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Clarín, espejo de una época

La sociedad. Psicología y mecanismos de evasión de Ana Ozores

Por Milagrosa Álvarez Hernández

El lector de Leopoldo Alas encuentra en esta su magna obra, La Regenta, la enorme influencia de la sociedad en el comportamiento de los personajes y una descripción detallada de la realidad en la que éstos viven. «La Regenta constituye una auténtica anatomía de la sociedad de la restauración en el marco de una capital de provincia, esto es, Oviedo»1. «Asimismo, gracias a su agudeza de observación, Clarín ha sabido hacer de su libro algo más que una narración costumbrista particularmente minuciosa».2

Clarín nos muestra cómo se fragua entre todos la historia de un adulterio, adulterio que todos a un tiempo deseaban y temían. La Regenta representa una sociedad en la que conviven el desengaño y la frustración junto a la ilusión amorosa. La burguesía, la iglesia, el amor intrigante, la fallida evasión de algunos de sus personajes, la ambición, la mentira, la presunción y el fanatismo configuran la ciudad de Vetusta. El mundo que describe Clarín en La Regenta no ha variado mucho de lo que suelen ser algunos comportamientos de la sociedad actual. «He aquí la modernidad de Leopoldo Alas, un diagnosticador precoz, un precursor».3

Vetusta. La sociedad de Ana Ozores

La sociedad de Vetusta aparece en La Regenta como algo inamovible. Sobresale una sociedad que no crece, no progresa. En este sentido, su catedral le confiere el carácter de un enorme sepulcro. Se perfila, así, la silueta de una tumba petrificada. Bajo la mirada de la catedral habitan unos ciudadanos que se sienten liberados y, a la vez, sepultados a la sombra de la inhóspita, fría pero siempre imperecedera torre. «La topografía de Vetusta es tan importante que la vista panorámica de la ciudad nos es presentada, a comienzo de la novela, desde lo alto de la torre de la catedral. Es el dominio, el territorio por el que se lucha».4 La catedral, de este modo, preside el acontecer diario de sus habitantes. Desde allí se vigilan los pasos de los que viven en la zona más o menos privilegiada de la burguesía vetustense: La Encimada. Era el lugar que don Fermín «tenía debajo de sus ojos, era su imperio natural».5 Aquí don Fermín ejercitaba una práctica favorita, la de vigilar a los demás. «La torre de la catedral espiaba a los interlocutores desde lejos»6, ya que la niebla y la lluvia cuando inundaban Vetusta adquiría un aire misterioso, casi de naufragio. Entonces, «la torre de la catedral aparecía a lo lejos, entre la cerrazón, como un mástil sumergido».7

La iglesia, el casino y el teatro eran los lugares más frecuentados por los habitantes de Vetusta. De la misma forma que desde la torre de la catedral se tomaba el pulso a la ciudad, en el interior de ésta retumbaba el eco de los latidos de sus feligreses. Los muros de la catedral, al tiempo que daban cobijo a sus fervorosos fieles, también albergaban sus ilusiones, problemas, inquietudes, miradas insinuantes… los devaneos de Obdulia «tienen lugar no sólo en las carboneras sino también en los palacios y en los templos»8 «y en la catedral... en la capilla de las reliquias, en los sótanos, en la bóveda, en todas partes creo que se daban unos... apretones»9... «el amor sacrílego iba y venía volando invisible por naves y capillas como una mariposa que la primavera manda desde el campo al pueblo para anunciar la alegría nueva».10

Como ciudad de provincia, Vetusta no podía carecer de un casino. «La descripción del casino de Vetusta y de sus asiduos es uno de los pasajes de la novela en los que Clarín ha puesto el mayor espíritu de observación, de exacta ironía».11 Al igual que los parroquianos en la iglesia, éstos son también fieles asistentes. El casino era para algunos vetustenses su otra casa. Aquí, encontramos comportamientos y personajes variopintos. La afición al juego era tan grande que no les importaba, en ocasiones, quitarle horas al sueño. Vinculete «jugaba desde las tres de la tarde hasta las dos de la mañana».12 El juego se convertía en un acto ritual y protocolario.

Tal médico se recogía a las diez después de perder las ganancias del día: se levantaba a las seis de la mañana, recorría todo el pueblo entre charcos y entre lodo, desafiaba la nieve, el granizo, el frío, el viento; y después de ímprobo trabajo, volvía, como con una ofrenda ante el altar, a depositar sobre el tapete verde las pesetas ganadas. Abogados, procuradores, escribanos, comerciantes, industriales, empleados, propietarios, todos hacían lo mismo.13

El propio autor observa que «Examinar con algún detenimiento a los habituales sacerdotes de este culto ceremonioso y circunspecto de la espada y el basto, es conocer a Vetusta intelectual en uno de su aspectos característicos».14

En una sociedad como Vetusta el chisme cobra el carácter de cotidianeidad. Como fiel reflejo de una sociedad ociosa, las críticas eran lo más común... «en una agradable conversación que tenía por objeto despellejar a la pobre Obdulia», 15en «Vetusta los ociosos, que eran casi todos, murmuraban de lo más inocente».16 Fromm señala que:

El curioso es básicamente pasivo. Quiere que lo nutran de conocimientos y sensaciones pero jamás puede tener bastante... El terreno más importante en que la curiosidad se ve satisfecha es el chisme, ora sea el chisme pueblerino de la mujer que se sienta en la ventana a mirar con su catalejo lo que pasa a su alrededor, ora el chisme algo más perfeccionado que llena las columnas de los periódicos, que se oye en las juntas administrativas de los burócratas y en la tertulias... por su naturaleza misma la curiosidad es insaciable, desde que, además de su malicia, nunca responde a la pregunta de quién es la otra persona.17

Los vecinos más jóvenes de Vetusta, ante la imposibilidad de hacerse un hueco en esta sociedad marchita y decadente optan, en el caso de los chicos, por la emigración. A ellas les está reservado el convento o el matrimonio. En cualquier caso, para casarse se necesita de una cierta posición económica, de lo contrario el rechazo parecía lo más lógico. Desde muy jóvenes aprenden que para triunfar es básico el trampolín del dinero. De este modo, a Ana Ozores la admiraban por su belleza, pero socialmente no era aceptada. «Los muchachos de la aristocracia eran casi todos libertinos más o menos disimulados; les atraería la hermosura de Ana pero no se casarían con ella»,18 sus tías también lo aceptaban: «no se casarían con ella porque era pobre».19 Ana pensaba que en su situación no había más salida que la del convento o el matrimonio; ¿qué más daba? «si Vetusta y el claustro eran la misma cosa».20 Aranguren afirma a este respecto que

La realización del destino de la mujer se hacía depender enteramente del hecho contingente de que encontrase un marido. Si esto no ocurría la frustración era inevitable. De ahí la angustia creciente según iban pasando los años, el temor a quedarse «solterona», o «para vestir imágenes», el refugio del convento, la amargura de la tía...21

Por la noche, después de la jornada de trabajo, los más jóvenes se daban cita en la calle del Triunfo, era el único momento en que Vetusta respiraba entusiasmo y alegría. Era la fuerza de los talleres que salía al aire libre; los músculos se movían por su cuenta, a su gusto... Cada cual además estaba satisfecho de haber hecho algo útil, de haber trabajado. Las muchachas reían sin motivo... Aquellas jóvenes, que no siempre estaban seguras de cenar al volver a casa, insultaban al transeúnte que las llamaba hermosas...22

Pero estos jóvenes «eran la pobretería», como decían los tertulios de Vegallana23 «olvidaban que pertenecían a una sociedad que ahoga todo lo vital y espontáneo».24

Los personajes que habitan Vetusta

La iglesia, el casino y el teatro eran, como hemos mencionado anteriormente, los lugares preferidos por los personajes de La Regenta. Personajes que se mueven con el motor de la envidia y la, a veces, excesiva, curiosidad por la vida de los otros.

El casino y la sacristía de la catedral, el palacio de los Vegallana y el teatro, eran, entre los lugares que transcurre la acción de La Regenta, aquellos donde principalmente se expandían las materializaciones de la imaginación colectiva. Allí se asentaba lo que había de pasar por socialmente verdadero o falso, allí se enjuiciaban las conductas, conforme a una moral de las apariencias.25

El magistral y Mesía son los dos personajes que sobresalen (junto a Ana Ozores) a lo largo de toda la obra. Cada uno, el magistral y Mesía con un mundo diferente, pero con una misma finalidad, derrotar a Ana. Cuando hablan de ella, no lo hacen refiriéndose a una persona, o una mujer sensible, sino que se trataba de conquistar una plaza o derribar una fortaleza.26

Álvaro personifica al don Juan, conquistador e irresponsable. Aunque suscitaba envidias por su fortuna y su buena planta,27 era también el orgullo de los vetustenses, todo lo que hacía o manifestaba era aplaudido por quienes le rodeaban. Álvaro era sinónimo de triunfo, de machismo, de seducción. De este modo,

llegó el caso de contar cómo había podido don Álvaro vencer a la hija de un maestro de la Fábrica vieja, muy honrado, que velaba por el honor de su casa como un Argos... se apretaba contra su víctima, la llenaba de deseos de él, de su arrogante belleza varonil y simpática; después hablaba de amor como en broma... y cualquier día o cualquiera noche ... la ocasión echaba el resto y la deshonra entraba en la casa, y el amigo íntimo, el favorito de todos, salía para no volver nunca.28

Pero Álvaro, en aquellas batallas amorosas, «siempre armado de aquella pechera blanquísima y tersa»,29 utilizaba su vestimenta como elemento de distinción entre los de su clase social. «Vestía ropa de sastre, de los primores de la planchadora, de la habilidad del zapatero y de la estampa del caballo».30

Por otro lado, el magistral es el hombre salido de la codicia y la ambición maternas. No tuvo más opción en su vida que la de cumplir con el mandato de un dictador: su madre. Las relaciones con ella no eran precisamente buenas. El magistral se encontraba solo.31 Hay ocasiones en que su otro yo se rebela, entonces se atormenta consigo mismo y siente un enorme complejo de culpabilidad. Se percata de su situación y confiesa: «yo soy un ambicioso, yo soy un avariento, yo guardo riquezas mal adquiridas, y vendo la Gracia, yo comercio como un judío con la religión del que arrojó del templo a los mercaderes..., yo soy un miserable...».32 Su conciencia le delataba. No olvidemos que «acostumbraba resolver cuestiones turbias como por máquina».33

Cuando el magistral se ponía el alzacuellos, predicaba a sus feligreses o trataba un asunto de la iglesia, su personalidad se transformaba.34 «Este fingimiento era en él su segunda naturaleza».35 Pero había que procurar guardar las formas. «Él siempre había sabido mantenerse en el difícil equilibrio de sacerdote sociable sin degenerar en mundano; sabía conservar su buena fama».36

Psicología y mecanismos de evasión de Ana Ozores

La Regenta es un sobrenombre que no le hace justicia, Aranguren sostiene que «preferiría que se hubiese llamado, sin motes, Ana Ozores».37 Todos reconocían y admiraban su belleza. Incluso, la integraban dentro de las propiedades o edificios de Vetusta. Sobresalía como la catedral, un monumento que se podía admirar de tal modo que las tres maravillas de la población eran «la torre de la catedral, el Paseo de Verano y Ana Ozores».38 Así sus tías veían en Ana todo un negocio, una mercancía. «Para doña Águeda la belleza de Ana era uno de sus mejores embutidos; estaba orgullosa de aquella cara, como pudiera estarlo de una morcilla».39 No cabe duda que la mujer era un objeto más que se podía comprar con dinero. Cuando llegó el indiano millonario, Frutos Redondo, venía dispuesto a comprar lo mejor de Vetusta, «el mejor chalet, los mejores coches y la mujer más guapa».40 Cooper afirma que

el amor, por supuesto, como toda experiencia que podamos llevar a cabo, puede ser degradado a un estado del ser que a su vez puede reducirse a la condición de mercancía y luego fetichizado como cualquier otra mercancía. Se convierte en una suerte de paquete, de dimensiones socialmente establecidas...41

Ana Ozores aprendió pronto que su salida estaba en el matrimonio. Lo que Fromm llama la necesidad de certidumbre, «prefiere hacer una decisión equivocada y estar seguro de ella que tomar una decisión correcta y atormentarse con la duda respecto de su validez».42

Ana Ozores vivía atormentada, en un medio social en el que el pecado «era algo más que el adulterio repugnante, era la burla, la blasfemia... o el infierno».43 Asimismo, vive presa de unos sueños, unas veces agradables y otras espantosos; los sueños para Ana Ozores representan también su libertad, su único lenguaje, su medio de escape. De este modo, por medio de los sueños, expresa el atormentado mundo en el que vive.

Nuestra vida de sueños es el refugio, donde nos recobramos de la pesada carga de nuestra cultura y donde somos libres de satisfacer los antagonismos infantiles reprimidos... somos impotentes pero también somos libres. Estamos liberados de la carga del trabajo, de la faena del ataque o la defensa, de la observación y dominio de la realidad. En el sueño, el reino de la necesidad ha dado paso al reino de la libertad en el que yo soy el único sistema al que los pensamientos y sentimientos se refieren.44

Así pues, para Fromm los sueños eran «expresiones de impulsos reprimidos que aparecían en forma disfrazada. La clave para comprender las motivaciones inconscientes de una persona. La única función del sueño era la de proveer de salvaconducto a la expresión de impulsos inaceptables».45

Ana Ozores vivía mentalmente aislada del mundo exterior. Su verdadero refugio se encontraba en el dormitorio. Era su otro confesionario. Soñaba despierta. «Soñaré como quiera y con quien quiera, no pecará mi cuerpo, pero el alma la tendré anegada en el placer de sentir esas cosas prohibidas por quien no es capaz de comprenderlas».46 Padecía un estado de intensa contemplación mística; el místico, afirma Fromm: «en verdad considera ese estado como el de consciencia suprema. El lenguaje en un estado tal de contemplación sigue la lógica experimental del sueño, no la lógica de acción del acto de pensar normal».47

Ese aislamiento la convertía, en ocasiones, en una persona triste. Pero ella prefería acudir al entretenimiento de la lectura, que mucha de ella le recomendaba el magistral, pero «aquella retórica fiambre» la afligía aún más.48 Este comportamiento encierra una suerte de dicotomía, cuerpo por un lado y pensamiento por otro en el que radica, precisamente, el autoengaño de Ana Ozores y de ahí sus extrañas manifestaciones. La vida de Ana transcurre en una oscilación continua entre la apatía y el entusiasmo, la alegría y la tristeza, la rebeldía y la resignación. En el fondo, eran todos resortes que la mente de Ana Ozores utilizaba lo mejor que podía para huir de la realidad. Pero había otros mecanismos de evasión más fuertes: sus ataques de histeria que se reflejaban en llantos inesperados y repentinos desmayos, seguramente justificados dado el complejo entorno en el que la protagonista vivía.49

Existe una curiosa coincidencia entre Ana Ozores y Fermín de Pas cuando están frente a un espejo. Ana Ozores se mira al espejo y no lo soporta: «Cuando se vio sola delante del espejo en su tocador, se la figuró que la Ana de enfrente le pedía cuentas...Y después de pensar y resolver esto, se vistió y se peinó lo mejor que supo, y no volvió a poner en tela de juicio puntos de honra, peligros...».50 Fermín de Pas sufría una situación similar. «El Magistral miraba con tristeza sus músculos de acero, de una fuerza inútil...el mozo fuerte y velludo que tenía enfrente, en el espejo, le parecía un otro yo que se había perdido... En cuanto se abrochó el alzacuello, el Magistral volvió a ser la imagen de la mansedumbre cristiana.».51

... La gente se mira al espejo no para ver su persona, además de la posibilidad de ver a través de ella, sino para ver manifestaciones fragmentarias como su cabello... el nudo de la corbata, etc. Si no lleváramos esa fragmentación evasiva nos enfrentaríamos con la experiencia de que vernos a nosotros mismos significa ver a través de nosotros. Nada hay más temible.52

No podemos olvidar que Ana arrastraba una conducta reprimida desde la infancia: el recuerdo de Germán en la barca, la azarosa convivencia con sus tías y el ambiente en el que vivía desencadenaron un conducta masoquista, fue «cuando empuñó los zorros de ribetes de lana negra... y sin piedad azotó su hermosura inútil una, dos, diez veces...».53

Las represiones llegan a ser pronto inconscientes, automáticas como quien dice, así que una gran parte del sentido de culpa permanece inconsciente... El individuo llega a ser instintivamente reaccionario. Ejerce contra sí mismo, inconscientemente, una severidad que ha sido apropiada para un nivel infantil de su desarrollo... El individuo se castiga a sí mismo por acciones que no ha realizado... el pasado revela así su doble función en la configuración del individuo y su sociedad.54

Las relaciones entre Ana Ozores y su marido

Las relaciones de Ana Ozores con su marido son imprescindibles para forjarnos una idea de la biografía de la protagonista. Ana Ozores y don Víctor Quintanar, ex-regente de Vetusta forman un matrimonio que se reduce a un simple formalismo social. Viven bajo un mismo techo, pero duermen en habitaciones separadas.55 Desde la primera noche Ana Ozores «sintió la respiración de un magistrado».56 Los lazos de amor entre don Víctor y Ana eran inexistentes, «la nada era su dote» de amor.57 Él prefería un buen macho de perdiz a todas las caricias conyugales.58 Se cruzaba por tanto entre ellos un cariño paternal y filial.59

Clarín nos presenta a don Víctor como un personaje caricaturesco. Sólo, y al final, cuando se enfrenta a la muerte, es su primer acto de conciencia de la realidad. «¡Qué amarga era la ironía de la suerte!».60

Pero las dos grandes ocupaciones de don Víctor eran sentirse como un actor y la práctica de la cacería. Estas «obligaciones» eran también sus dos grandes pasatiempos. La cacería la practicaba durante el día y, antes de acostarse, leía armado con una espada.

... El rasgo característico de la vida de la clase ociosa es una extensión ostensible de toda tarea útil. Las ocupaciones normales y características de esta clase en la fase madura de su historia a la que nos estamos refiriendo son, desde el punto de vista formal, muy semejantes a las de sus primeros tiempos. Estas ocupaciones son el gobierno, la guerra, los deportes y las prácticas devotas... Algo semejante puede decirse de la caza. De un lado es una profesión, ejercida principalmente con ánimo de lucro. Pero la caza es también un deporte, un simple ejercicio del impulso depredador, más o menos ostensible, de hazaña. Abstenerse del trabajo es la prueba convencional de la riqueza, y por ende, la marca convencional de una buena posición social.61

Modos sociales de expresión

Cuando Ana Ozores aparece por vez primera en esta espléndida obra es para pedir confesión62, y la novela termina asimismo, en el momento en que Ana intenta confesar con el magistral en una tensa escena. El magistral acusa la soberbia contenida y pone al descubierto su amor despótico que se reduce al placer de humillar, insultar y agredir a la persona amada... esta transformación de un persona en objeto... expresa debilidad intrínseca, pobreza de pasión, impotencia secreta, autoerotismo o narcisismo primitivo.63

Como corresponde a una sociedad un tanto artificiosa, los habitantes de Vetusta procuran ocultar sus pensamientos y deseos. Un modo de expresión que impera es el de las miradas. El lenguaje de las miradas es el medio más locuaz del que disponen los seres desprovistos del lenguaje verbal. Con el lenguaje de las miradas, los habitantes de Vetusta expresan el odio, el amor, la envidia, la alegría... Lo único que no está mal visto en Vetusta es mirarse. A través de los ojos expresan lo que no pueden hacer por el medio más directo, el lenguaje de las palabras. «En el paseo, los muchachos y muchachas se comen a miradas».64 «Hay estudiante que se acuesta satisfecho con media docena de miradas recogidas aquí y allá, e sus idas y venidas por el Espolón o por la calle del Comercio».65 A Ana las miradas de don Álvaro se le revelaban con muda elocuencia. A la madre del Magistral le bastaba una mirada para escudriñar en la vida de su hijo.

Doña Paula había vuelto a entrar en el despacho de su hijo. Registró la alcoba. Vio la cama levantada, tiesa, muda... se fijó en el orden de la mesa, en el del sillón, en el de las sillas. Parecía olfatear con los ojos. Llamó a Teresina; le preguntó cualquier cosa, haciendo en su rostro excavaciones con la mirada, como quien anda a minas.66

En otro momento, «el Magistral y doña Paula se consultaron con los ojos. Se entendieron».67 También «Ana buscaba amparo en los ojos del Magistral».68 «De este modo mirar un objeto es iluminarlo con los ojos, proyectarlo, es decir, sentirlo física y sensiblemente».69

Otro medio de expresión en Vetusta es la utilización del atuendo como seña de identidad. Para una mujer como Olvido el traje llegó a ser una religión, «no lucía dos veces uno mismo».70 También para Mesía, la ostentación a través de la indumentaria, formaba parte de su existencia. París era el lugar en donde la adquiría. Ronzal hacía lo propio en Madrid. Todos «se enorgullecían de sus pecheras blancas».71 El mundo de las apariencias y la presunción conservan la liturgia de las formas.

El efecto agradable de unas vestiduras limpias y sin manchas se debe principalmente, si no enteramente, a que lleva consigo la sugestión del ocio. Gran parte del encanto atribuido al zapato de charol, a la ropa impoluta... que realzan en tan gran medida la dignidad de un caballero, deriva del hecho de que sugieren sin ningún género de dudas que el usuario no puede así vestido, echar una mano a ninguna actividad humana útil.72

Leopoldo Alas escribió una obra en la que supo recoger con una maestría inigualable todos los elementos de la sociedad de la Restauración. Sus personajes están vivos. Son personajes que expresan minuciosamente su circunstancia, su dolor y sus ilusiones. Son personajes que prevalecen. Nos dicen de su vida y se introducen en la nuestra. Éste es el verdadero poder de un creador, de un novelista inigualable, que escribe con una materia que profundiza y ahonda en el pensamiento del lector de entonces, en el lector de ahora y en el del mañana. La Regenta es, en suma, una obra imperecedera.

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  • (1) Carlos Blanco Aguinaga, et alii, HSLE, II, Madrid, Castalia, 1978, p. 154. volver
  • (2) Jean Bécarud, La Regenta de Clarín y La Restauración, Madrid, 1964, p. 7. volver
  • (3) John W. Kronik, «68 frente a 98. La modernidad de Leopoldo Alas», Papeles de Sons Armadans, 122, 1966, p. 122. volver
  • (4) José Luis Aranguren, «De La Regenta a Ana Ozores», Estudios Literarios, Madrid, 1976, p. 179. volver
  • (5) Leopoldo Alas «Clarín», La Regenta, ed. Gonzalo Sobejano, Madrid, Castalia, 1981, dos tomos (I y II), I, p. 113; II, p .133. volver
  • (6) La Regenta, II, p. 73. volver
  • (7) La Regenta, II, p. 83. volver
  • (8) La Regenta, I, p. 287. volver
  • (9) La Regenta, I, p. 288. volver
  • (10) La Regenta, II, p. 334. volver
  • (11) Jean Bécarud, Op. cit.., p. 32. volver
  • (12) La Regenta, I, p. 253. volver
  • (13) La Regenta, I, p. 262. volver
  • (14) La Regenta, I, p. 251. volver
  • (15) La Regenta, I, pp. 517-518. volver
  • (16) La Regenta, I, p. 276; I, p. 280. volver
  • (17) Erich Fromm, La revolución de la esperanza, México, FCE, 1970, p. 87. volver
  • (18) La Regenta, I, p. 225. volver
  • (19) La Regenta, I, p. 247. volver
  • (20) La Regenta, I, p. 241. volver
  • (21) José Luis Aranguren, Erotismo y liberación de la mujer, Barcelona, Ariel, 1973, p. 23. volver
  • (22) La Regenta, I, p. 350. volver
  • (23) La Regenta, I, p. 350. volver
  • (24) Carlos Blanco Aguinaga, et alii, Op. cit., p. 154. volver
  • (25) José Luis Aranguren, «De La Regenta a Ana Ozores», Op. cit., p. 189. volver
  • (26) La Regenta, I, p. 296; II, p. 310; II, p. 450; II, p. 453. volver
  • (27) La Regenta, II, p. 39. volver
  • (28) La Regenta, II, pp. 174-175. volver
  • (29) La Regenta, II, p. 43. volver
  • (30) La Regenta, II, p. 495. volver
  • (31) La Regenta, II, p. 465. volver
  • (32) La Regenta, I, p. 422. volver
  • (33) La Regenta, I, p. 469. volver
  • (34) La Regenta, I, pp. 451-453; I, pp. 459-460. volver
  • (35) La Regenta, I, p. 423. volver
  • (36) La Regenta, I, p. 507. volver
  • (37) José Luis Aranguren, Ibid., p. 211. volver
  • (38) La Regenta, I, p. 224. volver
  • (39) La Regenta, I, p. 230. volver
  • (40) La Regenta, I, p. 242. volver
  • (41) David Cooper, La muerte de la familia, Barcelona, Ariel, 1976, p. 64. volver
  • (42) Erich Fomm, Op. cit., p. 55. volver
  • (43) La Regenta, II, p. 222. volver
  • (44) Erich Fromm, «La naturaleza de los sueños», Psicología Contemporánea, Madrid, Blume, 1975, pp. 320-321. volver
  • (45) Erich Fromm, Ibid., p. 320. volver
  • (46) La Regenta, II, p. 36. volver
  • (47) Erich Fromm, Ibid.., p. 332. volver
  • (48) La Regenta, II, p. 12. volver
  • (49) La Regenta, I, p. 221; I, pp. 174-175; I, p. 331; I, p. 371; II, p. 312 y II, p. 334. volver
  • (50) La Regenta, II, p. 37. volver
  • (51) La Regenta, I, pp. 409-410. volver
  • (52) David Cooper, Op. cit., p. 113. volver
  • (53) La Regenta, II-XXIII, p. 286. volver
  • (54) Herbert Marcuse, Eros y Civilización, Barcelona, Seix y Barral, 1968, pp. 43-44. volver
  • (55) La Regenta, I, p. 177. volver
  • (56) La Regenta, I, p. 376. volver
  • (57) La Regenta, I, p. 363. volver
  • (58) La Regenta, I, p. 371. volver
  • (59) La Regenta, I, p. 375; II, p. 35; II, p. 53; II, p. 323 y II, p. 474. volver
  • (60) La Regenta, II, p. 517. volver
  • (61) Thorstein Veblen, Teoría de la clase ociosa, México, FCE, 1963, pp. 48-49. volver
  • (62) La Regenta, I, p. 148. volver
  • (63) Carlos Gurméndez, Teoría de los sentimientos, Madrid, FCE, 1981, p. 190. volver
  • (64) La Regenta, I, p. 247. volver
  • (65) La Regenta, I, p. 357. volver
  • (66) La Regenta, I, p. 424. volver
  • (67) La Regenta, II, p. 342. volver
  • (68) La Regenta, I, p. 492. volver
  • (69) Carlos Gurméndez, Op. cit., p. 15. volver
  • (70) La Regenta, I, p. 473. volver
  • (71) La Regenta, I, p. 278; I, p. 289 y II, p. 299. volver
  • (72) Thorstein Veblen, Op. cit., pp. 176-177. volver
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