resonancia del motivo de la armonía del mundo, de larga tradición cultural, explica, según el exégeta, que en esta letrilla la límpida sencillez resulte tan profunda y enigmática (pp. 59-82).

…..En un tercer estudio, dedicado al “inacabamiento de Las Soledades” (pp. 29-58), Sánchez Robayna parte de algo que parece más menudo todavía: no explica un texto breve, sino que medita sobre el final ausente en muchos de los textos de Góngora. Esta ausencia intriga particularmente en su obra maestra, las Soledades. Rechaza, con muy buen sentido, la explicación coyuntural o accidental (por el cansancio, la dolida sensibilidad del poeta ante la virulencia de sus censores, y otros motivos parecidos), lo mismo que se niega a la facilidad de invocar la noción anacrónica de “obra abierta”. Con toda razón se muestra escéptico acerca de un supuesto proyecto de cuatro Soledades, que formarían un ciclo en torno a las edades del hombre, o de los diferentes tipos de paisaje, noticia propalada por dos auto-proclamados amigos del poeta después de su muerte. Sánchez Robayna conecta el “inacabamiento” del gran poema gongorino con el de ciertas obras maestras capitales de la tradición latina, de la que tanto dependieron Góngora y los lectores de su tiempo, la Eneida de Virgilio y los Fastos de Ovidio. Lo curioso, observa, no es tanto que Góngora no terminara la Soledad segunda, sino que empezara a difundir Soledades sin terminarlas. A partir de este y otros datos ponderados con gran acierto, deduce que, en la concepción de Góngora y de su tiempo, “el inacabamiento formaba parte de un sistema de valores literarios en el cual las obras de mayor ambición, que podían quedar inconclusas por razones diversas, no merecían menor aprecio por el hecho de quedar inconclusas”. Esta reflexión podría dar lugar a discusiones y desarrollos del mayor interés, en un ámbito mucho más amplio que el de la incógnita inicial (¿por qué quedaron sin terminar las Soledades?) o que la misma interpretación de Góngora.

…..El segundo núcleo del libro se compone de cuatro estudios, destacables por su extensión e importancia, dedicados a considerar “el alcance y la influencia” de esa poesía en diferentes tiempos y espacios: trazando un panorama de la recepción de Góngora en Europa y su estela en América (siglos XVII y XVIII) (pp. 83-118), interrogando el “concepto de gongorismo” (pp. 119-142),  y persiguiendo imágenes de Góngora en la lírica del siglo XX (143-160), y huellas del poeta en la “moderna lírica europea” (161-197). Si los dos primeros interesan por las clarificaciones que aportan y el gran acopio de información que manejan, los dedicados a la lírica moderna constituyen aportes de mayor originalidad, donde se aprecian tanto las cualidades de crítico de Sánchez Robayna como su experiencia de creador. En ellos descubrimos lo mucho que supo decir Góngora a poetas como el brasileño Murilo Mendes, el suizo Philippe Jaccottet, el inglés W. H. Auden, el francés Jean Cocteau, el alemán Johannes Bobrowski y la portuguesa Ana Hatherly. Las exquisitas traducciones que ofrece Sánchez Robayna de algunos de sus textos realzan el valor de sus comentarios.

…..De estos ensayos se desprenden ideas declinadas en múltiples facetas, que justifican en último término la existencia del libro como tal. Estas ideas, vinculadas entre sí, son la que niega el lugar común de la intraducibilidad de la poesía en general y de Góngora en particular; la que refuta que los contornos del gongorismo coincidan con los de los imitadores de Góngora, en el sentido restrictivo y despectivo que se suele dar a la palabra imitación;  y la que demuestra la falacia de quienes piensan que el poeta limita su vigencia a su tiempo y a su idioma. Al contrario, sostiene Sánchez Robayna, se demuestra que la poesía puede traducirse, como el camino se demuestra andando, por la existencia de muchas traducciones excelentes, en las que algo inevitablemente se pierde pero donde también se gana a veces algo de tanto o más valor. Esto es también verdad de esta poesía de Góngora donde parece importar ante todo el manejo del idioma. La poesía se nutre de traducciones: el ámbito de una lengua y de una tradición se dilatan por el injerto de otra, y el buen traductor de poesía o es o se hace poeta, mediante el estímulo y las enseñanzas que proceden de otro. El gongorismono es ni fue nunca el contagio de algunas palabras y de algunos artificios sintácticos repetidos ad nauseam, como quisieron hacerlo creer los enemigos del poeta, a los que perezosamente se dio crédito durante varios siglos. El gongorismo es la lección capaz de renovarse indefinidamente que puede extraerse de una obra insustituible. Esta tesis, que se desprende de todo el libro, se hace explícita la conferencia titulada “¿Qué podemos aprender hoy de Góngora?” (pp. 263-290), que sirve de colofón a esta colección de ensayos. Góngora, el poeta español que, junto con Garcilaso, mejor asimiló la cultura  y el lenguaje del Renacimiento italiano, añadiéndole la del llamado manierismo, es admirable por ello y por haber desplazado y transformado esta cultura de la que estaba impregnado y en la que se movía con pasmosa facilidad. Añadamos que, niño prodigio según lo describen, de modo tópico pero no necesariamente falso, sus primeros biógrafos, asimiló muy joven la mejor literatura humanística de su tiempo, la de los clásicos editados por grandes filólogos, junto con las riquezas del castellano hablado en lo que tal vez fue el mejor momento de la lengua. Góngora es un maestro del concepto, y el concepto  no es otra cosa que el arte de fundar en razón y en las razones del lenguaje, presente y pasado, los pensamientos más ceñidos a lo real, más agudos y sorprendentes. Visionaria y musical, la poesía de Góngora no es solo eso: no solo suena, no solo es rica de imágenes, no es mero despliegue lúdico de los poderes expresivos del lenguaje; el placer que causa también es debido al chisporroteo de ideas agudas y certeras. Además, alienta en sus textos un gran pensamiento: el que disuelve el contraste entre lo humilde y lo heroico, lo común y lo extraordinario. Algo de todo esto bebieron, aunque en grados muy varios, los mejores poetas de la llamada Edad de Plata, los que “surgieron en el decenio de 1920”. Pero el gongorismo de estos poetas no está necesariamente, en opinión de Sánchez Robayna, donde suele verse. No hay que buscarlo tanto allí donde es exhibido, en la Soledad tercera de Rafael Alberti y textos similares, como allí donde se disfraza de singularidad y de modernidad vanguardista: en el refinado humorismo de algunos textos de Gerardo Diego, en las metáforas insólitas de Ramón de Basterra, y en la musicalidad críptica, “surrealista”,  de Juan Larrea. Hoy todavía, y más que nunca, concluye Sánchez Robayna, podemos aprender de Góngora que la cultura no está reñida con la libertad, y que en el ámbito poético, traducir de verdad requiere tanta fuerza como inventar, y es muchas veces la condición de la creación. Podemos recordar gracias a él la diferencia entre imaginación y fantasía, y cómo el vuelo de la imaginación, para llevar al arte, debe sujetarse a una “precisión fuera de lo común” e ir cargado, aunque no lastrado, con una cultura polimórfica, que abarque desde el remoto ayer hasta el presente, desde lo que tenemos de más propio hasta lo que parece más ajeno.

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