Número 21 | Diciembre de 2012
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Gauguin y sus paraísos lejanos
Gauguin, el viaje de lo exótico, exposición en el Museo Thyssen- Bornemisza
 
 

       La palabra paraíso tiene muchos significados en las diferentes tradiciones religiosas—tanto orientales como occidentales— en las que desempeña un papel muy destacado. Para algunos, el Paraíso es el Cielo: el mundo ideal al que las almas (o los cuerpos, o ambas cosas) de las personas virtuosas se trasladan después de morir. En otros casos, el Paraíso coincide con el Jardín del Edén, el mundo perdido para los seres humanos como consecuencia del pecado. Para otros aún, en particular aquéllos cuya “religión” es la política, el paraíso es un ideal —terreno y alcanzable— de vida humana armoniosa e igualitaria en conformidad y unión con la naturaleza. Como sabemos por los escritos mismos de Gauguin y por sus obras de arte, le fascinaba el budismo, el hinduismo, el islam e, incluso, sectas destacadas dentro de cada una de tales tradiciones. Gauguin, tal vez el más legendario de los viajeros, le escribía a Mette, su mujer, en febrero de 1890, unos meses antes de partir hacia Tahití: “Acaso llegue el día, quizá muy pronto, en que me perderé en las espesuras de alguna isla de Oceanía para vivir en el éxtasis, la calma y el arte. Con una nueva familia, y lejos de esta lucha europea por el dinero. Allí, en el silencio de las hermosas noches tropicales de Tahití, podré escuchar la dulce, murmuradora música de los latidos de mi corazón, en armonía con los misteriosos seres que me rodeen. Libre, al fin, sin problemas de dinero, podré amar, cantar y morir”.

    Cabe preguntarse, ¿por qué tendría que estar Gauguin tan obsesionado con el Paraíso en esta época de su vida, cuando su familia, tanto por el lado materno como por el paterno, es decididamente secular y políticamente de izquierdas (anarquista de hecho)? Hace ya tiempo que el pintor ha dejado definitivamente a su mujer y a su familia y estaba bien asentado en la posición de jefe de filas de artistas jóvenes. Gauguin, se convirtió a partir de los primeros años del siglo XX en modelo para los artistas que se lanzaron a la búsqueda de lo primitivo para oponerse a lo urbano y burgués, a lo oficial y académico. Sus contemporáneos no le designaron jamás como “un pintor-viajero” y la prensa de la época no calificó sus experiencias de la Polinesia como viaje, sino tal y como se solían denominar en la época: exilio, fuga, salida y estancia. Víctor Segalen, médico de la marina, convertido en etnógrafo y escritor, visitó la Maison du Jouir de Gauguin en Atuona muy poco después de la muerte del pintor y llegó a tiempo para hacerse con algunas de sus pinturas, relieves y objetos en la subasta pública organizada por el gobierno colonial, decía  sobre el exotismo: “no es la adaptación a algo; no es la perfecta comprensión de algo fuera de nuestro ser que uno ha logrado adoptar por completo, sino la percepción inmediata y entusiasta de una incomprensibilidad eterna”.

   

   Gauguin  reconquistó el primitivismo por la vía de que el exotismo funciona como hilo conductor. La exposición, Gauguin y el viaje de lo exótico, aborda tres cuestiones: La primera, y fundamental,  la figura de Gauguin, La segunda trata del viaje hacia atrás, que anhelaba el primitivismo. Y por último la tercera, y última, se refiere a la concepción moderna de lo exótico y sus vinculaciones con la etnografía.

     

    Convencido como estaba de que “para hacer algo nuevo hay que retroceder a los orígenes”, en la mayor parte de los primeros lienzos tahitianos de Gauguin, esa “tierra deliciosa” se convierte en una Arcadia anterior al tiempo, en un Jardín del Edén cargado de fragancias y explosiones cromáticas. La exuberante naturaleza salvaje de la isla, de una belleza deslumbrante, aparece reflejada simbólicamente con su particular estilo sintetista, construido mediante grandes superficies de color, un color que para Gauguin hace tiempo que es la correspondencia expresiva de sus sensaciones y pensamientos. Gauguin, resulta difícil para cualquier espectador inteligente extraer placeres sencillos de unas obras de arte tan altamente sensuales. En sus obras se encuentran representadasla pereza, el deseo sexual, la irreflexión, pero también la felicidad digna de envidia y el carácter dulce y bienhechor de sus habitantes. Pero sin duda la pintura más emblemática, la que mejor representa el exotismo de la raza, es Muchacha con abanico de 1902. Retrato de una joven marquesana sentada en una postura un tanto forzada en una silla de estilo tosco y primitivo con un abanico de plumas en su mano. La piel brillante de la modelo, que destaca sobre un fondo dorado, le da una luminosa majestad.

 

 Gauguin, el viaje de lo exótico

Museo Thyssen- Bornemisza

9-10-12- 13-01-13

José Antonio VAL LISA
Miembro del Consejo redacción AACAdigital.com

Fecha de Entrega: 23/12/2012
Fecha de Admisión: 23/12/2012


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