El corazón del mundo por Mariano López

Cada minuto se tala en la cuenca amazónica la superficie equivalente a un campo de fútbol.

Mariano 383
Mariano 383 / Sergio Feo

El curso del río Amazonas sigue siendo la red fluvial más grande del planeta. Mide casi siete mil kilómetros, recoge el agua de 1.111 afluentes, alimenta la selva de nueve países y descarga al mar, cada día, 17.000 trillones de litros de agua. En algunos tramos, su anchura llega a los 40 kilómetros y en su desembocadura sobrepasa los 200. Es un gigante que cuando se encuentra con el Atlántico recorre cien kilómetros mar adentro, cien kilómetros de agua dulce y lodo, antes de rendirse al mar. Un coloso, pero un coloso herido. Cada día más. Francisco y Juan Carlos de la Cal han recorrido el Amazonas, de punta a cabo, y en su libro Viaje al traspasado corazón del mundo afirman que cada minuto se tala en la cuenca amazónica la superficie equivalente a un campo de fútbol. Cada minuto. Francisco y Juan Carlos han seguido la ruta del primer europeo que gobernó una nave por el inmenso río, Francisco de Orellana, de cuyo nacimiento se cumple el 500 aniversario, y sostienen que, desde la aventura de Orellana, el Amazonas ha sido víctima de sucesivos eldorados. Primero fue el oro, luego el caucho, ahora la soja, la madera, las plantas curativas, las carreteras y el petróleo. Locuras todas, sueños de riquezas, ansias de fortuna cuya persecución ahoga el pulmón del planeta.

La situación es grave. Según recoge Viaje al traspasado corazón del mundo, durante los últimos 38 años la petrolera Texaco perforó 339 pozos en la cuenca amazónica de Ecuador. Extrajo más de un billón y medio de barriles de petróleo y dejó un rastro de miles de toneladas de material tóxico. Hoy, la tercera parte de la selva ecuatoriana está contaminada por los vertidos derivados de la extracción de petróleo. En frente, en Perú se genera uno de los tráficos ilegales más rentables del mundo: la tala, recogida y venta de caoba. Dentro de una década no quedará un solo ejemplar de caoba en pie. En Colombia, el contrabando junto al río es de plantas y animales. De Leticia salen todos los años miles de monos que se venden a dos mil euros por ejemplar. Gran parte de la demanda sobre estas especies procede de Europa, donde hay grandes empresas de farmacia y de cosmética que utilizan cada vez más plantas y esencias amazónicas. Mientras, en Oriente rara vez faltan platos creados con anfibios, reptiles, insectos o peces amazónicos. La última locura, el último Eldorado, es el cultivo masivo de soja en terrenos robados a la selva. La revista Nature afirma que si continúa el actual ritmo de explotación agrícola de la cuenca amazónica, en el 2050 se habrá perdido el 40 por ciento de toda su riqueza forestal.

Mi amigo Elvis Cuevas Márquez vive en Leticia, Colombia, al pie del gran río, cerca del busto de Orellana al que da sombra el destartalado hotel Anaconda. Elvis también ha recorrido el río, desde la quebrada Carhuasanta en el nevado peruano del Mismi hasta la isla de Marajó, frente a Belem, en Brasil. Me escribe y nos cuenta: "En Pará -dice- nuestro barco tuvo que parar. Una neblina densa y extraña impedía ver el curso del río. Creí que era un espejismo, un efecto del sol o de la bruma. Me equivoqué. No era lluvia, ni neblina. Eran las malditas quemas que poco a poco formaban un gigante de humo y creaban el paisaje más triste que haya podido ver en mi vida". Elvis busca ayuda para financiar un documental que muestre al mundo esos paisajes de tristeza. Se pregunta qué hay que hacer para llamar la atención del mundo. "La vida y el oxígeno -dice-nacen aquí. Creemos que esto es de todos, de todo el planeta, pero entonces, ¿por qué se tala, por qué se quema, por qué cada día que miro al río veo una nueva montaña de residuos?".

Deberíamos parar esta locura. Ahora. Este año. Cinco siglos después de que naciera Orellana. Sería la mejor forma de celebrar su centenario.

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