Letras del xix > Índice > Andújar en la literatura...
José María Bellido Morillas
Presidente de la Asociación Pedro Cubero
Investigador (Universidad de Granada/ Universidad de Alicante)
No hay mayor indigencia que la ignorancia. Es un tópico sobre Andújar muy repetido por los viajeros franceses del xix (procedente o plagiado de Joseph- François Bourgoing de Villefore, del siglo anterior) que nuestra ciudad, insalubre en aquel tiempo, tenía a sus pies las hierbas medicinales que podrían servirle de remedio. Igualmente, el abandono económico y olvido del mundo actual en que yace la antigua posesión del Rey de Armenia1 podrían superarse a través del conocimiento, en el que, siglo tras siglo, fueron notables los hijos y vecinos de Andújar, al igual que en las armas, las cuales, si bien ya no son necesarias, han abierto caminos de paz y prosperidad que nuestra ciudad persiste en olvidar, como en el sangrante caso del andujareño Antonio María Martínez, último gobernador español de Texas, muerto en Ciudad de México en 1823, cuya electrizante correspondencia, dispersa en bibliotecas de varios países, puede leerse en una colección virtual creada por mí y mantenida por la Asociación Pedro Cubero2: más importante en los Estados Unidos Mexicanos y los de América del Norte que en su patria, es un vínculo preciosísimo con estas dos poderosas naciones que Andújar se esfuerza en desechar.
Sabios de todo el mundo, como Alexander von Humboldt, cuyo apellido da nombre al templo del saber en la capital prusiana, se codeaban alegremente con estudiosos andujareños como el Padre Francisco de Andújar, con quien subió a la Silla del Ávila al morir el siglo xviii, en 1800; y aunque su hermano Wilhelm von Humboldt, en su estancia en Andújar, se preocupa más de la literatura oral y vivida que de la escrita en su Diario del viaje a España, 1799-18003, muchos eruditos acudían a las bibliotecas conventuales de nuestra ciudad y mantenían correspondencia con sus personalidades intelectuales, al tiempo que era admirada en todo el mundo como un valioso depósito de tesoros artísticos4.
Si Andújar no puede recuperar el carácter único de su industria alfarera, que fue, digámoslo así, espiada por Lasteyrie e imitada por Fourmy, que establecieron como gran parte del secreto de los hidroceramos de Andújar las peculiares características de un arroyo Tamusoro, Tamusara o Ianusoro vecino a esta ciudad que se repite constantemente en la bibliografía técnica decimonónica sobre las alcarrazas de Andújar (esas que serenan el agua que Don Ermeguncio ofrece a Leandro Fernández de Moratín en El filosofastro, de 1813), deberá innovar en otras industrias, y para ello la única vía es reabrir las antiguas carreteras internacionales del saber que empezaron a deteriorarse, precisamente, en el siglo que nos ocupa en esta publicación, el xix5.
Cuando el naturalista Michel Etienne Descourtliz llega a Andújar, encuentra que «La ville d’Anduxar n’offre rien de particulier», salvo la planta que denomina le jaseur de Bohême y, al abandonarla, halla «une potence à laquelle pendoit le bras desséché d’un chef de voleurs, qui venoit d’être supplicié par ordre du roi d’Espagne»6, lo cual le parece muy bien como freno a criminales que, bien mirado, podrían asaltar naturalistas. También Henry David Inglis está muy preocupado por la inseguridad y por ser atracado y dejado en «camisa» (en español en el original): refiere que la población de Andújar tiene fama de ser «thievish, deceitful, and violent»7. Heinrich Schoffe recoge que la serranía está toda llena de serpientes8. Se nos presenta, pues, un panorama post-apocalíptico en el que la naturaleza ha sustituido a la cultura.
Aunque otro botánico, Heinrich Moritz Willkomm, sí que encontró buen arte en nuestra ciudad9, es precisamente esta decadencia siniestra en la que lo natural asfixia la civilización lo que permite que sea escenario del Manuscrit trouvé à Saragosse del Conde Potocki, de 1804 (si bien, como me hizo notar Enrique Gómez, su teatro principal, la Venta Quemada10, fue desgajada del término municipal de Andújar, de modo que en Andújar quedan más bien otras escenas estrambóticas, como el robo de la sopa a un prior por un demonio a las órdenes del sabio Hervás). El manuscrito encontrado en Zaragoza no es la primera novela del siglo ambientada en Andújar11, ni por supuesto será la última12, pero es, por su carácter único y, en cierta medida, fundacional, sin que queramos que se nos ponga en el aprieto de decir qué es lo que funda (muchas cosas, sin duda: la novela kafkiana cuya trama no va a ninguna parte, la revolución del viaje como tema literario tal como había sido establecido desde Gilgamesh), la obra literaria más importante de todo el siglo de entre todas las que tienen tal ambientación, más incluso que El doncel de Don Enrique el Doliente de Larra13 y que todas las obras dramáticas (entre las que, por supuesto, destaca el Macías del mismo autor, con el mismo tema14) y líricas, entre las que destacan las de William Carey, el muy interesante Louis François Lélut, Ramón Valvidares y Longo, José María Posada y Pereira (sobre la tumba de Doña Inés de Albarracín), Eugenio de Tapia, José Luis Alfonso, el Marqués de Casa- Cagigal, el Marqués de Cabriñana, y, por supuesto, Antonio García Gutiérrez y Manuel Bretón de los Herreros. Pero la narrativa de Potocki sólo puede competir seriamente en importancia con la de Galdós, y Andújar no protagoniza un pasaje de sus Episodios Nacionales hasta 1911 (La Primera República). También hay que recordar, eso sí, que la protagonista de una importante narración de Pedro Antonio de Alarcón, Novela natural, vive de las rentas de unas viñas de Andújar, algo por supuesto más irrelevante que el papel que tiene nuestra geografía en la narración galdosiana.
Por esto no encontramos sentido a que Andújar no explote su vinculación con la obra del aristócrata polaco, capaz de encender la imaginación de Wojciech Has, Krzysztof Penderecki, Philippe Ducrest, Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, Juan Tovar, Ludwik Margules, Francisco Nieva e Ignacio M. Nieva, así como de infinidad de ilustradores y creadores gráficos cuyas imágenes podrían exornar la señalización de una ruta relacionada con el libro e incluso un festival de literatura, teatro o cine gótico.
Especialmente no vemos sentido a que instituciones públicas o privadas (pero con abundante financiación pública), en lugar de llamar la atención sobre la relación que tiene Andújar con obras de ficción que suponen un patrimonio invaluable, se dediquen a la ficción histórica con disparates absolutos como la inserción de Andújar en una Ruta Nazarí, o bien sigan tan firmemente la senda de la llana realidad que, de publicar materiales relacionados con escritores (hemos visto, por ejemplo, unas láminas subvencionadas por la Unión Europea), sean meras descripciones carentes de todo interés sobre el puente o las alcarrazas15, en lugar de narraciones, que las hay en los mismísimos autores que aparecen en las láminas y que parecen censuradas por no ser de interés, por no referirse a lo que ya sabemos, a lo visible. Así ocurría en esas láminas con Wilhelm von Humboldt, cuya escena trágica hemos reproducido, o con Andersen, quien, sin embargo, no se fija tanto en los lugareños como en sus compañeros de viaje16.
Pero la realidad es que, más allá de que tengamos tanto que lamentar que George Borrow decida, justo antes de llegar a nuestra ciudad, que «It is not my intention to describe minutely the various incidents of this journey»17, contamos con muchas narraciones, infinitamente más valiosas que una retahíla de descripciones generales, vagas y pintorescas, cuando no plagiadas de otros libros de viajes. Se deben, además, a personajes intelectuales realmente interesantes, cultivados y buenos conocedores de la lengua española (a diferencia de visitantes del estilo de Mrs. Caroline Elizabeth Wilde Cushing, quien sin embargo tiene la buena fortuna de caer en la posada de un francés que había sido prisionero en Inglaterra18), como Ramón Mesonero Romanos19, Victor Aimé Huber20, a quien tampoco debería desdeñarse, pero ante todo, a Alexander Slidell-McKenzie, que, entre otras espléndidas e inteligentes observaciones, da noticias sobre la Semana Santa en Andújar21, o el Rvdo. Robert Dundas Murray, que dedica a Andújar tres episodios del segundo volumen de The Cities and Wilds of Andalusia: «The Priest’s Discourse», «The Wandering Students» y «Nocturnal summons». En el primero de ellos, Murray desaprueba el sermón del cura de San Miguel sobre la Santísima Virgen, pero de una manera mucho más respetuosa que su compañero de viaje, madrileño, cuya sonrisa de incredulidad es percibida por el párroco y tienen que acabar abandonando el templo22.
Como vimos antes, el respeto intelectual por la ciudad ha ido menguando: casi al mismo tiempo que Wilhelm von Humboldt se fija en las creaciones sentimentales y vida del pueblo de Andújar, Alexander von Humboldt conversa con un andujareño erudito y libresco, pero al otro lado del Atlántico. El Vizconde de Chateaubriand, quien como, Lamartine, Adolphe Thiers, el Conde de Laborde y otras grandes figuras intelectuales francesas, estudia pormenorizadamente los sucesos posteriores a la Guerra de la Independencia ligados a Andújar (y muy especialmente el Decreto que lleva tal nombre), dejó memoria el 13 de abril de 1807 de una entrevista en Andújar (que identifica siempre con la Bética de los poetas antiguos, y que en realidad podría también ser Córdoba) con Natalie de Noailles a través de dos versos escritos en griego sobre los muros de la Alhambra, construcción que le parece digna aun después de haber visitado los templos helenos23; Juan Valera, en su camino a Andújar, tuvo un encuentro con «la ciega de Manzanares, que verdaderamente es una mujer notable y que entiende y sabe el latín, á pesar y mejor que A. Dumas. Yo, para ver si efectivamente era docta en esta lengua, enfilé, lo mejor que pude, seis elegiacos latinos en su loor y se los dije; ella me hizo que se los repitiera y súbitamente los tradujo en versos castellanos»24. Pero ninguno de los dos refiere nada relacionado con los cultivadores de las letras clásicas en Andújar. Sí que Ángel Muro escribe en su monumental Practicón «Tengo yo una amiga en Andújar, que no sé si es más inteligente que hermosa, pero cuyo talento brilla como el sol de su tierra, que me ha enviado una apreciable receta del verdadero gazpacho andaluz, que transcribo al pie de la letra, para conservar la elegancia y cultura de la frase de que hace gala mi bella colaboradora»25, y que el Capitán Samuel Edward Cook agradece a un noble residente en Andújar sus observaciones sobre la arcilla del lecho del Guadalquivir26. También Torquato Torio de la Riva y Herrero alaba a Francisco Mariscal, de las Reales Escuelas de Andújar, por su letra bastarda27, y poco más.
Y, sin embargo, fuera de España los andujareños que fueron grandes en la Historia seguían siendo recordados. Por ejemplo, Diego Barros Arana, en el IV volumen de su Historia general de Chile, de 1885, tiene mucho que agradecer al libro del andujareño Don Diego Portichuelo de Rivadeneira, de 1657. En 1835, el bibliotecario de Douai, Duthilloeul, narra una tradición póstuma acerca de Luis Ladrón de Guevara, andujareño que fue Gobernador de la Villa y Puerto de Ostende, elogiado por Brantôme, Strada y otros autores, muerto en combate a los 80 años, en 1639. Hicieron falta dos proyectiles y un sablazo para llevárselo por delante. Su epitafio, en español, que también recuerda que era Señor de Entreul (Antreulles) y Puente a Marqua (Pont-à-Marcq), fue destruido por los revolucionarios, junto con la iglesia de Antreulles que la contenía, el 11 de ventoso del año vii, es decir, el 1 de marzo de 1799. Pero, como los restos de la lápida ofrecían, tras su quebranto, la lectura «St. Ladron», y el cuerpo, de impresionante porte, perfectamente armado e intacto, hasta el punto de parecer que sólo dormía, daba motivos para apoyar la conjetura de un milagro, Antreulles encontró temporalmente una nueva devoción en un santo accidental, «San Ladrón», que es el protagonista de esta de entre las muchas historias de la obra de Duthilloeul28. No fue el único Ladrón de Guevara señor de Antreulles, por lo que resulta más llamativo su nacimiento en Andújar, donde también nació otro ilustre representante de tan noble apellido, el poeta Don Luis Verdejo Ladrón de Guevara, que se llamó a sí mismo, cantando a Sor Juana Inés de la Cruz, «estrangero ánsar del Betis»29, es decir, nuestro Guadalquivir, cuyas arenas no deja de recordar en otros poemas que suscitaron admiración y emulación en la América de su tiempo.
Aunque, sin duda, el personaje andujareño sobre el que existe más flora literaria es el infortunado obispo Don Pedro de Villarreal, cuyos estudios fueron costeados con el precio de portentosas rejerías que aún subsisten en Andújar (el mayor experto en esta materia, al que remitimos, es José Domínguez Cubero): infortunado no sólo en vida, por el episodio que tuvo reflejo en la literatura del siglo xix, sino por otro que, después de muerto, encuentra registro en el AGN, Ramo Inquisición, v. 436, estudiado por María de los Ángeles Rodríguez Álvarez: un denunciante acusó al fallecido obispo, que fue enterrado en Granada (Nicaragua), de practicar la costumbre judaica de lavar los cadáveres, como hizo con sus sobrinos Diego Gaitán y Agustín Salcedo de Villarreal, y de haber muerto sin pronunciar el nombre de Jesús30.
Pero no es la Inquisición, sino el poder secular quien más sufrimiento trajo al ilustre andujareño, tanto en la figura del Gobernador de Nicaragua como en la del de Costa Rica, con los que discutió violentamente (hasta casi llegar al punto de la guerra civil) en puntos de protocolo. Es el segundo caso, el protagonizado por Don Juan de Ocón y Trillo, Gobernador General de Costa Rica, o más bien por su silla, el que ha sido inmortalizado en las letras costarricenses. Al morir el siglo que nos ocupa en este libro, el xix, es decir, en 1900 (el 10 de noviembre, para ser más precisos, desde el periódico El Fígaro), Ricardo Fernández Guardia contestaba a Jenaro Carmona, quien consideraba plagio su documentación para las narraciones históricas, y venía a resumir la fortuna del personaje histórico andujareño al sacar a la palestra a «don Carlos Gagini, que para un cuento titulado La silla del Gobernador, se inspiró en las ruidosas disputas de don Juan de Ocón y Trillo con el obispo don Pedro de Villarreal, las cuales se relatan en la misma Historia de Costa Rica»31, en referencia a la Historia de Costa Rica durante la dominación española de su padre, León Fernández Bonilla. Pero hay que sumar su propia pluma, ya que Ricardo Fernández Guardia también dramatiza el hecho en sus Crónicas coloniales de Costa Rica, aunque serán escritas ya fuera del siglo que nos ocupa, de manera que, al igual que otras obras narrativas relacionadas con Andújar de autores nacidos en el siglo xix pero escritas en el xx, como la Egeria de Pável Pávlovich Murátov, En busca del gran Kan (Cristóbal Colón) de Vicente Blasco Ibáñez o la ya mencionada de Galdós, tendrán que esperar a un libro futuro.
Sumergirse en la literatura del siglo xix sobre Andújar, o sumergirse en la literatura del siglo xix en general, debe ser un ejercicio de patriotismo, palabra tan cara a Santiago Ramón y Cajal, pero bien entendido. No debe movernos el esperar que de fuera nos digan que somos los mejores del mundo y los más guapos, guapos, guapos y todas esas exclamaciones ponderativas andaluzas que casan tan mal con el hecho constatado de que, para los españoles, todo lo que viene de fuera es mejor (las instituciones académicas dan más puntos por publicar en Oklahoma que por hacerlo en Alcaudete), y que valoran lo que tienen sólo cuando viene un extranjero a decirles que está bien (empezando por Cervantes y siguiendo por Goya, que gusta tan poco a los españoles que todos sus homenajes y monumentos tienen que hacerse a base del retrato de Vicente López): de hecho, nuestra investigación debe incluir el encontrar a quien vea nuestra ciudad como un miserable agujero del que escapar cuanto antes, como Eugene Poitou32, si bien este autor no era más que un pobre cantamañanas que afirmaba y proclamaba la intrascendencia e insignificancia de Balzac, entre otros muchos juicios irrisorios: es decir, un Zoilo del siglo xix. Tampoco debemos buscar específicamente escritoras o imponernos embudos de selección absurdos que hagan dar voz a autores sin interés, sólo merced a su sexo o a otros condicionantes. Haciendo bien el trabajo de investigación, aparecerán todos. Pero, ante todo, no debemos husmear los bajos fondos de las bibliotecas como un oso hormiguero en busca de libros olvidados para hacer una edición financiada por la Diputación o el Ayuntamiento, o presentar una tesis o publicar un artículo en Oklahoma (de cuantas más páginas mejor), sin preocuparnos de que sean textos que aburran a las ovejas. De hecho, gracias a los medios digitales, cada vez tiene menos sentido reeditar obras impresas, a no ser que se cuente con verdaderos medios y criterios ecdóticos para establecer por completo el texto original. El fin de rescatar la literatura universal del siglo xix relacionada con Andújar debe suponer, en primer lugar, cumplir un compromiso como académicos con la Literatura universal (y no con un tribunal de tesis o con una editorial universitaria) y, en segundo lugar, con Andújar. Sólo a través de la ciencia bien entendida, que es la ciencia del bien y del mal, y no una que absorba cual porífero todo contenido sin contraponer la más mínima crítica o valoración, podrán aflorar las abundantísimas plantas medicinales que pueden ser la teriaca y salvación de nuestra ciudad, docta en letras y en armas.