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Historia (Santiago)

versión On-line ISSN 0717-7194

Historia (Santiago) vol.44 no.1 Santiago jun. 2011

http://dx.doi.org/10.4067/S0717-71942011000100007 

HISTORIA N° 44, vol. I, enero-junio 2011: 193-198

RESEÑA

 

Fabián Almonacid Zapata, La agricultura chilena discriminada (1910-1960). Una mirada de las políticas estatales y el desarrollo sectorial desde el sur, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Colección América N° 16, 2009, 475 páginas.

 

El reciente libro de Fabián Almonacid La agricultura chilena discriminada (1910-1960), junto con retomar los estudios sobre el agro chileno anticipados por Luis Correa Vergara, Carlos Keller, Sergio Sepúlveda, Arnold Bauer, José Bengoa, Sergio Gómez y Claudio Robles, entre otros, invita a profundizar un debate acerca de lo que ocurrió con la economía chilena en el siglo XX, luego de que Aníbal Pinto Santa Cruz sugiriera, hace ya más de medio siglo, que Chile desaprovechó las excelentes oportunidades que existieron en el siglo XIX para alcanzar un desarrollo económico más pleno, provocando la "frustración" de la cual habla este autor.

La hipótesis de Aníbal Pinto fue matizada al momento de formularse, por los estudios que atribuían el fracaso de nuestra economía a su fuerte dependencia de las economías centrales. La idea de que habíamos exportado riqueza y acumulado pobreza está en la esencia de la teoría de la dependencia que se difundió por los años 60. En su libro En ruta al capitalismo, Luis Ortega ha sugerido que el factor que debilitó a nuestra economía fue la ausencia de tecnología. Expuesta a procedimientos muy tradicionales, la falta de modernización habría conspirado contra un mejor desempeño, cuando las economías más avanzadas podían llegar a los mercados con productos mejor elaborados y a más bajo costo.

El libro de Fabián Almonacid tiene, en este sentido, un doble mérito. Por una parte, propone una mirada desde una economía regional y, por otra, sugiere una hipótesis novedosa que debiéramos discutir en momentos en que las regiones de Chile reclaman mayor atención de los gobiernos, sea cual sea su sello político.

Almonacid sostiene que una de las circunstancias que más complicaron a la agricultura del sur, principal sustento de su economía, habría sido la política del Estado y la decisión de industrializar al país, sin tener en cuenta los intereses de una amplia región del territorio nacional. Se trató, dice el autor, de una agricultura discriminada, castigada y complicada, además, por los problemas que experimentó la agricultura chilena a partir de los años 30. En muchos aspectos, concluye Almo-nacid, la agricultura del sur, fue abandonada a su suerte.

El libro está estructurado en cinco capítulos, aunque en la práctica se pueden agrupar en cuatro partes. La primera, capítulo 1, se refiere a la situación en que se desenvolvió la agricultura entre 1910 y 1960; la segunda, capítulos 2 y 3, abarca el período 1910-1935, refiriéndose primero a la situación del país y luego a la agricultura; la tercera, capítulos 4 y 5, repite el esquema anterior, pero para los años 1935-1960; y la cuarta parte contiene las conclusiones.

Como decíamos, el capítulo 1, "El estancamiento agropecuario (1910-1960)", hace un exhaustivo análisis de la literatura sobre el tema, informando al lector de todo lo que se ha escrito sobre la agricultura chilena durante el siglo XX. El autor no se limita a mencionar las obras, las comenta con el propósito de ir sentando las bases de su estudio. Desde luego, al comenzar el capítulo Almonacid pone en tela de juicio la idea de que la agricultura se hubiera estancado en la primera mitad del siglo XX. Aunque casi todos los autores que cita ratifican esta apreciación, anticipa que hoy existe cierto desacuerdo respecto de esa impresión, sobre todo a partir de estudios hechos en España en los últimos años. En realidad, desde los trabajos publicados por Alexander Chayanov a comienzos de siglo, ha predominado la convicción de que la agricultura no habría sido capaz de sumarse a los cambios que exigió el desarrollo del capitalismo en el siglo XX, arrastrando un atraso que se ha explicado por distintas razones. Los estudios comentados por Almonacid sugieren varias: caída de los precios, falta de modernización, altos costos de producción, problemas derivados de la tenencia de la tierra, políticas estatales equivocadas y falta de infraestructura (caminos, por ejemplo). Sin embargo, Almonacid plantea, para el caso de Chile, que hasta los años 60 la mayoría de los juicios formulados se sostienen en un profundo desconocimiento de la historia agraria de nuestro país. Desde este punto de vista es interesante el rescate que hace de los trabajos de Adolfo Mathei, uno de los mejores conocedores del tema.

Mathei identifica los principales problemas que afectaron a la agricultura del sur. Sin precisar el orden se refiere a la falta de innovación, a la pérdida de fertilidad de los suelos, a la tenencia de la tierra (propuso la subdivisión para evitar los conflictos sociales), a las debilidades del mercado nacional, a la falta de caminos y al escaso desarrollo de la industria ganadera (en particular hace referencia a la falta de mataderos y frigoríficos). Mathei -y en esto avala la hipótesis de Almo-nacid- se rebela contra las políticas centralistas del Estado, aunque termina proponiendo una práctica que, a la larga, provocó serias dificultades a la actividad agroganadera: talar el bosque y limpiar los suelos para sumarlos a la producción agropecuaria.

El capítulo 2, "Chile 1910-1935: Política, Economía y Población", ofrece una apretada síntesis de la situación política y económica del país, para concluir con algunas apreciaciones sobre su población. El período se inicia con la crisis que azotó a Chile a comienzos del siglo XX y termina con el impacto que provocó la crisis del 29. Fue una época dominada por una clase política incapaz de resolver los problemas del país y movilizaciones obreras que terminaron reprimidas con violencia. Desajustes en la economía, escasa participación en la generación del poder y, al final de estos años, un viraje hacia la industrialización marcaron la tónica del período. Almonacid lo resume sostenido en una bibliografía actualizada que, aunque no le concede originalidad al capítulo, es muy útil para que el lector se acerque al escenario nacional en el que se sitúa su estudio.

Conocer aquel escenario es clave para introducirse al capítulo 3, "La Agricultura Nacional, 1910-1935", uno de los más interesantes de este libro. En él no solo se examina la agricultura chilena con abundante información cualitativa y cuantitativa, sino se comparan las condiciones en que se desenvolvió en el centro y sur del país. Parte el autor reconociendo que la actividad experimentó una fuerte expansión a comienzos del siglo XX, sostenida en la incorporación de las tierras que se arrebataron al pueblo mapuche en el sur, a pesar de lo cual hubo personeros de la esfera pública que ya por aquellos años consideraban que la agricultura no tenía destino en Chile. Probablemente esa opinión frenó una intervención más directa del Estado, tendiente a favorecer una actividad cuya producción satisfacía la demanda interna y una cierta demanda externa que permitió aumentar las exportaciones, por lo menos en las primeras décadas del siglo. No es que el Estado no haya intervenido en el más estricto sentido de la palabra; lo hizo, pero, de acuerdo al autor, de una manera absolutamente insuficiente. Hasta 1910, señala Almonacid, actuaba solo en el ámbito de la enseñanza y algunos servicios agrícolas, disposición que se ratificó en 1912 al crearse la Dirección General de Servicios Agrícolas. La falta de acuerdo para establecer en 1913 el Ministerio de Agricultura impidió avanzar en materias que eran fundamentales para una actividad que requería del apoyo del Estado. Más adelante, la fundación de la Caja de Crédito Agrario, en 1927, ayudaría en parte a aliviar la situación de los agricultores, aunque se estaba ya a las puertas de la crisis del 29, que tanto afectaría a esta actividad.

Los agricultores del sur no se cruzaron de brazos. Almonacid se refiere a la fundación de dos asociaciones gremiales, la SAGO en Osorno y la SOFO en Temu-co, que se unirían a la SNA en sus demandas al Estado. Las agrupaciones del sur fueron conscientes de las diferencias que existían entre las necesidades de los agricultores del centro y del sur, razón por la cual no buscaron una alianza con ellos; más bien se plantearon regionalmente, tal como lo hizo el Partido Agrario fundado en Temuco en 1930, como una respuesta política, señala Almonacid, frente a los requerimientos no atendidos por la autoridad.

La actitud de estas agrupaciones obedecía a las claras diferencias que existían entre las condiciones imperantes en la agricultura de la zona central y la agricultura del sur. El autor marca varias. Mientras en el centro predominaba la propiedad tradicional, en el sur se trataba de propiedades nuevas, carentes del lujo que existía en las otras, cuyo origen se remontaba, en la mayoría de los casos, al período colonial. En el centro se había ampliado el minifundio, en el sur la gran propiedad había avanzado a pasos agigantados; en las primeras predominaba una relación paternalista, en las otras una relación salarial que se había instalado desde el momento mismo de la ocupación de estas tierras; en el sur se pagaban salarios más altos, los cultivos tendían a concentrarse en los cereales (trigo preferentemente) y la maquinaria poco a poco iba desplazando los procedimientos más tradicionales de la zona central, aunque las carretas, como medio de transporte, predominaban en los paisajes sureños.

No menos interesantes son las observaciones (y comparaciones también) que hace Almonacid sobre el funcionamiento de algunas empresas agrícolas de la zona central y del sur. Particularmente convendría destacar sus observaciones respecto de la familia Bunster y la Molinera El Globo y las actividades económicas de la familia Duhalde, en el Bajo Cautín. En el caso de estos últimos, es posible deducir cómo se fue constituyendo la gran propiedad en la zona, mediante el despojo de las tierras indígenas. La compra de tierras que hicieron los Duhalde a Eleuterio Domínguez, quien había recibido del Estado una enorme cantidad de hectáreas en el lago Budi para instalar colonos españoles, terminó consolidando una de las grandes propiedades de la región e impulsando una actividad empresarial vinculada a la clase política del centro del país a través de la figura de Arturo Alessandri, hijo del Presidente de la República.

En el capítulo siguiente, "Chile 1935-1960", vuelve Almonacid a entregar un panorama general de las condiciones en que se desenvolvió el país en aquellos años. Fue la época en que Chile entró de lleno a estimular su industria, con el propósito de dejar en el pasado el modelo de crecimiento hacia fuera. Políticamente estuvo marcado por la lucha entre la izquierda, la derecha y el centro por conquistar el poder, con un episodio populista, el de Carlos Ibáñez del Campo en 1952, apoyado de todas maneras por los partidos políticos desencantados del Frente Popular. Aumenta la sindicalización en el campo, la inflación amenaza con bloquear la economía y la población experimenta un fuerte crecimiento y una clara concentración en los principales centros urbanos del país. El llamado Estado de Bienestar Social impera sin contrapeso en una época que alimentó las grandes utopías que se desplomarían en 1973.

El capítulo V, "La Agricultura Nacional, 1935-1960", es sin duda el más denso y controvertido de todos. Desde el punto de vista de la información que se maneja es incuestionable. Sustentado en una abundante estadística, fuentes cualitativas de diversa índole y una bibliografía exhaustiva, solo cabe felicitar al autor por la prolijidad de su trabajo. Sin embargo, hay aspectos que por lo menos son debatibles. En primer lugar, Almonacid insiste en que el supuesto estancamiento de la agricultura es discutible, argumentando que solo se aprecia en algunos aspectos y que desde 1950 se observa una recuperación que echaría por tierra esta idea. No obstante, la mayoría de los datos que él mismo aporta dejan dudas respecto de esta apreciación. Los cuadros estadísticos de hectáreas cultivadas, producción, precios, rendimientos y otros permiten entrever una serie de problemas que la afectaron al promediar el siglo XX. Las permanentes quejas de los agricultores, sus continuas demandas no satisfechas y la política del Estado insinúan también un precario desempeño de esta actividad.

En segundo lugar, también merece un comentario la hipótesis de Almonacid relativa a la responsabilidad del Estado en la situación que se vivió en el agro. No se puede desconocer que efectivamente Chile tenía puesta su mirada en la industrialización y que la protección del mercado nacional implicaba controlar los precios de los alimentos, muchos de los cuales llegaban desde el sur. No obstante, habría que reconocer que una serie de problemas tenían su origen en las prácticas de los agricultores del sur que, después de la bonanza inicial, se afanaron en demandar del Estado soluciones que ellos mismos pudieron encontrar en el período de las "vacas gordas". Por ejemplo, aunque se reconoce que en el sur la agricultura incorporó más tecnología que en el centro, en nuestra opinión siguió siendo una agricultura tradicional que no innovó al grado de convertirse en una actividad competitiva. Nuestros propios estudios sobre la Araucanía sugieren que una parte importante de la producción que llegaba al mercado nacional e internacional se lograba mediante la producción de pequeños y medianos propietarios. Los grandes agricultores muchas veces acopiaban producción que entregaban a intermediarios que la colocaban en los centros de consumo. Esta práctica pudo haber sido beneficiosa si se hubieran dado dos condiciones: por una parte, que se hubiesen mejorado las condiciones de producción de aquellos abastecedores y, por otra, que no los hubiesen castigado pagando precios que los arrastraron a la pobreza. Las llamadas compras "en verde" o mediante anticipos asfixiaron a los pequeños y medianos productores y de eso no fue responsable el Estado.

No se puede negar que este tuvo una cuota de responsabilidad en los problemas que se generaron en la agricultura, sobre todo en lo relativo a las bandas de precios y otras medidas que dejaban escasa rentabilidad a los productores del sur. Es cierto también, que la poca atención que brindaron las autoridades a sus peticiones, los obligó a organizarse y enfrentar colectivamente las dificultades que se les vinieron encima. No obstante, al parecer tuvieron escasa capacidad de negociación frente a sus interlocutores y poco éxito en su lucha contra los agricultores del centro, cuya llegada a las esferas políticas fue más eficiente. Al término del período, Jorge Saelzer, uno de sus dirigentes más connotados, llegó al Ministerio de Agricultura, a pesar de lo cual su presencia allí en poco ayudó a los agricultores del sur.

El debate respecto de los dos puntos que hemos planteado en este comentario, lejos de poner en duda el valor de la obra de Almonacid, deja en evidencia el generoso aporte que hace a nuestra historiografía, porque este capítulo plantea, además, otra serie de temas que debemos seguir discutiendo. Entre estos no se puede dejar de mencionar los relativos al transporte, la comercialización, las organizaciones gremiales del sur y la intervención de Estados Unidos en materias agrícolas, en momentos en que la recuperación de la economía mundial dependía, en parte, del comportamiento de las economías periféricas.

El libro termina con algunas conclusiones que reiteran apreciaciones vertidas a lo largo del texto. En resumen, Almonacid cree que las políticas estatales fueron un aspecto fundamental del mal desempeño del agro nacional, que hubo una discriminación permanente contra la agricultura sureña, que los grupos de poder del centro (agricultores, ganaderos, comerciantes e importadores) dominaron el escenario político, logrando imponer medidas a favor de sus propios intereses, que las organizaciones de los agricultores sureños tuvieron escasos resultados cuando defendieron los suyos y, por último, que las coyunturas económicas del período -las dos guerras mundiales y la crisis del 29- provocaron duros golpes a la agricultura nacional.

Fabián Almonacid es un joven historiador que en las lluviosas tierras de Valdivia comparte con sus alumnos de la Universidad Austral los avances de sus investigaciones. Este libro es una versión parcial pero corregida de la tesis doctoral que defendió en la Universidad Complutense de Madrid el 2005, el cual está cuidadosamente impreso, es abundante en datos y exhibe un manejo bibliográfico sorprendente. Su lectura no solo aclara diversos aspectos de nuestra historia del siglo XX, sino que también alienta el debate acerca de lo que ocurrió con nuestra economía a la luz de los aportes que ahora hace su autor y que antes sugirieron Aníbal Pinto, Patricio Meller y Luis Ortega, para citar algunos de los estudiosos del tema.

Jorge Pinto Rodríguez
Departamento de Ciencias Sociales, Universidad de La Frontera
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