El estudio de la diversidad de dietas en los cazadores- recolectores ha sido ampliamente documentado como la base de su subsistencia y guía para entender estrategias de aprovisionamiento, movilidad, usos tecnológicos y trayectorias culturales desarrolladas por parte de estos grupos (Belmar 2019; Binford 1991; Dillehay et al. 2008; Hather y Mason 2002; Lee y DeVore 1968, 1995).
En las investigaciones arqueológicas realizadas en los canales occidentales de Patagonia, en el archipiélago de los Chonos (Figura 1), efectuamos una serie de registros arqueológicos y bioantropológicos que definieron la ocupación de este sistema insular por parte de cazadores recolectores pescadores marinos desde el Holoceno Medio hasta el contacto europeo (6260-330 años cal AP) (Reyes et al. 2015, 2016). La fragmentación y las distancias de este extenso sistema insular influyeron en el desarrollo de un sistema de movilidad solo posible a través de la utilización de canoas por parte de grupos especializados en la subsistencia fundamentada en la explotación de recursos del medio litoral y marino, tal como lo respaldan los conjuntos tecnológicos, arqueofaunísticos y los valores de δ13C y δ15N obtenidos de los restos humanos recuperados (Reyes et al. 2019a). Son estos últimos análisis los que orientan las interpretaciones sobre subsistencia y el concepto de dieta principal ingerida y asimilada por estos grupos canoeros septentrionales (Barberena 2002, 2008; Coltrain et al. 2016; Kochi 2017; Richards y Hedges 1999), apoyando la discusión sobre el énfasis en la explotación de recursos litorales y marinos por sobre el consumo de recursos terrestres y estableciendo diferencias significativas respecto a otros grupos canoeros del resto del archipiélago patagónico (Reyes et al. 2019a).
Pese a señalar que la dieta de estos grupos canoeros, a lo largo de toda la secuencia arqueológica pre-contacto europeo (1553 DC, Gallego 1553) y en los primeros 200 años del contacto europeo, fue fundamentalmente marina (Tabla 1) (Reyes et al. 2019a, 2019b), entendemos que existe un conjunto de recursos relacionados con la dieta (p.ej., frutos y vegetales) que no se encuentran representados significativamente en el registro arqueológico de cazadores recolectores (p.ej., Belmar 2019) ni en los valores de δ13C y δ15N en colágeno, en la medida que esta fracción ósea registra principalmente la dieta proteica (Ambrose y Knorr 1993). De esta manera, los estudios aquí propuestos se plantean como un complemento de los anteriores, brindando una imagen más compleja de la dieta y la subsistencia de los canoeros marinos (Cristiani et al. 2018; Wang et al. 2015). Diversos estudios etnográficos señalan que la dieta se conforma de diferentes tipos de alimentos, en que la ingesta principal o más recurrente se complementa con otros alimentos de forma suplementaria (Belmar 2019; Codding y Kramer 2016; Tanaka 1998). Así, cronistas y misioneros de los siglos XVI y XVII señalan que en los grupos canoeros distribuidos en el archipiélago septentrional existía un consumo ocasional de plantas y algunos cultivos en islas (Ercilla y Zúñiga 2009 [1569]; Goicueta 1558; Vivar 1558). Algunos investigadores sostuvieron que hace ~1000 años AP habría habido contactos entre grupos canoeros con grupos portadores de cerámicas y prácticas hortícolas procedentes del sur de Chile (Aldunate 1996; Cooper 1917, 1946; Menghin 1962). Por otro lado, en el resto del archipiélago patagónico se documenta el uso de plantas silvestres por parte de grupos canoeros (Bridges 1952; Chapman 2002; Emperaire 1963; Gusinde 1982; Orquera y Piana 1999). Esto lleva a preguntarnos sobre el real uso y consumo de los recursos vegetales por parte de los cazadores recolectores pescadores marinos.
Región/ Cronología | Archipiélago de los Chonos/ Precontacto | Archipiélago de los Chonos y Chiloé/ Postcontacto | |||
---|---|---|---|---|---|
δ13C | δ15N | δ13C | δ15N | ||
N | 33 | 33 | 3 | 3 | |
Media | -11,4 | 17,2 | -20,3 | 9,8 | |
Desvío Estándar | 0,9 | 0,9 | 0,7 | 1,3 | |
Mínimo | -13,9 | 15,3 | -21,0 | 8,8 | |
Máximo | -9,3 | 18,8 | -19,7 | 11,3 |
Modificada de Reyes et al. 2019a. Modified fromReyes et al. 2019a.
La evidencia carpológica (frutos y semillas), en tanto, es fundamental para determinar la presencia de elementos vegetales. En las matrices de conchales tiende a ser pobre, debido a las condiciones de alta humedad y el sustrato de conchas (González 2019; Seelenfreund 1995) o bien por los suelos muy ácidos (podzol) que dificultan la preservación de restos orgánicos (Holdgate 1961; Reyes et al. 2016). En contraposición, los microfósiles -como silicofitolitos, granos de almidón, calcifitolitos, microcarbones, diatomeas, polen, espículas de esponjas, tejido vegetal (Coil et al. 2003) otra evidencia para determinar la presencia de vegetales, se conservan en los residuos de diferentes soportes, por ejemplo, cerámica, instrumentos líticos y tártaro dental. Particularmente nos interesa este último, ya que ha resultado ser una vía que permite detectar el consumo de plantas por parte del ser humano (Boyadijian et al. 2016; Hardy et al. 2009; Henry y Piperno 2008; Mickleburgh y Pagan-Jiménez 2012; Musaubach 2012).
El tártaro dental se forma por la depositación de fosfato de calcio en los dientes y la absorción de minerales de la saliva en la placa bacteriana; esta funciona como una matriz que entrampa microvestigios vegetales, posibilitando que perduren en el registro arqueológico (Charlier et al. 2010; Greene et al. 2005; Lieverse 1999). El uso del aparato masticatorio al ingerir alimentos y/o procesar vegetales permite la liberación de micropartículas y su incorporación al tártaro dental (Boyadjian y Eggers 2014; Musaubach 2012). Así, el estudio del tártaro dental constituye una poderosa herramienta para abordar temas relativos a: (1) presencia de plantas en la dieta; (2) presencia de vegetales domesticados o silvestres; (3) el uso de la boca como tercera mano para el desarrollo de actividades o en la preparación de materias primas; y (4) el uso de plantas medicinales (Boyadjian 2012; Henry y Piperno 2008; Lalueza-Fox et al. 1996; Musaubach 2012; Radini et al. 2016).
Por ello, entendemos que el estudio del contenido de microfósiles en el tártaro dental humano de los individuos recuperados en el archipiélago de Chiloé y de los Chonos permite “visibilizar” el uso y/o consumo de vegetales en cazadores recolectores marinos, discutiendo su encubrimiento en el registro arqueológico y las variables culturales que se desprenden de la presencia de estos recursos (Belmar 2019). Aún más, la presencia de plantas domesticadas contenidas en los cálculos dentales de individuos pre-contacto europeo funcionaría como bio-indicador arqueológico para definir posibles contactos entre grupos canoeros y grupos hortícolas del área continental a través de la secuencia temporal.
Nuestros objetivos consisten en: (a) evaluar el consumo de recursos vegetales (silvestres y domesticados) como alimento por medio del análisis de microfósiles presentes en el tártaro dental en individuos cazadores recolectores marinos del archipiélago de Chiloé y de los Chonos; (b) evaluar, por medio de la evidencia microfósil, el uso del aparato masticatorio en la utilización de fibras vegetales y las especies comprometidas en esos trabajos; (c) identificar bio- indicadores arqueológicos (presencia de especies domesticadas) que precisen momentos de consumo de alimentos producidos, sea de contactos interétnicos entre grupos horticultores procedentes del sur de Chile con grupos canoeros del archipiélago patagónico o bien de producción local en la isla de Chiloé; y (d) ponderar la línea de evidencia microfósil con la evidencia de los análisis isotópicos en función de la complementariedad de la información dietaria posible de obtener de los restos humanos recuperados.
Marco Ambiental
El archipiélago patagónico septentrional (~41°30’ - 47° S) forma una extensa zona geográfica de 600 km de extensión que interrumpe la continuidad de la costa del océano Pacífico y se retrae en un sistema insular con notables discontinuidades biogeográficas (canales, fiordos, cadenas montañosas y campos de hielo) (Camus 2001).
Según los registros paleoambientales realizados entre el archipiélago de Chiloé y de los Chonos, ca. 14000-13000 años atrás se instauraría un bosque cerrado de Nothofagus-Pilgerodendron-Podocarpus (Lumley y Switsur 1993). Hacia el Holoceno Temprano se registraría un periodo cálido y seco en el que ocurren reemplazos de polen con presencia de Tepualia, corroborados por archivos de quironómidas (Haberle y Bennet 2004; Massaferro y Brooks 2002; Montande et al. 2013). A partir de esa fecha se interpretan condiciones más húmedas y frías (Massaferro y Brooks 2002; Montande et al. 2013). La información paleoambiental disponible sugiere que esta distribución fitogeográfica no ha variado sustancialmente durante el Holoceno excepto por fluctuaciones menores en la ubicación del margen boscoso (Bennett et al. 2000; de Porras et al. 2012, 2014; Markgraf et al. 2007).
El clima de la región archipielágica septentrional es templado con tendencia oceánica; las influencias del mar y del “Cinturón de Vientos del Oeste” causan importantes precipitaciones al oeste de los Andes (Garreaud et al. 2009), siendo más copiosas al sur de los 45ºS, con ~4.000 mm de agua caída anualmente, concentrándose más en invierno, y con temperaturas medias anuales cercanas a los ~10°C (Di Castri y Hajek 1976). La vegetación actual, propia de regímenes fríos y lluviosos, está controlada latitudinal y altitudinalmente por gradientes de temperatura y precipitación. En general, las formaciones vegetales pueden clasificarse en bosque siempre verde laurifolio o valdiviano (~37° y 43° S) con Eucryphia cordifolia, Gevuina avellana y Aextoxicon punctatum como especies características; bosque siempre verde con coníferas o nordpatagónico (~43° y 47° S), destacando Nothofagus dombeyi, Laureliopsis phillippiana, especies de Myrtaceae y Weinmannia trichosperma; y bosque subantártico (~37° y 55° S), en que resaltan N. dombeyi, Nothofagus betuloides, Nothofagus nítida, Saxegothaea conspicua, Podocarpus nubigena, Fitzroya cupressoides, Pilgerodendron uviferum y Drimys winteri (Luebert y Pliscoff 2017; Pesce y Moreno 2014).
Respecto a la fauna, hay notables diferencias entre los recursos marinos y terrestres disponibles. El ambiente litoral se caracteriza por una gran biodiversidad de mamíferos marinos (cetáceos, cachalotes delfines y marsopas, además de pinnípedos como Otaria flavescens y Arctocephalus australis) (Aguayo et al. 2006; Zamorano et al. 2010). Existen cerca de 46 especies de aves (Vuilleumier 1985) y 29 especies de peces (Navarro y Pequeño 1979; Pequeño y Riedemann 2002), mientras que las 48 especies de crustáceos, moluscos, anélidos y equinodermos tienen una amplia dispersión biogeográfica (Osorio y Reid 2004).
Los recursos terrestres, en cambio, son escasos en las islas. Se tiene registro de roedores como el coipo (Myocastor coypus) y mustélidos como las nutrias, huillín (Lontra provocax) y chungungo (Lontra felina) (Aguayo et al. 2006; Iriarte 2008). El zorro de Darwin (Pseudalopex fulvipes) y la guiña (Leopardus guigna) constituyen predadores naturales de pequeño tamaño (Iriarte 2008). Para la costa continental hay dos especies de ciervos: el pudú (Pudu puda), también presente en la isla de Chiloé, y el huemul (Hippocamelus bisulcus). Ocasionalmente se ha registrado puma (Puma concolor) (González et al. 2009).
Metodología
Materiales
Se examinó el contenido microfósil del tártaro dental de 49 individuos procedentes de 17 sitios arqueológicos del archipiélago de Chiloé y de los Chonos. Los restos sometidos a muestreo y análisis provienen de la Colección Chonos de la Universidad de Chile (N=12), donde también se encuentra un conjunto osteológico procedente de Chiloé e islas adyacentes (N=21); ambos conjuntos cuentan con información bioantropológica y registros dispares (Aspillaga et al. 2006; Ocampo y Aspillaga 1984; Reyes et al. 2019b; Rivas et al. 1999; Rodríguez et al. 2010). También se utilizó material bioantropológico procedente del archipiélago de los Chonos, que proviene de contextos documentados arqueológica y cronológicamente (N=16) (Reyes et al. 2015, 2019a) (Tabla 2). La totalidad de los restos óseos fue recuperada de sitios estratigráficos y superficiales, como conchales, cuevas y reparos rocosos. Estos últimos contienen restos humanos en superficie o bajo ésta y presentan desde unos pocos individuos hasta más de 20 conformando osarios donde los restos se encuentran dispersos, incompletos y sin posición anatómica, de acuerdo a la disturbación antrópica histórica/subactual (Reyes et al. 2015). No obstante, fue posible realizar análisis bioantropológicos básicos, sobre todo la segregación de individuos (Buiskstra y Ubelaker 1994) en los contextos mejor documentados, centrando nuestros esfuerzos en establecer cronologías absolutas directas de los restos humanos y/o de sus contextos y en la recuperación de tártaro de los individuos seleccionados.
Cronología, calibración e isótopos estables
Los restos humanos analizados presentan fechas directas (N=7); estimadas (N=31), de acuerdo al registro y cronología de los paquetes estratigráficos de procedencia y/o la asociación con otros individuos fechados del mismo contexto fúnebre representado (p.ej., osarios, entierros múltiples) (Reyes et al. 2015, 2019a, 2019b); y 11 sin más referencias que su locación, obtenidos de la Colección Chonos de la Universidad de Chile.
Los análisis fueron realizados en Beta Analityc Inc., DirectAMS Lab. y en el Center for Applied Isotope Studies (CAIS), University of Georgia. Las muestras que presentan fechas de radiocarbono directas se corrigieron calibrando a 2σ con Calib 7.0.4 (Stuiver et al. 2013) y se expresan en años antes del presente (cal AP). Para las muestras de materiales pertenecientes a cadenas tróficas terrestres como el individuo NAH1-1 se aplicó la curva ShCal13 (Hogg et al. 2013). Para las muestras de individuos con dieta marina y mixta se aplicó un efecto reservorio regional de 141 ± 43 años y 52 ± 47 años dependiendo si proceden del archipiélago de Chiloé y de los Chonos, respectivamente, y de acuerdo a los valores disponibles más cercanos (Merino et al. 2019). Se consideró la curva Mixed Marine SoHem (Reimer et al. 2013). La calibración se realizó considerando el porcentaje de recursos marinos en la dieta de cada uno de los individuos. Dicho cálculo se estimó a partir del δ13C de los individuos y de establecer dietas estimadas 100% terrestres y marinas (Coltrain et al. 2016), las cuales se determinaron con base en la ecología isotópica recopilada para el área en función de datos bibliográficos y propios (Reyes et al. 2019a, 2019b).
La cronología directa obtenida de los restos humanos en el archipiélago de los Chonos revela que la depositación de cuerpos en reparos rocosos se extiende entre los ~2000-500 años cal AP. Algunos sitios revelan que todos los individuos fueron depositados contemporáneamente o en un corto lapso, mientras que en otros hubo reutilización de estos lugares con fines fúnebres con siglos de distancia, donde depositaciones individuales generaron conjuntos colectivos diacrónicos (Reyes et al. 2015). Respecto a las inhumaciones en depósitos conchales, éstas se registran entre los ~1300- 330 años cal AP, siendo del tipo múltiple o individual. En el archipiélago de Chiloé, en tanto, los entierros en matrices conchales se registran desde ~4400 a 300 años cal AP (Reyes et al. 2019b).
La extracción de colágeno y los análisis de isótopos estables se realizaron en el CAIS. Las relaciones 13C/12C y 15N/14N de las muestras se midieron por separado usando un espectrómetro de masas de relación isotópica y se expresaron como δ13C y δ15N con respecto al patrón internacional VPDB y AIR, respectivamente, con un error de menos de 0,1‰ en ambos casos.
1=Reyes et al., 2015; 2=Reyes et al. 2019a; 3=Rodríguez et al. 2010; 4=Reyes et al. 2019b; S/R= sin referencia.
Arqueobotánica
Respecto al análisis arqueobotánico, se ejecutó bajo la perspectiva del análisis múltiple de microfósiles para caracterizar el conjunto asociado a cada individuo (Coil et al. 2003), por ello se utilizaron protocolos que no dañen aquellas evidencias más frágiles y que fueran adecuados para porciones pequeñas de tártaro, beneficiando la obtención de un conjunto mayor de microfósiles para muestras de menor peso (Boyadjian 2007; Boyadjian y Eggers 2014; Wesolowski et al. 2010). Se obtuvieron 68 muestras de los 49 individuos, se pesó cada muestra de tártaro de cada individuo (Tabla 2), luego se lavaron todas con agua destilada y se secaron. Para el caso se los individuos con doble muestra, se sumaron los pesos de ambas en la Tabla 2. Se dejó el tártaro en tubos eppendorf con 1,5 ml de ácido hidroclórico al 10% hasta que se disolviera el cálculo dental. Posteriormente, se centrifugó a 1000 RPM por 5 minutos, se extrajo el sobrenadante que fue guardado en tubos de 12 ml. Los tubos con las extracciones fueron centrifugados en agua destilada por 8 minutos para lavarlas guardando el sobrenadante, el que posteriormente fue centrifugado a 1.000 RPM por 10 minutos (Boyadjian 2007; Boyadjian y Eggers 2014; Wesolowski et al. 2010). Solo se analizaron las muestras del tártaro procesado, no el sobrenadante. Se siguió un protocolo de manipulación de los individuos y de las muestras obtenidas para resguardar la eventual contaminación y degradación de estas (Belmar et al. 2014).
La revisión y registro de las muestras se realizó bajo un microscopio petrográfico BM2100POL a 200x y 400x de aumento, llevando un registro escrito y fotográfico de los microfósiles detectados de acuerdo a las nomenclaturas definidas por Twiss et al. (1969), ICPN (Madella et al. 2005) y ICSN (2011) para los silicofitolitos y granos de almidón, respectivamente. Se consultó colecciones de referencias de elementos microhistológicos publicadas (Albornoz 2015; Belmar 2019; Boraso et al. 2004; Collantes et al. 2002; Korstanje y Babot 2007; Pearsall 2010; Piperno 2006) para establecer afinidad taxonómica. Se integró la información que proporcionan los daños causados por los tipos de procesamientos (Babot 2007) para vincularlos con las plantas identificadas, considerando que la misma masticación del aparato bucal puede dejar huellas sobre los microfósiles.
Resultados
A partir del análisis de microfósiles presentes en el tártaro dental humano se pudo identificar distintas especies vegetales consumidas y/o utilizadas con fines alimenticios, medicinales y como materia prima, tanto de origen silvestre como domesticado, además de algas marinas. De las 68 muestras estudiadas se cuantificó un total de más de 1.793 microfósiles, correspondientes, en orden de abundancia, a microrrestos afín a algas (n=956; 53,31%), microcarbones (n=495; 27,60%), tejidos vegetales (n=94; 5,24%), granos de almidón (n=79; 4,40%), diatomeas (n=64; 3,56%), silicofitolitos (n=51; 2,84%), granos de polen (n=40; 2,23%), calcifitolitos (n=10; 0,55%) y espículas de esponjas (n=4; 0,22%) (Figura 2).
El primer conjunto de microrrestos pertenece a las algas, asignables en su totalidad a Durvillaea antarctica o cochayuyo, que está compuesto por fragmentos de células articuladas de meristoderma y partes de fronda dioica: células germinales de anteridios, oogonios y paráfisis ramificada (Boraso et al. 2004; Collantes et al. 2002); este se registra en 11 de los 17 sitios estudiados (Tabla 3), abarcando sitios desde el Holoceno Medio hasta tiempos históricos (Reyes et al. 2019b). El segundo conjunto corresponde a microcarbones, que no presentan formas diagnósticas que permitan reconocer partes anatómicas o determinación a nivel de especie. En cambio, el tercer conjunto, equivalente a tejidos vegetales, permite mayor precisión de las partes anatómicas representadas, entre las que identificamos tricomas de hoja Fragaria chiloensis (frutilla) en Puquitin 01, Gaultheria mucronata (chaura) en Puente Quilo, y Gunnera tinctoria (nalca) en Puqueldón 1, células silicificadas de hoja Gaultheria mucronata (chaura) en Puente Quilo, parénquima y células esclereidas sin asignación taxonómica (Tabla 3, Figura 3).
Por otra parte, los granos de almidón mostraron en algunos casos atributos diagnósticos asignables a semilla de Phaseolus vulgaris (poroto) en Estero Sur y Puqueldón 1 y cf. P. vulgaris en Nahuelquín 1, Estero Sur y Puqueldón 1. También hay registros de granos de almidón asignables, fruto/tallo u hoja de Gunnera tinctoria (nalca) en Puqueldón 1, tubérculo de Solanum tuberosum (papa) en Isla Benjamín 4, hoja de Latua pubiflora (latué) en Puente Quilo, grano de almidón de Zea mays (maíz) en Puqueldón 1, hoja de Desfontainia spinosa (taique) en Repollal Cueva 3 y tubérculo o raíz indeterminados en Estero Sur y Puqueldón 1, siendo los tres primeros los más representados.
Posteriormente, dentro del conjunto de diatomeas se pudo reconocer un solo morfotipo predominante pero no a nivel de género. En cuanto al grupo de silicofitolitos, se identificaron mayoritariamente formas asignables a epidermis de hoja de Poaceae, Panicoideae (cruz) y cf. Z. mays (wavey top, sitio Puerto Repollal). Finalmente, para el caso de los gránulos de polen y espículas de esponjas no fue posible realizar una asignación taxonómica por no contar con colecciones de referencia y, en relación a los calcifitolitos, no tienen un valor diagnóstico para establecer afinidad taxonómica por sí sola (Tabla 3).
En relación a los daños tafonómicos en los microfósiles (Figura 4), las alteraciones pueden darnos información acerca de los procesamientos a los que fueron sometidos los distintos taxa representados y sus partes anatómicas, lo que nos permite caracterizar las conductas relacionadas con las trayectorias de procesamiento y consumo. Para el caso de los granos de almidón identificamos modificaciones como gelatinización, vaciamiento, pérdida del contorno, fracturas, y alteraciones en la birrefringencia y el hilo asociadas a procedimientos como termoalteración (tostado y calcinado), molienda y/o congelado (Babot 2007). Asimismo, los silicofitolitos presentaron generalmente modificaciones relativas a la exposición al fuego, como la coloración marrón (Belmar 2019). Por su parte, los tejidos (tricomas, células esclereidas y células angulares) muestran daños por calor y fracturas posiblemente debido a procesos de molienda. Por último, la existencia de microcarbones en un tercio de las muestras apoya la idea de vegetales expuestos al fuego.
Discusión
El uso de las plantas en los cazadores recolectores marinos
A través de la evidencia microfósil recuperada del tártaro dental humano se logró recuperar un conjunto significativo de evidencias vegetales y de algas que permiten discutir el rol de estas en grupos cazadores recolectores marinos. Sin duda, la información que otorga este tipo de análisis no solo hace referencia al consumo de alimentos; también se debe considerar la presencia de residuos por procesos no-dietarios en el tártaro dental, por ejemplo, el consumo secundario de residuos contenido en los alimentos, la aspiración de polvo ambiente y el uso extra masticatorio de los dientes (Radini et al. 2016). No obstante, en este primer acercamiento al uso de plantas y algas a través del estudio del cálculo dental humano se establece afinidad taxonómica con 11 taxa vegetales y un taxón de alga. Los primeros se pueden desglosar en plantas silvestres (Desfontainia spinosa ‘taique’, Fragaria chiloensis ‘frutilla’, Gautheria mucronata ‘chaura’, Gunnera tinctoria ‘nalca’ y Latua pubiflora ‘latué’, Poaceae y Panicoideae) y plantas domesticadas (Phaseolus vulgaris ‘poroto’, Solanum tuberosum ‘papa’ y Zea mays ‘maíz’). El alga identificado correspondería a microrrestos de Durvillaea antartica (cochayuyo).
Sobre la base de antecedentes etnográficos, detallado para cada taxón identificado, reconocemos cuatro usos potenciales de las plantas y alga identificas: alimento, materia prima o medicinal/ planta psicoactiva (Tabla 4).
Por una parte, es viable pensar en el consumo alimenticio de las gramíneas ya que varios géneros, como Bromus, se encuentran documentados (Aldunate y Villagrán 1992; Pardo y Pizarro 2013; Roa et al. 2015). Por otra parte, es conocido el uso de las fibras vegetales de plantas herbáceas como materia prima para confeccionar amarras, nudos, redes y diferentes artefactos en cestería (Byron 1901; Ciampagna y Capparelli 2012; Emperaire 1963; Pardo y Pizarro 2013). En nuestro caso, el hallazgo de silicofitolitos de gramíneas podría tener un correlato con el uso del aparato masticatorio para ablandar o trabajar las fibras vegetales (Larsen et al. 1996; Radini et al 2016), tal como lo sugieren las descripciones de relatos históricos y trabajos etnográficos para estos grupos canoeros. A modo de ejemplo:
Entonces, la mas joven de las dos mujeres se puso un canasto en la boca, dio un salto del bote i sumergiéndose en el agua continuó debajo durante un rato increíble; cuando hubo llenado la canasta de erizos volvió a subir al costado del bote… (Byron 1901 [1746]:82).
La armadura (de las chozas) está hecha de estacas plantadas en el suelo y después encurvadas hasta la vertical del centro y amarradas con lianas, que las mujeres dividen con los dientes (Emperaire 1963:89).
En estado natural, el junco no se presta al trenzado pues es quebradizo. Habrá que hacerlo flexible. La mujer toma un manojo, iguala su base y lo pasa y repasa varias veces por encima de las brasas. Cuando los tallos empiezan a ablandarse, ella la sujeta con la boca, y con las dos manos hace un canelón apretado, que masca cuidadosamente en toda su longitud, para aplanar los juncos que, después de este tratamiento, tendrán toda la flexibilidad y la resistencia deseables y podrán ser trenzados (Emperaire 1963:117).
Todas estas actividades que involucran el uso de la boca, y consecuentemente de los dientes, pueden dejar restos en el tártaro dental y marcas o lesiones en la cavidad oral, esto en sintonía con algunas patologías orales registradas en las colecciones osteológicas del archipiélago de Chiloé y de los Chonos, cuyo génesis se atribuye al uso de la boca como “tercera mano” (Aspillaga et al. 2006; Rodríguez et al. 2010).
Respecto al uso medicinal, se señala que la hoja de la frutilla se toma en infusión contra resfríos y problemas al estómago (Chaer y Jeréz 1999). Sobre la presencia de hoja del arbusto de taique (variedades Desfontainia spinosa), las referencias para la zona de Chiloé la indican como remedio “contra” para aliviar el mal causado por algún veneno (Gumucio e Insunza 1992). Por su parte, los estudios químicos indican que presenta varios iridoides, triterpenos pentacíclicos y derivados; sin embargo, no se han podido aislar estos alcaloides (Marambio et al. 1994; Schultes y Hofmann 1980).
La latué o Latua pubiflora es quizás la especie de planta más destacada por sus propiedades psicoactivas, terapéuticas y mágicas. Contiene como principios activos hiosciamina y escopolamina (Schultes y Hofmann 1980). El uso de sus hojas se ha indicado para baños contra el reumatismo, calambres y heridas, para la “buena suerte”, veneno, rituales adivinatorios y como afrodisíaco, entre otros (Plowman et al. 1971). Aldunate (2002-2003) sugiere que su ingesta se asemeja a un ritual de iniciación masculina.
En cuanto al uso alimenticio, entre plantas y algas identificadas, destacamos a la frutilla, chaura, nalca, gramíneas y cochayuyo, los que también tienen correlato en los documentos escritos (Gunkel 1959; Martínez y Crovetto 1982; Molina 1987 [1810]; Pardo y Pizarro 2013; Rapoport y Ladio 1999; Rapoport et al. 2003; Tangol 1976; Wilhelm de Mösbach 1999 [1955]). Los dos primeros tienen frutos disponibles estacionalmente en primavera-verano. El tallo de la nalca y las semillas de algunas gramíneas (por ejemplo, Bromus) son comestibles (Coña 2010 [1930]; Medina 1917; Pardo y Pizarro 2013; Wilhelm de Mösbach 1999 [1955]).
En relación a las algas, la información etnohistórica y etnográfica constata su uso y consumo (Byron 1901 [1746]; Emperaire 1963; Pardo y Pizarro 2013; Wilhelm de Mösbach 1999 [1955]). Para nuestro caso de estudio solo se registró cochayuyo. Si bien el uso y consumo de algas parece coherente con la dieta marina definida para estos grupos a través de los estudios isotópicos (Reyes et al. 2019a), ha sido difícil lograr recuperar evidencias de este recurso en los contextos arqueológicos (p.ej., columnas de flotación de sedimentos), y su registro en el colágeno óseo es esperable que sea sub-representado por su bajo contenido proteico en relación a otros recursos. De ese modo, los diferentes tipos de micropartículas de las algas, como células germinales, meristoderma y paráfisis ramificada (Figura 3G), quedaron atrapados en el tártaro, preservándose en el registro.
En cuanto a los Índices de Ubicuidad (IU, Tabla 4), el cochayuyo tiene 24%. Le sigue en orden de importancia, Poaceae y Panicoide con un IU de 12%, luego Phaseolus vulgaris con UI=8%, Gunnera tinctoria y Zea mays con un de UI=4% cada uno. El resto de los taxa identificados están representados con un IU de 2% cada uno.
En el registro de los microfósiles constatamos la presencia de daños que indican modos de procesamiento de las plantas (Babot 2007) tales como la exposición al calor o fuego, cocción con agua (gelatinización) y molienda o masticación. Hay marcas de termo alteración en microrrestos afín a cochayuyo, tubérculo indeterminado, poroto, taique, gramíneas, frutilla y nalca, incluso la gelatinización de los granos de almidón de poroto (Puqueldón 1) y un grano de almidón de planta indeterminada (Estero Sur) referido a la cocción de la planta en agua (Babot 2007). Por otra parte, constatamos huellas asignables a la molienda o masticación en poroto, taique, cochayuyo, gramíneas y frutilla.
Plantas domesticadas
Diversos estudios proponen el contacto entre estos grupos cazadores recolectores marinos con grupos portadores de cerámica, plantas y animales domesticados hacia el 1000 AP (Aldunate 1996; Cooper 1917, 1946; Menghin 1962). Además, se ha planteado que hay cultivo de plantas como el maíz, la papa, la quínoa, el mangu y el madi en la isla de Chiloé en momentos prehispánicos (Bullock 1958; Gay 1865; Latcham 1936). Los hallazgos de microfósil de poroto en los sitios Nahuelquín 1 (1030±25 AP; 683-537 años cal AP) y Puqueldón 1 (210±30 AP (280-57 años cal AP), de papa en el sitio Isla Benjamín 4 (820±25 AP; 516-323 años cal AP) y de maíz en los sitios Puerto Repollal (730±25 AP; 482-300 años cal AP) y Puqueldón 1, coinciden con este momento cronológico. Además, su distribución espacial excede la isla de Chiloé, registrándose en el archipiélago de los Chonos.
También se condice con las fechas de la presencia de maíz y poroto en los contextos del área nor patagónica, Isla Mocha y zona centro sur de Chile (Adán y Mera 2011; Campbell et al. 2020; Roa et al. 2018). El registro más temprano de poroto para esta macro región corresponde al sitio Cueva Los Catalanes, en el área de Angol, datado directamente en 680-860 cal. DC (1270-1090 cal AP; Campbell et al. 2018, 2020). En el caso del maíz, lo más temprano correspondería al sitio Michacheo (área de Neuquén), fechado en 80-338 años cal DC (1860±40 años AP; Lema et al. 2012). Un reciente catastro de plantas domesticadas en contextos arqueológicos para la zona centro-sur de Chile y de nor Patagonia constata que el maíz tiene una amplia distribución, marcando una mayor presencia hacia el 900/1000 DC para el área de la Araucanía septentrional (Roa et al. 2018) y apareciendo incidentalmente en contextos tardíos del lado oriental de la cordillera (730±80 ños AP [1033-1265 cal. DC] en Meliquina, Neuquén, Pérez y Erra 2011).
En este caso, el registro de cf. Phaseolus vulgaris en el sitio Estero Sur (2030±25 años AP [1734-1428 años cal AP]) debe ser evaluado, ya que indicaría un contacto entre grupos netamente cazadores recolectores marinos con grupos que manejaban plantas domesticadas en fechas muy tempranas para esta macro región del sur de Chile y canales norpatagónicos. Descartamos contaminación pues se trata de restos dispuestos en superficies rocosas formando osarios (Reyes et al. 2015). Una forma de entender la presencia de porotos en momentos tempranos y en pleno archipiélago se relacionaría con la gran movilidad facilitada por el uso de embarcaciones, que permite recorrer grandes zonas en menor tiempo que en forma pedestre (Ames 2002) y que se ha documentado por la extensa circulación/distribución de obsidiana riolítica del Volcán Chaitén desde el Holoceno Medio (Reyes et al. 2016). Por lo tanto, puede tratarse de acceso/intercambio y consumo en otras áreas (incorporado en el tártaro) para luego desplazarse a la zona archipielágica. Sin embargo, los registros de plantas domesticadas de áreas aledañas indicarían una mayor presencia para momentos más tardíos (Roa et al. 2018), mientras que el antecedente más temprano de maíz (sitio Michacheo, Lema et al. 2012) se presenta como un dato aislado sin mayor continuidad y sincronía en el área (Roa et al. 2018). Nos parece que este hallazgo abre la discusión sobre desde cuándo los grupos cazadores recolectores marinos podrían disponer de este cultivo y en qué áreas. Sin duda es necesario ampliar las muestras a más contextos y soportes (por ejemplo, fragmentaria cerámica, implementos de molienda) y fechar más contextos para constatar si el consumo de plantas domesticadas pudo ocurrir desde fechas más tempranas1.
Complejidad en las dietas cazadoras recolectoras
En este estudio son pocos los individuos (N=3) que cuentan con información de vegetales tanto en el tártaro como en los valores de isótopos estables en colágeno óseo; esto se debe principalmente a las características de los contextos funerarios donde estas muestras fueron recuperadas. En los tres casos disponibles se reconoció la presencia de poroto en el tártaro dental y en uno de los individuos se registró la presencia de cochayuyo (individuos códigos 1 y 7 de Estero Sur, e individuo código 66 de Nahuelquin 1, Tabla 3). En los tres casos los individuos presentaron una dieta proteica basada en el consumo de recursos marinos y litorales. Este panorama puede extenderse al resto de los individuos analizados en los archipiélagos de Chiloé y de los Chonos (Reyes et al. 2019a, 2019b). A través de la secuencia temporal, observamos que el grupo pre-contacto -desde el Holoceno Medio- hasta los primeros 200 años del contacto se comporta de manera homogénea, con valores esperables para grupos de cazadores recolectores pescadores marinos con dietas dependientes del medio litoral y marino. Por su parte, los individuos de los últimos 200 años cal AP presentan notorias diferencias en términos paleodietarios con una disminución significativa en el consumo de recursos de origen marino, los que ya no son fuente alimentaria dominante, incorporándose recursos terrestres (por ejemplo, animales domésticos y/o vegetales de vía fotosintética C3) (Reyes et al. 2019a; Urbina et al. 2020). Esto se ve cotejado en algunos resultados de los análisis del tártaro dental de estos grupos, donde justamente la presencia de plantas domesticadas se relaciona con los individuos de sitios históricos, como Puqueldón 1 en Chiloé. No obstante, es interesante destacar que el consumo de plantas silvestres y domesticadas también se registra desde momentos pre-contacto, en que los isótopos estables no hacen sospechar su presencia en la dieta. En el caso de las plantas silvestres se observa en individuos procedentes de contextos ~4400 años cal AP (Puente Quilo), mientras que en el caso de plantas domesticadas desde ~1700 años AP (Estero Sur). De esta manera, si bien se caracterizan -desde la zooarqueología y los isótopos estables- como grupos con una alta especialización en recursos marinos, es indicativo cómo la presencia de restos de plantas en el tártaro dental refrenda el consumo de plantas con fines alimenticios o por sus propiedades medicinales y/o psicoactivas. Algo similar puede observarse para el grupo de los últimos 200 años, el que registra maíz y cochayuyo en el tártaro dental, pero los isótopos estables no permiten pensar en estos consumos.
De esta manera podemos plantear un consumo a lo menos suplementario de vegetales y algas (Tanaka 1998) dependiendo de la disponibilidad estacional de las partes comestibles, como el caso de los frutos, semillas y órganos subterráneos, y del acceso a los ambientes que estas plantas habitan. Esta información confirmaría archivos etnográficos que describen el consumo complementario y estacional de los recursos vegetales como alimento -cuando están disponibles y escasean los alimentos principales-, medicina y/o su uso en ceremonias (Chapman 2002; Emperaire 1963; Gusinde 1982; Orquera y Piana 1999). Asimismo, refrendaría los resultados obtenidos a partir de la aplicación de modelos bayesianos realizados en el Canal Beagle en Chiloé en base a δ13Ccol, δ13Capa y δ15N, lo cual permitió discutir la dieta total (Kochi 2017).
Conclusiones
En síntesis, a través del análisis de tártaro dental constatamos el consumo suplementario de plantas silvestres y domesticadas en la dieta de los grupos canoeros, abriendo la discusión del consumo eventual de plantas domesticadas y presentando los primeros datos arqueológicos de estas en la zona archipielágica. Esta línea de evidencia permitió conocer qué elementos fueron ingeridos por los grupos humanos. Por una parte, constatamos el consumo alimenticio de plantas silvestres locales a partir del Holoceno Medio en el archipiélago septentrional, en Chiloé. Detectamos el consumo ocasional de algunas especies domesticadas desde ~1700 años cal AP en el archipiélago de los Chonos, siendo más recurrente su uso hacia los últimos 1000 años AP. De esta forma, la evidencia microfósil registrada en el cálculo dental resulta ser un bio- indicador recomendable para percibir los posibles contactos interétnicos entre grupos horticultores del sur de Chile con grupos canoeros del archipiélago patagónico o de la plantación local de estas especies algas. Por otra parte, la implementación de estudios de residuos en fragmentos cerámicos y líticos ayudará a complementar los datos aquí expuestos, enriqueciéndolos con nuevas evidencias sobre la preparación de alimentos y la utilización de diferentes tipos de tecnologías en la obtención, procesamiento y uso de las plantas y algas. Estas nuevas líneas de investigación desarrolladas en Chiloé permitirán ir definiendo dónde comienzan, cuándo y hacia dónde irradian estos contactos entre grupos cazadores recolectores marinos y horticultores, contribuyendo a la discusión sobre las diversas trayectorias culturales que pudieron interactuar en el extremo norte del archipiélago patagónico septentrional.