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Archivos de la Sociedad Española de Oftalmología

versión impresa ISSN 0365-6691

Arch Soc Esp Oftalmol vol.81 no.3  mar. 2006

 

EDITORIAL

 

La difusa frontera entre el fraude y la veracidad científicA

The hazy frontier between fraud and scientific truth

 

 

Belmonte Martínez J.1

1Doctor en Medicina
E-mail: belmonte_jos@gva.es

 

 

En fechas recientes el mundo científico se ha visto violentamente sacudido, entre incrédulo e indignado, por uno de los más escandalosos fraudes de los últimos tiempos. El investigador coreano Hwang Woo-Suk, presunto protagonista de espectaculares hallazgos en la clonación de células madre humanas, a través de complejos procedimientos de transferencia nuclear, publicados con el aval de una revista de indiscutible referencia y prestigio como Science y precipitadamente considerados un paso gigantesco en el remedio de muchas enfermedades irresolubles, se ha visto forzado a reconocer la falsedad de sus hallazgos. Dado el notable impacto social, religioso e incluso político de las noticias relativas a la moderna investigación genética, el hecho ha trascendido a los medios informativos convencionales, sobrepasando por lo tanto el estricto ámbito de la Medicina, con el consiguiente injusto pero evidente menoscabo de su credibilidad y su prestigio.

Resulta difícil eludir la extrapolación de este lamentable incidente al universo bibliográfico oftalmológico en el que nos movemos. En efecto, si una revista de esas características, desiderátum de la sana ambición científica de muchos investigadores, teóricamente blindada a la falsedad involuntaria o dolosa, a través de un proceso analítico riguroso y estricto de sus contenidos, por evaluadores altamente cualificados, puede ser víctima de un farsante, qué no puede acontecer con la información contenida en otras publicaciones menos estrictas, cuando no más tolerantes en sus pretensiones, cuyos planteamientos selectivos, pese a estar condicionados por la supuesta calidad y originalidad de una información acopiada bajo la ineludible presunción de que los ensayos se han obtenido de una manera objetiva y desapasionada, pueden también contaminarse por discutibles cómputos de procedencia geográfica o lenguaje de los protagonistas, por criterios de endogamia académica o reprobable amiguismo y sobre todo por poderosos móviles de interés económico y comercial.

Ante ese panorama cabe preguntarnos ¿los criterios reales y efectivos que se aplican en el presente permiten garantizar o descartar la autenticidad de un trabajo científico? ¿constituye un filtro suficiente la exigencia de una rigurosa elaboración formal, de una correcta redacción en inglés, inexcusable y casi exclusivo vehículo lingüístico de la ciencia moderna, de la inclusión de una Bibliografía contrastada y suficiente acorde a normas editoriales y, sobre todo, del diseño del trabajo mediante una aparentemente impecable metodología? ¿cómo puede regularse la financiación de la investigación biomédica para alejarla de cualquier tentación de manipulación fraudulenta?

No es aventurado sospechar que para un científico competente resultaría relativamente sencillo, si se lo propusiera, cumplimentar aún los más exigentes requisitos formales de una publicación y entrometiendo datos falsos o manipulados, culminar un trabajo de manifiesta excelencia en el contenido aún faltando impunemente a la verdad. ¿Alguien puede dudar que el manuscrito de Hwang Woo-Suk remitido a Science era formalmente impecable?

En el momento actual las publicaciones científicas, que desbordan las fuentes de información biomédicas pueden estructurarse en varios niveles. El primero lo forman aquellas que vehiculan la información a través de un medio tan poderoso y universal como Internet, de evidente validez informativa por su inmediata y vasta capacidad de indagación, pero carente de todo contraste, por lo que su fiabilidad queda a merced del buen criterio, la preparación y la credulidad del explorador. El segundo nivel incluye las cada vez más numerosas publicaciones con formato de periódico, con un contenido informativo tipo tabloide, de sugestiva apariencia innovadora y ultranovedosa, financiadas por la potente industria biomédica e inevitablemente colonizadas por más o menos confesables o indisimulados intereses comerciales, carentes también de un filtro previo independiente, de una rigurosa evaluación de los mensajes, por lo que su fiabilidad depende por igual de la versátil ingenuidad del lector, de su preparación científica y de su capacidad de análisis crítico, al entremezclar una información aceptablemente seria y prudente con propuestas altamente sugestivas por la novedad, aunque no siempre exentas de una elevada dosis de presuntuosa fantasía o audacia. El tercer nivel lo constituyen los centenares de publicaciones médicas que, escritas por lo general en idiomas no homologados, malviven fuera del predilecto mundo de Med Line/Index Medicus. Bajo el serio lastre de su carencia de impacto, atrapadas en un perverso círculo vicioso para conseguir textos originales por la certeza de los autores de su escasa proyección, se ven condenadas para sobrevivir a sortear la aplicación de unos condicionantes formales excesivamente estrictos. Esta sensible restricción determina que, pese a incluir en sus páginas un contenido fiable, sean más proclives, en algún momento, a ver profanada la veracidad de su información por autores éticamente poco escrupulosos en la divulgación de sus trabajos, urgidos por su propia ambición o por el apremio de sus patrocinadores. Finalmente, el cuarto nivel lo integran las privilegiadas revistas de impacto, protagonistas del selecto entorno del Med Line en el que, supuestamente, la verdad debiera ser incontrovertible como consecuencia de un aparente rígido control de la naturaleza y calidad científica de los trabajos, de la disponibilidad de revisores altamente cualificados con un alto nivel de supuesta imparcialidad y del presumible aval que otorga el rango y procedencia de sus firmantes.

La cuestión que cabe plantearse es si pese a todos estos requisitos, incluso en este último y selecto grupo puede garantizarse la verdad de la información. Realmente, el casual desenmascaramiento del científico coreano parece ponerlo en duda, aunque sería deseable que se tratara de un hecho singular y anecdótico.

En efecto, publicar informaciones falsas con un envoltorio metodológico en apariencia impecable es una poderosa tentación para un científico sin excesivas aprensiones, coaccionado por la competencia, la financiación pública y privada o la simple vanidad y ambición profesional. En el mundo de la ciencia, donde participan las mentes más privilegiadas, decantarse indistintamente hacia la verdad como anhelada y desprendida meta o hacia el engaño como cómodo recurso para el éxito personal y la satisfacción de una codicia desmedida, no resulta demasiado complicado, por lo que tampoco es descartable como maliciosa hipótesis. El suceso referido lo atestigua y lo ha puesto en evidencia descarnadamente.

La conclusión a la que nos conduce este razonamiento es obvia. Si cada vez resulta más difícil descubrir el engaño o la manipulación deshonesta aunque sutil, debe extremarse la cautela antes de admitir aparentes hallazgos espectaculares, que impacientemente proponen algunos como limpia y genial culminación de su trabajo, demorando su consagración hasta ser confirmado por varios investigadores independientes y recelar de los que, más allá del lícito orgullo del científico que ha logrado desentrañar un hermético enigma y vencer el reto con el que se enfrentó, se autoglorifican prematuramente a través de los medios con fugaces cantos de sirena, postulándose con reiteración como incontestables pioneros y honestos paladines de la ciencia.

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