Un Malaparte, por Javier Reverte

"Kaputt", obra de Curzio Malaparte, es una gran crónica viajera por los caminos terribles de la guerra.

Un Malaparte, por Javier Reverte
Un Malaparte, por Javier Reverte / Raquel Aparicio

Leo estos días un libro olvidado, de un autor casi olvidado, que acaba de aparecer republicado en español. Me refiero a Kaputt, del toscano Curzio Malaparte. Malaparte fue un escritor superdotado, una de esas inteligencias que, al asomarte a ellas, te deslumbran. Pero había en su carácter algo que superaba su inteligencia: la pasión. Era, digámoslo así, la antítesis de un Jean-Paul Sartre, por poner un ejemplo de otro intelectual contemporáneo suyo. El pensador francés era lúcido y frío, y el italiano, un escritor arrebatado.

Malaparte fue, en los inicios del fascismo, casi un ideólogo del nuevo partido, para darse cuenta muy pronto de lo que significaba en el fondo tal movimiento. Después de escribir, en 1931, un libro en el que criticaba a Hitler y Mussolini, Técnica del golpe de Estado, fue expulsado del partido y pasó un tiempo desterrado en las islas Lipari. Terminada la guerra, acabó militando en el comunismo. Fue periodista y diplomático, escribió novelas y teatro, y hasta dirigió una película. Y fue también un viajero empedernido. Pero sus mejores libros, sobre todo Kaputt y La piel, tienen el sello de lo inclasificable, impregnados de crónica, reflexión y lirismo. Murió de cáncer relativamente joven, con 59 años, en 1957.

En 1941, Il Corriere de la Sera le contrató para cubrir el frente de guerra ruso. Y de ahí nació Kaputt. En el libro hay asombrosas descripciones del horror nazi: los pogromos de judíos en suelo rumano, por ejemplo, o su recorrido por el gueto de Varsovia. Al ser periodista italiano, los jefes alemanes le recibían e invitaban a suntuosas cenas, con lo cual tuvo acceso a conocer bien el alma del nazismo.

Escribe cosas como ésta: "Los alemanes tienen miedo a todo y de todo, y destruyen por miedo. No es que teman a la muerte: ningún alemán, hombre, mujer, anciano o niño, teme a la muerte. Y tampoco es que tengan miedo a sufrir. En cierto sentido podría decirse que aman el dolor. Pero tienen miedo de todo lo que está vivo aparte de ellos y también de lo que es diferente. Sufren un mal misterioso. Tienen miedo sobre todo de los seres débiles, de los indefensos, de los enfermos, de las mujeres y de los niños... Matan a los indefensos, ahorcan a los judíos en los árboles de las plazas de los pueblos, los queman vivos en sus casas, como ratones, fusilan a los campesinos y a los obreros. Los he visto reír, comer y dormir a la sombra de los cadáveres colgados de las ramas de los árboles".

En el fondo, Kaputt es una gran crónica viajera por los caminos terribles de la guerra. Y también por los recovecos del alma humana, por los senderos conradianos del horror. Hay muchos Kurtz (el personaje de El corazón de las tinieblas, la famosa novela de Joseph Conrad) en este libro de Malaparte, muchos seres cultivados capaces de cometer las más inhumanas atrocidades.

Y también, en esta crónica realmente abrumadora de la guerra en Rusia, el escritor y periodista toscano nos pinta numerosas escenas que parecen sacadas de la imaginación de un Bretón, un Buñuel o un Dalí. Como esa historia de los centenares de caballos soviéticos que, huyendo de un incendio, se echaron a las aguas del lago Lagoda y, súbitamente, les sorprendió el momento de la congelación del lago, a finales de diciembre de 1941. Y allí quedaron atrapados, con sus cabezas asomando a la superficie helada. Escribe Malaparte:"Parecían cercenados por el corte limpio de un hacha. Las cabezas eran lo único que emergía de la costra de hielo. Todos miraban hacia la orilla. En sus ojos abiertos ardía aún la llama helada del terror. En los días interminables del invierno los soldados bajaban al lago y se sentaban a descansar sobre las cabezas de los caballos".

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