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Por qué Italia está enfadada con la UE

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Septiembre 2018 / 61

Desafección: Un Ejecutivo de euroescépticos gobierna uno de los países históricamente más proeuropeos. Más de dos décadas de austeridad continuada han provocado un hartazgo que ahora amenaza también a Bruselas.

Manifestación  por los derechos de los inmigrantes y los refugiados en Milán, el pasado mayo. FOTO: 123rf

1 LA MIGRACIÓN HA SIDO UN DETONANTE

Tras las elecciones del pasado mes de marzo, dirigen Italia dos fuerzas políticas muy euroescépticas. Por un lado, el Movimiento 5 Estrellas, el partido antisistema de Luigi Di Maio creado por el humorista Beppe Grillo y votado sobre todo en el sur de Italia; y, por otro, el partido xenófobo de la Liga del Norte, dirigido por Matteo Salvini que, como su nombre indica, está presente sobre todo en el norte del país. 

¿Cómo se ha llegado a este punto? ¿Por qué uno de los países fundadores de la Unión Europea, anfitrión, en 1957, de la ceremonia de la firma del Tratado de Roma y que durante mucho tiempo ha sido el país más eurófilo de la Unión, ha votado mayoritariamente a unas fuerzas hostiles a la integración europea? 

Evidentemente, el tema migratorio ha desempeñado un papel fundamental en esa desafección. Entre enero de 2015 y el pasado mes de marzo, Italia registró 354.000 demandas de asilo. Si comparamos esta cifra con su numerosa población, en realidad representa una proporción muy escasa (0,6%), inferior a la media europea y mucho menor que la que se registra en Grecia (1,3%) y Hungría (2,1%). Pero Italia era, hasta hace poco, un país de emigración y no de inmigración. Si tenemos esto en cuenta, esta súbita afluencia de inmigrantes, unida a una casi total falta de solidaridad europea, ha enardecido el debate público italiano en un contexto marcado, además, por una grave crisis económica y social. 

La falta de solidaridad europea ha enardecido el debate 

Francia también ha contribuido a agravar las cosas

A este respecto, Francia, tanto bajo François Hollande como con Emmanuel Macron, ha contribuido notablemente a agravar las cosas con su puntilloso control de la frontera italiana y su negativa a abrir los puertos franceses a los barcos de refugiados, a pesar de la petición expresa del anterior Gobierno italiano en junio de 2017. Cuando Italia se negó a acoger al Aquarius con 629 migrantes a bordo, Emmanuel Macron denunció el “cinismo” y la “irresponsabilidad” del nuevo Ejecutivo italiano. A este, evidentemente, no le costó nada hacer callar al presidente francés…


2 LA AUSTERIDAD HA IMPEDIDO LA RECUPERACIÓN DEL PAÍS

Pero la economía también ha desempeñado un papel central en el creciente euroescepticismo de los italianos. Un porcentaje fundamental de las dificultades de la península italiana tienen un origen interno muy antiguo, vinculado sobre todo a la poca eficacia crónica del aparato del Estado y a la corrupción de numerosos sectores de la sociedad por parte de la mafia. Unas dificultadas agravadas, en el contexto de la globalización, por el aumento de la competencia de los países de bajo coste sufrido por el denso tejido de pymes —los famosos distritos industriales italianos— que había permitido que la economía del país resistiese a pesar de sus debilidades.

Y no es menos cierto que las políticas económicas impuestas en la zona euro desde el Tratado de Maastricht de 1992 han entorpecido más al país a la hora de arreglar sus problemas estructurales que lo que le han ayudado. En efecto, pese a lo que se suele creer, desde hace más de un cuarto de siglo, todos los sucesivos Gobiernos italianos han llevado a cabo estrictas políticas de austeridad presupuestaria. A la larga, han sido incluso más severas que las que llevaron a cabo los Gobiernos alemanes. 

La deuda pública del 132% es consecuencia de la austeridad 

Italia ha seguido las recetas alemanas de rebajar costes salariales

Así lo demuestra lo que se denomina el saldo primario del gasto público, es decir, el saldo del conjunto del gasto, excluidos los pagos por intereses de la deuda pública, menos los ingresos. Desde comienzos de la década de 1990, el saldo primario italiano ha sido casi siempre positivo y, frecuentemente, a unos niveles elevados. Incluso en el peor momento de la crisis, en 2009,  fue solo ligeramente negativo mientras se hundía en toda Europa. 

Si los italianos tienen hoy un nivel insostenible de deuda pública —132% del PIB— no es, pues, debido a su laxismo presupuestario, sino a que esa permanente austeridad ha frenado la actividad y entorpecido una reforma del Estado que le habría permitido ser más eficaz y, por tanto, estimular la economía.

Así que, la debilidad del crecimiento, unida a una inflación muy baja —tanto en Italia como en el conjunto de la zona euro— no han permitido que disminuya el endeudamiento a pesar del superávit presupuestario primario.

Los italianos han sido también unos alumnos modélicos a la hora de llevar a cabo las políticas de disminución del coste de trabajo preconizadas por Angela Merkel y Wolfgang Schäuble. Durante los años 2000 se creó un déficit nada desdeñable en las cuentas exteriores del país, que culminó en 3,4 puntos del PIB en 2010. Pero desde entonces, los italianos se han apretado mucho el cinturón, restringiendo su consumo. Como resultado de ello, en 2017, su excedente era de 2,8 puntos del PIB, a diferencia de Francia, que el año pasado seguía teniendo un déficit exterior de 3 puntos del PIB.

Pero esa prolongada austeridad ha impedido que el paro disminuyera sensiblemente a pesar del bajo coste del petróleo y de la muy expansiva política monetaria del Banco Central Europeo. La situación de los jóvenes italianos es, en particular, una de las más difíciles de Europa, lo que explica que abandonen masivamente el país, y que impide pensar en una futura recuperación de Italia ya que faltará mano de obra joven y cualificada. La debilidad de la actividad no permite que los bancos, por su parte, reduzcan su cartera de créditos dudosos. A los 10 años de la crisis financiera, siguen figurando entre los más frágiles de Europa.

En resumen, en estas condiciones, no es sorprendente que los italianos terminen por intentar liberarse de un yugo que les asfixia, aunque sea acudiendo —desgraciadamente— a unas fuerzas políticas inquietantes en muchos aspectos para el futuro de Italia y de Europa.


3 ITALIA NO ES GRECIA

¿Qué es lo que va a pasar ahora? Evidentemente, es difícil de predecir. En todo caso, no hay que subestimar la determinación del nuevo Gobierno italiano y, tras él, la de la opinión pública de cuestionar las reglas del juego europeo tanto en el tema de los migrantes como en el del funcionamiento económico de la zona euro.

Y las instituciones europeas cometerían un grave error si creyeran que pueden tratar el caso italiano como trataron al Gobierno de Alexis Tsipras en 2015. Italia tiene el 15% del PIB de la zona euro, mientras que el peso de Grecia solo es del 1,6%. La deuda pública italiana, de 2,2 billones de euros, es siete veces mayor que la griega, de 317.000 millones. Si Italia llegara realmente a derrapar, los mecanismos establecidos a partir de 2010 muy probablemente serían insuficientes para hacer frente a semejante crisis.

Además, más allá de la dimensión meramente económica, la eventual salida de la zona euro de su tercera economía y de uno de los países fundamentales de la Unión podría muy probablemente constituir un golpe mortal para toda la construcción europea. Por tanto, hay que manejar con prudencia la situación italiana. Sin embargo, si no provoca el estallido de la construcción europea, la nueva situación italiana podría obligar a la Unión y a la zona euro a dedicarse a resolver algunos de sus importantes defectos que no logran nunca corregir en frío.