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Revista de estudios filológicos
Nº28 Enero 2015 - ISSN 1577-6921
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INTRODUCCIÓN PRÁCTICA A LA FUNCIONALIDAD COMUNICATIVA

 

Ana González Escudero

(Universidad de Murcia)

a.gonzalezescudero@um.es

Carmen Escudero Martínez

(Universidad de Murcia. Facultad de Educación. Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura)

carescu@um.es

 

RESUMEN:

Este artículo pretende acercar a los alumnos de grado al estudio práctico de los distintos elementos comunicativos partiendo de un análisis de las funciones lingüísticas de un diálogo teatral de Enrique Jardiel Poncela.

Se busca que reflexionen sobre las distintas técnicas expresivas que sostienen esa funcionalidad y que contribuyen definitivamente a la expresividad lingüística.

 

Palabras clave: comunicación; elementos de la comunicación; funcionalidad; didáctica; pragmática; Jardiel Poncela.

 

ABSTRACT:

This article intends to bring the practical study of the different communicative elements, starting out from an analysis of the linguistic functions in a dialogue by Enrique Jardiel Poncela, to undergraduate students.

We aim to make them think about the different expressive techniques that support that functional nature and which definitely contribute to linguistic expressiveness.

 

KEYWORDS:

communication; communication elements; functional nature; didactics; pragmatics; Jardiel Poncela.

 

INTRODUCCIÓN

Para los fines didácticos que pretendemos a propósito de la comunicación es preciso comenzar ilustrando a los alumnos sobre la importancia del estudio, más allá del propio mensaje, de los distintos elementos comunicativos, a fin de captar su interés para iniciar la reflexión de todo este complicado y sugestivo proceso de la comunicación.

Para conseguirlo partiremos de una frase breve de la que reconstruiremos lo fundamental de sus circunstancias de pronunciación. La frase en cuestión es: “Hola, chicas”, extraída de una película actual y pronunciada por un militar musculoso y fuertote como saludo a sus compañeros (igual de robustos que él) al volver de unas vacaciones.

Es evidente que el contenido del mensaje no corresponde a la realidad y que sería, consiguientemente, un mensaje erróneo, ya que se ha cambiado el sexo de los receptores; pero resulta, por el contrario, correspondido con sonrisas y buen humor, o sea que es oportuno; por lo tanto, centrarse en el estudio del significado textual de la comunicación y su análisis sería lo más improcedente que cabría hacer ante esta fórmula u otra parecida a ella. Sin embargo, si pasamos a analizar, más allá del significado, la emisión y la recepción de esa comunicación, podremos ver que el hablante ha utilizado la ironía, tratando a los soldados de chicas, y que esa broma amplía y refuerza la relación de camaradería existente entre ellos, multiplicando los lazos de unión e implicando especialmente a los receptores.

Este breve diálogo puede ilustrar de entrada que el análisis exclusivo de lo referencial sería algo miope a la hora de abordar una comunicación y que debemos completarlo con la visión conjunta que suponen, como mínimo, la emisión y la recepción de esa frase, a fin de valorar su oportunidad.

En este caso concreto, el cambio que el emisor realiza en su mensaje no lo hace inadecuado, antes al contrario, supone que los receptores reaccionen jocosamente acogiendo la broma, lo que consigue el triunfo de su comunicación; reacción que no se habría obtenido con el saludo realizado de forma correcta: “Hola, chicos”.

Así pues, comprobamos que es necesario ampliar horizontes a la hora de introducirse en el análisis de lo comunicativo y llevar su estudio más allá de lo meramente referencial, al conjunto de los elementos participantes en la comunicación que le otorgan su valor expresivo y que evidencian sus aciertos o desaciertos.

 

 

LA FUNCIONALIDAD COMUNICATIVA

1.   Fundamentación teórica y precisión metodológica

En realidad, cuando Saussure (Saussure, 1961), el padre de la lingüística moderna, en su Curso de lingüística general trata de la dicotomía entre lengua (lo sistemático) y habla (el uso), está abriendo una puerta a estudios posteriores que se van a centrar en esto último. Uno de los primeros en hacerlo será su propio discípulo Charles Bally que, en 1941, publica su libro El lenguaje y la vida, estudio que se interesa por la impronta que el emisor deja en la comunicación y por la acción ejercida sobre el interlocutor. Dice por ejemplo: “(…) Para ser expresivo, el lenguaje tiene que estar sin cesar deformando las ideas, abultándolas o achicándolas, cambiándolas, transponiéndolas a otra tonalidad” (Bally, 1962, pág. 26). Con ello está destacando la peculiaridad que planea sobre lo que consideraríamos simplemente objetivo y que se añadiría, por así decir, a la idea referencial a transmitir dándonos la impronta de quien así lo ha formulado, del emisor. También reflexiona sobre la apelación, viendo lo que en la lengua aparece para ejercer cualquier acción sobre el receptor.

Con anterioridad a Bally, en 1934, Karl Bühler, en su Teoría del lenguaje, ya había esbozado de forma contundente cómo se debían orientar los estudios de la comunicación lingüística. Dice: (la lengua) “Es símbolo en virtud de su ordenación a objetos y relaciones; síntoma (indicio), en virtud de su dependencia del emisor, cuya interioridad expresa, y señal en virtud de su apelación al oyente” (Bühler, 1967, págs. 69-70).

Así queda sintetizado todo el fenómeno comunicativo, en el que naturalmente aparece un mensaje que queda unido al mundo en virtud de las posibilidades simbólicas de la lengua, pero también a un emisor que sin duda marcará de múltiples maneras su impronta sobre él, lo que Bühler califica de sintomático, y, por último, posiblemente se actúe sobre el oyente, no sólo con la transmisión del mensaje, sino de otras muchas formas.

Bühler se circunscribe a los elementos fundamentales del acto comunicativo: emisor, receptor y mensaje y ve la importancia de ampliar los estudios lingüísticos a estas dimensiones, porque en todo ello hay aspectos vitales que estudiar y evaluar.

Con posterioridad, será Roman Jakobson quien, en su obra Lingüística y poética (1985), asociará a cada elemento de la comunicación una función lingüística que denomina, define y ejemplifica. Empieza afirmando:

Pero, aun cuando una tendencia hacia el referente, una orientación hacia el contexto – en resumen la función llamada REFERENCIAL, “denotativa”, “cognoscitiva” – es la tarea primordial de numerosos mensajes, la participación accesoria de las demás funciones de tales mensajes debe ser tenida en cuenta por el lingüista observador (Jakobson, 1985, pág. 33).

 

Y continúa con la relación que se establece con el emisor: “La denominada función EMOTIVA  o “expresiva”, enfocada hacia el hablante, aspira a una expresión directa de la actitud de éste hacia lo que está diciendo” (Jakobson, 1985, pág. 33). Y ejemplifica indicando que, por ejemplo, las variantes fonéticas que presente un emisor nos darán datos sobre él.

         “Orientada hacia el OYENTE, la función CONATIVA encuentra su más pura expresión gramatical en el vocativo y el imperativo…” (Jakobson, 1985, pág. 35).

Y a estas tres funciones fundamentales y ya tratadas por Bühler y Bally, como hemos visto, Jakobson añade otras que marcarían una relación especial con otros elementos comunicativos: “Existen mensajes cuya función primordial es establecer, prolongar o interrumpir la comunicación, para comprobar si el canal funciona… para atraer o confirmar la atención continua del interlocutor… Este CONTACTO, o función FÁTICA…” (Jakobson, 1985, pág. 36).

Además precisa: “Siempre que el hablante y/o el oyente necesitan comprobar si emplean el mismo código, el habla fija la atención en el CÓDIGO: representa una función METALINGÜÍSTICA” (Jakobson, 1985, pág. 37).

Y por último: “La tendencia hacia el MENSAJE como tal… es la función POÉTICA…” (Jakobson, 1985, pág. 37).

En realidad, toda esta consideración del lenguaje supone la idea temprana de Humboldt de que la lengua no es εργον sino νργεια, tal y como recogía Vossler en su Filosofía del lenguaje (Vossler, 1940).

Curiosamente, en la mayor parte de los estudios que tratan el tema con posterioridad se acogen las definiciones sobre las funciones que ofrece Pierre Guiraud en su tratado de semiología (Guiraud, 1971), pero concluyendo erróneamente, en ocasiones, en que una comunicación adopta un aspecto funcional sobresaliente y se debe ver desde esa impronta, cuando Guiraud afirma con toda claridad: “Les diverses fonctions – telles qu’on vient de les definir – sont concurrentes; on les trouve mêlées en proportions diverses dans un même message; l’une ou l’autre dominant selon le type de communication” (Guiraud, 1971, pág. 13). Cosa que es más que evidente; si un hablante, por ejemplo, confunde los términos cláusula y cápsula, y dice “primera cápsula” en un contexto en el que claramente quiere decir “primera cláusula”, la impronta emotiva del mensaje es enorme, porque nos indica la impropiedad del término utilizado, que evidencia la incultura de ese hablante, pero esa preeminencia no invalida de ninguna manera la función referencial, el contenido de la comunicación.

Tras la enunciación teórica, a los alumnos hay que ofrecerles distintos ejemplos a través de los que poder comprobar todo lo expuesto. Por ejemplo, Jakobson señalaba que las variantes fonéticas que alguien tenga le darán a su mensaje unas notas añadidas que nos llevarán al lugar de donde es oriundo ese hablante por palatalizar, sesear, cecear, etc., pero, además de las variantes fonéticas, el emisor puede utilizar un determinado vocabulario con términos regionales (alcacil en lugar de alcachofa, ya que estamos en Murcia) con lo que también se le podrá ubicar por tratarse de una variante diatópica; del mismo modo si utiliza términos técnicos de la medicina, la física, la ingeniería, etc., evidenciará su familiaridad con esos mundos; asimismo si emplea cultismos o vulgarismos nos estará ofreciendo variantes diastráticas y dándonos datos de su formación, etc.

Así que, ya desde la fonética o el vocabulario de un hablante, obtendremos de entrada una cantidad de datos sobre él que se recogen en su mensaje. Es lo que conocemos como función emotiva.

Jakobson también habla de dos formas fundamentales que unen el mensaje con su receptor: el vocativo y el imperativo. Los vocativos, en efecto, nos acercan a nuestro interlocutor, recogiendo bien su nombre propio: “Juan, acércame esos libros”, o bien uno común: “niños, calláos”. En ambos ejemplos tenemos junto al vocativo la orden que supone el imperativo, o sea que son enunciados eminentemente apelativos. En el vocativo se puede acoger también la relación de parentesco: “vale, papá”, “como quieras, hija”, llevando así de diversas maneras al receptor al mensaje.

Pero debemos ampliar un poco las técnicas en las que aparece la función apelativa, porque puede acoger también la “captatio benevolentiae”: “como quieras, guapa”, o expresiones similares que añaden a la simple apelación un cierto toque de adulación para tratar de congratularse con el interlocutor.

Además, cualquier interrogación espera un movimiento especialmente activo por parte del receptor, incluidas las interrogaciones retóricas como ya veremos, y también los enunciados inconclusos, por ejemplo las reticencias del tipo de: “Para que se vaya dando usted cuenta de dónde se va a meter…” sin mencionar cuál es ese sitio; en esos casos el receptor tiene que completar la comunicación por su cuenta, precisando que se va a meter en un lío, en problemas, etc., con lo cual queda asociado a la comunicación de otro, colaborando con ella, la apelación es total.

Por lo que se refiere a la función fática tendremos que incluir todas las preguntas cuya finalidad es averiguar que el canal sigue abierto: “¿eh?”, “¿está claro?”, “¿vale?”, “¿no?”… que algunos emisores usan sin medida alguna, pero que resultan útiles en las dosis adecuadas.

Con menos frecuencia se trata del código mismo, pero a veces se hace, en clases de lengua, por ejemplo, lo que nos lleva a la función metalingüística, que encontraremos cada vez que se trate no sólo de cuestiones técnicas de la lengua, sino también de otras realidades como su oportunidad, sus capacidades, etc., como en el bello pasaje, al concluir la primera visita de Celestina a Melibea, en que la alcahueta dice a la muchacha: “Mas razones destas te diría, si no porque la prolixidad es enojosa al que oye e dañosa al que habla” (Rojas, 1972, pág. 192) que supone todo un tratado comprimido de retórica.

Para la función referencial intentaremos extraer los datos que transmite el mensaje objetivamente, fijándonos en el tema tratado, las coordenadas espacio-temporales, etc. Y, por lo que se refiere a la función poética o estética, repararemos en los aspectos formales que se evidencian en la comunicación tratando de ver sus efectos, o sea su potencialidad expresiva.

2.   Aplicación pedagógica: ejemplificación

Naturalmente hay que pasar a aislar todo esto en una conversación para que el alumnado se habitúe a realizar este ejercicio de análisis e identifique toda esta funcionalidad con solvencia, pues eso supondrá un auténtico buceo en los procedimientos de la comunicación; para ello debemos empezar por ofrecer unas pautas iniciales para comenzar el estudio de cada una de las funciones y luego pasar al ejercicio práctico.

Por ejemplo se debe indicar que, para el estudio de la función emotiva, comiencen por analizar la cantidad y calidad de la comunicación de que se trate. Naturalmente indicando que todo debe valorarse según las circunstancias de la emisión; por ejemplo un mensaje largo puede ser el de un emisor muy puntilloso, o el de un pesado (si es reiterativo); uno corto, quizás sea de alguien que no tiene mucho interés en el tema, o que es impaciente. Del mismo modo se debe proceder por lo que se refiere a la calidad de lo emitido, su coherencia, su vocabulario (preciso/impropio, o variado/monótono), la utilización de tópicos, tics, etc.

Como comunicación objeto de estudio podemos utilizar el siguiente diálogo de Eloísa está debajo de un almendro de Jardiel Poncela (Poncela, 1991, págs. 89-91):

EDGARDO.- (Apagando la radio y haciendo enmudecer al «speaker».) Sé perfectamente lo que acabo de oír y no necesito que usted me lo diga. (Nueva pausa. Por la escalera del fondo aparece entonces FERMÍN. Es el ayuda de cámara de EDGARDO y viste el uniforme con gran empaque. Tiene treinta y cinco años, poco más o menos. Al llegar arriba se inclina para hablarle a alguien que viene detrás.)

FERMÍN.- Suba por aquí. (Por la escalera surge LEONCIO, un hombre de la edad aproximada de FERMÍN. Aunque va de paisano, en el cuello de celuloide, en lo mal que lleva puesta la corbata y en el chaleco a rayas que descubre debajo de la americana, se le nota que también es criado de profesión.) Y le digo lo mismo que le dije en los salones de abajo: mucho cuidado de no tropezar con los muebles, ¿eh?

LEONCIO.- ¡Ya, ya!

FERMÍN.-Ni rozarlos. Ni apartarlos un dedo de donde están, porque… (Hablándole al oído.), porque aquí hubo un criado, hace cuarenta y seis años, que, al limpiarlo, corrió medio palmo a la izquierda aquel sofá que ve usted ahí. (Señala.), y se tuvo que ir a La Habana, y murió allí de fiebre amarilla.

LEONCIO.- ¿Contagiado?

FERMÍN.- Del disgusto

LEONCIO.- (Dejando escapar un silbido de asombro.)¡Toma!

FERMÍN.- Para que se vaya usted dando cuenta de dónde se va a meter…

LEONCIO.- Ya vengo informado; pero es que el sueldo…

FERMÍN.- ¡Qué va usted a decirme! Los sueldos que se dan en esta casa son únicos en Madrid y provincias. Pues ¿por qué he aguantado yo cinco años? Pero, amigo, pasan cosas aquí que ni con el sueldo… Cocineras he conocido veintinueve.

LEONCIO.- Tendrá usted el estómago despistado.

FERMÍN.- De chóferes, manadas. De doncellas, nubes. Y de jardineros, bosques, y ya ha llegado un momento que no puedo resistir tanta chaladura y tanta perturbación; y en cuanto a usted, o el que me sustituya, se imponga en las costumbres de la casa, saldré pitando… Por más que no sé si tendré aguante para esperar aún esos días que faltan. (EDGARDO ha vuelto a abrir la radio y se oye de nuevo la voz del «speaker».)

LA VOZ DEL «SPEAKER».- Las mejores pastillas para la tos…

EDGARDO.- (Cerrando la radio.) Ni yo tengo tos ni creo en la eficacia de las pastillas que usted recomienda.

FERMÍN.- (Aparte, a LEONCIO.) El señor…

LEONCIO.- ¿Con quién habla?

FERMÍN.- Con el «speaker» de la radio. Son incompatibles.

EDGARDO.- (Que ha oído el ruido, pero no puede verlos por la posición de la cama.) ¡Fermín!

FERMÍN.- Ya nos ha oído. (Sin moverse de donde está.) ¿Señor?

EDGARDO.- ¿Qué haces ahí?

FERMÍN.- Estoy con el aspirante a criado nuevo, señor.

EDGARDO.- Acércamelo, a ver si me gusta.

FERMÍN.- Me parece que sí le va a gustar al señor. (Aparte, a LEONCIO, en voz baja.)Atúsese usted un poco, que como no le pete al primer golpe de vista, no entra usted en la casa. (Le ayuda a peinarse un poco y a ponerse bien la corbata.) Ahora le hará el interrogatorio misterioso. ¿Se acuerda usted bien de las respuestas?

LEONCIO.- Sí, sí…

FERMÍN.- Dios quiera que no meta usted la pata…

EDGARDO.- ¡Fermín! ¿No me has oído?

FERMÍN.- Sí, señor, sí. Ahí vamos.

LEONCIO.- ¿Por dónde se llega a la cama? ¿Por aquí? (Intenta echar a andar por entre dos muebles.)

FERMÍN.- No. Ése es el camino que lleva a la consola grande. Y por ahí (Señala otros dos muebles.) se va al tiro al blanco. A la cama es por aquí. Sígame

 

2.2.1 La función emotiva

Comenzaremos con el análisis de la función emotiva (que estudia las relaciones entre el mensaje y el emisor), siguiendo el orden de intervención.

Por lo que se refiere al locutor o locutores de radio poco hay que decir desde este punto de vista, las dos comunicaciones que aparecen, una meramente informativa y la otra publicitaria, se realizan con la mayor objetividad y utilizando términos que podríamos calificar de estándar, el emisor no deja una impronta especial y podríamos decir que esas comunicaciones deben ser analizadas únicamente desde el punto de vista de lo referencial.

Edgardo, el señor de la casa, que interviene a continuación, habla muy poco y de forma muy contundente; sus frases son breves y directas y transmiten una enorme seguridad. Es un hablante lacónico, casi seco y lo que dice es de una enorme lógica. La primera frase que pronuncia, después de apagar la radio: “Sé perfectamente lo que acabo de oír y no necesito que usted me lo diga” transmite con claridad su suficiencia, y la segunda, tras la publicidad de las pastillas, es un modelo de lógica aplastante, rechaza el producto porque no le es útil y tampoco cree en su eficacia, con lo que muestra a la vez su lógica y su espíritu crítico; con gente como él la publicidad tendría sus días contados; pero luego observamos que entre lo que dice y lo que hace hay bastante distancia, porque lo vemos apagando la radio y dirigiéndose al locutor en un diálogo imposible y viviendo en una casa completamente invadida por los muebles hasta conformar un laberinto, muebles que no se pueden desplazar, tal y como ilustra el microrrelato que recuerda Fermín (entre otras muchas manías que se irán poniendo de relieve), por lo cual en él confluyen la lógica y la crítica en el decir y la locura en el hacer, siguiendo un paradigma de comportamiento que en nuestra literatura inauguró honrosamente Cervantes con Don Quijote.

Fermín, el mayordomo de la casa, es quien más habla, pero hay que tener en cuenta que es el informador de este diálogo. Es alguien muy insistente, repite, por ejemplo, el mismo mensaje a Leoncio varias veces; a su favor hay que decir que sus reiteraciones no son machaconas, sino que presentan una cierta variedad, ya que dice lo mismo pero enfatizando, ejemplificando, etc.; de cualquier forma tendremos que calificarlo de locuaz, lo que lo enfrenta al laconismo de Edgardo que acabamos de comentar y no es esa la única característica que separa estos dos modos de hablar, porque, frente a la lógica del señor, el mayordomo no es un hombre coherente expresándose, ya que expone los efectos antes que las causas, lo que hace que tenga que desplegar mucha más energía en su alocución.

En otro orden de cosas, Fermín es un hábil argumentador, porque para corroborar su impresión negativa de la casa, citará a toda la servidumbre que ha desfilado por allí en los cinco años que él ha aguantado, empezando por dar un número exacto de las cocineras que se han ido sucediendo: veintinueve, que suponen otras tantas voces críticas, unidas a la suya, para manifestar la locura del lugar, a las que se unirán también las de chóferes, doncellas y jardineros como especifica después. Es una argumentación inductiva impecable para dar fuerza a sus críticas. También utiliza esa fórmula argumentativa con el ejemplo del criado que huye por haber movido un mueble, pero quizás su forma incoherente de hablar manifiesta con más claridad que un reconocimiento expreso su impaciencia y nerviosismo, un íntimo desasosiego que le impide concentrar su habla.

Por último Leoncio, el aspirante a mayordomo, interviene muy poco porque es el receptor, se limita a asentir y preguntar oportunamente todo aquello que le parece extraño, pero, en su corto parlamento, da cuenta de su rapidez mental, porque, cuando Fermín le está hablando del crecido número de cocineras que han pasado por la casa, Leoncio hace un chiste sobre la marcha con gran habilidad: “tendrá usted el estómago despistado”, utilizando una personificación y otorgando a un órgano capacidades humanas, para expresar con acierto la indudable desorientación desde el punto de vista culinario que habrá habido. Con una sola frase vemos a un hablante de ingenio rápido y con humor.

Los alumnos pueden así constatar que el análisis de las formas utilizadas en la comunicación ofrece unos datos impagables sobre los hablantes: uno seguro, lacónico, lógico, contundente, otro insistente, desordenado en su exposición, nervioso e impaciente (en curiosa oposición) y, por último, un tercero de ingenio rápido y con sentido del humor y creatividad.

2.2.2. La función conativa o apelativa

Es la que se ocupa de estudiar las relaciones entre el mensaje y el receptor, los aspectos con los que se quiere obtener algún tipo de reacción de este último. Jakobson señalaba fundamentalmente la utilización de los vocativos.

En el fragmento de conversación que nos ocupa, el locutor de radio no deja de emplearlos, como es lógico en un profesional de la comunicación: “señores”, mencionando a los receptores de su información; también lo hace Edgardo llamando a Fermín y este contestándole, pero, en otro momento, Fermín se dirige a Leoncio llamándole “amigo” y con esa fórmula, al uso del vocativo para atraer la atención singular del receptor o receptores, se une la “captatio benevolentiae”, ya que se halaga con el fin de crear un buen clima que facilite la comunicación.

También señalaba Jakobson el uso de los imperativos, que aquí encontramos cuando Edgardo dice a Fermín que le presente a Leoncio, de una manera un tanto singular: “Acércamelo, a ver si me gusta…”

Pero en este fragmento aparecen además otros usos que exigen una colaboración especialísima del receptor, como las reticencias, que ya hemos mencionado arriba, cuando Fermín le dice a Leoncio: “Para que se vaya usted dando cuenta de dónde se va a meter…” sin especificar a qué se refiere, sino interrumpiendo la comunicación al suponer que el receptor ya ha entendido que alude a un lío, problemas, etc. Es este último, el receptor, quien tiene que aportar mentalmente a la comunicación lo que le falta, convirtiéndose así en colaborador de ella: no cabe mayor fuerza apelativa.

El otro caso similar está en boca de Leoncio cuando contraargumenta: “… pero es que el sueldo…” sin mencionar nada más a este propósito, a pesar de lo cual Fermín continúa, dando por supuesto que el emisor se refería a que era muy bueno, cosa que, naturalmente, ha añadido él por su cuenta, ya que la comunicación ha quedado incompleta esperando la “colaboración” del receptor, implicándolo definitivamente en ella.

Tendríamos que añadir a los vocativos, imperativos y reticencias las interrogaciones, que tienen un efecto apelativo enorme (Escandell, 2013). En el texto aparece una interrogación retórica en boca de Fermín: “Pues ¿por qué he aguantado yo cinco años?”. Naturalmente los alumnos han estudiado en bachiller qué es una interrogación retórica y recordarán su definición, pero es indispensable que se les haga trabajar con ella y lo mejor será que comparen el uso interrogativo y el simplemente asertivo: “por eso he aguantado yo cinco años”. Llegarán a la conclusión de que, referencialmente hablando, son equivalentes, pero que, mientras que la afirmación no implica al receptor, la forma interrogativa sí, dejando que sea este último el que haga la afirmación que se le ha planteado (que en el otro caso hacía el emisor). Tras la explicación se les debe pedir que completen su definición de que pregunta retórica es aquella que no necesita respuesta, puntualizando que no precisa de respuesta expresa, pero que el receptor se ve implicado por ella y obligado a asentir, disentir o lo que quiera que se le pida de esa forma en cada caso.

Así pues comprobamos, a partir del análisis de un fragmento dialogado, que hay distintas maneras de acercar una comunicación al receptor y que, en muchos casos, son enormemente sutiles y efectivas. Llegado este momento se les debe pedir a los alumnos que vayan confeccionando distintos cuadros con las técnicas que van surgiendo, que se deben ir completando con otras fórmulas que podemos encontrar en otros textos, hasta conformar un listado que será efecto teórico de los análisis prácticos que se lleven a cabo: llegaremos así a la teoría desde la práctica, con un método inductivo que los conduzca a adquirir las competencias pertinentes.

2.2.3  La función referencial

Según Guiraud (Guiraud, 1971, pág. 10) “… est la base de toute communication; elle définit les relations entre le message et l’objet auquel il réfère”; para que la precisión sea oportuna se les indicará a los alumnos que pregunten ¿qué?, ¿por qué?, ¿quién?, ¿dónde?, ¿cuándo? … siempre que haya respuesta y datos que analizar sobre esos aspectos, sin perjuicio de resumir después todo convenientemente.

En la comunicación que nos ocupa un criado introduce a otro en las costumbres de una casa para que lo sustituya, porque él piensa marcharse. En el diálogo intervienen ambos criados y el señor de la casa y se oye una radio que es enmudecida reiteradamente. Por la presencia de esa radio podemos deducir un tiempo aproximado, pero lo cierto es que no hay datos temporales manifiestos, sí los hay, sin embargo, espaciales, todo ocurre en el interior de una casa de Madrid, de amplias dimensiones y completamente llena de muebles que llegan a conformar un auténtico laberinto, hasta el punto que se debe ser un iniciado para adentrarse en él.

2.2.4  La función fática

Según Jakobson, la función fática tiene por objetivo asegurar que el canal comunicativo está abierto, funcionando, es una función de contacto, que intenta verificar que contamos con la atención del receptor.

No está muy presente en nuestro diálogo, tan sólo aparece tras la primera intervención de Fermín, en que enfatiza la afirmación de que no se debe tropezar con los muebles, tras lo que añade “¿eh?”. El emisor trata de asegurarse la atención de su interlocutor, por eso esa función es utilizada con tanta profusión por los profesores al explicar.

 

No hay tampoco aquí consideraciones a propósito de la lengua, por lo que no aparece la función metalingüística, que ya habrá ocasión de introducir en otro momento.

2.2.5  La función poética o estética

Por último, y por lo que se refiere a la función poética o estética, esta se centra en las formas que adopta el mensaje y que lo pueden hacer especialmente expresivo.

Recordando que estamos ante un fragmento de una obra teatral, lo primero que tenemos que destacar es que se haya dispuesto de un receptor en la ficción (Leoncio), que preguntará oportunamente para informarse de con quién habla Edgardo, por dónde se llega a determinado lugar, etc., con lo cual los espectadores tienen un doble de sí mismos en la obra, alguien que interroga en su lugar sobre aquellos aspectos sobre los que quieren saber. Así la información fluye de una forma extraordinariamente natural.

Pero, sobre todo, vemos que la incoherencia que hemos destacado en la forma de hablar de Fermín, el exponer los efectos antes que las causas, tiene un resultado muy rentable en la expresividad del conjunto, se habla de las manías de la casa y sus consecuencias (despedir al criado que se ha “atrevido” a desplazar unos pocos centímetros un mueble), de la abundancia injustificada de éstos, se alude al laberinto que conforman, se menciona un tiro al blanco en un dormitorio, se habla de un interrogatorio misterioso, de alguien que le habla a la radio, y no se comienza, de forma lógica, indicando la causa de tales comportamientos. Todo esto, en lugar de ser contraproducente, incentiva el interés por la situación, conforma un misterio que se querrá resolver. La forma en que se ofrece la información es un arma poderosa para atraer inexorablemente, cosa que no se hubiese conseguido nunca con una exposición lógica, que hubiese imposibilitado la obra simplemente. Vemos por tanto que una alteración de la lógica gramatical de la exposición va a redundar en crear un clima de misterio altamente atractivo.

Fermín es también quien utiliza la hipérbole para conseguir resultados sorprendentes; en el microrrelato en que resume la historia del antiguo criado utiliza una hipérbole temporal, porque cuarenta y seis años son muchos para recordar una nadería, eso le da al conjunto ciertos aires legendarios, después sigue utilizando la hipérbole, aunque esta vez aplicada a lo espacial, al indicar que el desplazamiento en cuestión ha sido de medio palmo y, a consecuencia de todo ello, el hombre no solo pone tierra por medio, sino todo el océano Atlántico, porque se marcha nada menos que a La Habana. Naturalmente la exageración continuada de todos los elementos distorsiona el conjunto hasta producir la risa ante semejante absurdo, contribuyendo la hipérbole a crear un conjunto humorístico.

Leoncio es quien utiliza la personificación, atribuyendo una peculiaridad personal a un órgano corporal, con lo que hace el chiste que comentábamos antes y que contribuye también a conseguir el clima jocoso.

Por último se puede introducir al alumnado en la idea de la funcionalidad de la metonimia (Le Guern, 1976), la figura de sustitución que se basa en la contigüidad de las realidades con las que juega; ya que el laberinto que conforma la casa de Edgardo, al ser un espacio creado y, según vemos, defendido por él, puede pasar a reflejar su psicología, de forma que el espacio sugeriría la peculiaridad de los comportamientos de este personaje sin necesidad de insistir mucho en ello (Wellek, R. y Warren, A., 1979); es una forma oblicua, extraordinariamente acertada, de presentar lo psicológico sin hacerlo abiertamente (Escudero, C. y Hernández, C., 2005), cosa esta última quizá no muy oportuna en una obra teatral como esta que nos ocupa.

Así pues, vemos cómo las figuras retóricas, o las estructuras formales en que se disponen determinadas comunicaciones pueden contribuir a su más oportuna expresividad, con lo que la forma con que se reviste el mensaje no es ningún añadido del que se puede prescindir, sino que, por el contrario, puede determinar el alcance del conjunto y también comprobamos la necesidad del análisis de cada uno de los elementos que intervienen en una comunicación a fin de llegar a valorar adecuadamente sus significado y su alcance.

 

BIBLIOGRAFÍA

§  Bally, C. (1962). El lenguaje y la vida (A. Alonso, trad.) Buenos Aires: Losada

§  Bühler, K. (1967). Teoría del lenguaje (J. Marías, trad.) Madrid: Revista de Occidente. S.A.

§  Escandell, M.V. (2013). Introducción a la pragmática. Barcelona: Ariel

§  Escudero, C., Hernández, C. (2005). Acercamiento a lo literario. Murcia: Universidad de Murcia, Servicio de Publicaciones

§  Guiraud, P. (1971). La sémiologie. Paris: Presses Universitaires de France (PUF)

§  Jakobson, R. (1985). Lingüística y poética. Madrid: Cátedra

§  Le Guern, M. (1976). La metáfora y la metonimia. Madrid: Cátedra

§  Rojas, F. (1972). La Celestina, I. Madrid: Espasa Calpe

§  Saussure, F. (1961). Curso de lingüística general. Buenos Aires: Losada

§  Vossler, K. (1940). Filosofía del lenguaje. Madrid: Publicaciones de la Revista de Filología Española, CSIC.

§  Wellek, R., Warren, A. (1979). Teoría literaria. Madrid: Gredos