Francisco Castejón
El fracking en el mundo. La energía y
la política exterior de EE. UU.

(Página Abierta, 232, mayo-junio de 2014).

El fracking o fractura hidráulica es una forma de obtener hidrocarburos, gas y petróleo, cuando están embebidos en formaciones de esquisto o de pizarra. Para ello es necesario inyectar enormes cantidades de agua con unas 200 sustancias de diverso tipo, muchas de ellas tóxicas. Esta técnica conlleva la realización de perforación horizontal y, a menudo, de pequeñas explosiones a lo largo de la perforación.

El fracking cuenta con una justificada oposición ecologista dados los impactos ambientales y las incertidumbres que conlleva (1). El enorme consumo de agua, la inyección en el subsuelo de sustancias tóxicas que pueden contaminar el propio subsuelo y los acuíferos, la generación de aguas contaminadas que han de ser almacenadas sine die o la provocación de terremotos son los principales riesgos e impactos ambientales.

En España, la llegada de esta técnica es reciente y se están realizando prospecciones en los principales yacimientos para evaluar la rentabilidad de su explotación. La cornisa cantábrica, parte de los Pirineos y la cuenca del Ebro son las zonas que podrían tener gas y petróleo explotables mediante esta técnica.

En Estados Unidos, sin embargo, se viene empleando el fracking desde los años 70 y en la actualidad esta actividad está muy extendida. Tal es así que el petróleo y el gas extraídos mediante esta técnica son los principales aportes para el consumo de este país. No sólo eso, en un futuro próximo EE. UU. podría ser exportador de gas y petróleo. Este hecho puede conllevar profundos cambios en la política exterior estadounidense, que ya no estaría condicionada por su necesidad de garantizarse el suministro de hidrocarburos.

El petróleo y sus derivados son esenciales para alimentar el transporte, elemento clave en la globalización. Aviones, barcos, coches y camiones se mueven con estos combustibles, de tal forma que el transporte, que representa aproximadamente un cuarto del consumo de energía, se basa en ellos en un porcentaje del 97%. Además, o quizá por esto, se observa una clara correlación entre el crecimiento económico y el aumento de consumo de petróleo.

El suministro de gas y petróleo es clave para todos los países, que hacen los esfuerzos necesarios para satisfacer su demanda. Estos esfuerzos implican a menudo relaciones políticas poco recomendables o incluso aventuras militares.

El problema es que los yacimientos de hidrocarburos son cada vez más escasos y la oferta tiene más problemas para seguir a la demanda. La diferencia entre el aumento creciente de la demanda y el cada vez más escaso hallazgo de nuevos recursos se conoce como las “fauces del cocodrilo”. Fauces cada vez más abiertas.

Existe un límite para el crecimiento de la producción de petróleo conocido como pico de Hubbert (2). Existe un consenso en que después de alcanzar el pico de Hubbert la diferencia entre oferta y demanda no hará sino aumentar. Las nuevas tecnologías para obtener petróleo serán claves para mantener el suministro en el futuro. Y de ahí el interés en el desarrollo de nuevas técnicas para obtener hidrocarburos, como el fracking.

Las reservas en EE. UU.

En Estados Unidos se practica el fracking desde los 70, pero la explotación masiva tiene lugar a partir de 2009. Desde esa fecha, cada año se perforan unos 25.000 nuevos pozos y en la actualidad hay más de 200.000. La importancia económica de esta actividad es muy grande, pues supuso una inyección de unos 63.000 millones de dólares de ingresos para el Gobierno en 2012 y la creación de 1,7 millones de empleos.

Según el DOE (3), la producción diaria actual de petróleo y gas en EE. UU. asciende a unos 15 millones de barriles de gas y 10 millones de  petróleo, una producción total superior a las de Arabia Saudí y Rusia. La importancia de estas cifras es tal que se espera que las importaciones, que sumaban el 60% del consumo de hidrocarburos en 2005, caigan al 25% en 2016. De hecho, el fracking aporta hoy el 40% de los hidrocarburos consumidos en EE. UU. y el 15% de Canadá.

Las previsiones del DOE cifran una producción de unos 10 millones de barriles de petróleo diarios y de 15 millones de barriles de gas hasta 2020. Y entre 2020 y 2050 ocurrirá algo muy llamativo y es que EE. UU. superará los 18 millones de barriles de petróleo diarios de producción. Esta cifra es clave porque el consumo de petróleo es hoy de unos 17,5 millones de barriles diarios. Significa esto que para 2025 EE. UU. puede ser autosuficiente. Y lo mismo dicen las cifras sobre Canadá. A partir de ese momento, EE. UU. se convertirá en un exportador neto de petróleo. En cuanto al gas, este país puede ser autosuficiente en 2018 y a partir de ese año se puede convertir en exportador. El presidente Barak Obama es un gran valedor de esta técnica de extracción de hidrocarburos, precisamente por la independencia energética que le otorgará a EE. UU.

Los elementos necesarios para pasar de ser autosuficiente a exportador son las infraestructuras energéticas. EE. UU. necesitará construir más grandes puertos, oleoductos y gasoductos, así como plantas de almacenamiento de gas y de refino de petróleo. Todas estas instalaciones producirán impactos ambientales y puede ser que, incluso, oposición popular. De hecho, las explotaciones de fracking ya han conocido una fuerte oposición en el Estado de Nueva York, con protestas muy activas frente a Obama. En este país, cada Estado tiene su propia regulación sobre el fracking y las protestas motivaron una moratoria de un año en la explotación en el de Nueva York.

En España la situación no está clara. En principio las autonomías tienen competencias para prohibir actividades mineras en sus territorios y la competencia pasa a ser del Estado cuando la cuadrícula minera ocupe más de una autonomía. El Gobierno de Cantabria, de hecho, prohibió el fracking en su territorio en 2013 y le siguieron La Rioja y Navarra. Existen iniciativas similares en Aragón, Baleares, Valencia y País Vasco. Sin embargo, el Consejo de Estado emitió un dictamen diciendo que esta prohibición podría ser inconstitucional porque la ley cántabra asume competencias que no son suyas. Podría ser que no se pueda prohibir globalmente una actividad y que la competencia solo se circunscriba a las cuadrículas mineras concretas.

En 2013 se elaboraron en EE. UU. unas nuevas normas federales que resultan más permisivas con la industria de la fractura hidráulica que las anteriores,  aunque los pozos de titularidad federal suponen hoy solo el 3% de la producción total de gas natural del país y el 5% de la de petróleo. De momento las renovables ya han sufrido la irrupción del fracking y las inversiones en estas fuentes de energía cayeron el 41% en 2012.

Implicaciones para la política exterior de EE. UU.

Estos cambios en el suministro de EE. UU. supondrán importantes modificaciones en la política  exterior de este país y, por tanto, de la geopolítica mundial. Muchas zonas conflictivas del globo se verán afectadas por estos cambios.

La política exterior de EE. UU. está subordinada a múltiples y complejos factores, por lo que no debemos caer en la tentación de explicar todo basándonos en la necesidad de garantizar el suministro energético. Esta política depende de la ideología de los gobernantes, que tienen una determinada visión el mundo y una imagen de cómo deberían ser los diferentes países. Además depende de la vocación más o menos intervencionista de sus mandatarios. La tradición de superpotencia y la vocación de árbitro internacional son también claves.

La protección de sus empresas y el permitir que estas se expandan han sido también elementos determinantes de su política exterior. Todos recordamos los esfuerzos de la Administración de Washington para garantizar las explotaciones fruteras de Centroamérica. El apoyo a sus aliados, especialmente Israel e Inglaterra, es otro factor clave.

Si bien la energía no es el único elemento, no debemos tampoco desdeñar la poderosa influencia que tiene sobre las políticas de los Estados en general y de EE. UU. en particular. Al contrario, varios conflictos en los que ha intervenido EE. UU. en los últimos tiempos estaban claramente mediatizados por el petróleo. Ejemplos cercanos son la guerra del Golfo (1989-90), la irrupción en Afganistán tras el 11-S de 2001 y la guerra de Irak de 2003. Estos tres conflictos no habrían sido igual de no mediar la necesidad de garantizar el flujo de petróleo hacia Occidente.

Un EE. UU. autosuficiente en hidrocarburos se olvidará de este factor en su política exterior y tendrá más libertad para tomar sus decisiones, sin ese condicionante. Más aún, si EE. UU. es exportador, puede usar su producción de gas y petróleo como herramienta política fundamental. Puede, por ejemplo, producir más para que los precios bajen o podría ofrecer su suministro a países amigos que estén presionados por terceros.

Queda todavía una disyuntiva. EE. UU. podría reducir su intervención exterior y dedicarse exclusivamente a su propio desarrollo, disminuyendo sus gastos militares. Esto depende en buena medida de la ideología de sus gobernantes y del estado de la opinión pública.

Posibles cambios

Más allá de la evolución futura, no cuesta mucho imaginar cambios concretos en la política exterior de EE. UU. a corto plazo en una política exterior mediatizada por el control de la energía. Oriente Próximo será sin duda la primera zona en notar el cambio. De hecho, es posible que este ya se esté produciendo (4). EE. UU. puede reducir su estrecha relación con Arabia Saudí y mirar a otros aliados más interesantes que no contradigan tan descaradamente los ejes de la política que pregona públicamente. Al fin y al cabo, el reino saudí no se caracteriza por su régimen democrático, ni por su respeto a los derechos humanos, ni por respetar la igualdad de géneros, ni siquiera por aportar seguridad a EE. UU., dado el ominoso origen de Bin Laden y Al Qaeda. Por otra parte, el acercamiento subsiguiente a Irán y su posición como potencia estabilizadora viene acompañado de forzar a Israel a negociar.

Otros posibles cambios que se pueden esperar se derivarían del posible suministro a sus aliados. EE. UU. puede usar los hidrocarburos para su política exterior (al igual que hacen Venezuela o Arabia Saudí).

El caso ucraniano merece especial atención. Esta república es totalmente dependiente del gas ruso, y los países más orientales de la UE, incluyendo Alemania, lo son de su paso por Ucrania. En las medidas que tomen la UE y EE. UU. habrán de tener en cuenta la importancia estratégica de Ucrania desde el punto de vista de flujo energético para la UE y para Alemania y Polonia en particular.

Para evitar esta presión se hace imprescindible el desarrollo de alternativas energéticas. Por un lado, es necesario diversificar los proveedores. Sin embargo, las operaciones para diversificar el suministro con gas argelino van despacio y topan con inconvenientes: por ejemplo, los terremotos del Proyecto Castor, que es una infraestructura clave para el transporte de gas de Argelia a la UE. Otra vía que no debe abandonarse es el desarrollo de tecnologías renovables, que tienen la característica de ser respetuosas con el medio ambiente y de posibilitar la independencia energética de los países que las usan.

Conclusiones

EE. UU. camina hacia la autosuficiencia petrolera, lo que es un factor de primer orden para permitir cambios en su política exterior.

Esto convierte al fracking en una técnica con importancia estratégica para los países que pueden acceder a él. Es más que previsible que China explote sus propios recursos de gas de esquisto en un futuro próximo, sobre todo en esta carrera sorda que mantiene con EE. UU. hacia la hegemonía mundial. Afortunadamente, esta competición se está haciendo por medios distintos a los de la Guerra Fría, con la intervención más o menos directa de las dos superpotencias en múltiples puntos calientes en el globo y con una loca carrera de armamentos que ha hecho aumentar la inseguridad en el mundo.

Para los opositores a la fractura hidráulica esto son malas noticias. Se trata de oponerse no solo a los intereses de las empresas explotadoras, sino también a los intereses estratégicos de un país que influirán a su vez sobre los intereses del resto.

Sin embargo, las alternativas al fracking son las mismas que al petróleo y al gas. Trabajar en el desarrollo de alternativas energéticas  tiene además repercusiones estratégicas sobre la política exterior. El desarrollo de las energías renovables permite asimismo la independencia energética y la no necesidad de tratar con indeseables y delincuentes internacionales. Las opiniones públicas de los países tienen además influencia sobre sus políticas exteriores. Y esto sucede tanto en Europa como en EE. UU. Se ha puesto el ejemplo de la moratoria al fracking conseguida en el Estado de Nueva York mediante las protestas ciudadanas, y es posible pensar en que la ciudadanía se vaya moviendo paulatinamente en el sentido de exigir medidas más respetuosas con el medio ambiente.


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(1) Para más información sobre el fracking, ver mi artículo “Fracking, un nuevo atentado ambiental”, en Página Abierta número 221 (julio-agosto de 2012).
(2) Hubbert fue un geólogo que trabajó para la industria petrolera. Estudiando la dinámica de numerosos campos de petróleo encontró que la producción puede aumentar hasta un máximo dado, a partir del cual la producción decrece. Se conoce como pico de Hubbert al máximo de producción de hidrocarburos. Se puede encontrar mucha información en www.aspo.org.
(3) DOE: Department of Energy. El Departamento de Energía es una agencia tan poderosa como el Pentágono en este país.
(4) Esto es lo que señala Jesús Martín Tapias en su excelente artículo “¿Hacia un nuevo mapa de Oriente Próximo?”, publicado en Página Abierta número 231 (marzo-abril de 2014).

Las reservas de fracking en el mundo

Ante la presión por buscar hidrocarburos, los países se esfuerzan en explorar las reservas extraíbles por fracking. Las reservas mundiales conocidas a día de hoy ascienden a unos 2.980 miles de billones  (1015) de barriles. En la tabla adjunta se observan las reservas de algunos países:



Esta tabla da pistas de lo que cabe esperar en el futuro en cuanto a explotación mediante fracking. Se ve que la principal potencia en estas reservas es China, que tiene una extensión de terreno muy similar a la de EE. UU., pero con una población casi cuatro veces mayor.
La Unión Europea es una zona especialmente dependiente de las importaciones de hidrocarburos. La forma que tienen los países europeos de librarse del chantaje de algunas potencias es diversificar las importaciones. Sin embargo, esto no es siempre posible. Países como Polonia y Alemania son especialmente dependientes del gas ruso que, a su vez, es transportado por gasoductos que circulan a través del territorio ucranio. Casualmente es Polonia el país europeo que más reservas de hidrocarburos de esquisto posee. Es más que probable que este país acabe apostando por esta forma de explotación.

F. C.
Energía, geopolítica europea y Ucrania

El conflicto desatado en Ucrania pone de manifiesto una de las grandes dificultades de la UE para desempeñar un papel relevante a nivel internacional. Necesita del suministro exterior de gas y petróleo para que su economía siga funcionando. Y esta dependencia no es fácil de evitar a corto plazo.

La energía nuclear no es una alternativa puesto que se dedica a producir electricidad y casi no interviene en el transporte, dependiente casi enteramente del petróleo, ni en la calefacción basada en el gas y el carbón. Además, el tiempo de fabricación de una nuclear es demasiado largo, de unos diez años, para poder representar un papel a corto plazo. Las renovables tampoco están en situación de solucionar el problema en un horizonte de pocos años. Si bien es preciso aprender la lección y proceder al cambio de paradigma energético apostando por fuentes que, aparte de presentar menos impactos ambientales, otorgarán independencia energética y, por ende, más autonomía política.

La dependencia del gas ruso es de aproximadamente el 30% a nivel europeo y el 50% de todo el gas importado pasa por Ucrania, si bien en otros países esto es menos dramático. Tal es el caso de España, cuyos principales proveedores proceden del Magreb y que ha construido las infraestructuras necesarias para hacerlo posible. Alemania o Polonia son países fuertemente dependientes de las importaciones energéticas procedentes de Rusia y sufren como nadie las tensiones con dicho país1. La posición política de la UE con Rusia no puede ser muy firme en la actualidad y los habitantes ucranios que sean proeuropeos pueden verse desatendidos tras haber querido participar de los valores que la UE les ofrece.

Como se ha comentado, EE. UU. estará en pocos años en posición de aliviar el problema mediante la exportación de gas, pero para ello es imprescindible la construcción de infraestructuras de transporte y almacenamiento de gas y petróleo. La Comisión ha establecido un mapa de Proyectos de Interés Común (en sus siglas en inglés PCI, Projects of Common Interest) que prevén la construcción de conexiones de suministro de gas y petróleo y de las instalaciones de almacenamiento y licuefacción necesarias, así como de las conexiones de electricidad (1). La Comisión determinó que estos PCI se beneficiarían de subvenciones y apoyo comunitario si cuentan con el interés de al menos dos miembros de la UE. Se ha habilitado un presupuesto de 5.850 millones de euros para gastar entre 2014 y 2020.

En el caso del gas, resaltan como obras más urgentes las conexiones a través de Córcega y Cerdeña del gas procedente de Libia y Argelia, que se prevé para 2017, así como la conexión a través de toda la península italiana, prevista para después de 2017. Especial atención merecen las conexiones desde el Este, alternativas al gas ruso, de tres grandes gaseoductos: uno a través de Azerbaiyán, Georgia y del mar Negro, y otro a través de Turquía, que traerían el gas procedente del Caspio; y otro al Sur, por Chipre, que traería el gas del Golfo. También se intensifican las conexiones internas dentro de la UE para que todos los Estados puedan contribuir mediante el comercio interior y sus propios suministradores, lo que ocurre de forma natural en un Estado.

En el caso de España se prevé la construcción de un gasoducto que la una con Portugal, pasando entre Zamora y Salamanca, y, de forma llamativa, una conexión con Francia al este de los Pirineos, que conectaría con todas las infraestructuras del Levante. 

Estos proyectos estarán listos para 2020, por lo que no llegan a tiempo de desempeñar algún papel en la presente crisis. Además será obligado negociar con estos países, y las inestabilidades políticas en las zonas de paso no ayudarán.

Al final, la UE opta por la diversificación en el suministro de gas a medio plazo, lo que aliviará el problema pero no lo solucionará, puesto que no evita su dependencia energética y el peligroso juego en el tablero geoestratégico. Esto forzará a tener en cuenta la situación política de los países productores de hidrocarburos así como de aquellos por los que circulan los gasoductos y oleoductos. 

Todos estos problemas se reducirían con una disminución de la dependencia exterior, mediante medidas de ahorro y eficiencia energéticas y la extensión de las energías renovables, que son una fuente autóctona.

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(1) La definición y los términos se pueden encontrar aquí (en inglés): http://ec.europa.eu/energy/infrastructure/pci/pci_en.htm.
Hay un interesante mapa interactivo que se puede encontrar en este enlace: http://ec.europa.eu/energy/infrastructure/transparency_platform/map-viewer/.