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Clarín, espejo de una época

Clarín y la crítica: Imágenes recurrentes

Por Laureano Bonet

Casi resulta ocioso afirmar hoy que el pensamiento literario de Clarín ha experimentado una creciente —y firme— revalorización tras la década de 1960. Fue a ese respecto crucial el libro de Sergio Beser Leopoldo Alas, crítico literario, con fecha del 68, fruto de una tesis doctoral dirigida por J. M. Blecua, «tesis que —rememora este eminente hispanista— analizaba un tema todavía inédito en las universidades de aquel tiempo: los estudiosos desdeñaban a Clarín, y ello era consecuencia —al igual que ocurría con Galdós— de la frialdad, por no decir antipatía, con que la generación del 27, sus escritores, sus eruditos, contemplaban la literatura del siglo xix, especialmente la más realista».1 (Es ilustrativa, en este sentido, la frialdad que mostraría J. F. Montesinos, el gran crítico de dicha generación, hacia Alas, según demuestra alguna que otra frase contenida en sus monografías sobre Galdós y Pereda). En el caso del autor de La Regenta tal vacío, silenciamiento, u olvido se extiende en efecto por buena parte del siglo xx y estaría agudizado, además, por el clima político imperante en España después de la guerra civil, tan hostil hacia nuestra mejor tradición republicana y liberal. Tras el best seller constituido por la publicación en 1967 de la novela de Ana Ozores en formato de bolsillo por Alianza Editorial aparecerían, ya en los primeros setenta, Solos (bajo ese mismo sello), Palique (impreso por Labor al cuidado de J. M. Martínez Cachero), y los Preludios de «Clarín» recogidos por J. - F. Botrel en edición del Instituto de Estudios Asturianos. Títulos todos ellos cruciales en la recuperación de una de las figuras mayores en las letras hispánicas del siglo xix.

Una sombra fugitiva

¿En qué momento surge y se propaga tal silencio? La pregunta apenas plantea dificultades. Es muy revelador que tras su fallecimiento el nombre de Alas desaparezca súbitamente del epistolario de M. Menéndez Pelayo. Pero existe otro testimonio muy elocuente también: Azorín escribirá en 1912, y a propósito de nuestro autor, que «después de muerto se ha ido haciendo en su torno el olvido».2 Y, en caso de contemplar la larga secuencia cronológica que abarca buena parte del siglo xx, brotan nuevos signos que ratifican estas palabras tan contundentes del autor de La voluntad. Así, casi tres lustros más tarde estimaba Ricardo Baeza que Alas «es una de las figuras peor estudiadas» en las letras de la Restauración.3 Y otro síntoma que nos desazona considerablemente, dada la poderosa personalidad del autor: J. Ortega y Gasset (con tantas raíces por entre la tierra cultural del Ochocientos: piénsese en un Hegel) apenas menciona al krausista y hegeliano Clarín, existiendo al parecer en su obra sólo dos referencias, por completo banales, al creador de Su único hijo.4

Asimismo las huellas del Alas crítico, o ensayista, en las historias de la literatura española no son menos superficiales y faltas de calor interpretativo, cuando no de un inquietante silencio, tal como ocurre, entre otros, con el libro del jesuita Alberto Risco. Ese silenciamiento contrasta, sin embargo, con las lúcidas líneas que Manuel de Montoliu dedicara en 1929 al Clarín pensador y novelista: Alas, «uno de los escritores de tipo más europeo de España» y «en perpetua actitud de lucha frente a los defensores [...] de la rancia tradición nacional».5 Por el contrario el orteguiano, y posterior exiliado, Juan Chabás confeccionaría poco después un retrato excesivamente simplificador del asturiano, vertido en poco más de media docena de líneas mientras acto seguido —notable contraste— dedica largos párrafos a Ángel Ganivet, repletos de fervor expositivo.6 Y parecidos términos ‘minimalistas’ afloran en la Historia de la literatura española de Ángel Valbuena Prat (1937), en cuyas páginas se omite casi por entero al Clarín ensayista, anotando sólo su «entronque con Larra», lo cual «marca la línea precisa que lleva al ‘ensayo’ del 98»:7 el papel del autor de Mezclilla se reduciría, pues, a simple eslabón entre dos cumbres de las letras hispánicas: por un lado, el solitario «Fígaro» y, por otro, la plétora de literatos del fin de siglo que enriquecen con sutil temblor lírico la moderna prosa castellana. En medio, a la manera de sombra fugitiva, un Alas casi inmerso en el anonimato...

Pero si nos adentramos en la España posterior a 1939 los datos no son por lo general menos desalentadores, et por cause… Así Gerardo Diego en una sucinta historia literaria hace convivir en un mismo párrafo —¡irónico destino!— a E. Pardo Bazán y Leopoldo Alas: buena parte de este párrafo —trece líneas— está dedicado a la escritora gallega mientras que Clarín dispone apenas de cinco renglones, aludiéndose simplemente al «ingenio» de sus textos críticos y el ser —agridulce destino, ahora— maestro de Ramón Pérez de Ayala, a quien más adelante el autor dedicará amplio espacio.8

Convivencia, y «aplastamiento», pardobazanianos que —retrocediendo a 1917— emerge también en la Literatura Española de Ángel Salcedo Ruiz, quien elogia la lengua de Clarín — «Escribía admirablemente»— pero omite cualquier referencia al contenido doctrinario de su obra en contraste, una vez más, con la autora de La cuestión palpitante.9 Con todo, esta silueta autoral tan nebulosa empieza a solidificarse un poco en la pluma de Rafael Vázquez-Zamora quien, en dos artículos aparecidos en Destino a finales de 1947, definirá certeramente a Alas como «el escritor español más «moderno» del siglo xix, el que está más cerca de nosotros», hablando en otro pasaje —en términos ahora algo tópicos— de su «agudeza», «penetración crítica» y «espíritu combativo».10 A esa misma agresividad ideológica había hecho referencia poco antes, en 1941, el hoy tan olvidado Ramón D. Perés al declarar que Clarín «púsose en primera fila» como crítico, y ello «a pesar de sus muchos enemigos», mostrando en todo momento un «carácter [...] de luchador, de humorista, de observador penetrante y malévolo, no siempre de buen gusto [...]».11

Por último, a la altura de 1956 —momento en que se insinúa una levísima revalorización clariniana, sobre todo por su flanco narrativo: habíase cumplido ya medio siglo de su muerte—, G. Torrente Ballester verterá en su Panorama de la literatura española luminosas reflexiones acerca de las ideas estéticas de nuestro escritor, señalando por ejemplo que «constituye hoy [Clarín] un arquetipo de lo que debe ser el crítico literario considerado como ser moral».12 En suma, frente a las interpretaciones anteriores —a veces tan simplistas—, el autor de Los gozos y las sombras ofrece el retrato de un Alas todavía ‘operante’, repleto de vivaz savia mental, focalizando en especial este análisis (tan sorprendente en manos de un intelectual inserto aún en el Estado franquista) en torno al término clariniano de la «oportunidad» literaria, con tantas raíces krausistas y ginerinas.13

Visión ésta que contrasta con las páginas manualísticas que G. Díaz–Plaja dedica al naturalismo, donde una vez más se habla con amplitud de Emilia Pardo y su Cuestión palpitante —definida como gran texto teórico—, mientras Clarín, situado a manera de ‘bocadillo’ entre la autora coruñesa y A. Palacio Valdés —ambos con generosa presencia tipográfica—, es definido simplemente como crítico «agudo e implacable».14 Juicio éste de 1959 año, por cierto, en el que J. M. Valverde brindará un nuevo contraste, ahora de Clarín consigo mismo: en su Historia de la literatura universal dedica generosos párrafos a La Regenta (anticipados ya en un artículo suyo aparecido diez años antes en Solidaridad Nacional) aun cuando apenas dedique un par de líneas a sus «críticas» y «polémicas ideológico-políticas».15

Clarín sembrador de ideas

Hasta aquí un apunte en torno a cómo va conformándose una cierta imagen clariniana en la primera mitad del siglo xx, imagen que —salvo en el caso de G. Torrente Ballester y, en menor medida, Manuel de Montoliu— se nos antoja frágil y confusa, sin incidencia alguna en el quehacer intelectual de dicha centuria y apenas huella en los manuales. Incluso un analista tan agudo de la literatura española como Ángel del Río escribiría por los años centrales de la misma centuria, y en los Estados Unidos, que «A pesar de haber sido el crítico más temido y respetado en su tiempo, [Clarín] no deja, sin embargo, estudios sustanciales de casi ningún tema o materia».16 Juicio no lejano a las dudas que por aquel entonces, y en México, planteaba Max Aub acerca de que el «renombre de crítico» de Alas «sea tan duradero como los de Menéndez Pelayo, Valera, Pardo Bazán».17 Pero podría ser útil, creo, volver al instante mismo de la muerte de Clarín y recoger el testimonio de gentes cercanas a él —colegas, discípulos— quienes en 1901, o poco después, escribieron sobre su obra, su personalidad, facilitando imágenes más intensas en penetración ideológica y calor empático. Ello contrastará sin duda con las interpretaciones por lo común tan asépticas, o livianas, como las recogidas hasta aquí.

El sociólogo S. Valentí Camp —discípulo de la cátedra clariniana de Oviedo— ofrece por ejemplo en un par de libros un retrato del escritor asturiano rico en respeto y entusiasmo. Así, argumenta en Atisbos y disquisiciones (1907), sería Alas «el campeón de la crítica», estando sus contemporáneos «muy lejos de haber penetrado en el pensamiento» del asturiano. Y agrega, resaltando su huella entre la gente joven del fin de siglo: «No había manera de sustraerse a la influencia personal de Alas», ciertamente el «gran maestro».18 Más tarde en Ideólogos, teorizantes y videntes (1922) el propio Valentí Camp deshará con mano maestra algunos de los rasgos más persistentes en la fisonomía tópica de Clarín, construida de hecho en vida del escritor —según veremos luego— y que imperaría largamente en el siglo xx. Subraya a ese respecto que entre la opinión pública ha calado sólo «lo externo de la obra de Clarín», es decir, «la idea de que fue un escritor atrabiliario y agresivo», amén de «polemista y [...] satírico».19

Y cierra nuestro ensayista estas líneas sosteniendo que sólo pueden «parangonarse» a Clarín un Menéndez Pelayo o un Urbano González Serrano. Fue, en fin, Alas «el escritor que dedicó mayor suma de esfuerzos conscientes a renovar el ambiente intelectual de nuestro país», ejerciendo con ello «una intensa agitación en el orden intelectual». Podría, por consiguiente, ser definido como «uno de los más activos y tenaces sembradores de ideas», sobresaliendo además en esa actividad rica, infatigable, un goloso cosmopolitismo: Clarín, en efecto, «importó [...] todas las actividades que, en aquellos tiempos, conmovían a la Europa intelectual».20

Probablemente se inspire Valentí Camp en alguna página de U. González Serrano quien en 1901 había escrito que Alas, ante todo, «ha agitado el mundo de las ideas», siendo sus ensayos «la historia real y vivida de la literatura de nuestro país».21 Destacaba asimismo este crítico en su emocionada rememoración uno de los rasgos más persistentes de Clarín, según hemos sugerido ya: una lengua venenosa, sarcástica, que aviva la polémica y solivianta a los antagonistas. Fundamento, ello, de una de las dos mitades del rostro público del escritor: una apariencia turbulenta, áspera, y en ocasiones poco placentera que eclipsará el otro gajo de la personalidad clariniana, esto es, el literato ensimismado en especulaciones de índole estética, religiosa o filosófica. Augura no obstante González Serrano que, con el paso de los años, «Cicatrizarán las heridas que causó la crítica mordaz y violenta de Clarín» y «agrandará su personalidad luego que el tiempo calme las pasiones que agitó con sus polémicas».22 Coincidencia, aquí, con un contundente elogio de Adolfo Posada vertido mucho después, a principios de la década de 1946: nuestro autor fue «uno de los más admirables espectáculos de la vida intelectual española» del último tercio del siglo xix.23

Azorín finalmente reconstruye —por citar otro escritor allegado a L. Alas— una fisonomía moralizadora de éste, pero con matices distintos a los ofrecidos por G. Torrente Ballester años más tarde, conforme vimos ya. Declara así en artículo del año 1913 que «Clarín era, ante todo, un moralista», en el sentido que tal palabra «tenía en la Francia del siglo xviii», cuando ante todo «significaba [...] un psicólogo, un analista que observa el espectáculo del mundo y va expresando [...] el resultado de sus observaciones».24 Y en su libro memorialístico Madrid ofrecerá una vez más José Martínez Ruiz otra sobria estampa de Alas que culmina —al igual que en S. Valentí Camp— con el tan elocuente epíteto de maestro: «[...] la bella serenidad, el equilibrio y la independencia espiritual, la verdadera independencia, a que había llegado en sus últimos tiempos el maestro».25

El crítico y su doble

Hasta aquí algunos esbozos de la efigie de Clarín que sobrevuela por el firmamento cultural del siglo xx, especialmente en su primera mitad, según fuera concebida por discípulos, literatos, críticos e historiadores. Tras la década de 1960 —cumple reiterarlo— el Alas novelista y crítico se convertirá ya en uno de los temas más lucrativos de la «industria» académica, fenómeno que incluso se está acentuando hoy con motivo del centenario de su muerte, tal como atestigua el simposio internacional que estamos celebrando aquí, al lado de los que han tenido lugar en Barcelona, Zamora y Oviedo. Pero puede resultar útil analizar —también con cierta superficialidad— cómo fue forjándose la prosopografía de un Clarín ensayista entre la opinión culta de la Restauración, a lo largo de su personalísimo itinerario intelectual que abarca, a grandes trazos, desde la década de 1870 —vivaces destellos de un Alas juvenil y combativo— hasta 1901, fecha, casi huelga recordarlo, de su muerte, momento en que cristaliza el perfil de un Alas enfermo, introspectivo y lírico, algo entumecida ya su garra satírica.26

Abundan los datos, procedentes tanto de escritos privados —cartas— como públicos —artículos, gacetillas, ensayos—. Se trata, por supuesto, de una imagen «en movimiento», más y más laberíntica a medida que nuestro autor da a las prensas sus textos y se impone como crítico puntero en las letras de finales del xix: va construyéndose una firma, diríamos con frase tan desgastada por el uso pero todavía clarificadora Imagen que contrasta con la más estable, esquemática, inmóvil —como coagulada— que imperará en buena parte del siglo xx, según hemos tenido ocasión de sugerir ya. E imagen —ya en los últimos 1880— muy compleja, contradictoria, que destila admiración, miedo, odio, recelo, y de la que el mismo Alas es, en algún momento, consciente: el crítico y su doble, por así decirlo...

Sin duda esa silueta pública —ese doble u otro yo social— se introduce en el propio autor, en un proceso de implacable autoalimentación, no sin algún doloroso desgarro, tan propio de todo literato que acaba reinando, majestuoso, en la sociedad de su tiempo. Silueta, con los años, ácida, incluso desapacible, que podríamos resumir con estas palabras de E. Pardo Bazán vertidas tras el fallecimiento del escritor: «¿Quién nos desgarrará como aquel perro? Mire usted que yo pasé cuatro o seis años de mi vida sin que un solo instante dejasen de resonar en mis oídos los ladridos furiosos del can».27 Dureza típica de un texto privado, ausente el cedazo de la hipocresía social... Clarín, en efecto, y su reflejo público: acaso un nuevo yo que coincide, se funde, se aleja, colisiona con el propio sujeto autoral en un zigzagueo tenso y nervioso (y por ahí, por entre esas polarizaciones psíquicas, acaso anide la clave del «último» Alas, tan impregnado de una melancolía húmeda y crepuscular, tal y como demuestra su relato Reflejo).

Si avistamos el existir literario de Alas desde sus años mozos encaminándose hacia un futuro cada vez más rico en prestigio, en logros intelectuales, cabría abrir esa andadura con la pregunta que Ignacio Montes de Oca hace desde México a Menéndez Pelayo en carta del 7 de julio de 1880: «¿Quién es Clarín?».28 La imagen clariniana así —por lo menos al otro lado del Atlántico—, parece aún muy tenue, traslúcida, simple interrogación: fenómeno por entero dispar al existente en España dado que Alas estaba labrándose entre nosotros un gran prestigio como periodista agresivo y polémico. Don Marcelino contesta a su corresponsal el 27 de agosto del mismo año esbozando una caracterización algo sesgada, sin duda, pero que preludia alguno de los rasgos más ostensibles de ese cliché clariniano enquistado poco después en la élite cultural de la Restauración: «[...] la pasión política le ciega. Es [...] discreto y gracioso a veces; pero demagogo e impío como un diablo, y muy aficionado a carne de clérigo [...]».29

Parece por tanto solidificarse en esas líneas la fisonomía de un Alas batallador, anticlerical, radicalizado en sus posturas políticas y sociales, ágil en la esgrima satírica como, por lo demás, daría fe el ensayo El libre examen y nuestra literatura presente, escrito aquellos días... Nos hallamos en plena etapa juvenil del autor —apenas en el umbral de la treintena—, si bien han concluido ya los «años de aprendizaje», años que coinciden con su «vida de ateneísta madrileño y de escritor, vida de paso siempre hacia [...] Asturias», al decir de Adolfo Posada, con términos que potencian aún más esa figura clariniana en movimiento, tan rica en futurización:30 atrás quedan las levantiscas colaboraciones en El Solfeo y La Unión, mientras continúan sus polémicas —llenas también de tensión ideológica— en el Ateneo viejo de Madrid, en aquella sala para conferenciar de luces mortecinas y muros recubiertos con «viejos paños [que] se comen la voz» —como solía recordar Cautelar—.31

Clarín, en fin, catedrático en ciernes, a punto de casarse ya, con algún relato impreso en los periódicos, y prologuista de la versión española de La lucha por el derecho, de Rudolph von Ihering: prologuista «belicoso», según calificativo de Alfredo Vicenti contenido en una espléndida semblanza de la Ilustración Gallega y Asturiana.32 A propósito, por cierto, de su nombramiento para la cátedra de economía política en Zaragoza, otra gacetilla de dicha revista hará referencia a Alas como «conocido y admirado bajo el seudónimo de Clarín en el mundo de las letras»,33 mientras poco antes —y en la misma publicación— Mario San Juan monta ya los primeros mimbres de esa efigie del escritor ovetense: «notabilísimo crítico» que «se ensaña harto a menudo con los pequeños de la literatura» y, teniendo en cuenta sus «excepcionales» dotes intelectuales —amén de un criterio «más templado, limpio y frío que una lámina de acero»—, pronto ejercerá «cierta especie de dictadura en la perturbada y levantisca república de las letras».34 No se olvide: en 1881 había ya nuestro autor dado a la imprenta sus Solos, libro con el cual empieza a labrarse gran prestigio.

Pero van apareciendo nuevos toques a dicha iconografía clariniana —inquieta, bulliciosa—en estos años juveniles. Poco tiempo después de la pregunta de Montes de Oca, J. Valera ofrece un finísimo retrato de Alas donde sobresalen una serie de rasgos psíquicos e intelectuales que van a posarse en la opinión pública de la Restauración. Retrato verbal conteniendo voces tan decisivas como dureza, crueldad, injusticia, ingenio, insatisfacción, discreción, humor, erudición, pasión o sectarismo (nótese la cálida expresividad que segregan algunos de estos lexemas). Escribe así Valera en el 82 que Clarín es

crítico duro, cruel, injusto a veces y sobrado descontentadizo; pero [...] de agudísimo ingenio, de erudición varia y sana y de singular chiste y discreción en cuanto escribe, cuando la pasión de secta no le ciega [...].35

Tres años después —en 1885—Jerónimo Vida apuntala un poco más esta silueta valerina. Señala por un lado —dato valiosísimo—, que Alas se ha convertido en «el número uno de los críticos en activo de España»:36 el asentamiento de la imagen clariniana es pues indudable y, a partir de ahora, tal imagen crecerá más y más. Pero, por otro lado, censura el propio J. Vida la acidez crítica del asturiano, reiterando un término que utilizó ya Valera (y que se repetirá una y otra vez a lo largo de la carrera periodística de Alas): la injusticia. Sentencia así que «fusilarlos [a los malos literatos], moralmente, se entiende, en unas cuantas cuartillas, es peligroso, injusto e inhumano», para rematar acto seguido: «la mayor parte de sus artículos de crítica satírica [...] son injustos».37 Diríase, empero, que este rostro público de Clarín se autoalimenta constantemente, hasta ir alcanzando una tupida esfericidad semántica. El mismo Valera —ahora en el 86— parece ubicar a su vez a Alas en la vanguardia de la crítica «militante» al confesar a Menéndez Pelayo que «Miro yo a Clarín como el más discreto, inteligente y ameno de nuestros críticos [...], sin desconocer que es apasionado hasta la injusticia [...]».38 Y será el propio don Marcelino quien —asimismo en 1886—confirme lo dicho por Valera, situando también a Alas como líder de la crítica nacional: «Decididamente aquí no hay más crítico militante que Clarín».39

El saber leer entre líneas

Que la imagen clariniana concitaba reacciones enconadas lo atestiguan estas palabras de Emilio Bobadilla: «Difícil es juzgarle [...] con criterio sereno y frío; porque son raros los que no le odian [...]».40 Tal efigie —incitadora de solivianto y aspereza— sería a su vez ratificada por Emilia Pardo en 1889: el autor asturiano despierta «simpatía», «cólera» y «angustia».41 Un año más tarde Campoamor destacará en Clarín un cosmopolitismo cultural que —vivaz, insaciable— se derrama a borbotones por el ambiente tranquilo de la provincia: «El señor don Leopoldo Alas, que desde la ciudad de Oviedo pone en la actualidad más ideas en circulación que en su tiempo el padre Feijoo [...]».42 Términos ciertamente afortunados —es muy feliz la comparación «ensayística» entre Alas y Feijoo—43 que anticipan en cierta medida un juicio de Eugenio d’Ors: Clarín como el «monitor no sólo literario, sino espiritual, de unas horas de España entera», puesto que el «mejor florecimiento» de este escrito

coincidió en un momento de la historia de nuestra cultura, en que tal cual núcleo escogido de alguna provincia española pudo estar intelectualmente más cerca de Europa que la misma capital.44

El también hoy olvidado J. M. Quintanilla —discípulo de Alas y Pereda— desarrollará entre 1886 y 1890 un perspicaz dibujo de esa efigie clariniana, no sin retomar algunos de los trazos formulados hasta aquí, con el propósito de ahondar más en ellos. Ante todo este periodista santanderino (coincidiendo con Valera y Menéndez Pelayo: habíase impuesto ya la firma clariniana) emplaza también a Alas como «el rey de la crítica militante», en artículo del año 90.45 No obstante, ya cuatro años antes había enunciado Quintanilla los a su entender rasgos privativos de Clarín, rasgos —apostilla— que lo han convertido en «espíritu crítico de primer orden», culto y profesional. Tales características son —y nótese algún paralelo con Campoamor— su «cosmopolitismo cultural», haber realizado un «estudio concienzudo de la Estética» y, sobre todo, el saber leer, o sugerir, «entre líneas»: talento este último que tanto admiraba, por cierto, nuestro autor, acaso la máxima virtud del buen crítico —decía— personificándola en su maestro Larra.46

Por último, en un nuevo —y no menos penetrante— artículo Quintanilla hurga en alguna de las raíces del, a su juicio, dualismo en la figura pública de Alas, dualismo que propicia ambivalencias y enmascaramientos: el Clarín satírico —brillante y ruidoso— ha eclipsado en exceso al Clarín estético y reflexivo, riquísimo en inquietudes líricas y religiosas. En efecto, la «mayor parte de los lectores han formado de él un concepto muy equivocado. [...]. Se le cree materialista, escéptico, burlón, apto sólo para la crítica ligera». Por el contrario, avisa Quintanilla (arremetiendo contra ese rostro en exceso superficial) a escritor ovetense «le adornan todas las condiciones opuestas», dado que es especialmente «espiritualista» y «nacido para la crítica seria y doctrinal».47

Pero adentrándonos aún más en el fin de siglo esta faz clariniana, ya tan compleja, diríase que se condensa enteramente. Así una reseña anónima del 92 —impresa en Revista Contemporánea— alude otra vez a las levantiscas reacciones, a favor o en contra, que aviva la personalidad del asturiano: «Clarín tiene entusiastas partidarios y furiosos enemigos» y ello es consecuencia —agrega el articulista— de «la parcialidad en que suele incurrir al criticar», lo cual le perjudica un tanto.48 Vuelve a surgir, pues, la no excesiva justicia literaria tan característica del autor asturiano... Ese singular magnetismo que desprende Alas, los amores y desamores que aviva entre la opinión pública, son confirmados por U. González Serrano quien declarará, también en los primeros noventa: «De Clarín no se puede hablar en el tono normal; hay que odiarle y aun ser injusto con él, [...] o elogiarle hasta el encomio [...]».49

En 1895 Juan Torrendell —y a propósito del fracaso de Teresa— verterá asimismo diversas reflexiones en torno a Alas, visto una vez más como el «primer crítico español». Resalta en él su «franqueza excesiva, casi brutal», inspirada en «una imparcialidad poco común», imparcialidad «sólo infringida [...] en homenaje de los varios ídolos».50 Nótese cómo alerta nuevamente Torrendell —matizándola al máximo ahora— sobre esa injusticia crítica que la opinión literaria estima tan peculiar de Alas: su imparcialidad sólo está manchada por la servidumbre ante muy contadas —y poderosas— personalidades del tiempo: Menéndez Pelayo, Campoamor, Pereda, Giner, Galdós, Echegaray... De ahí, en contraste casi obligado (rasgo recogido también por otros analistas de la época) que Alas desdeñe un tanto los escritores en agraz: nuestro crítico así —el reparo es incisivo—carecería del «don de profecía», habida cuenta «la negligencia con que siempre ha mirado las obras primerizas».51

En caso de retornar al plano privado de la receptividad de esa iconografía clariniana —es decir, la documentación epistolar—, J. M. de Pereda, a propósito igualmente de Teresa, hará referencia en el mismo 95 a la personalidad agresiva, incómoda, de Alas: comenta a Galdós que «eran muchos los doloridos de sus páginas que habían de aprovechar esa ocasión», juicio por cierto que el novelista cántabro había anticipado ya en alguna vieja misiva al propio Clarín,52 sugiriendo el resentimiento que levanta su pluma. También este mismo año destaca J. O. Picón la primacía de Alas entre la crítica del fin de siglo, aludiendo al «gran prestigio» de nuestro autor, un prestigio sin duda «indiscutible».53 Picón, empero, parece alejarse de esa línea interpretativa que nace parcialmente en Juan Valera —no se olvide—, y dibuja un Clarín apasionado e injusto en exceso: en él, por el contrario, «la sensibilidad del artista no merma la serenidad del crítico».54 Por último el autor de Dulce y sabrosa destaca un fascinante rasgo en el Alas pensador que incidirá en su prosa ensayística, una prosa elástica, nerviosa, limpia de rigideces silogísticas, en permanente ósmosis y endósmosis: Alas sabría adivinar el «parentesco intelectual» existente entre muy dispares escritores (otra de las cualidades que el autor asturiano consideraba valiosísima para el buen crítico y que él había descubierto tanto en los textos de J.–P. Richter como en la cátedra de su maestro Alfredo Adolfo Camus, según confiesa en Ensayos y revistas).55

Y, saltando a un nuevo crítico, el barcelonés José Soler y Miquel coincidirá en 1898 con J. M. Quintanilla en que el Clarín metafísico e introspectivo ha quedado excesivamente oculto por aquel otro Clarín belicoso y satírico, siempre en primera línea en las luchas periodísticas de la Restauración. No obstante, matiza, va aflorando poco a poco ese Alas más interiorizado y lírico: la «personalidad» de nuestro autor, en efecto, «ha ido pronunciándose [...] en estos últimos tiempos»; una personalidad en donde impera el «reposo», la «serenidad» y una vivaz «emotividad» —y es de observar ahora cómo en el segundo atributo Soler y Miquel se anticipa a lo que dirá Azorín coincidiendo, a la par, con con Picón—.56 Ahora bien —apostilla con agudeza este mismo crítico—, bullían ya «gérmenes» de dicho idealismo, tan visible en el fin de siglo, en las «primeras producciones» de Clarín, donde tales sutilezas idealistas quedaban empero «anegadas» por «elementos y disposiciones de combate».57

Odios literarios y nostalgias idealistas

Pero será en la comunicación epistolar entre Unamuno y Alas donde se refleje con una nitidez no libre de dramatismo esa vivaz silueta del Clarín crítico que exhala prestigio y respeto entre la gente nueva del 98, por una parte, y, por otra, escasísimo amor o apego. En misiva del 31 de mayo de 1895 Unamuno solicita a Clarín algún elogio a sus recién publicados ensayos bajo el título de En torno al casticismo para así —el dato es muy elocuente— avivar el interés del público hacia ellos: «Unas observaciones críticas de usted no pueden por menos que hacer que mis trabajos sean más leídos» —pide sin ninguna timidez el autor de Niebla al maestro asturiano—.58 Sin embargo, cumple reiterarlo, esta faz clariniana es móvil, fluye y crece con el correr de los años, va enriqueciéndose con más y más claroscuros: nos hallamos ya en el último cabo del siglo e, insistamos, el Alas batallador de antaño va dejando paso a un Alas abstraído e intimista, más pacífico ya en sus actitudes. Así lo percibe Unamuno en nueva carta, fechada el 2 de octubre de 1895; «A usted [...] con los años se le va ensanchando y serenando el criterio [...]».59

Mas en otra epístola —escrita el 9 de mayo de 1900— el filósofo vasco subraya con mayor brío aún esa poderosa presencia clariniana en la cultura del tiempo y, en sintonía con algún futuro juicio de Azorín (ya mencionado atrás), alude al papel tan incitador de Alas para los literatos del 98: «Ha sido usted en gran parte uno de los educadores de mi mente [...]».60 No obstante —retomando un hilo semántico inserto en la efigie clariniana y conocido ya por nosotros—, el escritor ovetense parece despertar más admiración, o temor, que querencia: la noticia es apasionante pues Unamuno informa haberla recogido en los cenáculos de la Corte. Veámosla: «En Madrid, más de una vez he oído hablar de usted y en casi todas las conversaciones se transparentaba que se le temía o se le admiraba, rara vez se le quería».61 Y otra línea persistente en esta imagen que recoge también Unamuno: el excesivo fervor clariniano hacia los nombres consagrados; su recelo ante la juventud más batallona. En sus propios términos:

He oído hablar mil veces [...] de su afán por sostener los seniles productos de los más consagrados (no de todos) y la actitud de reserva frente a los jóvenes de empuje. [...]. Y la conclusión solía ser: lástima que hombre de tanto talento [...] no juzgue con completo desinterés, y no se deje a sí mismo al juzgar.62

Ahora bien, es J. E. Rodó quien, desde su observatorio hispanoamericano, perfila con más rigor la compleja personalidad de Clarín, sus contraluces, y, sobre todo, su lenta maduración (el caminar hacia adentro, si nos inspiramos en una admirable expresión de Adolfo Posada),63 maduración que lo acercará a la sutil sensibilidad, azuleando lumbres crepusculares, del modernismo. Advierte así en Alas —coincidiendo también con juicios anotados ya en el curso de esta conferencia— una cierta destemplanza epigramática y una no menor acidez mental, tendentes a destruir los falsos ídolos literarios. Hace observar por ejemplo que —sobre todo en los textos anteriores a Mezclilla— imperaba «la franqueza agresiva de la sátira, la ruda sinceridad, [...] ciertos odios literarios», todo lo cual irá modelando la personalidad de un Clarín «batallador» que muestra una «cierta nerviosa intemperancia en la agresión personal y un excesivo encarnizamiento con las medianías».64 Parece a su vez acercarse Rodó a las ideas expuestas por J. M. Quintanilla y J. Soler y Miquel de que el Clarín satírico —con tanta presencia en la sociedad— ha ocultado en demasía al otro Clarín metafísico e introspectivo, el cual, empero, logra salir a la superficie hacia 1892 con Ensayos y revistas: el «brillo» de la sátira comienza ya a apagarse «con la sombra de intensas nostalgias ideales».65

Diríase, pues, que el juego de fuerzas entre los dos gajos del rostro clariniano se invierte un tanto: el escritor satírico cede su plaza al escritor subjetivo y casi simbolista, según atestigua efectivamente J. E. Rodó quien, en otra página, nos brindará un espléndido retrato de Alas, un Alas ante todo pensador o intelectual —de acuerdo con el neologismo tan típico de la modernidad que se estaba imponiendo a finales del xix—. Retrato, asimismo, donde se dan cita, en espeso ovillo semántico, algunos de los rasgos más persistentes en ese estereotipo acuñado durante cinco lustros de incansable escritura, de un lado, y, del otro, por las reacciones de la opinión «envolvente», en un juego de tensiones dialécticas —a veces ásperas, no se olvide— que constituye la razón de ser del buen ensayista. Puntualiza así Rodó que Alas sería paradigma de

una personalidad que, a la representación más avanzada del sentido moderno en ideas críticas, a la amplitud de su cultura intelectual y la complejidad de un espíritu donde se reflejan todas las íntimas torturas y todas las indefinibles nostalgias ideales que conmueven el alma de este ocaso de siglo, y concilia la fuerza imperativa de la afirmación, la fe retórica y el atlético brío que son propios de los luchadores de épocas literarias caracterizada por la sólida unidad de criterio [...].66

El dolor, derecho y deber de la crítica

Hasta aquí alguna reflexión en torno a Clarín como personalidad, o fisonomía social, urdida por un circuito activo de signos que emiten, en primer lugar, los textos del autor y que luego serán asumidos, o rechazados, en mayor o menor grado, por el público de su tiempo. ¿Era consciente Alas de tal fenómeno? Sin duda alguna, según dejan entrever algunas prosas suyas escritas en diversas ocasiones: nuestro autor sabe (en los instantes de mayor lucidez intelectual) que ha logrado forjarse una firma, un prestigio, u otro yo de carácter social, y que esa nueva «persona» no es nada apacible sino, bien al contrario, agita la república de las letras, es blanco de controversias y envidias, hostigamientos y murmuraciones, amores y odios... Espiguemos por tanto de entre sus libros alguna frase que corrobore dicha autoconciencia clariniana. En 1883 comenta por ejemplo Alas: «[...] dicen que yo soy todo envidia [...]». Y apostilla a renglón seguido: «Calumnia. No sé lo que es envidia».67

Tres años más tarde facilitará oblicuamente una de las razones de la aspereza que levanta su imagen de crítico severo e insobornable, confesando así el «entusiasmo histérico, tembloroso», que posee «por la virtud y la belleza, por la verdad y la energía». Ahora bien, entusiasmo que «unas veces se manifiesta con alabanzas del ingenio y de la fuerza, y otras con reírme a carcajadas, que algunos toman por insultos, de la necedad vanidosa, de la impotencia gárrula y desfachatada, de la envidia mañosa y dañina».68 En nuevo escrito del 87 ofrece, al contrario, noticia casi furtiva de ese Clarín sutil, espiritado —tan antagónico a su otro yo público—, en frase no menos lapidaria: «[...] tolerar es fecundar la vida».69

Pero es en Mis plagios donde se percibe una conciencia casi sangrante de esa carátula, o «rostro» público, que ha levantado tantas ampollas polémicas. El texto constituye un fastuoso ejercicio de psicología del quehacer crítico, y ejercicio enriquecido además por una leve caricaturización de personas, conductas, maneras consustanciales a la élite intelectual de aquel tiempo. Escribirá Alas con centelleante símil que «así como Juanelo construía autómatas de complicado resorte que iban y venían, y parecían personas en el modo de moverse, así, a mi antojo, he fabricado enemigos literarios, que si hubiese querido no lo serían, y en vez de moverse en la dirección que ahora siguen, atacándome, irían por otro lado pregonando méritos que no tengo».70 Acaso todas estas acciones y reacciones tan tensas, añade Alas —poniendo por ejemplo a su enemigo Luis Bonafoux—, sean fruto de la guerra literaria existente en las modernas metrópolis, donde la gente se espía, compite en un espacio sociológico siempre asfixiante. Declara en efecto que Bonafoux

es un producto de nuestra literatura moderna acumulada en grandes centros donde todas las falsas vocaciones, estimuladas por neurosis evidentes, se codean y luchan entre sí a ciegas [...], para disputarse el sitio por donde esperan que ha de pasar un rayo de luz, por tenue que sea.71

En 1890 brindará por el contrario Clarín una explicación ahora económica —por indirecta que sea— de su otra persona pública, belicosa y sarcástica: consigue mayor dinero colocando sus artículos en «periódicos festivos», donde «me compran a más precio», que en «revistas serias».72 Dos años después, ahora en Ensayos y revistas, vuelve a meditar sobre su alter ego social, aludiendo a la «mala fama» que padece en punto a «rigor de criterio» y «falta de benevolencia».73 En otra página de este mismo libro parece lamentarse de un cierto entorno hostil hacia su persona: «[...] pese a [...] todas las conspiraciones del silencio y del escándalo [...]».74 Por último en un nuevo pasaje se refiere a las raíces de la creación —en el escritor— de ese yo externo, ahora abiertamente conflictivo: los críticos y lectores articulan en parte tal yo, previa su recepción del texto literario. Reflexiona así Alas que «a todo escritor sus obras [...] le van haciendo una opinión, una cuenta corriente con el público, que da por resultado un balance de simpatía o antipatía».75 Un año más tarde —ahora en Palique— confesará otra de las causas del encono que crea su «persona» social: el juzgar siempre con gran rigor, pues «Mi afición principal está en las letras, y desde hace muy cerca de 20 años, burla burlando procuro ir contra la corriente que nos lleva a la perdición».76 Por otro lado —patentizando una cruel autoconciencia de la conflictividad que en el Madrid de la época generan sus artículos—, considera que con Palique «vuelve [...] a ser el Clarín que algunos no quieren que exista».77

Pero mucho mayor dramatismo desprende un texto del año 91, reimpreso más tarde en Siglo pasado, obra que vio la luz en 1901, tras la muerte ya del escritor. En él Alas (y se olfatea aquí alguna huella «dialogal» de La nochebuena de 1836, el artículo de su admirado Larra) oye, en pleno sueño, una voz que le dice: «No engendres el dolor». A lo cual la «conciencia desvelada» le murmura que esta frase «aludía a los recientes arañazos crítico-satíricos, a los articulejos en que había yo hecho daño a una y otra persona». Un daño, un «dolor», efectivamente, causado por la propia «pluma» autoral, es decir, por una «censura agria y fría».78 No obstante, tras esas reflexiones Clarín llegará a la conclusión de que es preciso continuar, pese a todos los riesgos, hilando esa escritura tan mordaz —según el ya conocido dictamen de González Serrano—: «[...] tengo derecho, y en cierto modo deber de engendrar el dolor, dentro de ciertos límites», porque, tal como rezan unos versos, «le vice aux âmes vertueuses» debieran proporcionar siempre «ces haines vigoureuses».79 Surge, pues, en estas líneas expuestas con tanto eticismo (se atisba en ellas el tuétano más puro del quehacer crítico) el compromiso clariniano en favor de una crítica policial encaminada a sanear una cultura —la española— que estima repleta de mediocridad y falsos intereses.80

Unas conclusiones sin cerrar

Hasta aquí alguna nota acerca de la tan dispar prosopografía que el Clarín crítico proyectó entre sus coétaneos y, asimismo, el reguero de imágenes ya marchitas derivadas de aquella caracterización y que pueblan muchos textos ensayísticos, o didácticos que vieron la luz en el siglo xx, en su primera mitad sobre todo. Imágenes en este caso recurrentes, tópicas —casi parásitas— que desecan con su esquematismo los contenidos más apasionantes del pensamiento literario de nuestro autor. A la altura de 1949, repitámoslo, J. M. Valverde dibuja hábilmente esa identidad clariniana tan desvaída con sintagmas tales como: «solemos tener [de Clarín] la vaga imagen de»; «Hemos oído decir, además, que», etc. Pero con la década de 1960 tendrá lugar una lenta recuperación de Alas como narrador y crítico, recuperación que se afianza aún más a partir de 1985, con motivo ahora del centenario de La Regenta: tal hecho, vale reiterarlo, ha rebrotado con fuerza estos días, con el cambio de siglo ya. Vuelven, por tanto, los simposios, las monografías, las ediciones: incluso desde un ángulo institucional es Alas hoy asumido por completo según demuestran publicaciones tan exquisitas como Clarín: cien años después (Instituto Cervantes) y Clarín y su tiempo (Comisión Nacional I Centenario de Clarín). Conforme adivinase en 1947 R. Vázquez–Zamora, tras casi cincuenta años tan opacos no tardaría en renacer el rostro intelectual de nuestro autor y, ahora, por sus lindes más puras: el literato español del xix que «está más cerca de nosotros», sin la menor duda...

Estos apuntes son por entero provisionales: con ellos he pretendido fijar un mosaico de citas encajadas unas a otras, pero tal mosaico está sin concluir pues el descubrimiento de nuevos textos podrían dar mayor precisión a esa imagen clariniana tan nebulosa aún tras 1901. Una imagen que, paradójicamente, habíase consolidado ya en vida del autor, siendo difícil que nuevos datos hemerográficos o epistolares procedentes de aquellos tiempos de la Restauración puedan cambiarla: una efigie impregnada de una poderosa electricidad semántica, tensa en odios y amores, pero efigie que murió en parte con la muerte física de Alas. Pocas veces se habrá dado en la literatura española de estos últimos siglos el caso de un escritor cuyo yo esté tan perturbado por una personificación exterior, a manera de otro yo —ahora social— que puede llegar a cuestionar aquella identidad íntima. ¿Clarín ‘contra’ Leopoldo Alas? Unamuno así lo vio en su carta del 9 de mayo de 1900: «¡Oh, amigo Clarín, si una vez lograse usted despojarse del hombre que tantos enemigos le ha creado [...]!».81 Un hombre público —urdido por las reacciones hostiles a su quehacer crítico—frente a «ese otro yo íntimo» que «llevamos todos» dentro y cuya «voz nerviosa» es semejante a una frágil «conciencia desvelada», según reconoce Alas en dramática confesión:82 en tal dualidad —«dolorosa experiencia», qué duda cabe—,83 podría anidar una herida nunca cicatrizada del todo en su vivir intelectual. Un vivir, o que hacer, que se extiende a lo largo de casi seis lustrosos de incesante reflexión crítica por la prensa asturiana, madrileña y barcelonesa —sin olvidarnos de sus colaboraciones en diversos diarios de Buenos Aires y Nueva York—.

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  • (1) Palabras vertidas por José Manuel Blecua en conversación con el autor de esta conferencia y que tuvo lugar en su despacho de la Universidad de Barcelona, invierno de 1990. Agradezco una vez más a mi colaborador y discípulo Francesc Navarro la ayuda prestada para que las presentes páginas llegaran a buen fin. Un notable documento sobre el descrédito de las letras decimonónicas en la década de 1920 lo constituye, por ejemplo, el siguiente texto de Ricardo Baeza, intercalado en un ensayo no menos hostil hacia ese periodo: «Ninguna de las grandes literaturas europeas ha tenido una época tan ominosa como la que va en España de principios del siglo xviii a principios del xx; y ninguna, ni aun las secundarias, presenta un siglo xix comparable en miseria al siglo xix español. [...]. De entonces acá, ni una sola gran figura» (Ricardo Baeza,«Azorín y la generación del 98»,en Comprensión de Dostoiewsky, Barcelona, Juventud, 1935. 179; ensayo fechado en septiembre de 1926) . volver
  • (2) Azorín, «Leopoldo Alas, I», ABC, 13 de diciembre de 1912. Artículo recogido en Clásicos y modernos, 1913. Cito por Azorín, Obras completas, Madrid, Aguilar, 1975, vol. I, p. 1059. volver
  • (3) Ricardo Baeza, «Azorín y la generación del 98», en ob. cit. en nota 1, p. 174. No se muestra muy benigno este autor con la labor crítica, o ensayística, de Alas: «[...] pasa por un crítico literario agudo, cuando apenas es un crítico mediano» (ibíd., 174). volver
  • (4) Véase José Ortega y Gasset, «Ruralismo», en Notas de andar y ver, Obras completas, Revista de Occidente, Madrid, 1957, vol. II, p. 264, nota 2. (Artículo con fecha de 1915, publicado en el España). volver
  • (5) Manuel de Montoliu, Literatura castellana, Barcelona, Editorial Cervantes, 1929, pp. 830–831. volver
  • (6) Juan Chabás,Breve historia de la literatura española, Joaquín Gil, Barcelona,1936, p. 258. (La segunda edición;la primera data de 1933). volver
  • (7) Ángel Valbuena Prat, Historia de la literatura española, Barcelona, Gustavo Gili,. 1937, vol. II, p. 834. volver
  • (8) Gerardo Diego, «Historia de la literatura española», en Ciríaco Pérez Bustamante, dir., Historia de la literatura universal, Madrid, Ediciones Atlas, 1946, p. 608. volver
  • (9) Ángel Salcedo Ruiz, La literatura española. Resumen de historia crítica, Madrid, Calleja, 1972, vol. IV, p. 608. (La primera edición, más breve, tiene por fecha 1910). volver
  • (10) R[afael] Vázquez–Zamora, «Clarín, novelista» y «El látigo de Clarín», Destino (segunda época), nn. 534 y 535; 11 y 18 de octubre de 1947, respectivamente. volver
  • (11) Ramón D. Perés, Historia de las literaturas antiguas y modernas, Barcelona, Ramón Sopena, 1941, p. 505. volver
  • (12) Gonzalo Torrente Ballester, Panorama de la literatura española contemporánea, Madrid, Guadarrama, 1956, p. 81. volver
  • (13) Sobre alguna reflexión de Torrente Ballester en torno al concepto de ‘oportunidad’ artística, véase Laureano Bonet, «Clarín ante el canon: hacia una teoría del oportunismo literario», en La elaboración del canon en la literatura española del siglo xix, SLES xix, Universidad de Barcelona (en prensa). volver
  • (14) Guillermo Díaz–Plaja, Historia de la literatura española encuadrada en la universal, Barcelona, Ediciones La Espiga, 1959, p. 455. En un anterior manual la referencia al Clarín crítico es todavía más sucinta en contraste, también, con amplios parágrafos dedicados a Pardo Bazán: «La manera naturalista, con modalidad española, tuvo un cultivador importante en el crítico y novelista Leopoldo Alas [...]» (Guillermo Díaz–Plaja, Historia de la literatura española a través de la crítica y de los textos, Barcelona, Ediciones La Espiga, 1943, p. 352). volver
  • (15) Martín de Riquer y José María Valverde, Historia de la literatura española, vol. III, Barcelona, Noguer, 1959, p. 216. El artículo que este mismo profesor publicó en Solidaridad Nacional en octubre de 1948 precisa con notable ironía el borroso y distorsionado cliché clariniano imperante en la primera postguerra, siendo ya (al lado de los artículos de R. Vázquez–Zamora) uno de los primeros intentos por acercar la obra de Alas a la sensibilidad moderna, encuadrándola además en la cultura europea de estos últimos dos siglos. Leemos por ejemplo en él: «Por lo general solemos tener de [Clarín] la vaga imagen de un señorín provinciano, un pintoresco profesor de chistera, que en la Universidad de Oviedo pasaba el curso [...] con cuatro páginas de Ahrens, charlando en clase sobre lo divino y lo humano; una figura desconcertante y, por ende, un poco irritante para el habitual «estar de vuelta» de sus paisanos, un snob de trasmano que se entusiasmaba malentendiendo a Renan y Nietzsche. Hemos oído decir, además, que escribió algunos cuentos «regionales», muchas críticas y crónicas, acres, polémicas y muy liberales, y dos o tres novelas gordas —acaso, se nos ocurre, como de un Alarcón pasado por agua o de un Pereda de izquierdas—, y que mantuvo correspondencia con Galdós, Pereda o alguien así; sin estar muy seguros de si no le confundiremos con Ángel Ganivet. En resumen: de Clarín lo que circula como moneda diaria es una vaga sensación de anticlericalismo librepensador y de pesimismo combativo, rehogado en su angosto ‘orvallo’ ovetense». En otro párrafo Valverde elogia abiertamente La Regenta, «una de las grandes novelas europeas de su siglo, codeándose en muchos aspecto con Ana Karenina» para concluir que «se necesita verdadero descaro para decirse —en voz baja— que en algunos aspectos la novela del pobre Clarín no queda de ningún modo detrás de la del gran conde ruso quien, después de matar a su Karenina, todavía necesita cerca de medio tomo de propina para dejar acomodado en matrimonio [...] a su sosias Levin, en tanto el profesorcito asturiano sabe terminar, dejándonos en el alma el horrible peso de la Regenta viva con el fardo de su culpa [...]». (Véase José M.ª Valverde, «Clarín, novelista», Barcelona, Solidaridad Nacional, n. 3.013, 17 de octubre de 1948). Este artículo, ilustrado con un retrato a pluma del autor asturiano, debió aparecer por aquellas mismas fechas en otros rotativos vinculados a la prensa del entonces Movimiento Nacional. volver
  • (16) Ángel del Río, Historia de la literatura española, Holt, Nueva York, Rinehart and Winston, 1963, vol. II, p. 214. volver
  • (17) Max Aub, La prosa española del siglo xix, México, Antigua Librería Robredo, 1952, vol. I, p. 50. Y añade que la «posición [de Clarín] es antipática. Se ensaña con los tristes segundones sin importancia y pasa, como sobre ascuas, los defectos de los poderosos [...]» (ibíd., p. 50). volver
  • (18) Santiago Valetí Camp, «Prólogo», en Atisbos y disquisiones, Barcelona, Henrich, 1908, p. XIII. volver
  • (19) Santiago Valentí Camp, Ideólogos, teorizantes y videntes, Barcelona, s.a., Minerva, 1922, p. 114. volver
  • (20) Ibíd., pp. 116 y 125 para todas estas citas. volver
  • (21) U. González Serrano, «Un día de luto», en La literatura del día. (1900 a 1903), Barcelona, Henrich, 1903, pp. 141 y 143. Juicio anticipado ya dos años antes: «[...] uno de los escritores que más han agitado el mundo de las ideas» (U. González Serrano, «Leopoldo Alas», en Siluetas, Madrid, Biblioteca Mignon, 1899, p. 48). volver
  • (22) Ibíd., p. 146. volver
  • (23) Adolfo Posada, Leopoldo Alas «Clarín», Oviedo, Imp. La Cruz, 1946, p. 205. volver
  • (24) Azorín, «La Teresa, de Clarín», en La Farándula, Obras completas, Madrid, Aguilar, 1962, vol. VII, p. 1163. Artículo publicado en La Vanguardia, 22 de abril de 1913. volver
  • (25) Azorín, Madrid, Madrid, Biblioteca Nueva, 1941, pp. 66–67. volver
  • (26) Examino algunos aspectos de esta conciencia enferma y lírica de Alas en: «Clarín en Pereda, Pereda en Clarín. Unas cartas sobre La Regenta», Simposio Internacional Leopoldo Alas «Clarín» conmemorativo de su centenario, Universidad de Barcelona, 23–26 de abril de 2001. (Actas en preparación). volver
  • (27) Carta de Emilia Pardo a E. Ferrari con fecha 26 de julio de 1901 recogida por J. M. Martínez Cachero, «La condesa de Pardo Bazán escribe a su tocayo el poeta Ferrari. (Ocho cartas inéditas de doña Emilia», Revista Bibliográfica y Documental, n. 2, abril–junio de 1947, pp. 249–256. (Citado en Marino Gómez Santos, Leopoldo Alas «Clarín». Ensayo bio–bibliográfico, Oviedo, Instituto de Estudios Asturianos, 1952, p. 103). volver
  • (28) Marcelino Menéndez Pelayo, Epistolario, ed. de M. Revuelta Sañudo, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1983, vol. IV, p. 286. volver
  • (29) Ibíd., 332. volver
  • (30) En ob. cit., en nota 23, 129. volver
  • (31) Emilio Castelar, La civilización en los cinco primeros siglos del cristianismo. Lecciones pronunciadas en el Ateneo de Madrid, vol. V, A. de San Martín y A. Jubera, Madrid, 1876, p. 3. volver
  • (32) Alfredo Vicenti, «La lucha por el derecho, versión española del libro de Von Jhering [sic], por D. Adolfo Posada y Biesca, con un prólogo de D. Leopoldo Alas, librería de Victoriano Suárez, 1881», en La Ilustración Gallega y Asturiana, t. III, n. 8, 18 de marzo de 1881, p. 95. (Recogido por Laureano Bonet, «La presencia de Clarín en La Ilustración Gallega y Asturiana: unos textos olvidados», en Hitos y mitos de «La Regenta», Monografías de Los Cuadernos del Norte, n. 4, 1987, p. 104). volver
  • (33) [Sin firma], «Misceláneas», en La Ilustración Gallega y Asturiana, t. IV, n. 21, 28 de julio de 1882, p. 250. volver
  • (34) Mario San Juan, «Don Leopoldo Alas (Clarín)», La Ilustración Gallega y Asturiana, t. III, n.25, 8 de septiembre de 1881, p. 297. (Texto reproducido por L. Bonet en art. cit. en nota 32). volver
  • (35) Juan Valera, «Poesías, de Marcelino Menéndez y Pelayo», en Obras completas, vol. II, Madrid, Aguilar, 1949, p. 612. (Artículo fechado el 24 de diciembre de 1882). volver
  • (36) Jerónimo Vida, «...Sermón perdido. (Crítica y sátira), por Clarín», El Progreso, Madrid, 20 de octubre de 1885. volver
  • (37) Cuatro años más tarde, y en esta misma línea, E. Pardo Bazán rogará a Clarín que muestre mayor «justicia y templanza» en sus críticas («Mezclilla, por Clarín...», La España Moderna, n. 1, enero de 1889, p. 190). volver
  • (38) Ob. cit. en nota 28, 1984, vol. VII, p. 573. (Carta con fecha 16 de junio de 1886. Se refiere también Menéndez Pelayo, y con mayor intensidad, a ese carácter injusto de Alas: «¡Lástima que el modo acerbo que usa [en sus críticas] le haya granjeado tantos y tan feroces enemigos, los cuales, además, con sus injusticias y alharacas contribuyen a precipitarle más y más en el camino de la aspereza y de la violencia» (ibíd., 1985, vol. VIII, p. 25; carta a J. Valera, 29 de julio de 1886). volver
  • (39) Ibíd., 1985, vol. VIII, p. 13. (Carta fechada el 12 de julio de 1886). volver
  • (40) «Fray Candil» [Emilio Bobadilla], «Cánovas y su tiempo. (Primera parte)», en Escaramuzas. (Sátiras y críticas), Madrid, F. Fe, 1888, p. 141. volver
  • (41) «Mezclilla, por Clarín...», art. cit. en nota 37, p. 186. volver
  • (42) «La poesía, desdeñada por la ciencia y por la prosa. (De Campoamor. V)», en J. Valera, La metafísica y la poesía. (Polémica entre don Ramón de Campoamor y don Juan Valera), op. cit. en nota 35, vol. II, p. 1647. volver
  • (43) Me refiero levemente a tal paralelo ensayístico en: Laureano Bonet, «Clarín: el barro y las ramas», en monográfico Clarín en tres siglos (1852–1901–2001), La Voz de Asturias (Oviedo). n. 25.559, 13 de junio de 2001, p. 7. volver
  • (44) Eugenio d’Ors, Nuevo glosario, vol. II (1927–1932), Madrid, Aguilar, 1947, pp. 664–665. volver
  • (45) «Pedro Sánchez» (José María Quintanilla), «Gacetilla. Adhesión y protesta», en El Atlántico (Santander), n. 126, 8 de mayo de 1890. volver
  • (46) «Pedro Sánchez», «Folletos literarios. I. Un viaje a Madrid. Por Clarín (Leopoldo Alas)», El Atlántico, n. 142, 24 de mayo de 1886. Compárese: «Larra no sólo se adelantó a su tiempo, sino que aún en el nuestro los más de los lectores se quedan sin comprende mucho de lo que en aquellos artículos de aparente ligereza se dice, sin decirlo» (Leopoldo Alas, «El libre examen y nuestra literatura presente», en Solos de Clarín, Madrid, A. de Carlos Hierro, 1881, p. 52). volver
  • (47) «Pedro Sánchez», «Los folletos literarios de Clarín. Apolo en Pafos. (Impresiones y críticas)», El Atlántico, n. 277, 10 de octubre de 1887. En esta misma reseña hace notar J. M. Quintanilla que Alas es «el primer crítico español». volver
  • (48) ¿[Rafael] Á[lvarez] [Sereix]?, «Ensayos y revistas. (1888–1892), por Leopoldo Alas...», Revista Contemporánea, n. 86, 30 de mayo de 1892, p. 442. volver
  • (49) U. González Serrano, «Museum. Folletos literarios (VII), por Clarín...», Estudios críticos, Madrid, Escuela Tipográfica del Hospicio, 1892, p. 149. volver
  • (50) J. Torrendell, «Clarín» y su ensayo. (Estudio crítico), Barcelona, Librería Española, 1895, pp. 69 y 9–10, respectivamente. volver
  • (51) Ibíd., p. 69. volver
  • (52) Soledad Ortega, ed., Cartas a Galdós, Madrid, Revista de Occidente, 1964, p. 173. (Carta con fecha 14 de abril de 1895). Escribía casi diez años atrás el autor santanderino a Alas, constituyendo ello una muy madrugadora noticia sobre la ya inminente publicación de La Regenta, y a propósito del folleto publicitario recibido de la Casa Daniel Cortezo: «Ya tenía yo noticias de La Regenta por su prospecto de Arte y Letras. No necesito decirle cuánto deseo que ese libro se publique. Muchas gentes lo desearán también, y una buena parte de ellas con la candorosa esperanza de vengar en las flaquezas de la obra las ronchas de las palizas del autor». (Carta fechada el 12 de marzo de 1884 y transcrita por Laureano Bonet en ob. cit. en nota 26). volver
  • (53) Jacinto Octavio Picón, «Prólogo», en Enrique Gómez Carrillo, Literatura extranjera. Estudios cosmopolitas, París, Garnier, 1895, p. III. volver
  • (54) Ibíd., p. IV. volver
  • (55) Ibíd., p. IV. Sobre el anhelo clariniano por descubrir las «infinitas afinidades electivas» entre escritores de muy diversas épocas —un anhelo inspirado por Jean Paul y Alfredo A. Camus— véase efectivamente «Camus», en Ensayos y revistas, M. Fernández y Lasanta. Madrid, 1892, pp. 15–17. En torno a ese aspecto crítico de Alas consúltese asimismo: Laureano Bonet, «Clarín y el ensayo: de la escritura a la teoría», en Leopoldo Alas, un clásico contemporáneo (1901–2001). Congreso–Centenario. Universidad de Oviedo, noviembre de 2001. (Actas en preparación). volver
  • (56) José Soler y Miquel, «Los cuentos de Clarín», en Escritos, Barcelona, Tip. de L’Avenç, 1898, p. 44. volver
  • (57) Ibíd., p. 45. volver
  • (58) Adolfo Alas, ed., Epistolario a Clarín. (Menéndez y Pelayo, Unamuno, Palacio Valdés), Madrid, Ediciones Escorial, 1941, p. 51. volver
  • (59) Ibíd., p. 64. volver
  • (60) Ibíd., p. 84. Y más adelante, en esta misma misiva: «[...] usted fue uno de los que nutrieron mi mente [...]» (ibíd., p. 93). volver
  • (61) Ibíd., p. 84. volver
  • (62) Ibíd., p. 85. volver
  • (63) «Alas adentro», en locución reiterada en diversos libros de A. Posada: véase por ejemplo ob. cit. en nota 23, p. 129. E, igualmente, Adolfo Posada, Fragmentos de mis memorias, Universidad de Oviedo, 1983, p. 190. volver
  • (64) José Enrique Rodó, «La crítica de Clarín», en Obras completas, ed. de E. Rodríguez Monegal, Madrid, Aguilar, 1967, p. 775. (Trabajo fechado el 20 de abril y 5 de mayo de 1895). volver
  • (65) «Dolores, por Federico Balart», Ibíd., p. 763. (Artículo con fecha 5 de marzo de 1895). volver
  • (66) «La crítica de Clarín», ibíd., p. 772. volver
  • (67) «¿Mi caricatura?», en ...Sermón perdido, Madrid, F. Fe, 1885., p. 102. (Artículo aparecido en Madrid Cómico, 4 de marzo de 1883). volver
  • (68) Clarín, Un viaje a Madrid, Madrid, F. Fe, 1887, p. 26. volver
  • (69) Clarín, Apolo en Pafos. (Interview), Madrid , F. Fe, 1887, p. 95. volver
  • (70) Clarín, Mis plagios. Un discurso de Núñez de Arce, Madrid, F. Fe, 1888, pp. 46–47. volver
  • (71) Ibíd., p. 48. volver
  • (72) Clarín, Museum, Madrid, F. Fe, 1890, p. 11. (En cursivas por el autor). volver
  • (73) Clarín, «Nubes de estío. Novela de D. J. M. de Pereda», en ob. cit. en nota 55, p. 91. volver
  • (74) «Revista literaria. Resumen. Balance. Alarcón [...]», ibíd., p. 333. Un entorno público definido por Alas como un conjunto de «almas viles», en expresión ciertamente ácida (ibíd., p. 333). volver
  • (75) «Revista literaria. Resumen. Historia de las ideas estéticas en España [...]», ibíd., p. 382. volver
  • (76) Leopoldo Alas, «Prólogo», en Palique, Madrid, V. Suárez, 1893, p. XXI. Y añade: «Bien puedo decir que cuando más lucho es cuando escribo estos paliques que algunos desprecian [...];estos paliques que muchos tachan de [...] malévolos [...] para la literatura» (ibíd., pp. XXI–XXII). volver
  • (77) «Prólogo», ibíd., p. XXX. volver
  • (78) Leopoldo Alas, «No engendres el dolor», en Siglo pasado, Madrid, Antonio R. López, 1901, p. 55; en cursivas por el autor. (Artículo que, bajo el epígrafe de «Palique», apareció en Madrid Cómico, 7 de marzo de 1891). volver
  • (79) Ibíd., pp. 55, 57, 59 y 60, para todas estas citas. volver
  • (80) Describirá justamente Alas los paliques como una suerte de «crítica higiénica y de policía» dado que «son crítica aplicada a una realidad histórica que se quiere mejorar, conducir por buen camino» («Prólogo», en ob. cit. en nota 76, p. XXII; subrayado por el autor). volver
  • (81) Ob. cit. en nota 58, p. 95. volver
  • (82) «No engendres el dolor», en ob. cit. en nota 78, p. 55. volver
  • (83) Ibíd., p. 55. volver
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