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Historia (Santiago)

versión On-line ISSN 0717-7194

Historia (Santiago) v.42 n.1 Santiago jun. 2009

http://dx.doi.org/10.4067/S0717-71942009000100023 

HISTORIA N° 42, Vol. I, enero-junio 2009: 291-293 ISSN 0073-2435

 

RESEÑAS

 

ÁNGELA VERGARA, Copper Workers, International Business, and Domestic Politics in Cold War Chile. University Park, PA, The Pennsylvania University Press, 2008, 222 páginas.

En esta última década han florecido los estudios acerca del cobre en Chile. No se trata de historia económica o del mineral mismo; tampoco de la incidencia del cobre en la economía chilena y en los ingresos al Fisco. En esto último seguimos en deuda con los aportes clásicos de Clark Winton Reynolds y de Markos Mamala-kis. Las obras a las que me refiero se relacionan con la historia social, con especial atención a los temas de género. Es importante tener en cuenta esto al momento de analizar la historia que nos ofrece Angela Vergara sobre la mina de Potrerillos, principalmente cuando era propiedad de la norteamericana Anaconda.

La autora publica su tesis doctoral de la Universidad de California, San Diego, basada en fuentes chilenas y norteamericanas, donde destacan los archivos de la Anaconda, tanto por el material que era público en los años que cubre, como por algún material entonces confidencial que se abre. También tiene fuentes de historia oral, tanto de norteamericanos como de chilenos que trabajaron en Potrerillos. En Chile destacan los fondos del Ministerio del Trabajo, y numerosa prensa local de la zona de la mina.

El título y el desarrollo del libro muestran que su intención central es vincular la vida de los trabajadores del cobre con el desarrollo de los años de la Guerra Fría (este concepto se diluye algo en el libro), y con las estrategias de negocio y de explotación de una gran empresa minera como era el caso de Anaconda. Aporta mucha información sobre las políticas organizacionales de la empresa y de sus estrategias, tanto frente a su personal como a los sindicatos y a la política chilena. Sin embargo, el hilo central sigue siendo el de una historia social, la vida de los trabajadores del cobre, alguna mirada hacia la vida de las mujeres, para incluir el factor de género, y los avatares de la pugna clásica entre empleador y empleado, es decir, la lucha de trabajadores y empleados (no siempre eran armónicas entre sí) por aumentar sus ingresos y mejorar las condiciones de vida; y las de la compañía por contener las demandas y mantener los costos de producción en un nivel óptimo de su punto de vista. Se aprende también acerca de la vida de "enclave" de los directivos y empleados norteamericanos, que llevaban una vida aparte en lo sustancial de la que llevaban los chilenos, trasladando el "American way of life" a un paisaje inhóspito.

Con todo, el centro del aporte está radicado en la vida de los trabajadores chilenos, su relación con el trabajo y las empresas y las políticas de demandas laborales en torno al mineral de Potrerillos, el que comenzó a decaer en los años cincuenta. Entonces el foco de la atención de la autora se desplaza al mineral de El Salvador, que, como se sabe, reemplazó al de Potrerillos, estando relativamente cerca ambos. Por ello se trata sustancialmente de un mismo grupo humano. La autora rinde homenaje a una tradición de historias del movimiento obrero en las minas del cobre, destacando principalmente las obras de Jorge Barría y de Fernando Ortiz; recuerda también la figura de un abogado especializado en derecho laboral, como Moisés Poblete Troncoso, de singular importancia en estas materias, en general favorable a las compañías; y presenta las vidas de dirigentes mineros y algunos obreros y empelados, con quienes mantuvo correspondencia y algunas entrevistas personales, chilenos y norteamericanos.

En el libro hay un cambio de enfoque. En los primeros tres capítulos hay un enfoque de historia social. El centro del tema está constituido por la apreciación de la calidad de vida del minero del cobre. La autora lo reconoce, con un dejo de reticencia, que los mineros del cobre eran los mejor pagados en Chile dentro del mundo obrero, y poseían beneficios sociales legítimos aunque desacostumbrados para la mayoría de sus pares en el país. Para todo el período que va desde el comienzo en los años veinte hasta 1950, la autora entrega una rica información, en la que destacan la prensa local y los escritos que critican acerbamente las condiciones laborales. Angela Vergara destaca con mucha razón la dureza de las condiciones de vida del minero, en un mundo aislado en donde es muy difícil crear el arraigo propio al mundo rural, de donde provenían muchos obreros, producto del "enganche" muy bien explicado por ella; o del mundo urbano, que con todas sus contradicciones crea un tipo de cultura. La del campamento o ciudad minera está, en cambio, aquejada por la precariedad esencial del mundo de la minería. Solo que esto vale no solo para empleados obreros, sino también para la empresa dependiente de un mercado mundial y de los costos de producción, algo no suficientemente sopesado en el libro.

En una primera etapa la empresa mantuvo un control rígido sobre sus empleados y obreros, en un medio habitacional segregado de empleados norteamericanos, empleados chilenos de la firma y obreros, como tres clases sociales diferenciadas. Hasta 1938 mantuvo un cierto maridaje con autoridades locales, especialmente con las fuerzas policiales, a cuyas familias otorgaba algunas ventajas. No aparece en cambio otro elemento con el que me he topado repetidamente en mis investigaciones, las abundantes quejas de las compañías, incluso antes de 1938, de sentirse cercadas por las autoridades judiciales y del Estado en tema de legislación laboral. En la primera como en la segunda parte del libro existe una historia en cierta manera paralela de los movimientos huelguísticos, aunque sin destacar el elemento de "tira y afloja", de "tejo pasado" que existía en muchas demandas laborales. Chile es Chile, algo que a veces se echa de menos en las lecturas del libro. La Anaconda ejercía cierto poder en temas que para un chileno aparecían ridículos o arbitrarios, como la prohibición de alcohol en muchos espacios, aunque esto va cambiando con el tiempo. En sus inicios, más que una relación con el tema del alcoholismo, un problema serio en ese entonces en Chile, se deja ver un rasgo del puritanismo protestante y herencia de la Prohibición.

En los tres últimos capítulos la autora cambia un tanto el foco y se dedica a desarrollar el tema de las políticas sindicales y su imbricación con la historia política de Chile. Destaca como algo interesante su relación con el sindicalismo norteamericano y políticas conjuntas acerca de derechos laborales promovidos por la AFL-CIO, dirigida por George Meany, que combinaba reforma social con un estricto anticomunismo. Esto se prolonga hasta la época del régimen de Pinochet. En esta parte la autora tiende a aceptar como una interpretación válida de la realidad el discurso del movimiento sindical, especialmente el de la Confederación de Trabajadores del Cobre (CTC), y no lo toma como lo que muchas veces era, un tipo de demanda, entre legítima y de exigir por si acaso. En todo caso queda claro un tema muy discutido en torno a este problema en los años 1950 y 1960, de que los gremios del cobre poseían una capacidad privilegiada de presión en Chile.

La autora destaca la filiación de una mayoría un tanto variable con la izquierda chilena, y las divisiones entre blue collar y white collar. De las mismas cifras que entrega emerge la realidad: el mundo de trabajadores y empleados mineros reflejaba una división en Chile, que no se puede confundir simplemente con aquella de pobres y ricos. Documenta con claridad cómo la tradición reivindicacionista se reproduce durante la Unidad Popular, produciéndole dolores de cabeza al gobierno de Salvador Allende. Las políticas de la Unidad Popular para el mundo minero aparecen idealizadas, ya que el discurso de sus programas y de los sectores de los mineros que la apoyaban aparece como una expresión de la realidad. La autora, en un breve capítulo final, destaca cómo el mundo sindical continuó siendo activo, con posiciones matizadas durante el sistema autoritario.

El libro repite algunos temas tradicionales, como aquel de que Chile fue perjudicado por el precio del cobre durante la Segunda Guerra Mundial. No por repetido deja de ser menos falso. Lo mismo vale para la situación del mercado del cobre después de la Segunda Guerra Mundial, en donde no hay depresión, aunque surgen muchos competidores para el cobre chileno. El tema de la "productividad" aparece como una suerte de pecado del sistema industrial, cuando es un factor central de la economía moderna, lo que no podía ser ignorado por la Anaconda so pena de perecer. Si se hubiera detenido en la génesis del Nuevo Trato, hubiera podido atender a estos temas. Igualmente los presidentes aparecen primero favorables a los intereses de los trabajadores y luego "represores", incluso en cierta manera Allende. ¿No serán los constreñimientos de la vida pública? Aunque no es el tema del libro, en muchos de sus juicios no debiera perderse de vista que el país ha vivido del cobre.

El libro de Angela Vergara es un aporte en la línea de vincular la historia de pequeños grupos humanos con fenómenos universales. Esto ha abierto un gran campo de análisis en la historiografía y en la antropología contemporáneas. Este libro es una rica cantera en este sentido. Chile es y será un país minero, y pese a todos los cambios económicos en los últimos treinta años, si bien se ha disminuido la dependencia del cobre, este sigue siendo un elemento fundamental de su economía. Los trabajadores de la minería no pueden ser ignorados al momento de pensar este problema.


Joaquín Fermandois

Pontificia Universidad Católica de Chile, Chile