Centro Virtual Cervantes
Literatura

Juan Ruiz, Arcipreste de Hita > Índice del III Congreso > R. Caba
Arcipreste de Hita

Conjeturas y precisiones sobre la salida del Arcipreste a probar la sierra

Rubén Caba. Escritor

Antes de exponer los motivos y las circunstancias que, hace treinta y ocho años en este mayo, me impulsaron a recorrer a pie el itinerario serrano del Arcipreste, voy a resumir los comentarios de algunos investigadores sobre el Libro de buen amor y, en especial, sobre las estrofas (950 a 1048) que recogen su salida a probar la sierra.

Como pórtico del buen saber, he elegido unas palabras de Alan Deyermond en el II Congreso celebrado en Alcalá la Real en el año 2008. Alan Deyermond empezó con una confesión: «No he entendido nunca el Libro de buen amor…, pero no es exactamente verdad». Y adaptando la frase de Lincoln sobre la posibilidad de engañar al pueblo, Deyermond reconoció que «no me es posible entender todo el libro todo el tiempo». Confesión propia de un sabio. Porque es, añadió, «la obra más enigmática en la literatura medieval española y, probablemente, en la literatura de toda la Europa medieval».

Actitud que también se trasluce en los textos de Jacques Joset, a quien se homenajea en este congreso. Ya en su edición anotada del libro del Arcipreste, su docta vacilación lo lleva a decir: «A veces propongo algo nuevo… Tómenlos (ensayos) como hipótesis».1 Y en sus Nuevas investigaciones sobre el «Libro de buen amor», Jacques Joset prodiga el rigor, que es el honor del entendimiento, a menudo encapsulado en el excipiente de la duda, que es el pudor de la inteligencia. De entrada reconoce que su título es un homenaje a Félix Lecoy y sus Recherches sur le «Libro de buen amor». Y cuando escribe que H. Salvador Martínez intenta «reintegrar la alegoría en la interpretación del Libro de buen amor», Joset aclara que el propio H. Salvador Martínez, «con buen sentido denuncia los malabarismos interpretativos que fuerzan los símbolos y los textos».2 Porque Joset, entre otros aciertos de su ensayo, percibe la personalidad de Juan Ruiz como un «yo proteico» al que anima un «espíritu profundamente anti-épico». Y apostilla sus investigaciones sobre el librete de Juan Ruiz con una cita de Colin Smith: «en lo medieval… cualquier conclusión es provisional», pues no se puede «llegar a verdades incontrovertibles». Atinado dictamen que no afecta a los topónimos que Juan Ruiz menciona en su salida a probar la sierra. Cualquier lector atento que se eche al camino comprobará que esos lugares componen una ruta de ida y vuelta entre Hita y Segovia.

Anthony Zahareas y Óscar Pereira, en su Itinerario del Libro del Arcipreste, reconocen que «la geografía de la sierra es bastante auténtica», pero «el viaje a la sierra puede ser entendido como otra alegoría más de la búsqueda de los amores por parte del Arcipreste».3 Pese a considerar auténtica la geografía de la sierra, Zahareas y Pereira confunden el puerto de Lozoya con el pueblo de ese nombre que el Arcipreste menciona antes de dirigirse hacia el puerto de Malagosto. Confusión en la que reinciden en su nueva edición crítica del Libro del Arcipreste,4 donde incluyen un extenso y minucioso «Estudio preliminar». Contra lo que aparece por error en el códice de Salamanca —«Pasado el puerto de Lacayo fuy camino prender»—, los códices de Gayoso y de Toledo coinciden en precisar: «Pasada de Loçoya fuy camino prender». Donde «pasada» es nombre de acción verbal, como puntualiza Corominas en su edición crítica del Libro de buen amor. En efecto, es necesario rebasar el pueblo de Lozoya para dar con la trocha que sube al Malagosto.

Zahareas y Pereira lo llaman puerto de Malangosto en las dos ediciones citadas, porque así aparece en la estrofa 959 de los códices de Salamanca y de Gayoso, atribuyéndole una angostura que apenas tiene. Los copistas de estos dos códices se dejaron influir por la expresión «vereda estrecha» (Salamanca) y «vereda angosta» (Gayoso) que figura en la estrofa 954 para referirse al lugar, en lo alto del puerto, donde el Arcipreste se topa con la chata recia. Pero la estrechez o angostura se refiere a la vereda, no al puerto en sí. Un buen caminante puede transitarlo sin dificultad, pese a las que imagina Manuel Criado de Val: «hoy sería muy aventurado intentarlo por alguno de ellos, como el de Malagosto».5 En el topónimo Malagosto, denominación que emplean los habitantes de ambas vertientes del puerto, resuena el antiguo refrán de las serranías castellanas: «en agosto, frío al rostro».

Y al dirigirse el Arcipreste a Segovia atraído por la «costiella de la serpiente groya / que mató al viejo Rando» (estrofa 972), Zahareas y Pereira se limitan a anotar en sus dos ediciones que «no se ha precisado el sentido de este dragón». Pues bien, los segovianos llaman al acueducto los Arcos; José Zahonero, arpa de piedra; Ramón Gómez de la Serna, reptil y megaterio; y Juan Ruiz, «costiella de la serpiente groya», que valdría tanto como costilla de la serpiente dura (o pétrea) porque, según Corominas, aquí «groya» podría ser una variante local de «croya». El investigador Tomás Calleja Guijarro, además de aceptar la etimología que propone Corominas, sugiere en la revista Estudios Segovianos que la muerte del tal Rando quizá se debiera a la caída de una de las piedras del acueducto,6 muy deteriorado —añado— antes que los Reyes Católicos lo restaurasen para ponerlo en uso.

Cuando el Arcipreste escribe que, tras rebasar la venta del Cornejo, «façía un día fuerte, pero era verano», Zahareas y Pereira aciertan en sus dos ediciones al traducir «hacía frío aunque ya había entrado la primavera», frente a la errónea versión de Criado de Val: «era verano y día caluroso», por no reparar en que el Arcipreste había escrito en la estrofa 945, anterior a sus andanzas serranas: «El mes era de março, salido el verano». El propio Arcipreste lo distingue de la época más calurosa, a la que llama «estío» en las estrofas 1289 y 1352. Distinción que aún se conservaría en tiempos de Cervantes, aunque ampliada a cinco estaciones, como se lee al comienzo del capítulo 53 de la II parte del Quijote: «A la primavera sigue el verano, al verano el estío, al estío el otoño, y al otoño el invierno».

Entre los estudiosos no hay unanimidad respecto a la genealogía literaria de las cuatro serranas, cuyos caracteres son muy diferentes: osadas las dos primeras, ingenua la tercera y monstruosa la última. Julio Cejador, en su edición anotada del Libro de buen amor, comenta y aclara algunos términos de las aventuras con las serranas sin pronunciarse sobre la parte de realidad que puedan tener. Pero niega que las serranillas sean «parodias bufonescas de las pastourelles», género de origen provenzal del siglo xii. Y sostiene que de donde proviene «esta lírica villanesca es de Galicia, como se ha visto bien claramente por el Cancionero del Vaticano».7

En cualquier caso, para Cejador el Arcipreste es «un enigma», como lo demuestra que José Amador de los Ríos lo vea como «un severo moralista y un clérigo ejemplar», en oposición al «clérigo libertino y tabernario» que le parece a Marcelino Menéndez y Pelayo. Penduleo con que los comentaristas interpretan la exuberante y compleja personalidad de Juan Ruiz, a quien las turbulencias de supuestos hábitos libertinos y tabernarios no le impidieron adquirir una amplia cultura y componer «la epopeya cómica de una edad entera, la Comedia Humana del siglo xiv», según calificó a este libro el propio Menéndez y Pelayo.

Lo cierto es que el genio del Arcipreste lo abarcó todo: las culturas vigentes en su época y la vida en su hirviente variedad. En la enciclopedia de sagacidades que nos legó hay ejemplos de elitismo literario (mester de clerecía): «la burla que oyeres no la tengas en vil; / la manera del libro entiéndela sutil» (estrofa 65), y «muchos leen el libro teniéndolo en poder, / que non saben qué leen, nin lo pueden entender» (estrofa 1390). Pero también muestras de cultura popular (mester de juglaría): en las estrofas 1513 y 1514 se declara autor de «cantigas de danza e troteras», de «cantares… que dicen los ciegos», «para escolares que andan nocherniegos», y de cantares «cazurros e de burlas».

Un dato, citado por Zahareas y Pereira, ha venido a cuestionar el libertinaje goliardesco de Juan Ruiz. En un documento judicial de hacia 1330, hallado por F. J. Hernández, se menciona a un testigo como el «venerabilis Johannes Roderici, archipresbiter de Fita».8 Resulta impensable que los jueces aceptaran como valioso testimonio de un venerable arcipreste la palabrería de un clérigo con resaca.

Dos años después de la edición de Cejador, Constancio Bernaldo de Quirós, en su artículo «La ruta del Arcipreste de Hita por la sierra de Guadarrama», supone que las estrofas serranas debía de haberlas compuesto Juan Ruiz con recuerdos de varias correrías, aunque no excluye la posibilidad de que el Arcipreste hubiera hecho un verdadero viaje. Pero le atribuye al Arcipreste el sinsentido de pasar el puerto de Lozoya antes de cruzar por el de Malagosto. Además, al no reparar en que las cantigas en verso corto son la versión cantable de algunos sucesos del episodio que precede a cada una, Bernaldo de Quirós examina por separado «ocho» encuentros con serranas, duplicando su número real.

Siguiendo la vereda cronológica, me sale al paso Alfonso Reyes, en cuya edición del libro del Arcipreste incluye un índice de los lugares mencionados por el autor en su viaje por la sierra junto con un plano de su recorrido. Aunque advierte que «no tiene pretensiones arqueológicas, ni el trazo de la ruta del Arcipreste tiene más valor que el de simple probabilidad. La línea de flechas indica la parte del trayecto en que la probabilidad es menos incierta».9 La probabilidad granó en certeza a lo largo de los veinticinco días de caminata que tardé en volver a Hita, arranque y término de mi salida.

La perspicacia de Félix Lecoy, mediante la que suple su desconocimiento del terreno, le permite escribir de las correrías serranas que «cette exactitude topographique révèle une connaissance directe et personnelle de la route», para concluir que los topónimos citados por el Arcipreste jalonan «sur la carte un itinéraire réel».10

En su selección con notas del Libro de buen amor, María Rosa Lida considera las estrofas 950 a 1048 «una de las secciones más originales del poema: el diario poético de unas supuestas andanzas que emprende Juan Ruiz por la sierra de Guadarrama». Pero no aporta ninguna luz al comentar las coplas seleccionadas: 993 a 1005 y 1043 a 1048, en contraste con sus documentadas observaciones cuando estudia las influencias literarias en el Arcipreste y las que ejerció su obra en la literatura posterior.

En Los caminos en la historia de España, Gonzalo Menéndez Pidal localiza parte del itinerario serrano incluyendo los vestigios de la venta del Cornejo en el valle del río Moros. Pero supone que la ermita de Santa María del Vado debió de hallarse en las cercanías del pueblo de Guadarrama, cuando estaba bastante más lejos, entre Valdesotos y Tamajón. Antes de llegar a El Vado se pasa por las ruinas del monasterio de Bonaval, a cuya hospitalidad de abadía cisterciense debió de acogerse Juan Ruiz en sus correrías serranas. Es significativo que el Arcipreste mencione, junto con las órdenes de Santiago, Hospital, Calatrava y Alcántara, la de Buenaval (estrofa 1237).

Tampoco faltan comentaristas que, sin fundamento, sitúan la ermita de Santa María del Vado en las proximidades de Manzanares el Real. Tomás Calleja Guijarro, defensor de esa conjetura, le pidió al cura párroco de Manzanares el Real que investigara en los archivos parroquiales la existencia de cualquier documento o indicio que mencionara una antigua ermita bajo la advocación de Santa María del Vado. El párroco le respondió por escrito que no había la menor constancia de esa ermita en el término municipal.

Para Américo Castro la poesía de Juan Ruiz es «activa, andariega, alegre y sensual, lejano antecedente de la literatura de andar y ver, de ver y gustar lo más posible de este mundo».11 Y al comentar la travesía de la sierra en un día de gran helada, prefiere «dejar a un lado la ociosa cuestión de si esto le pasa o no al Arcipreste mismo», pues «lo nuevo aquí es que una persona que cruza la montaña haga arte con su sensación de frío en un lugar del Guadarrama».12 Y aunque Castro aconseja no caer «en una logomaquia al discutir si la acción del Libro es fingida o autobiográfica»,13 encuentra indudable relación entre el libro del Arcipreste y la autobiografía erótica El collar de la paloma, del cordobés Abenházam (o Ibn Hazm). Según Castro, la huella de este cordobés del siglo xi se percibe en actitudes, motivos, ideas y hasta expresiones de Juan Ruiz.

Claudio Sánchez-Albornoz no comparte la tesis de Castro sobre el origen islámico del realismo y del autobiografismo del Arcipreste. El Libro de buen amor es un «magnífico cuadro costumbrista de la sociedad castellana del siglo xiv»,14 donde el autor muestra que «su erotismo no es menor que su ironía. Hace befa de los rezos canónicos y de ayunos y vigilias; ridiculiza las penitencias y las peregrinaciones; parodia los cortejos, los desafíos y los combates caballerescos; caricaturiza los planctus mortuorios en honra de ilustres difuntos; se mofa de la justicia y de la clerecía; se ríe de sí mismo y se divierte con su libro».15 En cuanto al viaje por la sierra, Sánchez-Albornoz escribe que el Arcipreste «vuelve a tomar pasaporte para sus salacidades».16 Y resume que «todo es acción y vida en el Buen amor». Y en él relampaguea «el espíritu burgués en la Castilla del Trescientos».17 Pero omite comentar con detalle los grotescos lances con las serranas.

Y Joan Corominas, en el prólogo de su edición crítica del Libro de buen amor, sostiene que el Arcipreste «debió de ser hombre de mucho más viaje que el sencillo clérigo […] El Arcipreste parece haber vivido en Toledo […], además de residir en Hita y haber corrido mucho por la Sierra».18 Y en las notas que dedica a las estrofas de la salida a la sierra,19 aclara y precisa algunos de los topónimos mencionados por Juan Ruiz, tal como recogí en el itinerario de mi libro Por la ruta serrana del Arcipreste (1977), cuya primera edición (1976) se tituló Salida con Juan Ruiz a probar la Sierra. La tercera, ya con el título de la segunda, fue presentada en la Fnac de Madrid, octubre de 1995, por Fernando Morán, José Luis Abellán y José Esteban.

Al terminar de escribirlo en septiembre de 1975, creí que Manuel Criado de Val me agradecería que le comunicara mis conclusiones tras haber cotejado el análisis textual con las observaciones cosechadas sobre el terreno. Incluso llegué a pensar que, movido por su rigor de erudito, le alegraría saber que su admirado Arcipreste no se equivocó al versificar la ruta serrana. Esta actitud habría yo esperado de algunos de mis profesores en el Instituto de Estudios Políticos: Enrique Tierno Galván, Manuel de Terán, Enrique Gómez-Arboleya y, en especial, Julio Caro Baroja, quien siempre me honró con su magisterio y amistad. Como no quiero extenderme en detalles que reservo para mis memorias, me limitaré a señalar los hitos de mi decepción.

Manuel Criado de Val me recibió el 2 de octubre de 1975 en su despacho del llamado entonces Instituto de Cultura Hispánica, en Madrid. Distante y envarado, escuchó la sumaria relación de mis pesquisas y, tras rechazarlas de plano, se cerró en banda antes de abrirme la puerta de salida. Cuatro días más tarde, le amplié las precisiones en una extensa carta para que no se las llevara el viento.

En vez de responderme, reaccionó con un artículo que apareció en el diario ABC el 17 de aquel octubre. Sin mencionar el viaje de Juan Ruiz a Segovia, anticipaba la tesis de un estudio que pronto daría a la imprenta: el autor del Libro de buen amor parodiaba al cardenal Gil de Albornoz bajo la figura del Arcipreste de Hita. En su huida hacia adelante, se había metido en un nuevo campo minado de suposiciones gratuitas y argucias notorias. Y así se lo dije en un artículo, «Juan Ruiz y el cardenal Gil de Albornoz», que publicó el diario madrileño Informaciones el 15 de enero de 1976. Como la «enemiga del mundo» se llevó con temprana crueldad al medievalista Emilio Sáez, ahora puedo citar sus comentarios epistolares a mi artículo. En una carta del 27 de enero de ese año, se mostró «absolutamente de acuerdo» conmigo, pues consideraba la tesis de Criado de Val «un puro disparate».

A los pocos meses, cuando la Editora Nacional sacó su Historia de Hita y su Arcipreste, observé que Criado de Val omitía en el capítulo VII cualquier aclaración sobre la ruta serrana, pero reincidía en su pretensión de haber descifrado la clave del Libro de buen amor: el Arcipreste de Hita era la figura paródica del cardenal Gil de Albornoz. Pese a que había intentado soslayar algunas de mis objeciones con toscos malabarismos de fechas y datos, sus argumentos eran todavía endebles o puramente caprichosos, como le puntualicé en otro artículo más extenso, ‘Juan Ruiz y sus parodias’, que insertó el diario Informaciones el 23 de septiembre de 1976.

Por fortuna, no todo fueron desaires y fiascos al concluir el texto de mis andanzas. Semanas después del encuentro con Criado de Val, Joan Corominas me gratificó, el 21 de octubre de 1975, con una larga conversación en su céntrico despacho de Barcelona. Su edición crítica del Libro de buen amor, pletórica de precisiones, me había sido de gran provecho para aclarar la ruta del Arcipreste de Hita en su escapada a Segovia. Así se lo dije de entrada. Sentados al mismo lado de la mesa aunque a distintas alturas de saberes, le mencioné los lugares que yo había recorrido. Me preguntó por el camino que tomé desde Hita hacia Lozoya y me pidió detalles orográficos sobre los puertos de Malagosto y de la Tablada, antes de interesarse por las ruinas de la venta del Cornejo y por los vestigios de la ermita de Santa María del Vado. Como despedida me dedicó un ejemplar de su edición crítica, reimpresa dos años antes, del Libro de buen amor: «A don Rubén Caba, con la simpatía que ya inspira una pasión común por un gran hombre. Joan Corominas. 21 octubre 1975».

La publicación de mi libro sobre el Arcipreste iba a reportarme más satisfacciones. Tras la segunda edición en 1977, a los pocos meses de la primera, varios escritores me distinguieron con una amistad que nunca se truncaría. Desde entonces, el trato más asiduo lo tuve con Manuel Andújar, Antonio Buero Vallejo, Álvaro Custodio, Ramón de Garciasol y Alonso Zamora Vicente. Siempre llevaré en mi memoria la afectuosa inteligencia de todos ellos. Por aquel tiempo, también renové la vieja amistad con Julio Caro Baroja, iniciada cuando fui alumno suyo en el Instituto de Estudios Políticos.

Mi salida con Juan Ruiz a probar la sierra tuvo una hijuela, Carta en cuaderna vía que, andando el tiempo, sería premiada en 1982 en el «IV Certamen de poesía Arcipreste de Hita» de Alcalá la Real. A poco de haberla compuesto, el medievalista Emilio Sáez la calificó de «estupenda» en un escrito que me envió el 21 de septiembre de 1977. Mi Carta de ánimo festivo se ha incluido en Antología 30, coeditada por el Ayuntamiento de Alcalá la Real y la editorial Pre-Textos (Valencia, 2009). El autor del preámbulo a la Carta dice que mi interés por la vida y la obra del poeta alcalaíno derivan en buena medida del hecho de haber recorrido a pie su ruta serrana. En realidad, fue a la inversa.

Desde muy joven pude beneficiarme, en la biblioteca de mi padre, de varias ediciones críticas del Libro de buen amor y de los jugosos capítulos que Américo Castro y Claudio Sánchez-Albornoz le dedican en sus magistrales —y discrepantes— ensayos históricos sobre España. Sus lecturas me llevaron a concluir que el cultivado talento de Juan Ruiz, capaz de volcarse en un solo libro corregido durante toda su vida, no podía reducirse a la imagen tópica de un Arcipreste tabernario y goliardesco. Y menos aún a la figura del escritor chapucero que, al narrar su viaje a Segovia, «pasa por varios e innecesarios puertos; con nieve y con sol; en distintas direcciones»,20 como imaginó Manuel Criado de Val.

A fin de corroborar o de refutar la afirmación de Criado de Val, metí en el macuto un ejemplar de la edición de Alfonso Reyes y me eché al camino en Hita en la primavera de 1973, y no en los años sesenta como figura en el preámbulo a mi Carta en Antología 30. Durante los veinticinco días de mayo que duró la caminata hasta regresar a Hita, comprobé que los lances del itinerario serrano (estrofas 950 a 1048) transcurren en un viaje de ida y vuelta con unidad de trazado y sentido de marcha. Los indicios que llevaron a poner en duda que Juan Ruiz relatara una auténtica excursión —quizá hilvanada con experiencias de distintas correrías— se desvanecen al leerlos en su contexto o se vacían de significado al cotejarlos con la realidad topográfica. Las aparentes contradicciones no se deben a descuidos del autor, sino a yerro del copista o a confusión de los lectores que no conocen los parajes y los trayectos mencionados.

En cuanto a las vaqueras, tan probable es que Juan Ruiz se las topara alguna vez en las cercanías de los puertos, como seguro que las escaramuzas eróticas están repujadas de capricho literario. Y la intermitencia guadianesa con que se desarrolla la historia es patente y deliberada. Si pretendía contar las aventuras de vaqueras que cobraban el portazgo personalmente, en su acepción más carnal, era forzoso que centrara el relato en los pasos de montaña y sus contornos, y conveniente que no aludiera a las comarcas sujetas a la Corona (el Real de Manzanares) o a la mitra primada de Toledo (el señorío de Uceda).

Aunque los lectores del Libro de buen amor conocen bien los topónimos que menciona el Arcipreste en sus andanzas serranas y los lances con las vaqueras, reseño la secuencia que él estableció:

Tras partir de Hita atravesó el Señorío de Uceda, pero el primer lugar que nombra es el pueblo de Lozoya. El día de San Meder o Emeterio (3 de marzo) pasó el puerto de Malagosto, donde tropezó con la Chata recia, se encaminó a Sotosalbos y, desde allí, a Segovia, ciudad próspera y cara de la que salió al cabo de tres días. Para no encontrarse de nuevo con la Chata recia, en vez de volverse por el camino de ida se dirigió hacia el puerto de la Fuenfría. No lejos de la aldea de Riofrío se extravió, y otra serrana, Gadea, lo puso en la senda de Ferreros. Un lunes, de noche todavía, dejó el lugar de Ferreros y, a menos de dos leguas, junto a la venta del Cornejo, se detuvo a platicar con la tercera vaquera, Mengua Llorente, de la que se zafó pretextando que iba en busca de los regalos de boda. Desde el Cornejo anduvo el Arcipreste una legua más, se encaramó al puerto de la Tablada y, azotado por la ventisca, corrió a refugiarse en la choza de la esperpéntica Alda. El autor interrumpe en este punto su relato. Debió de hacer mutis por el valle del Real de Manzanares y las tierras sujetas al Señorío de Uceda para acudir, antes de recogerse en Hita, a Santa María del Vado.

La conciencia proteica de Juan Ruiz se asomó a la naturaleza con precoz instinto renacentista, el mismo que impulsó a su coetáneo Petrarca a subir, en compañía de su hermano, al monte Ventoux, el más alto de Provenza. En una carta21 dirigida al monje agustino Dionigi da Borgo, que le había regalado un ejemplar de las Confesiones de San Agustín, Petrarca relata lo que le sucedió en aquel día, 26 de abril de 1336, en su afán por alcanzar la cumbre, a casi dos mil metros de altura, para contemplar el mundo a vista de águila.

En vez de encontrarse con vaqueras, Petrarca y su hermano se cruzaron con un anciano pastor, quien les aconsejó que renunciaran a la ascensión, porque él mismo la había hecho cincuenta años antes y bajó con las ropas destrozadas por las rocas y los matorrales. Ante la imposibilidad de disuadirlos, les señaló un escarpado sendero que los llevaría a la cima. Ya en plena contemplación de lejanías tras una ardua caminata, Petrarca abrió al azar las Confesiones. Y ante sus ojos apareció —y pone por testigos a Dios y a su propio hermano— un párrafo del libro X: «Y fueron los hombres a admirar las cumbres de las montañas y el flujo enorme de los mares y los anchos cauces de los ríos y la inmensidad del océano y la órbita de las estrellas y olvidaron mirarse a sí mismos». Cerró el libro y, junto con su hermano, emprendió el descenso en caviloso silencio.

Como la epístola de Petrarca, fechada en 1336, no se compuso de manera definitiva ni se difundió hasta 1353, cabe suponer que la salida de Juan Ruiz a probar la sierra fue el primer relato de montañismo autobiográfico que se conoció en Europa. Los textos de los dos poetas, renacentistas en agraz, son tan diferentes como la personalidad de sus autores: la montaña inspiró a Petrarca exaltación lírica y hondas meditaciones, mientras que provocó en el Arcipreste sorna versificada y gozo aventurero.

Mapa de la Sierra de Guadarrama con los itinerarios de Juan Ruiz

Itinerarios de Juan Ruiz por la Sierra de Guadarrama

Bibliografía

  1. Bernaldo de Quirós, Constancio, «La ruta del Arcipreste de Hita por la sierra de Guadarrama», en La Lectura, Madrid, 1915.
  2. Calleja Guijarro, Tomás, «¿Era el Arcipreste de Hita segoviano?», en Estudios segovianos. II y III. n.º 65-66. Segovia, Instituto Diego de Colmenares, 1970.
  3. Castro, Américo, España en su historia. Buenos Aires, Losada, 1948.
  4. Cejador, Julio, Libro de buen amor. Edición anotada. Tomo II. Madrid, Ediciones de La Lectura, 1913.
  5. Corominas, Joan, Libro de buen amor. Edición crítica. Madrid, Gredos, 1967 y 1973.
  6. Criado de Val, Manuel. Campo literario de Castilla la Nueva. Madrid, Publicaciones Españolas, 1963.
  7. ___, Teoría de Castilla la Nueva. Madrid, Gredos, 1969.
  8. ___, Historia de Hita y su Arcipreste. Madrid, Editora Nacional, 1976.
  9. Joset, Jacques, Libro de buen amor. Edición anotada. Madrid, Espasa-Calpe (Col. Clásicos Castellanos), 1974.
  10. ___, Nuevas investigaciones sobre el ‘Libro de buen amor’. Madrid, Cátedra, 1988.
  11. Lecoy, Félix, Recherches sur le Libro de buen amor. Genève, Slatkine Reprints, 1998. (Reedición de la de París, 1938).
  12. Lida, María Rosa, Libro de buen amor. Selección con notas. Buenos Aires, Losada, 1941. (Reedición: Buenos Aires, Eudeba, 1973).
  13. Menéndez Pidal, Gonzalo, Los caminos en la historia de España. Madrid, Cultura Hispánica, 1951.
  14. Petrarca, Francesco [et al.], En Manifiestos del humanismo. Selección de María Morrás. Barcelona, Península (Col. Nexos), 2000.
  15. Reyes, Alfonso, Libro de buen amor. Edición anotada. Madrid, Calleja, 1917.
  16. Sánchez-Albornoz, Claudio, España, un enigma histórico. Tomo I. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1956.
  17. Zahareas, Anthony y Óscar Pereira, Itinerario del Libro de buen amor. Madison, Hispanic Seminary of Medieval Studies, 1990.
  18. ___, Libro del Arcipreste. Tres Cantos (Madrid), Akal, 2009.
Flecha hacia la izquierda (anterior) Flecha hacia arriba (subir) Flecha hacia la derecha (siguiente)

NOTAS

  • (1) Joset, Jacques. Libro de buen amor, p. XLVI. volver
  • (2) Joset, Jacques. Nuevas investigaciones sobre el «Libro de buen amor», p. 81. volver
  • (3) Zahareas, Anthony y Óscar Pereira. Itinerario del Libro del Arcipreste, pp. 264-265. volver
  • (4) Zahareas, Anthony y Óscar Pereira. Libro del Arcipreste, p. 417. volver
  • (5) Criado de Val, Manuel. Teoría de Castilla la Nueva, p. 56. volver
  • (6) Calleja Guijarro, Tomás. ¿Era el Arcipreste de Hita segoviano?, p. 318. volver
  • (7) Cejador, Julio. Libro de buen amor, pp. 32-33. volver
  • (8) Zahareas, Anthony y Óscar Pereira. Libro del Arcipreste, p. 49. volver
  • (9) Reyes, Alfonso. Libro de buen amor, p. 281. volver
  • (10) Lecoy, Félix. Recherches sur le Libro de buen amor, p. 333. volver
  • (11) Américo Castro. España en su historia, pp. 382-383. volver
  • (12) Ibídem, pp. 410-411. volver
  • (13) Ibídem, p. 429. volver
  • (14) Sánchez-Albornoz, Claudio. España, un enigma histórico, Tomo I, p. 492. volver
  • (15) Ibídem, p. 496. volver
  • (16) Ibídem, p. 521. volver
  • (17) Ibídem, p. 530. volver
  • (18) Corominas, Joan. Libro de buen amor, p. 65. volver
  • (19) Ibídem, pp. 373 a 411. volver
  • (20) Criado de Val, Manuel. Campo literario de Castilla la Nueva, p. 16. volver
  • (21) Francesco Petrarca, [et al.]. En Manifiestos del humanismo, pp. 25-35. volver
Centro Virtual Cervantes © Instituto Cervantes, . Reservados todos los derechos. cvc@cervantes.es