Los confines de la Tierra
Las primeras representaciones del mundo situaban misterios y maravillas en sus extremos. En los mapas de Tolomeo, más allá de Thule, al norte de Inglaterra, no existía el mundo; en la época de Colón se creía que las tierras polares estaban habitadas por seres con un solo pie, grifos, tribus muy, muy longevas, y una montaña magnética que contenía la puerta del Purgatorio. ¿Dónde están hoy los extremos del mundo, los lugares más remotos, los límites del planeta? Javier Reverte describe, en este reportaje, los confines de la Tierra.
Hay lugares a los que, según los cánones turísticos, no merece la pena llegar salvo por el placer de ir -Stevenson dixit-. Algunos son muy hermosos desde un punto de vista meramente natural: hoscos, rudos, violentos, en los que se siente que el hombre todavía no ha domado por completo a la Naturaleza. Pero ofrecen poco más que belleza terrenal y sed de aventura. Suelen estar en los extremos del mundo, en los confines del planeta. Y el placer de haberse asomado a ellos, repito, no es otro que el hecho de haber ido y, en todo caso, comprender un poco mejor el planeta que habitamos. Hay una vieja frase sobre la actitud del hombre ante la partida de un difícil viaje que me gusta recordar de cuando en cuando y que responde a la pregunta de por qué acercarse a un lugar tan lejano y adonde cuesta mucho esfuerzo llegar. La frase es sencilla:"Para poder contar que yo estuve allí". En su libroEl peor viaje del mundo, un expedicionario polar, Apsley Cherry Garrard, añade un juicio notable: "La exploración no es más que la expresión física de la pasión intelectual".
No hay otra palabra: la pasión por la lejanía, la pasión por los confines, la pasión por ir más y más allá...
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