Francisco Castejón
Fukushima o el horror
16 de marzo de 2011.
(Página Abierta, 213, marzo-abril de 2011).

 

            No es probable que se produzca un terremoto de grado 9 en la escala de Richter, seguido de un tsunami. Pero ha ocurrido. Y lo ha hecho afectando de forma seria a los seis reactores nucleares de la central de Fukushima-Daichii, situada a unos 250 kilómetros al norte de Tokio. Es un ejemplo de cómo no se puede prever todo y de cómo los sucesos catastróficos, por improbables que puedan parecer, acaban por ocurrir y por afectar a las personas y puede que a las instalaciones nucleares.

            Las centrales nucleares son inherentemente inseguras, puesto que es necesario mantener de forma activa el control de los parámetros del reactor para evitar que se dispare la reacción en cadena, de la que se extrae la energía. Basta con que fallen algunos sistemas clave para que se produzca un accidente de graves consecuencias. Los defensores de la energía nuclear argumentan que el riesgo de que se produzcan fenómenos extremos que generen accidentes es muy poco frecuente. Sin embargo, acaban por ocurrir, con las consecuencias que ya conocimos en Chernóbil, o que se están poniendo de manifiesto ahora en Japón. Aunque sean muy improbables, son tan catastróficos que es mejor no tentar a la suerte. No basta con extremar las medidas de seguridad, puesto que la seguridad al 100% no se puede garantizar: siempre habrá resquicios y la posibilidad de errores humanos.

            Es, por tanto, imposible controlar todos los riesgos, máxime en instalaciones tan complejas como las centrales nucleares. Se puede decir que, aunque la probabilidad de accidente sea pequeña, las consecuencias de este serían tan graves que no parece sensato seguir apostando por esta fuente de energía. Los beneficios que aporta la energía nuclear se ven claramente superados por sus inconvenientes. Cabe objetar a este razonamiento que, pese a todo, se podrían asumir estos riesgos, puesto que la probabilidad de accidente es baja y que en nuestras vidas estamos sometidos a otros peligros. Sin embargo, la asunción del riesgo ha de ser voluntaria y nunca nadie ha preguntado a la población en nuestro país si está de acuerdo con aceptar el riesgo que supone tener las centrales nucleares en funcionamiento.

            El terremoto hace que los reactores paren automáticamente, pero el tsunami destroza los sistemas de refrigeración, que no son capaces de evacuar el calor del núcleo, con el riesgo consiguiente de que se funda. Para evitar esto se inyecta agua de mar. Esta produce hidrógeno en contacto con el metal caliente, que ha dado lugar a sendas explosiones en los reactores 1, 2 y 3. Además se producen incendios en los otros tres reactores. La primera consecuencia de todo esto es una nube radiactiva que viaja cientos de kilómetros y alcanza la ciudad de Tokio, con más de 30 millones de habitantes, y que hace que las dosis radiactivas en la proximidad de la central lleguen a superar en un factor mil los límites legales. El nivel de radiación en Tokio es un factor 8, el normal.

            La segunda consecuencia es que, cuando se escriben estas líneas, existe una enorme incertidumbre sobre la situación de los reactores y se desconoce si acabarán por fundirse, por romper las barreras de contención y con expulsar su enorme cantidad de radiactividad al medio, contaminando así el aire, el suelo y el agua. En estos momentos ya podemos decir que estamos ante el segundo accidente nuclear más grave de todos los tiempos, tras el de Chernóbil. El accidente de Fukushima se podría clasificar con un nivel 6 en la escala INES de sucesos nucleares, cuyo máximo es 7, que se otorgó al accidente de Chernóbil.

            La nube radiactiva y la incertidumbre sobre el control de los reactores suponen un sufrimiento adicional para la población de la zona, que viene a sumarse al originado por el terremoto y el tsunami. Se ha detectado radiactividad a 150 kilómetros de los reactores afectados de la central de Fukushima. Y, en este momento, 190 personas han sufrido la radiación y unas 20 están en tratamiento. La existencia de esta central nuclear ha agravado la situación de estas gentes que ya de por sí experimentan un gran dolor. La opinión pública japonesa es muy sensible ante todo lo que tiene que ver con el uso militar de la tecnología nuclear, dado el precedente de las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Seguramente, a partir de ahora lo será también a la tecnología nuclear para uso civil.

            El de Fuskushima es el tercer accidente nuclear grave que sufre Japón en poco más de una década, tras el de Tokaimura en 1999, con cuatro trabajadores muertos, y el de la central de Kashiwazaki-Kariwa, que supuso la fuga de 1.400 litros de agua radiactiva. La compañía eléctrica TEPCO es la propietaria de esta central que tanto nos preocupa hoy. La paciencia de la paciente población japonesa podría haberse agotado.

            La reacción en España y Europa ante el accidente se puede calificar de ridícula. Había que ver a supuestos expertos pro-nucleares diciendo que en realidad todo estaba bajo control y que la radiactividad que se había escapado era insignificante. Se llegó a decir que las centrales japonesas eran tan perfectas que habían soportado un terremoto. También cabe mencionar la actitud de los políticos españoles, que pocos días antes del accidente defendían esta fuente de energía, que mantuvieron un “perfil bajo” tras el accidente, sin modificar sus posturas anteriores y limitándose a demandar más seguridad en nuestras centrales.

            Lo sensato sería que la crisis nuclear de Japón influyera en la postura del Gobierno español respecto a Cofrentes (cuyo funcionamiento ha  prorrogado hasta 2021) y Garoña (con prórroga hasta 2013). En nuestro país, podríamos prescindir gradualmente de la energía nuclear y apostar por el ahorro de energía y la eficiencia. Conviene recordar que, en la actualidad, España es exportador neto de electricidad desde 2004 y que, por ejemplo, exportamos electricidad a Francia.
 
            En la Unión Europea podemos encontrar posturas como la de Angela Merkel, que ha cerrado cautelarmente siete de las 17 centrales nucleares alemanas; la de Suiza, que ha revocado las licencias de construcción de tres reactores; o la de Austria, que ha requerido realizar pruebas extras en las nucleares. Por eso mismo, tales decisiones contrastan con la postura tibia de nuestros políticos. Parece claro que el lobby nuclear español tiene más poder sobre ellos que el de otros países.

Las centrales nucleares dañadas
16 de marzo de 2011

            En Japón existen 54 centrales nucleares en 18 emplazamientos que suman 47.000 megavatios de potencia instalada. La energía atómica supuso el año pasado el 29% de la electricidad del país.

            Tras el terremoto del pasado 11 de marzo, los reactores de cuatro plantas cercanas al epicentro se desconectaron por seguridad: Fukushima I, Fukushima II, Onagawa y Tokai.

            Además de los graves daños en tres de los seis reactores de la central de Fukushima I, lo cual facilita una fuga masiva de radiactividad, dos días después del terremoto fue declarado el estado de emergencia en la central de Onagawa, a 120 kilómetros al norte de Tokio, donde se detectó un nivel de radiactividad anormalmente alto en el exterior. Aunque pocas horas después las autoridades japonesas comunicaron al Organismo Internacional para la Energía Atómica (OIEA) que los niveles de radiación habían vuelto a la normalidad.

            Y en la madrugada del 14 de marzo se paralizaba el sistema de refrigeración de la central de Tokai, situada a solo 120 kilómetros al norte de Tokio. Esta planta ya sufrió un grave accidente en 1999.

Las víctimas del terremoto
16 de marzo del 2011

            El terremoto que sacudió Japón el pasado 11 de marzo –de una magnitud de casi 9.0 en la escala de Richter– y que provocó un tsunami de proporciones desconocidas desde que este país comenzó a registrar datos sísmicos hace 140 años, ha dejado un saldo de 12.000 muertos y desaparecidos, según estimaciones del Gobierno nipón.

            Por otra parte, la catástrofe ha forzado a evacuar a alrededor de 600.000 personas de la zona afectada. El terremoto y el tsunami, además, han dejado sin agua ni electricidad a millones de personas. Y como consecuencia de esta catástrofe, escasean el combustible y la comida en buena parte del país.