Los confines de la Tierra

Las primeras representaciones del mundo situaban misterios y maravillas en sus extremos. En los mapas de Tolomeo, más allá de Thule, al norte de Inglaterra, no existía el mundo; en la época de Colón se creía que las tierras polares estaban habitadas por seres con un solo pie, grifos, tribus muy, muy longevas, y una montaña magnética que contenía la puerta del Purgatorio. ¿Dónde están hoy los extremos del mundo, los lugares más remotos, los límites del planeta? Javier Reverte describe, en este reportaje, los confines de la Tierra.

Islas Svalbard, el confín del mundo

Islas Svalbard, el confín del mundo

Hasta hace muy pocos años, el archipiélago noruego de las Svalbard, a medio camino entre el Polo Norte y la costa continental del país, era un lugar muy poco visitado, salvo por cazadores de ballenas, osos y renos. Había dos grandes establecimientos mineros de carbón, explotados por los rusos –Pyramiden y Barentsburg–, y tan solo una ciudad habitada por medio millar de almas llegadas en el último siglo y medio –en las islas nunca hubo población autóctona–: Longyearbyen. Pero fue precisamente su riqueza en vida animal lo que recientemente ha transformado estas islas en un destino turístico de interés, aunque resulta bastante costoso llegar.

En la isla principal de las Svalbard, Spitzbergen, residen unos tres mil pobladores, en tanto que las otras islas no están habitadas, y el número de osos –su caza está prohibida– es superior en unos cuantos centenares al de seres humanos. Junto al aeropuerto se encuentra la llamada Bóveda del Fin del Mundo, una suerte de banco vegetal que guarda cien millones de semillas –en previsión de una catástrofe natural o nuclear– a 120 metros de profundidad y a una temperatura constante de menos 18 grados centígrados.

Si bien hay algunas bases militares al norte de las Svalbard –canadienses, rusas y de los EE UU–, en Spitzbergen se encuentra la población más septentrional habitada en forma permanente: Ny Alesund, exactamente a los 78º 55'' de Latitud Norte, muy cerca ya del Polo Norte. Ny Alesund es una comunidad científica con estaciones de diversos países –Noruega, Suecia, Argentina, Reino Unido, Francia, Estados Unidos, China...–, y en invierno residen en el lugar unas treinta personas –no todos ellos científicos–, cifra que llega a casi 150 en los veranos. Si es posible decir que Ny Alesund no es uno de los confines geográficos de la Tierra, sí que es, sin duda, un confín humano.

/ GETTY

Hay lugares a los que, según los cánones turísticos, no merece la pena llegar salvo por el placer de ir -Stevenson dixit-. Algunos son muy hermosos desde un punto de vista meramente natural: hoscos, rudos, violentos, en los que se siente que el hombre todavía no ha domado por completo a la Naturaleza. Pero ofrecen poco más que belleza terrenal y sed de aventura. Suelen estar en los extremos del mundo, en los confines del planeta. Y el placer de haberse asomado a ellos, repito, no es otro que el hecho de haber ido y, en todo caso, comprender un poco mejor el planeta que habitamos. Hay una vieja frase sobre la actitud del hombre ante la partida de un difícil viaje que me gusta recordar de cuando en cuando y que responde a la pregunta de por qué acercarse a un lugar tan lejano y adonde cuesta mucho esfuerzo llegar. La frase es sencilla:"Para poder contar que yo estuve allí". En su libroEl peor viaje del mundo, un expedicionario polar, Apsley Cherry Garrard, añade un juicio notable: "La exploración no es más que la expresión física de la pasión intelectual".

No hay otra palabra: la pasión por la lejanía, la pasión por los confines, la pasión por ir más y más allá...

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